Leyendo el último artículo de Ezequiel Meler, «El país que viene» (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=85820), me puse a reflexionar sobre algunas cuestiones, primero, del país que tenemos para poder entender el país que viene. El kirchnerismo como movimiento político es algo que nunca antes hemos visto en este país. Vemamos. Nace del aparato duhaldista en las elecciones presidenciales […]
Leyendo el último artículo de Ezequiel Meler, «El país que viene» (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=85820), me puse a reflexionar sobre algunas cuestiones, primero, del país que tenemos para poder entender el país que viene.
El kirchnerismo como movimiento político es algo que nunca antes hemos visto en este país. Vemamos.
Nace del aparato duhaldista en las elecciones presidenciales del 2002 con un apoyo popular inexistente. El pueblo argentino no apoyaba a Néstor Kirchner, sino que rechazaba al ex presidente Menem. Toma el poder con menos del 22% de los sufragios y un discurso antimenemista esencialmente.
Fue discursivamente hábil. Supo utilizar y canalizar el descontento popular de las políticas neoliberales de los años 90. Tuvo la brillantez de poner en el centro de la discusión dos cuestiones esenciales de la política argentina: los derechos humanos y el FMI.
Pero en realidad, todo fue retórica. Es el gobierno que mayor cantidad de dinero desembolsó para pagar una deuda probadamente ilegal y el endeudamiento sigue en aumento, siempre a costillas de las necesidades de pueblo argentino.
Los genocidas siguen libres, y los escasos que están «presos» es en cárceles de lujo o bajo arresto domiciliario sin ningún tipo de control real de confinamiento.
Paradójicamente bajo el «gobierno de los derechos humanos» se produjo la primera desaparición en democracia y seguimos esperando que aparezcan los culpables.
Claro que siempre hablando de derecho humanos mirando hacia el pasado. Mientras tanto, el «gobierno popular» sigue ignorando lo popular, los derechos humanos que le son negados a las personas como alimento, salud y educación entre otras cosas. Argentina sigue siendo parte de esa América más desigual del mundo en constante aumento. Pobreza, indigencia, desnutrición, mortalidad infantil son mayores que en el menemato que con tanto ahínco han criticado y del que en realidad han sido partícipes, especialmente con la política de privatización de los hidrocarburos.
Hablan como izquierda y actúan como derecha. Siempre en discurso enardecedor contra la oligarquía y los grandes poderes en pos del pueblo y la redistribución de la riqueza.
Pero saliendo de lo discursivo, esas oligarquías siguen siendo intocables al igual que los grandes poderes económicos, mientras que no existe redistribución de riqueza. La brecha entre los que más y los que menos ganan sigue en aumento.
Han destruido uno de los entes más independientes del país y con reconocimiento a nivel internacional como es el INDEC, que hoy publica cifras dignas del mejor libro de ciencia ficción sobre desempleo, pobreza, indigencia, inflación y trabajo en negro.
La cooptación de la mayor asociación gremial del país apoyando y dando poder a un personaje mafioso como Moyano para sus propios intereses, y por otro lado negando la personería jurídica a la CTA.
La supuesta re-estatización de Aerolíneas Argentinas que en realidad sigue regentada por el grupo Marsanz. La política oficial en minería, vetando la presidente Fernández de Kirchner la ley de glaciares en pos de los intereses de las mayores transnacionales interesadas en la explotación de nuestras riquezas destruyendo el ecosistema y enormes reservas de agua dulce.
Teniendo como principal socio el en su momento vicepresidente kircherista y hoy gobernador de la provincia de Buenos Aires salido de las filas del menemismo, que hoy levanta orgulloso las banderas del gobierno popular mientras es cada vez mayor el hacinamiento en villas miseria en constante crecimiento.
Sin una política económica real, y en reemplazo de ésta lo único que hacen es mantener una diferencia cambiaria alta y en aumento con el único fin de obtener divisa de retenciones sojeras para seguir pagando deuda y multiplicar el clientelismo político a través de diferentes planes sociales que ni siquiera alcanzan para que una familia tipo pueda alimentarse durante una semana.
