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Frente a la visita de Francisco Labastida (PRI) a la máxima casa de estudios de México

El papel de la UNAM en los tiempos por venir

Fuentes: Rebelión

Hace unas semanas, el 9 de marzo, Francisco Labastida Ochoa visitó la Facultad de Economía para presentar la propuesta de reforma hacendaria del PRI, invitado por un consejero técnico miembro de los grupos políticos que controlan esa escuela desde hace muchos años. El auditorio, como se acostumbra en este tipo de eventos, se llenó de […]

Hace unas semanas, el 9 de marzo, Francisco Labastida Ochoa visitó la Facultad de Economía para presentar la propuesta de reforma hacendaria del PRI, invitado por un consejero técnico miembro de los grupos políticos que controlan esa escuela desde hace muchos años. El auditorio, como se acostumbra en este tipo de eventos, se llenó de funcionarios y personal de confianza, mucha gente venida de diferentes estados del interior del país, estudiantes becados que fueron citados (por no decir acarreados) ahí mismo para una «entrega de premios académicos», y algunos alumnos de Economía.

En ese contexto, un grupo de estudiantes, profesores y trabajadores de la Facultad se hicieron presentes y protestaron por la presencia del Senador en la UNAM, el mismo que creó a la PFP en 1999, cuerpo policiaco-militar que semanas después asaltaría la Universidad y encarcelaría a más de mil estudiantes huelguistas; el mismo que «desvió» más de 500 millones de pesos de PEMEX (vía el sindicato charro) para su campaña presidencial del año 2000; y entre muchos otros atropellos más, es el actual presidente de la comisión de energía del Senado, desde donde se impulsó la liquidación de Luz y Fuerza del Centro para su privatización, y se amarraron los contratos incentivados de PEMEX, para permitir que empresas trasnacionales puedan apropiarse de pozos maduros de petróleo de nuestro país.

El siempre impositor, corrupto y entreguista Labastida, llamó «intolerantes» a los que protestaban, dijo que «no representan a toda la UNAM», y entre los gritos de «¡el PRI y Labastida, la misma porquería!» de los universitarios rebeldes, así como muestras de apoyo venidas de la masa de funcionarios y acarreados, el senador salió del auditorio Narciso Bassols. De inmediato el director Leonardo Lomelí amenazó con sanciones y expulsiones a los que provocaron la «salida obligada de Labastida», y así comenzó un debate que es necesario dar entre la comunidad universitaria, sobre todo por los álgidos tiempos políticos que se vienen.

En su editorial del 17 de marzo, Ricardo Alemán, articulista de El Universal, externó una joya de argumentos: que lo ocurrido contra Labastida fue «una grosería» y una «falta de civismo», a manos de una «tribu de radicales» que están al servicio de un «mesías tropical». Carlos Marín, en su editorial de ese mismo día en Milenio Diario, fue aun más lejos: llama «ignorantes» y «calumniadores» a los alumnos por afirmar que el legislador se robó dinero de PEMEX para su campaña, y remata afirmando que los gritones y protestones universitarios son hoy unos «bisoños linchadores», que serán «fascistas titulados» del mañana. Otro editorialista de El Universal, Guillermo Sheridan, el 15 de marzo llamó a defender a la UNAM de la «talibanización» promovida por los «intolerantes», y exige airadamente a las autoridades que haya sanciones en su contra. La misma suerte de periodicazos y motes de «talibanes intolerantes», tuvieron los estudiantes de Ciencias Políticas y Sociales que, frente a la visita del ex-dirigente nacional del PAN, miembro del grupo fascista «El Yunque» y presidente de la ultraconservadora Organización Democrata-Cristiana de América (ODCA), Manuel Espino, protestaron y exigieron su salida de esa Facultad, apenas unos días después de lo ocurrido con Labastida en Economía.

