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Dos reseñas y un comentario. "Dos familias vascas: Areilza–Aznar", Iñaki Anasagasti y Josu Erkoreka.

El pasado pecaminoso de dos santos varones (o tres)

Fuentes: Rebelión

  «Dos familias vascas: Areilza-Aznar»Iñaki Anasagasti y Josu Erkoreka Foca Ediciones, 678 págs. Vi la pasada noche en Documentos TV de Pedro Erquicia «Las fosas del olvido» sobre los desaparecidos de la guerra española y la dictadura franquista. Casi 70 años después, siguen muchas de sus víctimas sin ser debidamente enterradas. Principalmente debido a que […]


 

«Dos familias vascas: Areilza-Aznar»
Iñaki Anasagasti y Josu Erkoreka
Foca Ediciones, 678 págs.

Vi la pasada noche en Documentos TV de Pedro Erquicia «Las fosas del olvido» sobre los desaparecidos de la guerra española y la dictadura franquista. Casi 70 años después, siguen muchas de sus víctimas sin ser debidamente enterradas. Principalmente debido a que la democracia actual sigue teniendo una pesada cuenta con el pasado, y no ha restaurado la legitimidad constitucional anterior, sino que, muy al contrario, no supo o no pudo romper en tantas cuestiones fundamentales con el régimen surgido del levantamiento de los generales del 36.

Muy particularmente adquieren de esta manera un peso ético de primer orden libros como el de Anasagasti y Erkoreka. Al basar todo su propósito en «desenterrar», en este caso, el pasado protofranquista de quien pudo ser el primer presidente demócrata de la transición (Areilza); y algo parecido cabe decir, de Manuel Aznar, abuelo del actual presidente de gobierno, el consagrado adalid de las libertades made in USA.

En el caso del primero, se recuerda -lo que no es una fruslería- que fue el primer alcalde de Bilbao tras la entrada de las tropas navarras del general Mola. Se insertan sus discursos de la época. Íntegro, el pronunciado el 8 de julio del 37, con camisa azul falangista en el teatro Coliseo Albia de Bilbao. «¡Soldados de España! ¡Voluntarios de la Patria!» Extraigo su último párrafo:

¡Soldados de España! ¡Voluntarios de la Patria! Ante la memoria de los que cayeron para siempre fecundando con su sangre la tierra y los montes de Vizcaya, el pueblo de Bilbao jura lealtad eterna a la nueva España y a su Revolución Nacional. (La ovación que el público tributa al orador como final de su discurso dura varios minutos).

Saludo a Franco ¡¡¡Arriba España!!! (pág.148)

Pasado a la posteridad como liberal ejemplar y elegante diplomático, quienes ahora insinúan la infantilidad de los autores por su intención fútil de recordar «lo que ya todos sabíamos» olvidan que, precisamente, por eso, tal vez ellos mismos han sido los más interesados en vender biografías exquisitas de personajes a caballo del interregno, y en santificar, según los intereses de los jerarcas constituidos, el pasado predemocrático de tanto converso.

Franco refiriéndose al conde de Motrico y a Ruiz-Giménez confesaba a su no muy bien tratado primo Franco Salgado-Araujo lo siguiente:

…pues de sobra sabe la opinión española que esos políticos son unos despechados y unos ambiciosos, que mientras estuvieron en el cargo que yo les di, durante varios años, no protestaron de nada ni hicieron la menor observación sobre la política del gobierno, y ahora que ya no los tienen, arremeten contra el régimen al que juraron lealtad y al que sirvieron voluntariamente. Desengáñate, tienen que carecer de fuerza en la opinión mundial sensata y vale más silenciar su poca gallarda actitud. (pág. 298)

Mediados los sesenta, Areilza dimite «como embajador de Franco en París, convencido de que el régimen se hallaba en un callejón sin salida por las tormentas internacionales suscitadas por el congreso de Munich y la condena a muerte de Grimau» (pág.273) y se pone a disposición de don Juan de Borbón, sin olvidarse del príncipe Juan Carlos, más desde que éste fuera nombrado sucesor en 1969, no por su padre, sino por el caudillo. Pero no tuvo suerte, Areilza, porque si bien tomó posiciones como tantos otros, convencido de que el régimen no iba a sobrevivir a su mandamás, calculó mal la mera supervivencia física de su mantenedor. Llegado don Juan Carlos al trono, aunque alcanzó la cartera de Exteriores, (aquella que, ya en 1964 hubiera podido recibir de su amigo Castiella, con el que escribiera, -urgencias de 1941 para con Hitler- Reivindicaciones españolas), para el puesto de premier el monarca designó a Suárez, un cachorro del franquismo mucho más joven. Al final, por pura biología, el franquismo había terminado también con sus más acreditados colaboradores.

