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El nuevo colapso neoliberal y su repetida estela de genocidio económico

Fuentes: Refundación

«[Pero] el sol brillaba, no teniendo otra alternativa, sobre lo nada nuevo». Murphy, 1938 «[Pero] pronto, a pesar de todo, [estaré] por fin completamente muerto». Malone muere, 1952 Samuel Beckett Entre 1988 y 1994, México era considerado «como un modelo de transición económica y política de un sistema dirigido por el estado hacia una estructura […]

«[Pero] el sol brillaba, no teniendo otra alternativa, sobre lo nada nuevo». Murphy, 1938

«[Pero] pronto, a pesar de todo, [estaré] por fin completamente muerto». Malone muere, 1952

Samuel Beckett

Entre 1988 y 1994, México era considerado «como un modelo de transición económica y política de un sistema dirigido por el estado hacia una estructura de libre mercado (…), [hecho que le había permitido] alcanzar el estatus cercado al primer mundo», según Alan Greenspan. [1] Fue considerado como un «alumno ejemplar» por los alborozados promotores y beneficiarios del «consenso» de Washington, como los clasificó taxonómicamente John Williamson; [2] es decir, el gobierno estadounidense, los organismos multilaterales, las grandes corporaciones, los «think tanks» y sus apologistas que se reúnen en Washington, según Paul Krugman, [3] como si fuera un sínodo nocturno bajo la inspiración del platónico «filósofo rey», para conspirar en contra del resto, porque el gobierno mexicano tuvo la audacia necesaria para arroparse escrupulosamente con los remozados harapos de la decimonónica «modernidad» de la «utopía liberal» y hacer tragar a las mayorías, súbita y brutalmente, sin consenso y contra sus intereses, la «píldora amarga» -expresión de Adam Przeworki- [4] de las políticas estabilizadoras y de ajuste estructural popularmente conocidas como neoliberales. Radicalizó el viraje estratégico en el modelo de desarrollo, iniciado en 1983, hacia el pasado. De una economía cerrada, administrada por el estado y basada en la industrialización sustitutiva de importaciones, a otra completamente abierta, normada por el «librecambismo», el frenesí empresarial, el estado jibarizado y artrítico, y la subordinación al mercado mundial, bajo el dogma victoriano de las «ventajas comparativas» y la especialización primario-exportadora.

Ese cambio económico vanagloriado, que también destruyó unilateralmente el viejo pacto social capitalista y remodeló la estructura política hasta convertirse en un nuevo proyecto de nación, no fue, en realidad, original. Sólo fue una copia tardía del experimento inaugurado en Chile, Argentina y Uruguay, en los años setenta del siglo XX, donde la «mano invisible» de los chicago boy y la visible manu militari, ambas brutalmente ensangrentadas, estrangulaban a sus respectivos pueblos. El neoliberalismo mexicano nació vigorosamente, mientras aquellos se colapsaban prematuramente en su baño de sangre. De todos modos, ello no impidió que la contrarrevolución neoconservadora metropolitana, liderada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, rescatara al neoliberalismo primigenio de su ruina y lo entronizara como la política mundial durante la reunión del grupo de siete, en Ottawa, en 1981, en sustitución del keynesianismo y el estructuralismo latinoamericano, que quedaron enterrados entre los escombros sistémicos ocasionados por la unilateral ruptura estadounidense de los acuerdos de Bretton Woods, a finales de los años sesenta. Así, la relativamente estable «época dorada» del capitalismo de posguerra fue suplantada por las tendencias neocoloniales de la esquizofrénica «globalización». Por la nueva «internacional monetarista» como la definiera Ricardo Ffrench-Davis, [5] bajo responsabilidad del Fondo Monetario Internacional FMI), el banco Mundial BM) y Organización Mundial de Comercio (OMC, en esos años conocida como GATT), en cuya enloquecida nave se precipitaron a abordarla incondicional y perversamente todos los gobiernos latinoamericanos, salvo el cubano, en una desesperada búsqueda por encontrar la falacia del paraíso perdido del «mercado libre», aunque su pase de acceso fue condicionado a la aceptación irrestricta de todas las reglas impuestas desde las metrópolis, a través de esos organismos.

La orgiástica fantasía neoliberal mexicana, sin embargo, saltó en pedazos en diciembre de 1994, y el discípulo fue reprobado y degradado a la calidad de paria. Se le trató como un apestado a quien había que aislar para evitar que contagiara al capitalismo globalizado. A partir de ese momento Greenspan lo vio como «el primer caso relevante [cuyas] las equivocaciones significativas de la política económica» que puso en riesgo al mundo, pese a que el desastre, además de los errores en la conducción, se debió a las mismas causas endógenas del modelo local/global que llevaron, primero, al fracaso a las dictaduras citadas, hecho discretamente omitido por el gobernador de la Reserva Federal, y después a un gran número de países, subdesarrollados y desarrollados. Entre éstos últimos sobresale Estados Unidos con sus dos reventabas burbujas especulativas, la del 2000 y la fatal del 2008, con sus respectivas hecatombes mundiales, en las cuales el pintoresco maestro en la «la economía vudú», Greenspan, fue un destacado corresponsable. La segunda conmoción representó el «derrumbe intelectual» de la Escuela de Chicago, en palabras de Brad DeLong, de la Universidad de California en Berkeley, expertos en la «edad oscura de la macroeconomía», [6] así como la quiebra de la «virtuosa» quimera neoliberal asimétricamente «globalizada» que dichos expertos en la mercadotécnica cábala económica contribuyeron a publicitar en el mundo, como si fuera la piedra filosofal, la única senda conocida por el dios-mercado para alcanzar la «modernización» capitalista y el bienestar internacional.

