Daniel Goldman fue entrevistado acerca de la sobreexplotación, brutal, a que son sometidos trabajadores rurales, particularmente en San Pedro, primera denuncia contemporánea de esa forma de trabajo.1 El rabino Goldman elabora toda una reflexión acerca del nazismo implícito en tales sistemas de explotación. Que los hechos descubiertos en San Pedro son «una variante más de […]
Daniel Goldman fue entrevistado acerca de la sobreexplotación, brutal, a que son sometidos trabajadores rurales, particularmente en San Pedro, primera denuncia contemporánea de esa forma de trabajo.1
El rabino Goldman elabora toda una reflexión acerca del nazismo implícito en tales sistemas de explotación. Que los hechos descubiertos en San Pedro son «una variante más de las formas del nazismo en América Latina«.
Si le hiciéramos caso, el nazismo estaría muy, pero muy extendido en América Lapobre, y en verdad, recordando matanzas como la de Pando en Bolivia, no tendríamos que echar la afirmación de Goldman en saco roto.
Sin embargo, nos tememos que Goldman, judío, llevado por su justificadísimo rechazo del nazismo, termine atribuyéndole más de lo que realmente le corresponde.
Porque si algo ha caracterizado «la conquista de América» han sido las formas atroces de explotación que el racismo y el eurocentrismo, −bastante antes del surgimiento del nazismo−, le permitieron ejercer a los europeos en el mal llamado «Nuevo Mundo». Tanto en la conquista propiamente dicha del sur americano, que incluyó de manera primordial a las nativoamericanas, como en la colonización norteamericana donde los racistas anglos vinieron, a diferencia de los españoles, con sus mujeres y en general no se permitieron trato sexual con las aborígenes. Porque sí se permitieron las más brutales aberraciones genocidas para «limpiar» el territorio.
Reducciones de indios, fueron «aldeas estratégicas» de yanquis en Vietnam, avant la lettre. Fueron «antecedentes» de los campos de concentración que desarrollarán los nazis en los ’30-’40.
El genocidio de las poblaciones nativoamericanas es imposible de medir, pero desde su primera estimación y denuncia, por fray Bartolomé de las Casas en 1540, que estima en 12 millones los habitantes originarios eliminados por la Conquista durante sus primeros 40 años (1492-1532), todos los datos disponibles nos llevan a pensar en lo atroz como la norma. Nativos tomados prisioneros y obligados a trabajar en socavones, que no aguantan más estar allí adentro, despojados de todo, salvo de la comida que los guardias le ponen a la entrada de la mina, y los blancos, ante la negativa de los esclavos a seguir su tarea, les traen a sus mujeres, a sus hijos, a sus animalitos y los introducen en la mina junto con los mineros prisioneros, «atendiendo» sus reclamos de un modo tan perverso, porque no cede su propio interés en conseguir los metales; mujeres que eran ultimadas en el acto si resistían el trato sexual con los conquistadores, en particular cuando éstos acababan de matar a su hombre; despreocupación total por si la mano de obra se extinguía exhausta porque se la reponía con oriundos de otros lados… ésos son apenas ejemplos del estilo con que los europeos se apropiaron de Las Indias.
Las formas de explotación inicua que denunció Rafael Barrett a principios del siglo XX en los obrajes yerbateros del norte argentino son las que vemos ahora en los aledaños de San Pedro, de Ramallo y en varios otros puntos de nuestra geografía contemporánea… y hasta en la capital federal, como muy bien lo ha denunciado La Alameda y el nuevo sindicato de costureros (la cegetista Federación Obrera Nacional de la Industria de Vestido y Afines, bien, gracias… bien ausente).
Barrett denunció tales formas de trabajo esclavo antes de que Hitler iniciara sus propios proyectos de superioridad racial, que en realidad fueron inspirados en el racismo anglosajón. Así que procurar ver al nazismo como «el eje del mal» podría ser psicológicamente comprensible, pero de ningún modo aceptable, porque es políticamente falso (salvo en los casos en que se trata efectivamente de nazis, que por cierto también existen).
Pero es, además, peligroso. Porque puede tender a hacernos creer que «el mal» está sólo en la esvástica y no darnos cuenta si lo tenemos al lado o enfrente pero vestido con mejores ropas, digamos, por ejemplo con ropajes democráticos. Apenas un par de ejemplos: EE.UU. comete todos sus atropellos, matanzas indiscriminadas o discriminadas con el taparrabos impúdico de los «daños colaterales», arrasando pashtunes en Pakistán, diezmando literalmente a la población iraquí (se estima ya en millones sus muertos, como en Vietnam), con tropas del Ministerio de Defensa , ¡ah maravillas léxicas! Para sus guerras expansionistas, el Estado de Israel, vaya casualidad, también se vale de tropas de su Ministerio de Defensa.