No conviene olvidar, por último, que Anasagasti persigue un más que debido – como apuntaba al principio- ajuste de cuentas entre quien fue primer alcalde falangista de Bilbao y el derrotado y expulsado de su tierra PNV. El propio conde de Motrico aprovechó el centenario del nacimiento de Sabino Arana (1965) para hacerlo, dedicando al fundador del nacionalismo vasco una osada semblanza, ciertamente inusual para lo que se estilaba entonces. Por cierto, próximo ahora el centenario de su muerte, las cabezas del PP deberían leer, al menos, el pasaje de la misma en que su mentor Cánovas, lejos de menospreciar a Arana, predice el futuro de su ideario: «loco, no; ése es un hombre que ve lejos» (pág. 279).

Sirva todo lo anterior de muestra de su importante contenido. En cambio, es muy lamentable su redacción apresurada (siendo benévolo), la sintaxis desmañada que convierten su lectura, pese al referido interés, en un prolongado descenso a los infiernos, las extensas citas que restan al autor el pulso de su escritura, que deviene no anónima, sino más bien inexistente. El primer tercio de la biografía, muy desdibujada, apenas nos introduce un conocimiento mínimo del personaje. Es tras su paso por la alcaldía de Bilbao y la tragedia de la guerra cuando el relato empieza a configurarse. ¡Lástima que la mejor cita hecha sea la más breve y pertinente!: «Todo santo tiene un pasado y todo pecador un porvenir» (pág.307). En realidad, la cita completa pertenece a la obra Una mujer sin importancia de Oscar Wilde: «La única diferencia que existe entre un santo y un pecador, es que el santo tiene un pasado y el pecador un porvenir».

O esta otra, poco más abajo, atribuida a Talleyrand: «Las convicciones son cuestión de fecha». Que nos viene de perlas, para definir también al biografiado en la segunda parte del libro, don Manuel Aznar, y pasar, a continuación, a ella.

Manuel Aznar Zubigaray o la fascinación del pesebre de Josu Erkoreka.

Sin duda, a nadie se le escapa, que a la fecha de su publicación, -detalle en absoluto obvio, política de por medio- el interés verdadero se muestra en airear la condición vasca y abertzale del abuelo de José María Aznar. Aunque, sus editores, están en su perfecto derecho de reunir en un mismo tomo ambos perfiles, y concomitancias desde distintos planteamientos, -no sólo el nacionalista- es evidente que las tienen; considero al menos desacertado el título que los matrimonia: Dos familias vascas: Areilza – Aznar. Parece más bien por su equivocidad un libro sobre la aristocracia u oligarquía industrial y financiera vascas. Y, los Aznar, en este caso, serían el que hace un siglo creara una de las primeras navieras de Europa, Eduardo Aznar de la Sota, junto a su primo Ramón de la Sota. Nada que ver con los Aznar del presidente, cuyos ancestros, como sardónicamente señala don Indalecio Prieto, apuntan al organista y párroco de un pequeño pueblo pirenaico, Etxalar. Esta filiación de su abuelo, Manuel Aznar, «hijo del organista de Echalar y sobrino del párroco de este pueblo» (explicito para evitar malentendidos) la confeccionó el exiliado socialista en 1955 en un famoso artículo que circuló por aquel año de mano en mano por la corte de Madrid y terminó en las mismísimas del caudillo. («Antropometría política. La ficha de un perillán», en Convulsiones de España, Tomo I, págs. 327-332).