El respaldo a los neoliberales mexicanos en 1995 no fue gratuito ni desinteresado. La casa Blanca, el FMI y el BM, principalmente, concedieron una línea de crédito de emergencia por 508 mil millones de dólares, la mayor cantidad históricamente otorgada a un país hasta ese momento, destinados a garantizar el cumplimiento de los compromisos financieros externos. De ese monto sólo se emplearon 30 mil millones para amortizar la deuda pública interna de corto plazo que tenía que liquidarse en moneda extranjera (títulos conocidos como tesobonos), pasivos que había sido emitidos en un esfuerzo desesperado para tratar de evitar la estampida masiva de los capitales especulativos y sus efectos desquiciadores, y guardar la apariencia de la estabilidad macroeconómica para evadir las inevitables macrodevaluaciones de diciembre de 1994 y marzo de 1995, debida a la fuga de divisas, y la crisis financiera y de balanza de pagos que colapsaron al modelo. Los objetivos que condicionaron los créditos se cumplieron cabalmente. Los tenedores de los papeles recibieron sus divisas que depositaron a buen resguardo en el exterior, se elevó el saldo de la deuda externa de 85.4 mil millones a 100.9 mil millones, cuyos intereses también fueron puntualmente cubiertos y la economía se hundió en su peor recesión de los años treinta, la cual se extendió de 1995 a mediados de 1996, y que sería superada por la de 2009. Gracias a ese apoyo se logró otro propósito: la obligación de llevar a cabo la «tercera generación» de reformas neoliberales, como pudorosamente se denominó a la subasta del sistema financiero y la entrega generalizada de la infraestructura pública y los sectores estratégicos de la economía a las grandes corporaciones, principalmente las foráneas.

Adicionalmente existió otra razón de mayor trascendencia que obligó, a regañadientes, a los adalides del «consenso» de Washington a rescatar a sus cipayos mexicanos, circunstancia que posteriormente se repitió ante otros gobiernos en trances similares. Ella fue develada por Greenspan: «desde una perspectiva mayor, el contexto de la guerra fría y sus consecuencias», no quisieron correr el riesgo de una defección en la internacional monetarista de quienes «muchos de los ministros de finanzas y banqueros centrales de los países en desarrollo consultaban para aprender los mecanismos que habían empleado para alcanzar el estatus de primer mundo. (…) Porque las reformas económicas estarían amenazadas por presiones para reimponer controles en muchas áreas de la economía y para restablecer la interferencia gubernamental en el cada vez más vibrante sector privado»; por una eventual «reversión de las reformas» [contagiaría] a otros mercados emergentes [que] podrían detener o revertir la tendencia global hacia las reformas orientadas hacia el mercado y la democracia» al estilo americano. «Esto sería un retroceso trágico para Estados Unidos y también para el resto del mundo».

Durante varios años los paladines del «consenso» globalizador fueron exitosos para salvar a los proclives neoliberales latinoamericanos, militares, de las «democracias acotadas» o autoritarios como los mexicanos. A la postre, empero, no lograron evitar que el mapa regional cambiara, al desplazarse el péndulo político en la mayor parte de la región, de la tenebrosa noche neoliberal y autoritaria de la derecha que la devastó alrededor de tres décadas, a partir del sangriento derrocamiento del democrático gobierno chileno de Salvador Allende y la Unidad Popular, en 1973, hacia la gradual renovación de la variopinta izquierda. Los onerosos saldos económicos y sociopolíticos del neoliberalismo abonaron, en sus propias entrañas, el terreno fértil para que la mayoría descontenta impulsara la emergencia de nuevos gobiernos que actualmente alteran los fundamentos de ese proyecto de nación y tratan de construir otro socialmente incluyente y democrático, recuperan su soberanía nacional y desafían los términos de la mundialización y la hegemonía estadounidenses. Hasta el momento, en su naciente historia, desde la perspectiva del tempo histórico, no han logrado extirpar la matriz neoliberal y sus pasos hacia otra forma de capitalismo o la construcción de un sistema postcapitalista, llámese socialista o de otra manera, son imprecisos, y se encuentran asediados por la Casa Blanca y sus aliados internos, que tratan de desestabilizarlos para provocar su caída y restaurar la hegemonía estadounidense y la hermandad del capital criollo y transnacional en el continente.

Con la nueva crisis sistémica, iniciada en 2008, el gobierno mexicano es visto con conmiseración, hecho que se suma a su deteriorada imagen en el escenario internacional, en especial en América Latina, donde ha perdido el liderazgo que tuvo hasta los años ochenta, en virtud del relativo avance económico logrado con su autarquía colonizada, su autoritarismo nacionalista, su escatológico tercermundismo y su mimética estrategia de no alineación ni intervención que le daba un cierto margen de autonomía frente a los bloques del este y el oeste en la llamada «guerra fría», sin que ellos perturbaran sus amores clandestinos mantenidos con la casa Blanca, estrategias que de alguna manera resultaron benéficos para la subregión. Actualmente se encuentra aislado, merced al giro radical en la política interna y externa realizada por la gobernante derecha política-empresarial, que se encaramó al poder a raíz de la crisis de la deuda de 1982, en sentido inverso a la tradición histórica de México y de la tendencia de la mayoría de los latinoamericanos, A los vientos renovadores del sur, democratizadores, con anhelos soberanos y en diferentes grados heréticos al consenso neoliberal, antepone el remozamiento del ajado e impresentable antiguo régimen presidencialista despótico. Trata de vender infructuosamente la alternancia entre la cogobernante derecha del viejo partido de estado y la decimonónica derecha clerical, ocurrida desde el 2000, como un misterioso fenómeno que súbitamente abrió y democratizó los patios interiores del sistema político, al mismo tiempo que, aún más enigmáticamente, se atrinchera en su esencia y estructuras autoritarias, impone un régimen de excepción salvaguardado por los cancerberos policiaco-militares, excluye a la sociedad y los movimientos progresistas, cercena las conquistas sociales y suspira por apuntalar el bipartidismo entre esas facciones fundamentalistas y al estado teocrático. El bloque dominante vuelve autista al gobierno, limita la presencia estatal a la simple administración de uno de los últimos valladares del neoliberalismo puro y la protección del capitalismo mafioso. Reduce sus pretensiones cosmopolitas a la peculiar asimilación del neocolonial vasallaje estructural de Estados Unidos, como un furgón de cola, alejándose deliberadamente, en sus relaciones productivas, comerciales y financieras, de América Latina y el resto del mundo.