Más que argumentos, los editorialistas, atendiendo a su adolorido sentimiento de clase, usan lugares comunes: llaman a impedir la «intolerancia», a defender la «libertad de expresión» y promover el «respeto y el civismo», intentando tocar la sensibilidad democrática que tienen los universitarios, pero en el fondo cerrando filas para ganar terreno y permitir que la clase política pueda hacer de las suyas, sin que nadie se atreva a resongar; con la importancia que eso tiene en los tiempos electorales que se avecinan. Falta año y medio para la grande, pero ya todos están moviendo sus piezas.

La discusión aquí, por más que el aparato del poder dentro y fuera de la UNAM pretendan desviarla, no es el derecho a la expresión, ni el respeto, la tolerancia o el civismo. Se trata de la defensa de algo elemental, nuestra dignidad, contra los que han abusado del poder y apabullado al pueblo con años de saqueo y degradación.

Tienen a Televisa y TV Azteca, y todos los recursos del pueblo que ya se alistan para despilfarrar en sus campañas vacías de contenido y llenas de mentiras. La UNAM no puede una pieza más de su sucio engranaje. No podemos permitirlo.

Labastida y Manuel Espino, ellos sí, verdaderos fundamentalistas del neoliberalismo y del abuso del poder, quisieron usar a la Universidad como trampolín político. Luego, imaginemos compañeros, podría venir a hacer campaña, por ejemplo, Enrique Peña Nieto, el asesino del estudiante Alexis Benhumea de la Facultad de Economía y quien ordenó la violación de decenas de mujeres en Atenco. ¿Qué le diríamos? Desde la lógica del director Lomelí o de Ricardo Alemán, sería algo como: «pase usted señor, tal vez no estemos de acuerdo con que se asesinen estudiantes ni que se abuse sexualmente a mujeres campesinas inocentes, pero es usted bienvenido porque aquí respetamos el derecho a la libre expresión». En pocas palabras, en aras de la bendita «tolerancia» no tendríamos ya nada qué defender, pues podrían atropellarnos, humillarnos, insultarnos o robarnos sin que la mafia política tuviera consecuencias, ni protestas en su contra. A eso no podemos estar dispuestos a llegar.

Fue correcta la acción de protesta contra Labastida y contra Manuel Espino; como fue correcto y en una dimensión simbólica mucho mayor el que el periodista iraquí lanzara su zapato a Bush por la guerra genocida contra su pueblo. Como también fue correcto que las madres de jóvenes asesinados en Ciudad Juárez increparan a Calderón por la dizque guerra contra el narcotráfico que ya suma, según las últimas informaciones, la muerte de más de 30 mil personas, incluidos ahí más de mil niños. ¡Como fue correcto que en 1968, como en 1971, 1986 y 1999, los estudiantes de abajo hicieran de la UNAM un espacio crítico, de reflexión y resistencia por la construcción de una sociedad mejor para todos!

Ojalá la situación fuera que, en el contexto de la libre expresión (de la que, por cierto, siempre ha sido negado el pueblo), tuviéramos «civilizadas» discusiones con los gobernantes, «los convenciéramos» de que están equivocados y corrigieran el camino. Eso no es más que una utopía, una falsa esperanza. Nunca pasará. Es un engaño en el que no podemos caer. Ellos saben que oprimen al pueblo, tan lo saben que ahora se escudan con miles de militares en las calles y una descomunal propaganda mediática para mantener desinformado, aplacado y desorganizado a todo el pueblo.

Que en la Universidad se debatan, libremente, todas las ideas. Pero en medio de esta descomunal ofensiva contra todos nuestros derechos sociales, políticos y económicos, es un deber moral protestar contra los que tienen amarrada la nación a sus intereses.

Lo menos que podemos hacer los estudiantes, profesores y trabajadores consientes para enviar un mensaje contundente y lleno de rebeldía a los de abajo, es levantar nuestro voz y gritarle con firmeza a los déspotas y arrogantes en el poder: en la UNAM las campañas políticas de burlas y mentiras ¡no pasarán!