Es esta ficha la columna central del libro, la que va dando pistas para seguir su increíble evolución. Salsa no le falta y cumple a la perfección para asistir a los inolvidables números transformista del seguidor de Frégoli en el primitivo circo Price. Acomódense, la función va a comenzar. La primera vez que lo avistó don Indalecio fue en la Diputación provincial de Vizcaya, iba con guerrera de soldado de cuota (para sustraerse de la guerra de Marruecos) como redactor del diario peneuvista Euzkadi. Ya antes había colaborado con el integrismo de La Tradición Navarra, donde se había despachado a gusto con los que poco después fueron sus compañeros. Pero, este «primer brinco» juvenil, vendría a ser ante todo un buen entrenamiento para los venideros. De esta época data su obra de teatro El jardín del mayorazgo, en la que también Imanol -como entonces le llamaban- actuaba, encarnando al protagonista, trasunto de Sabino Arana. (Ver en Erkoreka, págs. 385-390). Recuerda Prieto que fue estrenada en el domicilio social de la Juventud Nacionalista Vasca, «donde se vierten contra España los mayores insultos, los más afrentosos escarnios, las más viles calumnias».

En 1918, apenas pasados 4 años, debía ver chiribitas el bueno de don Indalecio, cuando de nuevo, avistó, a aquel rubio mozalbete montañés «mariposeando por los pasillos del Congreso vestido de chaqué». El único, aparte del usado por el presidente de la Cámara. Era, a la sazón, director de El Sol. Esta vez el brinco venía dado hacia la España liberal e invertebrada de don José Ortega y Gasset.

Perdida la dirección de El Sol de forma poco «honrosa» (Erkoreka, págs. 524-527), el precoz y vocacional periodista toma rumbo hacia América , tierra de las oportunidades y de los negocios, demostrando que, en verdad, el periodismo le importaba una higa (tal como privadamente confesó en alguna ocasión, pág. 638). El viaje le deparó una aventura con una baronesa ya curtida en años y en amores, y un smoking ensangrentado. Llegado el tiempo fue una de las razones que le privaron de ser ministro. La otra razón: la variedad de su vestuario, tal como damos cuenta. En ese momento, el escándalo frustró sus expectativas en México «de confeccionar cajas de cerillas que llevaran en la tapa el retrato de Obregón». Terminó en Cuba, no por desapego a Primo de Rivera, sino continuando el periplo y tampoco le hizo ascos al general Machado, si tenemos en cuenta el testimonio de Sánchez Guerra. (su obra autobiográfica Mis prisiones componen otra ficha «antropométrica» del biografiado. El Fouché español de vía estrecha podía ser su título, sólo que es menos completa que la de don Indalecio, tal vez por no ser aquél testigo directo de sus primerizas contorsiones). Llegada la República, y de vuelta a España fue el mismo Prieto quien frustró su nombramiento de embajador en La Habana, por lo que no logró la casaca de diplomático sino con Franco.

Pasado el periodismo a mejor vida fue un azañista fervoroso, lo que no le impidió transformarse «en maurista acérrimo redactando escritos que contra el gobierno Azaña suscribió don Miguel Maura» o, descartado éste, en candidato de Portela Valladares por Albacete. Entre tanto, ocupaba el cargo de secretario en la compañía tranviaria de Madrid, pero lo que ni el mismo esperaba vino a acontecer: otro espectacular brinco, y sin moverse de la silla. Milagros de la revolución porque, no salido de su asombro, cuenta Prieto «El Frégoli navarro apresuróse a vestir uniforme de miliciano -un mono u overol de dril-, igual que los demás miembros del Comité obrero colectivizador. Con ellos se presentaba en el Ayuntamiento, y al entrar en el despacho del alcalde era el primero en saludar milicianamente, brazo en alto y con el puño cerrado». No mucho más tarde aparecería en Zaragoza «ostentando camisa azul y mezclándose con jerarcas de Falange». Junto con Pla, otro colega nacionalista converso por entonces, fue detenido ya que desconfiaron de su nuevo juramento y preso en Burgos. Barrunta Prieto que su cuñado falangista Txomin Acedo le liberó, tal vez tuvieran que ver sus famosas carnicerías ambulantes en torno a Haro y las riberas del Ebro, de donde quien esto escribe procede.

Podría parecer que el eximio ministro socialista tuviera cierta inquina a Aznar, además de un sobrado conocimiento sobre su persona. Pero merece toda credibilidad cuando relata que fue a él, a quien pidió protección cuando sintió el peligro en Madrid.