En política exterior, obsecuente e impúdicamente se arrojó voluptuosamente a los afanosos brazos imperiales estadounidenses. Por amor interesado, ya que, asediadas por el ascendente descontento social y la oposición de centro-izquierda, ante quienes pudo retener dos veces el poder en turbios procesos electorales (1988 y 2006) que dejaron la percepción de «golpes de estado técnicos», sabe que su futuro depende de su interesado respaldo, y por degeneración, al corromper sus antiguos principios, los devaneos furtivos de las elites mexicanas con sus «socios» del norte se transformaron en obscenas y públicas «relaciones carnales», tomando prestada la famosa expresión de Guido Di Tella, ministerio de relaciones exteriores de Carlos Menem, con la cual definió la estrategia de alineación incondicional de ese gobierno con la Casa Blanca. La derecha mexicana, de Miguel de la Madrid a Felipe Calderón, y sus pares latinoamericanos, el reciclado Alan García, de Perú, Álvaro Uribe, de Colombia o los golpistas de Honduras, ha establecido un concubinato de tiempo completo con Estados Unidos, que busca acabar con los regímenes progresistas.

El antaño orondo gobierno mexicano ahora es digno de lástima. Mientras la mayoría de los gobiernos del mundo abjuraron temporalmente de sus creencias neoliberales a favor de una activa intervención estatal, la reimplantación de algunas regulaciones económicas y el uso de los instrumentos keynesianos monetario y fiscal, con el objeto de enfrentar sus recesiones, el extravagante mexicano se aferró a la ortodoxia monetarista como si fuera el último cruzado, en narcotizada espera de que la milagrosa «mano invisible» del tótem del «libre mercado» rescate del fondo del abismo recesivo a la economía, o que el influjo keynesiano estadounidense funcione y saque del estado comatoso a su aparato productivo y, por añadidura, arrastre el nuestro, convertido en un desarticulado fardo que se mueve desfasadamente al ritmo de aquel.

China, que combina un esotérico socialismo capitalista (de «mercado» le llaman) no esperó demasiado tiempo para actuar, una vez que sus exportaciones, el «motor» de su economía, se vieron seriamente afectadas por el derrumbe del consumo, el crecimiento y las importaciones de Estados Unidos y el resto del mundo. Su gobierno expandió el crédito, instrumentó un paquete de de apoyos fiscales por 585 mil millones de dólares y buscó diversificar sus mercados externos, entre otras medidas, para estimular el mercado interno y compensar la contracción de la demanda mundial de sus productos que llevó al cierre de miles de fábricas y dejó sin empleo a 20-30 millones de trabajadores. Los resultados fueron importantes: no sólo pudo contrarrestar su declinación económica observada entre el tercer de 2007 y el primero de 2009 (su tasa anualizada bajó de 13.4% a 6.1%). Pero a partir del segundo trimestre empieza a recuperarse su ritmo y se estima que cerró el año en 8.5%-8.9%, nivel que superaría la meta fijada de 8%. En 2007 su tasa había sido de 13.4% y en 2008 de 9%. Para el 2010 se proyecta que supere el 10%. De lograrlo, el dato de 2008 apenas representará un pequeño bache su desenfrenado crecimiento iniciado en 1977, cuya tasa media real anual hasta el 2010 será de 9.8%, tres veces más que el promedio mundial (3.1%) y que el grupo de los siete (2.3%). Lo más llamativo es que, contra lo que dice la ortodoxa económica, ni el programa anticíclico ni la dinámica económica generaron fuertes presiones inflacionarias. El nivel de los precios en 2007 había sido de 4.8%, en 2008 de 5.1%, en 2009 se estima un decremento de -0.1% y en 2010 una alza de 0.6%. Ante esos resultados, el banco central elevó los réditos de la deuda pública a tres meses por primera vez en 19 semanas, tras afirmar que su objetivo para el 2010 será regular la expansión del crédito y la liquidez y el aumento de precios. El manejo monetario pasará de una estrategia moderadamente flexible y una olítica fiscal proactiva para reforzar el crecimiento.

La disminución de su crecimiento se debió a la baja de sus exportaciones, que empezaron a desacelerarse a partir de 2004, cuando se expandieron 35.4% (593 mil millones). En 2007 aumentaron 25.8% (1 billón 219 mil millones); en 2008 en 17.2% (1.4 billones) y en 2009 decrecieron 16% (1.2 billones). Sin embargo, en diciembre empezaron a mejorar, rompiendo una racha de 13 meses de caídas. Ello, no obstante, no impidió que superara a Alemania como el mayor exportador del mundo (el valor de sus ventas externas habrían sido por 1.17 billones). Quizá Alemania ya no recupere esa posición, pues su crecimiento esperado en 2009 y 2010 es de -5.3% y 0.3%. Es probable que, si no ocurre algo extraordinario, China empezó a consolidarse como la principal potencia vendedora mundial. Entre 1948 y 2002, Estados unidos ocupó ese lugar (su participación en las exportaciones mundiales cayó 21.8% a 10.7%). En 2003-2008 fue sustituido por Alemania (9.1% y 9.1% del total). En 2006, China ocupaba el tercer lugar.