Mientras tanto la salud y la educación públicas siguen en vertiginosa picada, y sus contrapartidas privadas son impagables. Los servicios y alimentos en constante aumento y sin ningún tipo de regulación.
El transporte público manejado por empresas privadas es peor que nunca mientras el kirchnerismo sigue aumentándole los subsidios salidos de erario público.
Desmantelando una corte suprema menemista para formar otra kirchnerista.
Favoreciendo a grandes capitalistas y grupos financieros en la acumulación de tierras para la siembra de soja transgénica en detrimento de los pequeños productores y pueblos autóctonos, y también permitiendo y abalando el monopolio de los grandes medios. Dos sectores que le hicieron la guerra cuando el kircherismo necesitaba la retribución del favor con la aplicación de la 125. Y al no poder prosperar con esto, cual manotazo de ahogado recurrieron a los fondos de jubilación privada no pensando en el futuro de los trabajadores sino en la necesidad de tapar baches monetarios y seguir publicando ficticios números de superávit fiscal.
Y a pesar de todo esto, muchos que no pueden ver más allá de lo discursivo, y otros que miran sólo el espectro político que difunden los grandes medios, ven al kirchnerismo como un movimiento preocupado por la justicia y la equidad social. Quizás muchos los vean como el «mal menor», un gran error del que nació justamente el kircherismo en la puja contra el menemismo en el 2002.
Pero esto es sólo una falacia. No hay males mayores o menores. Hay males. Y esto es lo que tenemos que corregir los argentinos como pueblo y contra esto debemos luchar.
En esencia no hay diferencia entre un Kircher, un Macri, un De Narváez o una Carrió. Con un discurso u otro. Con una modalidad u otra todos responden a los mismo intereses, que justamente son los contrarios o los populares. El pueblo tiene una serie de necesidades cada vez mayores que no son respondidas por ninguno de los movimientos encabezados por estas personas.
La mayor conquista del kirchnerismo como movimiento político sea quizás su mayor derrota. Es lo que lo diferencia de todos los movimientos anteriores. La capacidad de cooptar sectores históricamente anti-oficialistas. Sectores progresistas y de izquierda quebrantados, divididos y ante la falta de una brújula que les marque un norte, se han enfilado detrás del kirchnerismo obnubilados por su falaz discurso, por la necesidad de mantener una esperanza que no pudieron canalizar en otros movimientos.
Ayer fue su gloria, fue lo que los mantuvo en el poder. Hoy quizás sea su derrota.
A diferencia de otras partes de Latinoamérica, donde quizás por conciencia política, necesidad o experiencias anteriores se están dando giros hacia la izquierda, Argentina prevalecerá en su camino de derecha y extrema derecha. El kircherismo como movimiento no supo dar respuestas ni a un lado ni al otro. No quiso cumplir sus promesas al progresismo ni a la izquierda perdiendo una base social importante, y justamente ese discurso es el que le hizo perder la simpatía de la derecha nostálgica del menemismo que mira con mejores ojos a Macri y a De Narváez.
Y esta situación es la que ha generado la necesidad del kirchnerismo de adelantar las elecciones. Mientras más tiempo pasa, mayor apoyo pierden. Están publicando números y estadísticas que ni mintiendo pueden mantenerlas. La crisis internacional no nos es ajena, y los coletazos los veremos después de las elecciones. Contracción de la industria, despidos a mansalva, tarifazos, inflación, etc. El kirchnerismo no puede permitir esto sin asegurarse el poder.
Sin un cambio real de política social y económica es inevitable. Y ese cambio no lo veremos bajo el kirchnerismo ni ningún otro movimiento de derecha.
Es hora que Argentina tome conciencia de su realidad y empezar a mirar al norte real. Al norte latinoamericano, a Venezuela, Bolivia y Ecuador. A la unión social y latinoamericana.