Refugiado en Francia, pues tampoco él se fiaba, retomó su compromiso con el periodismo, como corresponsal de guerra desde el extranjero. No necesitaba desplazarse Ebro abajo para vislumbrar el éxito de aquella dura campaña de desgaste, que fue la homónima batalla, de la que otros menos entusiastas se habían permitido dudar. Los servicios propagandísticos prestados, recogidos posteriormente en su obra más reeditada Historia militar de la guerra de España, le recompensaron con la «ansiada casaca diplomática» en Washington, Santo Domingo y Buenos Aires, mas nunca con la cartera de ministro, pese a sonar insistentemente por mucho tiempo. Y más bien debido a ello, se dijo de él que tenía complejo de ex ministro (pág 669). El Cesar visionario umbraliano tampoco se fiaba de traidores ni regalaba carteras.

En fin, el personaje, «con paisaje al fondo» da bastante juego, como en esta rápida pincelada hemos podido ver. A pesar de sus ropajes y las circunstancias tan hostiles para con su pueblo vasco (Vasco de Navarra, con toda razón se proclamaba), procuró hasta el final guardar el amor a sus tierras y a sus gentes. Es una pena que la felicitación en el diario Euzkadi por el nacimiento de su hijo Imanol no se cumpliera:

Ia zeubek lako euzkotar zintzuak asten diran umetxuok. Batez be euzkeraz itz-egiten ikasi dagijela. Euskeraz eztakijen euzkotarra, batez be euzkel-ixen eta euzkel-abixenduna, esan leike eztala osua. (pág. 478)

(A ver si estos niños crecen vascos firmes como vosotros. Especialmente, que aprendan a hablar en euskera. Porque el vasco que no sabe euskera, especialmente el que tenga nombre y apellidos en esa lengua, puede afirmarse que no lo es íntegramente)

Su inmediata partida a Madrid, corría el año 1918, truncó el destino sabiniano de sus vástagos, como hoy bien sabemos.

Dada la riqueza de matices del personaje se observan algunas lagunas importantes: verbigratia, despachar con una hoja el «paréntesis cubano»: ¡(1922-1931)! Aunque escapara del propósito central de la obra, por Sánchez Guerra y Prieto, adivinamos que este nuevo ensayo debió prepararle sobremanera para los tempestuosos años 30.

O nada se dice, de su relación con Romanones, cuyo amparo fue de los primeros en buscar en Madrid, según el propio Prieto.

Son de resaltar, puestos a buscar algunas concomitancias que hayan aconsejado su emparejamiento biográfico, por mi parte, las siguientes:

– Se trata de dos santos varones, si se me permite la broma haciendo uso de la cita de Oscar Wilde, y teniendo en cuenta, por supuesto, su acendrado catolicismo.

– Eran hombres de talento, escribían bien, conversadores brillantes, buenos embajadores de España y de su persona, etc.

– Tenían un fino olfato político, o eso que se llama clarividencia. Y una rara virtud por lo que escaseaba en aquellos años oscuros de España: un elevado conocimiento de la geopolítica.

– El pesebrismo, carguismo o, tout court, la buena vida. Con sus honores y servidumbres.

Para terminar, lo que se me hace más difícil es buscar algún parecido con su nieto presidente. Pero debe tenerlos, pues por sus audiencias con el Papa y su celo religioso ultraconstitucional, no hay duda de que también se trata de un santo varón.

Olfato político, todavía más, dado que tras el caudillo nadie ha acaparado tanto poder.

¡Geopolítica! ¡Él, que es el vértice del triángulo de las Azores!

¿Pesebrismo? ¡Cómo que pasará a la historia por ser el fiel escudero Ansar! Y del más grande caballero que vieron los siglos…Me viene a la cabeza una breve visita que hizo a mi tierra. Quiso rememorar sus tiempos de escudero de Hacienda, también poderoso caballero. Se acercó al edificio donde trabajara, pero no entró por si las moscas. Desde sus puertas se dirigió al café Ibiza en la céntrica plaza del Espolón del caballo del Espartero, cafelito de la mañana y vuelta al trabajo, sólo que subido al Audi y a 200 por hora. Habría que haberle oído la risita que tuvo que soltar.

Hombre de talento, brillante, buen escritor,…Ahí sí que se pone más difícil la cosa.

Para juzgarlo como escritor he leído sus afamados artículos, no conozco que haya publicado cuentos (infantiles) como su señora consorte u otras hierbas.