El deterioro de las exportaciones chinas se debió en gran medida a la disminución de las importaciones estadounidenses de sus mercancías, que entre septiembre de 2008 y agosto de 2009 (su tasa anual pasó de un aumento de 12.4% a un decremento de 19%). El total acumulado entre enero y noviembre de 2009 cayeron 14% (de 313 mil millones a 270 mil millones). Las importaciones chinas en el total estadounidenses equivalieron al 16% en 2008 y en 2009 al 19% (esto se debe a que las totales cayeron con mayor fuerza: 28%). En el 2000 apenas representaban el 8%. Del lado chino, sus exportaciones hacia ese país equivalieron a 24% en 2008. En 2004 había sido de 33%. El intercambio comercial entre ambos ha sido ascendentemente deficitario para Estados Unidos: en 1990 fue por 10 mil millones; en el 2008 por 264 mil millones y en 2009 quizá sea del orden de 230 mil millones. A esa situación se debe las presiones de Washington a Pekín, con objeto de que modifique su política cambiaria, devalué su moneda y abra más su mercado. Su balanza comercial arrojó un superávit por 196 mil millones de dólares, 34% con relación a 2007 (296 mil millones), cuando alcanzó su máximo histórico. A partir de 1994 su saldo (5.1 mil millones) se volvió sistemáticamente positivo y creciente, al igual que su cuenta corriente, que pasó de 7.7 mil millones a un estimado de 371 mil en esos años, aunque será 14% menor que el de 2008 (426 mil millones). Ello explica su extraordinaria acumulación de reservas internacionales, que en septiembre sumaron 2 billones 273 mil millones, las más grandes del mundo, y que se haya convertido en el mayor exportador neto de capitales. En 2008 aportó el 24.7% del total mundial.

Estados Unidos, centro promotor del neoliberalismo y epicentro del terremoto mundial, empezó a reducir sus réditos desde septiembre de 2007. La tasa real media de fondos federales cayó de 2.2% en 2007 a -1.9% en 2008 y 0.6% en 2009. Los bonos del tesoro a tres meses de 1.5 a -2.4 y 06%, respectivamente, hecho que, no obstante, no desalentó su compra masiva, sobre todo del exterior, lo que contribuyó a facilitar el financiamiento de sus ambiciosos programas de apoyo a la economía: un billón de dólares en 2008, equivalente a 7% del PIB anual (157 mil millones en estímulos en febrero y 150 mil millones en deducciones fiscales, más 700 mil millones para el rescate financiero, en octubre), y otros 787 mil millones adicionales en febrero de 2009, 5.7% del PIB, para la recuperación y reconversión económica. Casi 1.8 billones en total. No dudó tampoco en ampliar gasto real del gobierno federal, incluyendo el keynesianismo militar, aún cuando los ingresos fiscales se desplomaron. El primero había aumentado 1.9%, en 2007; en 2008 lo hizo en 10.2% y en 2009 en 38.7%; respecto del PIB pasó de 16.7% a 17.6% y 24.4%. Los ingresos totales, que crecieron 7.5% en 2007, se contrajeron -3.5% y -19.5% en 2008 y 2009. Ese desajuste elevó astronómicamente el déficit fiscal presupuestal: de 342 mil millones a un billón y 2 billones en los años de referencia; 2.5%, 4.5% 13.9% del PIB. Para el 2010 se espera que sea por 1.4 billones, 9.5% del PIB. La deuda pública total aumentó de 9.2 billones a 10.7 billones y 12.1 billones (hasta noviembre). Esa estrategia contingente atemperó hacia finales de 2009 la recesión iniciado un año, aún cuando sus síntomas críticos no han desaparecido, la reactivación es incierta y existe el riesgo de nuevas recaídas, situación compartida por el resto del mundo. En 2007 esa economía creció 2.1%, en 2008 en 0.4% y -2.7% en 2009. Para este año se estima que crecería sólo 1.5%. La tasa de desempleo abierto pasó de 4.9% a 10% entre diciembre de 2007 y nombre de 2009, 104% más; de 7.5 millones de personas a 15.4 millones. Para el 2010 se estima que permanecerá por arriba del 10%.

México, en cambio, pagó dramáticamente las consecuencias de un gobierno que, primero, fue incapaz de percibir la catástrofe mundial que se avecinaba y que ya era más que evidente a mediados de 2008, en especial en su «socio» estadounidense. Luego porque se paralizó, actúo como si no pasara nada y quiso ocultar la calcinante realidad con un dedo, por medio de estrafalarios discursos optimistas. En octubre de ese año, cuando el país se deslizaba precipitadamente hacia el precipicio, con la arrogancia de un ignorante o de un demagogo, Felipe Calderón exaltaba la onírica fortaleza financiera de la economía. La consideraba como una ínsula ajena al desastre externo, y declaraba que «somos el único país del mundo donde nadie tendrá que apretarse el cinturón… no será necesario pedir sacrificios a los mexicanos como consecuencia de la convulsión financiera… [se] enfrentará la coyuntura con más gastos en infraestructura»; Después porque diagnosticó equivocadamente las causas de la recesión internacional, su magnitud, su eventual duración y sus efectos para México, además de que instrumentó un programa contingente a destiempo, de escasa duración y financieramente limitado, porque supuso que la crisis sería suave y de corta duración, además de que la cuantía erogada estaría condicionada a su pánico de que el déficit fiscal se alejara del mito neoliberal del balance cero.

La flexibilización de la política monetaria fue tardía. Antes que preocuparse por la economía que se despeñaba hacia la recesión -en el segundo trimestre de 2008 creció 2.9%, en el tercero 1.7% y en el cuarto -1.6%- y el creciente desempleo, la atención del banco central se concentró en la inflación, el desorden de los mercados financieros internos y externos, la brusca contracción en la entrada de recursos por la cuenta de capitales -endeudamiento, emisiones de papeles en el extranjero e inversión extranjera directa (IED) y de cartera, entre la segunda mitad de 2008 y la primera de 2009-, los ataques especulativos en contra de la moneda -la paridad nominal se devaluó se depreció 46% entre agosto de 2008 y marzo de 2009- y la fuga de capitales, el apoyo a las empresas con problemas financieros y la pérdida de reservas internacionales -casi 30 mil millones de dólares durante la crisis-. Para tratar de estabilizar los mercados financieros, elevó los réditos. La tasa nominal media de fondeo interbancario a un día subió cuatro veces; entre junio y diciembre de 2008 pasó de 7.25 a 8.25% en de 2008, presionando a la alza a los demás intereses. La medida fue procíclica al premiar la inversión financiera sobre la productiva, con sus efectos perniciosos sobre el costo del crédito, el consumo, la solvencia de los deudores y la economía en general.

