En la zona sur de La Paz, donde viven la gran burguesía y la clase media, la posibilidad de que el MAS de Evo Morales obtenga la presidencia es una pesadilla para algunos, que temen un «corralito a los ricos». Para otros, el ascenso del MAS es un mensaje conciliador.
«Fíjese usted, antes, el mundo se interesaba en nosotros porque echábamos a los presidentes y ahora los periodistas vienen a La Paz porque vamos a elegir a uno nuevo», dice Roberto, un empleado de la industria textil que forma parte de ese batallón de indecisos en cuyo enigmático voto está, en parte, el destino de la democracia boliviana. Los indecisos totalizan un poco más del 10 por ciento del electorado, es decir, cerca de 400 mil personas. En Bolivia, la manera en que los electores optan por el voto está determinada no sólo por preferencias según las plataformas políticas sino, también, por otros parámetros que pueden ir desde el color de la piel hasta la región de residencia, es decir, el factor regional. Por ejemplo, en buena parte del Occidente boliviano los electores tienen miedo de que Evo Morales no sea capaz de gobernar más allá de seis meses. En cambio, en Oriente, donde se encuentran las provincias con ambiciones autonomistas, Santa Cruz, Tarija, el electorado se duerme con la pesadilla contraria: que Evo, si gana, permanezca en el poder por un cuarto de siglo y se convierta así en une suerte de Hugo Chávez de los Andes.
En la zona sur de La Paz, allí donde viven la gran burguesía y la clase media, el fuerte empuje del MAS es una pesadilla para algunos y una suerte de «mensaje» reconciliador para otros. Una empleada doméstica de la zona de San Miguel decía que estaba muy contenta porque era la primera vez que iba «a poder votar por un boliviano». Por el contrario, sus empleadores ya se están armando por si en una de esas llega el día fatídico. Muchos habitantes de la zona sur han tomado precauciones porque tienen terror de que la posible victoria de Evo Morales desemboque «en una suerte de venganza generalizada, como una gran revancha de los pobres contra los ricos», según confesaba a Página/12 un habitante de la zona sur antes de subirse a su lujoso Toyota doble tracción. Ese pánico se ha convertido incluso en una consigna pintada en los muros. Los militantes conservadores tuvieron la idea de «decorar» las casas de la zona con pintadas más que alusivas. En los muros de lujosas residencias aparecen frases como «Próxima propiedad social, porque somos mas». Otras dicen «Evo, corralito a los ricos». Con ello se le da cuerpo a la pesadilla de una expropiación masiva de las casas, autos y bienes de la burguesía.
La burguesía se imagina una ininterrumpida hilera de indígenas bajando de esa capital de la rebeldía latinoamericana que es la ciudad de El Alto. «Los alteños pusieron fin al mandato de dos presidentes e impidieron con sus movilizaciones que otros dos asumieran la presidencia. Creo que son perfectamente capaces de cometer una barbaridad», dice Juan Pablo, un adinerado empresario del sector de los servicios.
«A mí no me van a tomar desprevenido. Si se les ocurre venir los espero armado», dice Joaquín, otro vecino -joven- de la zona sur. Sus amigos están tan convencidos como él y ya han preparado «espontáneamente» comités de autodefensa. La obsesión es tal que hay incluso algunos que se atreven a vaticinar que los pobres de Bolivia les van a venir a violar a las hijas. «Es un disparate. Tantos años de un país artificial los ha acostumbrado a pensar las cosas de una sola manera. Y cuando el cambio se viene encima, entonces, la primera reacción es de pánico. Se sienten perseguidos pero, usted puede verlo, nada apunta hacia esa dirección», dice Mario, empresario también ligado al sector de los servicios pero que pertenece a esa burguesía que el sociólogo Oscar Vega, asesor de proyectos de gestión pública, califica como «lúcida». Vega señala que esta consulta se caracteriza por el sentimiento general de que «la gente siente que, con los sucesos de los últimos años, ellos han abierto esta situación democrática. Este es su espacio democrático. Pero hay sectores de la burguesía que tienen mucho temor. En cambio, existen otros que se dan cuenta de que esta es la mejor forma de consolidar un posible horizonte económico para ellos». Vega admite que el racismo en Bolivia es fuerte y que este es un momento de «reivindicación pero en términos políticos. Está viviendo una disputa sobre lo que se entiende por boliviano. Hay entonces una búsqueda de democratizar lo boliviano».
Guillermo Beckar es un «extranjero» en su propia tierra. El candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) para la zona sur recibe en una oficina instalada en un lujoso centro comercial de la burguesía. Y sin embargo, él, que es blanco y pertenece a la clase media, representa al movimiento social dentro del medio adinerado. En la zona sur residen 200 mil personas cuyos ingresos promedio varían entre los 500 y los mil dólares mensuales, muy lejos de los 40 o 60 dólares que ganan los indígenas. Beckar, que se declara seguro de la victoria, señala que «casi toda la gente que vive acá han pertenecido a los gobiernos anteriores. Tienen cierta forma de pensar. Son de derecha y tienen miedo de que venga un gobierno de izquierda radical». El candidato del MAS, que no esconde sus orígenes de clase media, explica que lo que él busca es «que la clase media, que la burguesía, tenga una representación en el seno del movimiento social». Las urnas dirán el domingo en qué proporción la burguesía de la zona sur lo ha escuchado. El país busca hoy un pacto, una estructura de consenso entre los actores políticos para que se respete a la «primera minoría» que salga de las urnas. Varios sectores sociales pugnan porque la consulta desemboque en la elección directa de quien salga primero. Pero la Constitución boliviana pone en manos del Congreso la designación del presidente y esa «segunda vuelta» sin voluntad popular hace pesar una amenaza suplementaria: que el Parlamento se convierta en la sede de un canje y compra de votos que nada tengan que ver con la elección popular.