Los vertió sobre el diario La Nueva Rioja, en el que, casualidades de la vida, hice mis primeras prácticas de lectura. Más que su joven pluma revelan un pasado anticonstitucional, ¡caramba! O, dicho en sus propios términos, un abstencionista beligerante. El joven demócrata Aznar se oponía a una constitución que no había sido debatida, sino impuesta («El Parlamento, hazmerreír de nuestra democracia», 25-7-77).

También en esa fecha tan señalada de Santiago y cierra España avisó del peligro disolvente que encerraba, cual caballo de Troya. Desactivado el supuesto artefacto, ¿para qué debatirlo ahora, si a quienes fue impuesto -¡a ellos, solamente!- ya la han aceptado? Y ya se sabe, que nada hay como la fe constitucional del converso…

Ya sólo nos restan minucias en cuanto a su filiación para nuestra ficha antropométrica:

Hombre de talento, brillante, seductor y etcétera. Creo que su hermano mayor heredó junto al nombre de su abuelo, al menos en parte, estas virtudes y no tuvo a bien repartirlas con Josemari. Esa es la impresión que me dio cuando conocí a Manuel Aznar López en un congreso sobre exclusión social en Burgos.

Y recordar de aquella ocasión, justo por estas fechas, que al pasar por el arco de Santa Maria, no muy lejos de la que fue residencia del caudillo, yendo al teatro en una noche gélida, Antonio Tabucchi con grito nostálgico evocara una canción de guerra republicana:

Si me quieres escribir
ya sabes mi paradero,
en el frente de Gandesa
primera línea de fuego.
31 de enero del 2004

Dos reseñas y un comentario. «Dos familias vascas: Areilza-Aznar», Iñaki Anasagasti y Josu Erkoreka.

El pasado pecaminoso de dos santos varones (o tres)
Blas López-Angulo Ruiz
Rebelión

 

«Dos familias vascas: Areilza-Aznar»
Iñaki Anasagasti y Josu Erkoreka
Foca Ediciones, 678 págs.

Vi la pasada noche en Documentos TV de Pedro Erquicia «Las fosas del olvido» sobre los desaparecidos de la guerra española y la dictadura franquista. Casi 70 años después, siguen muchas de sus víctimas sin ser debidamente enterradas. Principalmente debido a que la democracia actual sigue teniendo una pesada cuenta con el pasado, y no ha restaurado la legitimidad constitucional anterior, sino que, muy al contrario, no supo o no pudo romper en tantas cuestiones fundamentales con el régimen surgido del levantamiento de los generales del 36.

Muy particularmente adquieren de esta manera un peso ético de primer orden libros como el de Anasagasti y Erkoreka. Al basar todo su propósito en «desenterrar», en este caso, el pasado protofranquista de quien pudo ser el primer presidente demócrata de la transición (Areilza); y algo parecido cabe decir, de Manuel Aznar, abuelo del actual presidente de gobierno, el consagrado adalid de las libertades made in USA.

En el caso del primero, se recuerda -lo que no es una fruslería- que fue el primer alcalde de Bilbao tras la entrada de las tropas navarras del general Mola. Se insertan sus discursos de la época. Íntegro, el pronunciado el 8 de julio del 37, con camisa azul falangista en el teatro Coliseo Albia de Bilbao. «¡Soldados de España! ¡Voluntarios de la Patria!» Extraigo su último párrafo:

¡Soldados de España! ¡Voluntarios de la Patria! Ante la memoria de los que cayeron para siempre fecundando con su sangre la tierra y los montes de Vizcaya, el pueblo de Bilbao jura lealtad eterna a la nueva España y a su Revolución Nacional. (La ovación que el público tributa al orador como final de su discurso dura varios minutos).

Saludo a Franco ¡¡¡Arriba España!!! (pág.148)

Pasado a la posteridad como liberal ejemplar y elegante diplomático, quienes ahora insinúan la infantilidad de los autores por su intención fútil de recordar «lo que ya todos sabíamos» olvidan que, precisamente, por eso, tal vez ellos mismos han sido los más interesados en vender biografías exquisitas de personajes a caballo del interregno, y en santificar, según los intereses de los jerarcas constituidos, el pasado predemocrático de tanto converso.