Esa disposición es económicamente insensata cuando una nación se desfonda. Es como apagar el fuego con gasolina. Pero es lógica cuando se apega a la biblia monetarista. Tal comportamiento es una manifestación de al menos dos circunstancias, producto de las reformas financieras neoliberales. Una está asociada a la autonomía otorgada al banco central en 1994. En su nueva ley orgánica no se le exige una política monetaria armoniosa con el crecimiento, el nivel de la inflación, de la paridad y el equilibrio de las cuentas externas. Su compromiso se redujo a alcanzar la estabilidad de los precios y la defensa del valor de la moneda. Para alcanzar un nivel de precios similar a la de Estados Unidos, ha usado dos instrumentos: a) los altos intereses reales para ajustar el ritmo de expansión del consumo, la inversión y el crecimiento con la meta anual de la inflación. Es decir, con su represión; b) el atraso o sobrevaluación cambiaria. En dos sentidos, la política cambiaria es usada como «ancla» o control de la inflación: para moderar sus expectativas al determinarse un precio estable de la moneda y un nivel de precios, objetivos férreamente perseguidos; y para limitar el alza de los precios internos. Una tipo de cambio estable o revaluado, sumado a la desgravación arancelaria (la apertura comercial), reduciría el precio de las importaciones que se convertirían en «techo» en los aumentos de las cotizaciones internas. La paridad, la liquidez de la economía y el ajuste de la balanza de pagos estarían determinados por las divisas que ingresaran por la cuenta de capitales no por la corriente (saldo de comercio de bienes y servicios), cuyo déficit dejó de tener importancia. Los altos réditos internos, al menos tres veces más comparados a los externos, y la eliminación de las regulaciones a los flujos de divisas (especulativos y la IED) atraerían capitales o intentarían retenerlos. También regularían la liquidez que generarían (esterilización parcial o total). La acumulación o pérdida de las reservas internacionales es la expresión de esa manera de operar. Con ellas se financiaría el déficit corriente y se sostendría la estabilidad cambiaria. Por desgracia, esa política encareció el costo del dinero requerido por la inversión productiva. Bajo ese esquema, los productores sólo tienen tres opciones: reducir sus costos de producción y precios de venta para mejorar su productividad y competir exitosamente, cambiar de actividad, desaparecer del mercado, vender o quebrar. Deliberadamente el banco central ha confundido la estabilidad de precios con la macroeconómica. La reducción de la inflación, temporal, ha sido a costa del estancamiento económico, la destrucción de parte del aparato productivo, la sobrevaluación y el desequilibrio externo que contribuyó al colapso de 1994-1995. En 2008 el banco central elevó los réditos para tratar de evitar una estampida de capitales y contener los efectos inflacionarios de la devaluación citada previamente. Nada le importó que favoreciera a acelerar y profundizar la recesión.

Otro hecho es la pérdida de la soberanía monetaria y cambiaria. Con la apertura externa de la cuenta de capitales, los intereses (bajos, subsidiados y sectorialmente selectivos) ya no están relacionados con las necesidades de estimular el crecimiento, sino para atraer/retener capitales y regular la liquidez asociada a sus movimientos. La paridad dejó de ser un instrumento para inhibir la especulación cambiaria (cambios súbitos desfavorables para los especuladores), ajustar las cuentas externas y apoyar al crecimiento (alto nivel de la moneda para desalentar las importaciones y fomentar las exportaciones).

Sólo a partir enero de 2009 el banco central empezó a reducir la tasa de fondeo, estabilizándola en 4.5% entre el 17 y julio y diciembre. En términos reales, en promedio, de abril a diciembre, es negativa en 0.2%. Sin embargo, los primeros efectos contracíclicos esperados sobre la demanda de dinero, el consumo, la inversión, los usuarios del crédito, insolventes o con problemas de pagos, suelen manifestarse, optimistamente, de 2 a 4 meses, y hasta un año o más para que se generalicen. Ello dependerá la situación económica y sus expectativas. También del comportamiento del sistema financiero, en especial el bancario, y aquí se complicó aún más la política monetaria. Porque con la desregulación neoliberal bancaria, de sus operaciones activas y pasivas, su reprivatización y transnacionalización, perdió su capacidad para influir en el nivel de los réditos y el destino del crédito. Los intereses reales del banco central cayeron a cero por ciento. Las pasivas, las pagadas a los ahorradores se volvieron negativas o positivamente marginales, como deseaba la autoridad monetaria. Con ese rendimiento ínfimo o la pérdida del ahorro por la inflación, pensaba obligarlos a gastarlos. Pero las tasas activas bancarias, el costo del crédito, varias veces mayor al internacional, no cambio significativamente. Los diferenciales entre las tasas activas y pasivas (margen financiero) ampliaron las ganancias bancarias que compensaron la caída del crédito y el aumento de las carteras vencidas, concentrada en el consumo (tarjetas de crédito, bienes de consumo duradero y vivienda). El crédito real al sector privado se ha contraído durante 27 meses consecutivos, entre de octubre de 2007 y noviembre de 2009. En 2007 aumentó 27%, en 2008 sólo 5% y hasta noviembre de 2009 se contrajo 7%. Desde abril es negativo.