Si llegamos a creer que el nazismo es la fuente de todo mal, estamos prácticamente exonerando de culpa y cargo a quienes, por ejemplo, han sido víctimas históricas (y bien reales) del nazismo, aun en el caso en que efectivamente cometan atrocidades. Por suerte, existen judíos como Richard Goldstone, firmante del informe de la ONU sobre la operación «Plomo fundido» (sic) del ejército israelí en la Franja de Gaza, que califica el comportamiento israelí como crímenes de lesa humanidad, una galería atroz de aberraciones.
Si advertimos que las atrocidades sanpedrinas y de la pampa húmeda argentina no son sino una expresión más del abuso con que se constituyó la América europeizada y que eso tiene cinco siglos, «la terapia» que tendremos que emplear, es otra muy distinta a si hay que enfrentar al nazismo, o lo nazi.
Lamentablemente, y sin querer entrar en detalles del reportaje que comentamos, Goldman se permite unas cuantas simplificaciones.
Simplifica con medias verdades que nos dejan ver la mitad de la realidad, o más bien nos empañan la otra mitad: «También hay un tema de intolerancia que surgió a partir de la irrupción del peronismo y la reivindicación de los sectores más postergados, los cuales todavía no son aceptados por la sociedad. La gran cualidad del peronismo fue haber otorgado dignidad e identidad a los sectores excluidos de la sociedad argentina, a los llamados cabecitas negras.»
Si incluimos entre los cabecitas negras a «los pobres del campo», a la población criolla del viejo mestizaje que arranca con el siglo XVI es cierto lo que Goldman afirma y el papel de Perón es el de gran aggiornador cultural y político de este país. Pero en 1946, «el Malón de la Paz» procura recibir las tierras prometidas por Perón durante su campaña preelectoral dos meses antes, y en rigor, lo que reciben es una buena patada en el trasero y «envagonados» apenas con lo puesto son transportados en vagones cerrados y depositados «allá lejos», en Abra Pampa.2
Si lo acontecido con una población aborigen en 1946, con Perón recién electo desmiente en algo la cita de Goldman, lo acontecido en Rincón Bomba en 1947 es muchísimo más grave, por cuanto no hubo expulsión y maltrato sino asesinato colectivo y persecución por el monte para acabar con los sobrevivientes.3 Esta «gesta» de la Gendarmería no podría haber llegado a consumarse si el flamante presidente se hubiese negado. Pero para la Argentina blanca o «criollaza» de Perón, los nativoamericanos estaban de más. Como lo estuvieron para el roquismo, para la Argentina sarmientina y para tantos miembros de las élites históricas del país.
También sería bueno que Goldman recordara que al lado de la simpática asunción de Perón a favor de los pobres, a los que la oligarquía hasta entonces había tratado despreciativamente como «la chusma», algo que Perón erradica sin contemplaciones, el mismísimo Perón tiene otra faz menos tranquilizadora: que es la que lo llevará a autorizar el ingreso de miles de croatas ustachas, éstos sí, realmente nazis a la Argentina (y habría que ver sus vínculos con el brote racista en Pando, Bolivia contra Morales, que acabó con la vida de 30 originarios en 2008). No se trató de una casualidad: el exilio de Perón recorrerá las peores dictaduras de habla hispana de los ’50, los ’60 y los ’70. «Tres al hilo»: Stroessner en Paraguay, Trujillo en la Dominicana, Franco en España.
Tales facetas nos muestran, al menos, que la realidad es más compleja. Porque las simplificaciones maniqueas serán, como dice la ley de Murhpy, sencillas y fáciles de aplicar. Pero falsas.
Notas:
1 H. Verbitsky, «Esclavos modelo 2011″·, Página 12, Bs. As., 2 ene 2011.
2 Marcelo Valko, Los indios invisibles del Malón de la Paz, Ediciones Madres de Plaza de Mayo, Buenos Aires, 2007. Hay una reseña del mismo autor en futuros, no 11, 2007-2008, «Una historia repetida de negaciones y sueños».
3 Véase, entre lo más reciente, la documental de Valeria Mapelman sobre esta matanza, con la voz de sobrevivientes. Octubre pilagá, 2005.
Luis E. Sabini Fernández es Editor de futuros, www.revistafuturos.com.ar, integrante del equipo de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
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