Franco refiriéndose al conde de Motrico y a Ruiz-Giménez confesaba a su no muy bien tratado primo Franco Salgado-Araujo lo siguiente:

…pues de sobra sabe la opinión española que esos políticos son unos despechados y unos ambiciosos, que mientras estuvieron en el cargo que yo les di, durante varios años, no protestaron de nada ni hicieron la menor observación sobre la política del gobierno, y ahora que ya no los tienen, arremeten contra el régimen al que juraron lealtad y al que sirvieron voluntariamente. Desengáñate, tienen que carecer de fuerza en la opinión mundial sensata y vale más silenciar su poca gallarda actitud. (pág. 298)

Mediados los sesenta, Areilza dimite «como embajador de Franco en París, convencido de que el régimen se hallaba en un callejón sin salida por las tormentas internacionales suscitadas por el congreso de Munich y la condena a muerte de Grimau» (pág.273) y se pone a disposición de don Juan de Borbón, sin olvidarse del príncipe Juan Carlos, más desde que éste fuera nombrado sucesor en 1969, no por su padre, sino por el caudillo. Pero no tuvo suerte, Areilza, porque si bien tomó posiciones como tantos otros, convencido de que el régimen no iba a sobrevivir a su mandamás, calculó mal la mera supervivencia física de su mantenedor. Llegado don Juan Carlos al trono, aunque alcanzó la cartera de Exteriores, (aquella que, ya en 1964 hubiera podido recibir de su amigo Castiella, con el que escribiera, -urgencias de 1941 para con Hitler- Reivindicaciones españolas), para el puesto de premier el monarca designó a Suárez, un cachorro del franquismo mucho más joven. Al final, por pura biología, el franquismo había terminado también con sus más acreditados colaboradores.

No conviene olvidar, por último, que Anasagasti persigue un más que debido – como apuntaba al principio- ajuste de cuentas entre quien fue primer alcalde falangista de Bilbao y el derrotado y expulsado de su tierra PNV. El propio conde de Motrico aprovechó el centenario del nacimiento de Sabino Arana (1965) para hacerlo, dedicando al fundador del nacionalismo vasco una osada semblanza, ciertamente inusual para lo que se estilaba entonces. Por cierto, próximo ahora el centenario de su muerte, las cabezas del PP deberían leer, al menos, el pasaje de la misma en que su mentor Cánovas, lejos de menospreciar a Arana, predice el futuro de su ideario: «loco, no; ése es un hombre que ve lejos» (pág. 279).

Sirva todo lo anterior de muestra de su importante contenido. En cambio, es muy lamentable su redacción apresurada (siendo benévolo), la sintaxis desmañada que convierten su lectura, pese al referido interés, en un prolongado descenso a los infiernos, las extensas citas que restan al autor el pulso de su escritura, que deviene no anónima, sino más bien inexistente. El primer tercio de la biografía, muy desdibujada, apenas nos introduce un conocimiento mínimo del personaje. Es tras su paso por la alcaldía de Bilbao y la tragedia de la guerra cuando el relato empieza a configurarse. ¡Lástima que la mejor cita hecha sea la más breve y pertinente!: «Todo santo tiene un pasado y todo pecador un porvenir» (pág.307). En realidad, la cita completa pertenece a la obra Una mujer sin importancia de Oscar Wilde: «La única diferencia que existe entre un santo y un pecador, es que el santo tiene un pasado y el pecador un porvenir».

O esta otra, poco más abajo, atribuida a Talleyrand: «Las convicciones son cuestión de fecha». Que nos viene de perlas, para definir también al biografiado en la segunda parte del libro, don Manuel Aznar, y pasar, a continuación, a ella.

Manuel Aznar Zubigaray o la fascinación del pesebre de Josu Erkoreka.