Ante las limitaciones inherentes a la política monetaria contracíclica, lo más aconsejable es uso de la fiscal, la ampliación del gasto público, cuyos efectos son más rápidos, sobre todo si no se escatima el presupuesto. Desdichadamente, en este ámbito el ejecutivo y el legislativo también fueron mezquinos y contradictorios. En marzo de 2008, con fanfarrias, pregonaron un programa de egresos público, adicional en 60 mil millones de pesos al presupuesto original, equivalente al 0.3% del PIB. Paradójicamente, es medida fue acompañada con un nuevo impuesto (el IETU) y cambios en la estructura del impuesto sobre la renta que elevaron n los gravámenes, principalmente a la llamada «clase media», que afectó negativamente su ingresos netos y, por añadidura, el consumo privado. Tan ridícula fue la ampliación del gasto que nada pudo hacer para evitar que la economía entrara en recesión en el último trimestre del año (-1.6%). La tasa media anual del PIB fue de 3.3% en 2007 y de 1.4% en 2008. La meta original para el último año fue de 3.7% y luego fue reducida a 2.8%. El gasto real programable del gobierno federal (excluye los costos financieros) aumentó en esos años en 15% y 10%. Contra viento y marea prevaleció la meta del balance fiscal no se modificó significativamente: en 2007 se obtuvo un superávit corriente por 3.3 mil millones de pesos, 0.0% del PIB; en 2008 un déficit por 11.7 mil millones, 0.1% del PIB. Ante el acelerado desplome económico, en octubre se diseñó otro paquete de gasto complementario anticrisis por 90 mil millones de pesos (alrededor de 7.8 mil millones de dólares con la paridad estimada), equivalente al 0.7% del PIB, sin considerar otras líneas de financiamientos ni reasignaciones presupuestales, el cual entraría en operación hasta el 2009. Pero ante la caída generalizada de los ingresos públicos, en mayo de 2009 se anunció un recorte en el gasto por 35 mil millones y en julo otro más por 50 mil millones, 85 mil en total que virtualmente anuló los egresos adicionales. Así, el gasto real del gobierno federal promedio pasó de un aumento de 20% en el primer trimestre del año, con relación al mismo lapso de 2008, en el segundo apenas subió 3.5% y en el tercero decreció 12%. El déficit fiscal nominal será por 218 mil millones, alrededor de 1.5-2% del PIB, como consecuencia de un desplome de los ingresos y la reducción del gasto ejercido. El perfil fiscal anticíclico se volvió procíclico. El ajuste en el gasto se llevó a cabo justo cuando la economía se hundía en lo más profundo de la recesión, ¡ante el temor de la pérdida del equilibrio fiscal. Prefirió salvar las finanzas públicas, a costa de la economía y la sociedad. Fue como colgarle plomo en el cuello a la economía que en los tres meses transcurridos del año se contrajo en 7.9%, 10.1%y 6.2%. En términos anuales, la caída estrepitosa de la economía será del orden de 8%, la peor recesión desde 1932 cuando cayó en 14%. También fue la más desastrosa de América Latina y del mundo. México dejó de ser comparado a países más importantes de América latina, como Brasil, Argentina o Chile. Ahora se coteja con los más humildes de la región como Haití. Por si no fuera suficiente, para el 2010 se diseñó un programa nítidamente procíclico. El gasto programable real del sector público presupuestario se reducirá 0.4%, mezclado con un aplastante aumento de impuestos directos e indirectos, que no afectará a la oligarquía ni las prebendas de la elite política, y de precios de precios de bienes y servicios públicos que afectarán el 30-35% del ingreso personal, con 0.7% del PIB. En plena crisis, el gobierno se ha comportado como un obstinado monetarista, un fundamentalista fiel a sus principios. En lugar de fortalecer al mercado interno, ha preferido esperar que la reanimación estadounidense estimule a la economía mexicana, pese a que la desproporcionada crisis se debe en gran medida a dicha dependencia estructural.

El ejecutivo, el legislativo y las elites empresariales se han comportado como los «modernos» Huitzilopochtli, el dios de la guerra de los mexicas, al que les ofrecían sacrificios humanos. Dícese que cuatro sacerdotes sostenían al cautivo de cada extremidad y un quinto le hacia una incisión con un afilado cuchillo de obsidiana y extraía el corazón. El rehén estaba completamente cubierto de gris -quizá de ceniza-, el color de la inmolación y, quizá, drogado, pues los gritos se consideraban de mal gusto en ritual del sacrificio. Así han ofrendado a las mayorías, en nombre del equilibrio fiscal, los privilegios del bloque dominante, la competitividad y la acumulación de capital.

Los costos sociales del colapso de 2008-2009

Si el 2008-2009 fue catastrófico para las mayorías, debido a la peor recesión registrada desde 1932, y la apatía oficial por instrumentar un efectivo plan anticíclico que atenuara sus efectos, el 2010 será de tierra arrasada, porque el gobierno de Felipe Calderón, representante de la derecha clerical, la oligarquía y la mayoría legislativa de los partidos del PRI, el PAN, el «verde» ecologista y de nueva alianza, las sacrificarán una vez más. La política económica diseñada para el año es la continuación del genocidio económico asociado a la guerra de clases declarada por las elites contra el pueblo, desde 1983, cuando impusieron el actualmente colapsado proyecto neoliberal. Será un año sombrío y crítico, caracterizado por la intensificación del saqueo de los bolsillos de la población, a través del desaforado cúmulo de impuestos recetados, la inflación, la pérdida del poder adquisitivo de los salarios, la falta de empleos y el intento por legalizar el desmantelamiento de las leyes laborales que, de facto, el gobierno y los empresarios aplican desde hace tiempo, según las directrices de la «flexibilidad» del mercado de trabajo enseñadas por los chicago boy de Chile, en los años setenta del siglo XX, durante la sangrienta dictadura militar.

Si alguien se atreve a protestar ante la creciente pobreza y miseria que ha sido condenado, las elites utilizarán el garrote policiaco-militar que se pasea impunemente y como bestia enfurecida por las calles del país, desde que sustituyeron el estado de derecho por el estado de excepción, en 2006. La tiránica «mano invisible» del «mercado libre» de la dictadura neoliberal y la mano autoritaria del sistema político se cierran con mayor fuerza sobre el cuello de las mayorías.

