Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Desde que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) se convirtió en ley del Estado, millones de mexicanos se han sumado a las filas de los hambrientos. La desnutrición es mayor en las familias de agricultores del país, que solían producir suficientes alimentos para alimentar a la nación.
Mientras la violencia ensangrentada de la narcoguerra domina los titulares, muchos hombres, mujeres y niños enfrentan la lenta y silenciosa violencia del hambre. Los últimos informes muestran que la cantidad de gente que vive en «pobreza alimentaria» (la incapacidad de comprar la canasta alimentaria básica) aumentó de 18 millones en 2009 a 20 millones a fines de 2010.
Cerca de un quinto de los niños mexicanos sufren actualmente de desnutrición. Una medición innovadora aplicada por el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición registra un recuento diario de 728.909 niños desnutridos bajo cinco años en el 18 de octubre de 2011. Las estadísticas del gobierno informan que un 25% de la población no tiene acceso a alimentos básicos.
Desde la crisis alimentaria de 2008, ha habido un aumento de 3% en la población carente de acceso adecuado a alimentos. La cantidad de niños desnutridos es de 400.000 niños por sobre el objetivo para este año. Los recién nacidos muestran los índices más elevados de desnutrición, lo que indica que la tragedia comienza con la salud maternal.
El dramático cambio en los hábitos de comida mexicanos desde el NAFTA no se reflejan solo en los millones que se van hambrientos a la cama. Al otro extremo de la escala, México se ha convertido en solo una década y media en segundo solo a EE.UU. en todo el mundo en obesidad mórbida. La obesidad infantil, el sobrepeso, y la diabetes constituyen importantes problemas sanitarios, junto al problema más tradicional del hambre.
No es que los ricos estén engordando demasiado y los pobres estén demasiado flacos, aunque la desigualdad juega un papel en la erosión de las dietas saludables para todos. La gordura ya no representa abundancia. Son los pobres los que toman Coca Cola barata cuando no tienen acceso a agua potable o que dan a sus hijos una bolsa de papas fritas cuando ya no hay comida fresca local. International Journal of Obesity establece que la propagación de lo que llaman «la dieta occidental» («alta en grasas saturadas, azúcar, y alimentos refinados pero baja en fibra) ha significado que «la carga de la obesidad se desplaza hacia los pobres». La generación del NAFTA refleja el paradigma descrito de manera tan elocuente por el investigador alimentario y activista Raj Patel como «lleno y hambreado».
Mientras otra crisis alimentaria amenaza debido al aumento de los precios internacionales, México podría enfrentar disturbios por alimentos así como la propagación del hambre y sus consecuencias durante los próximos años. A menos que los disturbios se vuelvan violentos y provoquen una agitación social más amplia como lo hicieron en los países árabes, no es probable que los medios noticiosos les presten alguna atención.
El modelo de (in)seguridad alimentaria del NAFTA
Algo ha ido terriblemente mal. La nación que preveía la prosperidad cuando firmó el NAFTA se ha convertido en un ejemplo internacional de graves problemas estructurales en la cadena alimentaria, de cómo produce sus alimentos a qué y cuánto (o cuán poco) consume.
La desnutrición mexicana tiene su raíz en la manera como el NAFTA y otros programas neoliberales obligaron a la nación a apartarse de la producción de sus propios alimentos básicos como modelo de «seguridad alimentaria». La «seguridad alimentaria» postula que un país es seguro mientras tenga suficientes ingresos para importar su alimento. Separa el empleo agrícola de la seguridad alimentaria e ignora un acceso desigual a los alimentos dentro de un país.
La idea de la seguridad alimentaria basada en el acceso al mercado proviene directamente de la «ventaja comparativa», el argumento principal en el que se basa el NAFTA. Dicho simplemente, la eficiencia económica dicta que cada país debe dedicar su capacidad productiva a lo que hace mejor y que la liberalización del comercio garantizará el acceso a través de las fronteras.
Según la teoría de la ventaja comparativa, se considera que la mayor parte de México es inadecuada para producir su cultivo alimentario básico, el maíz, ya que su rendimiento es mucho más bajo del promedio de su vecino y socio comercial del norte. Por ello, México debiera concentrarse en importaciones de maíz y dedicar su tierra a cultivos en los que supuestamente tiene una ventaja comparativa, como ser frutos y vegetales a contra-temporada.