Sin duda, a nadie se le escapa, que a la fecha de su publicación, -detalle en absoluto obvio, política de por medio- el interés verdadero se muestra en airear la condición vasca y abertzale del abuelo de José María Aznar. Aunque, sus editores, están en su perfecto derecho de reunir en un mismo tomo ambos perfiles, y concomitancias desde distintos planteamientos, -no sólo el nacionalista- es evidente que las tienen; considero al menos desacertado el título que los matrimonia: Dos familias vascas: Areilza – Aznar. Parece más bien por su equivocidad un libro sobre la aristocracia u oligarquía industrial y financiera vascas. Y, los Aznar, en este caso, serían el que hace un siglo creara una de las primeras navieras de Europa, Eduardo Aznar de la Sota, junto a su primo Ramón de la Sota. Nada que ver con los Aznar del presidente, cuyos ancestros, como sardónicamente señala don Indalecio Prieto, apuntan al organista y párroco de un pequeño pueblo pirenaico, Etxalar. Esta filiación de su abuelo, Manuel Aznar, «hijo del organista de Echalar y sobrino del párroco de este pueblo» (explicito para evitar malentendidos) la confeccionó el exiliado socialista en 1955 en un famoso artículo que circuló por aquel año de mano en mano por la corte de Madrid y terminó en las mismísimas del caudillo. («Antropometría política. La ficha de un perillán», en Convulsiones de España, Tomo I, págs. 327-332).

Es esta ficha la columna central del libro, la que va dando pistas para seguir su increíble evolución. Salsa no le falta y cumple a la perfección para asistir a los inolvidables números transformista del seguidor de Frégoli en el primitivo circo Price. Acomódense, la función va a comenzar. La primera vez que lo avistó don Indalecio fue en la Diputación provincial de Vizcaya, iba con guerrera de soldado de cuota (para sustraerse de la guerra de Marruecos) como redactor del diario peneuvista Euzkadi. Ya antes había colaborado con el integrismo de La Tradición Navarra, donde se había despachado a gusto con los que poco después fueron sus compañeros. Pero, este «primer brinco» juvenil, vendría a ser ante todo un buen entrenamiento para los venideros. De esta época data su obra de teatro El jardín del mayorazgo, en la que también Imanol -como entonces le llamaban- actuaba, encarnando al protagonista, trasunto de Sabino Arana. (Ver en Erkoreka, págs. 385-390). Recuerda Prieto que fue estrenada en el domicilio social de la Juventud Nacionalista Vasca, «donde se vierten contra España los mayores insultos, los más afrentosos escarnios, las más viles calumnias».

En 1918, apenas pasados 4 años, debía ver chiribitas el bueno de don Indalecio, cuando de nuevo, avistó, a aquel rubio mozalbete montañés «mariposeando por los pasillos del Congreso vestido de chaqué». El único, aparte del usado por el presidente de la Cámara. Era, a la sazón, director de El Sol. Esta vez el brinco venía dado hacia la España liberal e invertebrada de don José Ortega y Gasset.

Perdida la dirección de El Sol de forma poco «honrosa» (Erkoreka, págs. 524-527), el precoz y vocacional periodista toma rumbo hacia América , tierra de las oportunidades y de los negocios, demostrando que, en verdad, el periodismo le importaba una higa (tal como privadamente confesó en alguna ocasión, pág. 638). El viaje le deparó una aventura con una baronesa ya curtida en años y en amores, y un smoking ensangrentado. Llegado el tiempo fue una de las razones que le privaron de ser ministro. La otra razón: la variedad de su vestuario, tal como damos cuenta. En ese momento, el escándalo frustró sus expectativas en México «de confeccionar cajas de cerillas que llevaran en la tapa el retrato de Obregón». Terminó en Cuba, no por desapego a Primo de Rivera, sino continuando el periplo y tampoco le hizo ascos al general Machado, si tenemos en cuenta el testimonio de Sánchez Guerra. (su obra autobiográfica Mis prisiones componen otra ficha «antropométrica» del biografiado. El Fouché español de vía estrecha podía ser su título, sólo que es menos completa que la de don Indalecio, tal vez por no ser aquél testigo directo de sus primerizas contorsiones). Llegada la República, y de vuelta a España fue el mismo Prieto quien frustró su nombramiento de embajador en La Habana, por lo que no logró la casaca de diplomático sino con Franco.