Un programa económico con sentido social, es decir, anti neoliberal, implicaría la creación de empleos formales y dignos, el reforzamiento del poder adquisitivo de los salarios, la mejor distribución del ingreso, el bienestar. En 1922, Henry Ford, ¡nada menos!, apoyaba los salarios altos para «forzar» el consumo. Decía que «nuestro propio éxito depende en parte de los salarios que paguemos. Si repartimos mucho dinero, este se gasta [y] se traduce en el aumento de la demanda [de nuestros automóviles]. [La disminución del empleo y el ingreso] reduce el poder adquisitivo de los asalariados y estrecha el mercado interior». Ante la gran recesión de los años treinta del siglo XX, Keynes propuso como medidas contra cíclicas la vigorosa expansión del consumo (más empleos y salarios) y de la inversión pública. En 1931 calificaba a la política inglesa como «digna de la cordura de un asilo de alienados», porque al reducir el poder de compra de los ciudadanos, junto con el desempleo, se afectaban los ingresos fiscales, las rentas y las ganancias. Keynes sólo deseaba para salvar al capitalismo ante el fracaso de los economistas neoclásicos y el «mercado libre», En su obra ¿Soy un radical?, de 1925, dijo: «no puedo permanecer insensible a lo que creo que es la injusticia y el sentido común; pero la lucha de clases me hallará del lado de la burguesía ilustrada».

En Brasil, Lula aumentó el salario mínimo en 9.68% para 2010, 49%-115% por encima de la inflación esperada (4.5%-6.5%). Con esa alza espera que el consumo funcione como un instrumento contracíclico, que estimule el mercado interno y reduzca la desigualdad en los ingresos. En Argentina se ha privilegiado el aumento de los salarios reales, la reactivación productiva y la generación de empleos formales.

En México nuestras zafias elites, burguesía y la elite gubernamental optaron por la «política digna de la cordura de un asilo de alienados». Versados en el fundamentalismo neoliberal se inclinaron por reforzar la ley de hierro de los salarios vigente desde 1983 y propuesta por el dinosaurio economista inglés David Ricardo (1777-1823): la máxima explotación del trabajador para obtener la mayor tasa de ganancia, pagándole un salario limitado a lo estrictamente necesario, un límite mínimo para sólo pueda subsistir sin morirse de hambre. Hacienda proyectó una inflación anual de 3.3% para 2010. El salario mínimo, el «piso» de referencia de las otras categorías, subió de 53.19 a 55.77 pesos diarios, en promedio nacional, 4.85% más, 2.58 pesos más, por lo que se ubicaría en 47% por arriba de la inflación esperada. Pero la cascada de aumentos en los precios de bienes y servicios administrados (gasolina, diesel, gas, electricidad, transporte del metro, tren ligero) y los impuestos, el predial, la tenencia, el costo de las licencias, la verificación de vehículos) obligó al banco central a reconocer que la inflación superará el 5% (El Universal, 01/01/2010), lo que deteriorará aún más el poder de compra de los salarios y el nivel de vida de la población.

En el pecado llevarán la penitencia: el consumo se deprimirá y afectará las ventas, las ganancias y la recaudación fiscal. El aumento salarial no fue libremente negociado con los trabajadores, debilitados por la grave crisis, el desempleo y el temor al mismo. Fue impuesto autoritariamente por Calderón, los empresarios y los matones capos del sindicalismo corporativo, por una política de estado dirigida por el troglodita Javier Lozano, secretario del trabajo, que reprime a los trabajadores peor que a los delincuentes. Dos ejemplos prototípicos ejemplifican la brutalidad de la política de estado violadora de la Constitución. Una es el caso de los trabajadores mineros, a cuyo líder, golpeador del sistema y de los trabajadores del ramo para someterlos a los intereses empresariales, obligó a refugiarse en Canadá, con el objeto de facilitar la entrega de los recursos nacionales a los capitales extranjeros, principalmente canadienses. Otros son los más de 40 mil electricistas en activo y jubilados -cuyo sindicato se caracterizó por su postura progresista- que condenó a un futuro incierto al despedirlos en masa, violando la legalidad, en aras de elevar los precios a los consumidores y reducirles los subsidios fiscales, como parte de la estrategia privatizadora de la industria y las telecomunicaciones.

La política anti salarial del gobierno es deliberada. Con la pérdida programada del poder de compra de los ingresos de los trabajadores se busca reducir el consumo para abatir la inflación, los costos de las empresas, para puedan elevar su productividad, competitividad y rentabilidad, el gasto público real destinado al pago de los empleados que no son funcionarios y atraer la inversión extranjera directa. El genocidio económico, el hambre, la pobreza y la miseria de las mayorías constituyen las bases del neoliberalismo, de las grandes fortunas y el ajuste fiscal.

En el primer trienio del gobierno calderonista el alza salarial fue subordinado a la inflación esperada, pero la alcanzada fue superior cada año, por lo que el poder de compra del salario mínimo acumuló una pérdida de 2%, medida por el índice general de precios, o de 4.6% si se considera la canasta básica. Los salarios contractuales retrocedieron 1.7% y 4.6%. En 2006 el salario mínimo real había se había contraído 76.6% respecto de su máximo histórico de 1976; en 2009 a 77%. El 13% de las personas ocupadas (5.9 millones de 43.9 millones) sobrevive misteriosamente con ese ingreso, al igual que el 9% de los trabajadores subordinados (5.6 millones de 20.6 millones). El poder de compra de los salarios contractuales respecto del índice general se desplomó en 56.1% y 56.8%, de su máximo histórico de 1987; a 57.4% y 59.1% en el caso de la canasta básica El Centro de Análisis Multidisciplinario de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México, que elabora una canasta alimenticia recomendable (consumo diario de una familia integrada por cinco personas, dos adultos, un joven y dos niños), estima que la pérdida del salario mínimo fue de más de 7% en 2009, más de 37% con el calderonismo y de 84.2% desde 1982. Ellos calculan el precio de tal canasta en 145-160 pesos diarios. (El Universal, 02/01/2010)