Suena simple. Basta con tomar a tres millones de productores ineficientes de maíz (y sus familias) y ponerlos a fabricar o a ensamblar donde su mano de obra barata constituye una ventaja comparativa. Las consecuencias culturales y humanas de declarar que comunidades campesinas e indígenas son obsoletas no fueron motivo de preocupación en esta ecuación.
Diecisiete años después de NAFTA, unos dos millones de agricultores han sido obligados a abandonar sus tierras por precios bajos y el desmantelamiento de los apoyos gubernamentales. No encontraron trabajo en la industria. En su lugar, se convirtieron en su mayoría en parte de un éxodo masivo como parte del aumento del número de migrantes mexicanos a EE.UU. a medio millón al año. En los primeros años del NAFTA, las importaciones de maíz se triplicaron y el precio al productor cayó a la mitad.
La conversión a otros cultivos tomó años en la mayoría de los casos. Los precios eran volátiles y las cosechas inseguras. No fue factible en absoluto en muchas parcelas pequeñas, a menudo rocosas, en las cuales el maíz garantiza una dieta de subsistencia para las familias de agricultores. Los mercados de nicho no crecieron a mucho más que un 2% de la producción agrícola total.
La toma corporativa del sistema alimentario de México ha llevado a una catástrofe alimentaria y sanitaria.
Las áreas que se adaptaron exitosamente a la agricultura industrial y a cultivos de agro-exportación se caracterizan por la violación flagrante de los derechos laborales de los trabajadores agrícolas migrantes, contaminación generalizada y desperdicio de agua, y una extrema concentración de la tierra y de los recursos.
Para los hambrientos, esto significa que los precios fijados en el mercado internacional determinan quién come y quién muere de hambre. Los consumidores mexicanos pagan ahora más por tortillas y alimentos en general. Los aumentos de precios en el mercado internacional colocan a los alimentos básicos fuera del alcance de millones de pobres en el país.
Dependencia alimentaria
En México posterior al NAFTA, un 42% de los alimentos consumidos provienen del extranjero. Antes del NAFTA, el país gastaba 1.800 millones de dólares en importaciones de alimentos. Ahora gasta impresionantes 24.000 millones de dólares. En una entrevista, el especialista en temas rurales Ernesto Ladrón de Guevara señaló que en algunos alimentos básicos, la dependencia de las importaciones es dramática: un 80% en el arroz, 95% en soja, 33% en frijoles, y 56% en trigo. El país es el importador número uno del mundo de leche en polvo. El NAFTA diezmó el sector lácteo que otrora era próspero, y el control del mercado por la leche en polvo transnacional está vinculado a la crisis en la desnutrición infantil.
México importa un 33% de su consumo, una cifra que representa mal la dependencia de las importaciones porque el mero volumen del consumo es tan grande. Ladrón de Guevara señaló que ha pasado de la importación de cerca de 250.000 toneladas antes del NAFTA a 13 millones de toneladas. Los comerciantes transnacionales a menudo prefieren las importaciones a la producción nacional por las condiciones crediticias atractivas ofrecidas por EE.UU., convirtiéndolo en «un doble negocio – importar maíz y dinero».
El Departamento de Agricultura de EE.UU. calcula que si continúan las actuales tendencias México adquirirá un 80% de sus alimentos a otros países (sobre todo a EE.UU.). La Organización para la Alimentación y Agricultura de la ONU (FAO) califica a un país de dependiente cuando el coste de sus importaciones excede un 25% del total de sus exportaciones. Las organizaciones campesinas han criticado la definición de ridícula en un país productor de petróleo que sin embargo ha sufrido una seria erosión en la capacidad de alimentar a su pueblo y garantizar el acceso a alimentos básicos para todos.
Salga cara o salga cruz, el que gana soy yo
El control corporativo del sistema alimentario de México ha llevado a la catástrofe alimentaria y sanitaria. Las corporaciones alimentarias transnacionales no solo importan libremente a los mercados alimentarios mexicanos, son ahora productores, exportadores, e importadores, todo en uno, operando dentro del país.
Desde el NAFTA, las corporaciones han engullido ávidamente recursos humanos y naturales en una escala casi increíble. La producción de ganado ha pasado de pequeñas granjas para mercados locales a Tyson, Smithfield, y Pilgrims Pride. El uso masivo y la contaminación del agua y del suelo han llevado a desastres sanitarios y medioambientales en todo el país. Millones de puestos de trabajo han sido perdidos por la concentración y por métodos agrícolas industrializados.