En su voracidad, las elites no esperaron el inicio del 2010 para lanzarse como una atropellada manada de hienas hambrientas sobre los menguados ingresos de la población. Los hombres de presa inauguraron el saqueo con el alza de algunos precios (cervezas, cigarros, tortillas, entre otros), seguidos por los calderonistas (gasolinas), ante la supuesta extrañeza de los congresistas priístas, que se desgarraron las vestiduras. Los panistas fueron consecuentes con su postura antisocial: justificaron las alzas porque, como siervos de su caudillo gobernante, Calderón, las habían aprobado, junto con la mayoría legislativa. Les dio lo mismo la premura. Los priístas hicieron gala de su cinismo y del desprecio que les merece la sociedad, antes de irse a descansar, después de las innumerables puñaladas a la población. Esos aumentos, junto con el del gas y el transporte del metro y tren Ligero, ya devoraron los 2.58 pesos adicionales en el salario. Ese fue el preludio de la rapiña que se avecina. E l alza generalizada de precios que seguirá y los impuestos desfondarán el poder real de compra de los salarios.

Las elites escaparán y se beneficiarán del pillaje legalizado, porque no serán tocados en sus ganancias y privilegios presupuestales. La austeridad en el gasto público no es para la elite política. Sus mayores tributos serán pagados con nuestros impuestos y sus insultantes ingresos serán iguales antes y después del pago de sus gravámenes. Sus demás prebendas no fueron manoseadas. Los empresarios, sobre todo la oligarquía, no resentirán los estragos de los nuevos impuestos y el alza de las tarifas de los bienes y servicios públicos, porque los eludirán, evadirán, deducirán o los trasladarán hacia la población con el aumento de sus precios. La inflación, especulativa y por costos, constituye un excelso mecanismo para compensarlos y elevar sus beneficios, en reemplazo de la baja demanda. Durante varios meses se observará una pugna por la recomposición de la tasa de ganancia en la economía. Las grandes empresas y las «formadoras de precios», públicas y privadas, en su mayoría transnacionales, liderarán la inflación en contra de los demás productores y los consumidores. Las pequeñas y medianas empresas ajustarán sus precios al proceso inflacionario. Algunas desaparecerán.

La población se verá obligada a recomponer y reducir su consumo, en proporción al aumento de impuestos directos e indirectos aprobados (el IVA de 15% a 16%, a la renta, de 28% a 30%, a los depósitos en efectivo (IDE), de 2% a 3%, el 3% a los servicios de telecomunicaciones, el 26.5% a la cerveza, el 30% a juegos y sorteos, 80 centavos más al tabaco en 2010-2011 y otros 40 centavos en 2012), la inflación y el recorte de subsidios. La pérdida en el poder de compra de 70 millones de personas, pobres y miserables, será la ganancia tributaria del estado y de las utilidades empresariales. El deterioro en 2010 será el peor durante el calderonismo y en 11 años.

El menor consumo, la austeridad fiscal y la restricción monetaria serán procíclicos, retrasarán la reactivación, la harán más lenta. El banco central estima que se crearán 300-400 mil nuevos empleos. Entre octubre de 2008 y noviembre de 2009 se perdieron 417 mil plazas permanentes. El desempleo abierto pasó de 1.6 millones a 2.9 millones; las personas que dejaron de buscar un empleo por considerar que no lo encontrarían de 4.8 millones a 5.4 millones; los informales de 12.1 millones a 12.4 millones. De los 2.1 millones de personas que han emigrado con el calderonismo sólo regresaron 1.3 millones: 780.8 mil se quedaron fuera, 23.4 mil por mes. Por la recesión 1.5 millones de personas buscaron empleo por primera vez y no lo encontraron. En 2010 ocurrirá lo mismo con otro millón más. La delincuencia, la descomposición sociopolítica y el descontento se verán reforzados.

El sistema capitalista muestra su violenta esencia parasitaria. Sólo puede alimentarse y vivir dañando al organismo social que depreda. Pero ya ha afectado las condiciones que garantizan su prosperidad, lo que obligará a definir la supervivencia entre el huésped o el anfitrión. La sociedad adquirirá su conciencia de clase y el imperativo del cambio por cualquier medio.



[1] Notas:

[1] Alan Greenspan, «Testimonio ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos», en: Pensamiento Iberoamericano, Madrid, núm. 27, enero-junio, 1995, pp. 163-169. (http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/08149517733792717532268/207190_0040.pdf)

[2] John Williamson, El cambio en las políticas económicas de América Latina, Ed. Gernika, México, 1990; «Lo que Washington quiere decir cuando se refiere a reformas de las políticas económicas», en: Manuel Guitián y Joaquim Muns (dirs.), La cultura de la estabilidad y el consenso de Washington, La Caixa, Barcelona, 1999.

[3] Paul krugman, «Los tulipanes holandeses y los mercados emergentes», en Guitián y Muns, obra citada.

[4] Adam Przeworki, Democracia y mercado», Cambridge University Press, Gran Bretaña, 1991. La expresión de «píldora amarga» después fue llamada como la «doctrina del shock» por Noami Klein, siguiendo el sentido de las «recomendaciones» terapéuticas de Milton Friedman, en su obra, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Ed. Paidós, Barcelona, 1997.

[5] Ricardo Ffrench-Davis, «América latina frente a la internacional monetarista», en: Nueva Sociedad, núm. 96, julio-agosto, 1988.

[6] Paul Krugman, «¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?», El País, Madrid, 13/09/2009. (http://www.elpais.com/articulo/primer/plano/pudieron/equivocarse/economistas/elpepueconeg/20090913elpneglse_4/Tes)