Por ejemplo: Corn Products International (CPI). La transnacional presentó una demanda según NAFTA contra el gobierno mexicano en 2003, afirmando que tuvo una pérdida en su negocio debido a un impuesto sobre sirope de maíz de alta fructosa en bebidas. El motivo de México para imponer el impuesto fue salvar a la industria de azúcar de caña que aseguraba empleo a miles de ciudadanos y jugaba un papel económico crucial en muchas regiones. El gobierno también fue frustrado por no haber logrado acceso bajo NAFTA al mercado altamente protegido de azúcar en EE.UU.
Un tribunal del NAFTA dictaminó en 2008 que México tenía que pagar 58,4 millones de dólares a CPI. El gobierno pagó el 25 de enero de 2011. CPI publicó ventas netas por 3.700 millones de dólares el año de la decisión. La multa pagada por el gobierno mexicano habría asegurado la canasta alimentaria básica por un año para más de 50.000 familias pobres.
La subsidiaria de propiedad total de CPI, Arancia Corn Products, está entre las transnacionales alimentarias más poderosas que operan en el país, junto con Maseca/Archers Daniel Midland y Cargill. Grandes compañías de la agroindustria jugaron supuestamente un papel crucial en la crisis de la tortilla de 2007 al acaparar la cosecha mientras subía el precio internacional, agotando artificialmente el mercado nacional y vendiendo a casi el doble del precio que pagaron por la cosecha. Esa crisis sacó a decenas de miles de mexicanos pobres a las calles para protestar contra un aumento de un 50% en el precio de las tortillas.
El NAFTA y otros TLC dieron a las corporaciones el poder de decidir lo que comemos, lo que compramos en la tienda, quién tendrá empleo y quién no lo tendrá, y si una aldea sustentada por la producción alimentaria local sobrevivirá o presenciará el fin de generaciones de ocupaciones.
Alimentad a los hambrientos, reparad el sistema
Organizaciones mexicanas han comenzado a unirse después de años de divisiones para reaccionar ante la crisis alimentaria y reparar un sistema gravemente descompuesto. Recientemente tuvieron éxito en la reforma de la constitución mexicana para incluir el derecho al alimento. Ahora la batalla continúa para adaptar el presupuesto rural a fin de convertir en realidad ese derecho.
Pequeñas organizaciones de agricultores se han unido con organizaciones de agricultores familiares en EE.UU. y Canadá para pedir la renegociación del NAFTA a fin de eliminar del acuerdo los alimentos básicos y la producción agrícola. Reconocen, sin embargo, que la marcha atrás del gobierno de Obama en sus compromisos declarados sobre reformas de comercio justo ha dejado poco espacio político para un cambio.
En su lugar, las organizaciones campesinas en los tres países consideran esfuerzos y movimientos en la base para reparar el sistema alimentario antes que la crisis empeore. Las organizaciones mexicanas luchan por programas para encarar amenazas a los alimentos y la agricultura, las organizaciones estadounidenses ven una oportunidad de unir sus demandas al movimiento Ocupad Wall Street en todo el país. Uno de los agravios mencionados en la Declaración de la Asamblea General de Ocupad Wall Street en la Ciudad de Nueva York dice: «Ellos (las grandes corporaciones) han emponzoñado el suministro alimentario mediante negligencia, y socavado el sistema agrícola mediante la monopolización». Los activistas por los alimentos presentan ahora temas de concentración corporativa en los alimentos, la especulación con productos básicos y aumentos de precios, y el libre comercio en las protestas generales.
El control corporativo del sistema alimentario asegurado por el NAFTA no solo hambrea a la gente en México. Asegura un sistema alimentario profundamente insalubre para toda la región. Nadie espera que la situación se mejore por sí sola. A medida que la crisis se profundiza, los movimientos ciudadanos vuelven a aumentar la presión y se buscan a través de las fronteras para proteger su salud, su sustento y sus derechos. En el futuro, lo que comemos, cómo comemos, y si comemos dependerá de sus esfuerzos.
La columnista de Foreign Policy In Focus, Laura Carlsen, es directora del Americas Program para el Center for International Policy en Ciudad de México.
Publicado el jueves 20 de octubre de 2011 por Foreign Policy in Focus