Pasado el periodismo a mejor vida fue un azañista fervoroso, lo que no le impidió transformarse «en maurista acérrimo redactando escritos que contra el gobierno Azaña suscribió don Miguel Maura» o, descartado éste, en candidato de Portela Valladares por Albacete. Entre tanto, ocupaba el cargo de secretario en la compañía tranviaria de Madrid, pero lo que ni el mismo esperaba vino a acontecer: otro espectacular brinco, y sin moverse de la silla. Milagros de la revolución porque, no salido de su asombro, cuenta Prieto «El Frégoli navarro apresuróse a vestir uniforme de miliciano -un mono u overol de dril-, igual que los demás miembros del Comité obrero colectivizador. Con ellos se presentaba en el Ayuntamiento, y al entrar en el despacho del alcalde era el primero en saludar milicianamente, brazo en alto y con el puño cerrado». No mucho más tarde aparecería en Zaragoza «ostentando camisa azul y mezclándose con jerarcas de Falange». Junto con Pla, otro colega nacionalista converso por entonces, fue detenido ya que desconfiaron de su nuevo juramento y preso en Burgos. Barrunta Prieto que su cuñado falangista Txomin Acedo le liberó, tal vez tuvieran que ver sus famosas carnicerías ambulantes en torno a Haro y las riberas del Ebro, de donde quien esto escribe procede.

Podría parecer que el eximio ministro socialista tuviera cierta inquina a Aznar, además de un sobrado conocimiento sobre su persona. Pero merece toda credibilidad cuando relata que fue a él, a quien pidió protección cuando sintió el peligro en Madrid.

Refugiado en Francia, pues tampoco él se fiaba, retomó su compromiso con el periodismo, como corresponsal de guerra desde el extranjero. No necesitaba desplazarse Ebro abajo para vislumbrar el éxito de aquella dura campaña de desgaste, que fue la homónima batalla, de la que otros menos entusiastas se habían permitido dudar. Los servicios propagandísticos prestados, recogidos posteriormente en su obra más reeditada Historia militar de la guerra de España, le recompensaron con la «ansiada casaca diplomática» en Washington, Santo Domingo y Buenos Aires, mas nunca con la cartera de ministro, pese a sonar insistentemente por mucho tiempo. Y más bien debido a ello, se dijo de él que tenía complejo de ex ministro (pág 669). El Cesar visionario umbraliano tampoco se fiaba de traidores ni regalaba carteras.

En fin, el personaje, «con paisaje al fondo» da bastante juego, como en esta rápida pincelada hemos podido ver. A pesar de sus ropajes y las circunstancias tan hostiles para con su pueblo vasco (Vasco de Navarra, con toda razón se proclamaba), procuró hasta el final guardar el amor a sus tierras y a sus gentes. Es una pena que la felicitación en el diario Euzkadi por el nacimiento de su hijo Imanol no se cumpliera:

Ia zeubek lako euzkotar zintzuak asten diran umetxuok. Batez be euzkeraz itz-egiten ikasi dagijela. Euskeraz eztakijen euzkotarra, batez be euzkel-ixen eta euzkel-abixenduna, esan leike eztala osua. (pág. 478)

(A ver si estos niños crecen vascos firmes como vosotros. Especialmente, que aprendan a hablar en euskera. Porque el vasco que no sabe euskera, especialmente el que tenga nombre y apellidos en esa lengua, puede afirmarse que no lo es íntegramente)

Su inmediata partida a Madrid, corría el año 1918, truncó el destino sabiniano de sus vástagos, como hoy bien sabemos.

Dada la riqueza de matices del personaje se observan algunas lagunas importantes: verbigratia, despachar con una hoja el «paréntesis cubano»: ¡(1922-1931)! Aunque escapara del propósito central de la obra, por Sánchez Guerra y Prieto, adivinamos que este nuevo ensayo debió prepararle sobremanera para los tempestuosos años 30.

O nada se dice, de su relación con Romanones, cuyo amparo fue de los primeros en buscar en Madrid, según el propio Prieto.

Son de resaltar, puestos a buscar algunas concomitancias que hayan aconsejado su emparejamiento biográfico, por mi parte, las siguientes:

– Se trata de dos santos varones, si se me permite la broma haciendo uso de la cita de Oscar Wilde, y teniendo en cuenta, por supuesto, su acendrado catolicismo.

– Eran hombres de talento, escribían bien, conversadores brillantes, buenos embajadores de España y de su persona, etc.

– Tenían un fino olfato político, o eso que se llama clarividencia. Y una rara virtud por lo que escaseaba en aquellos años oscuros de España: un elevado conocimiento de la geopolítica.

– El pesebrismo, carguismo o, tout court, la buena vida. Con sus honores y servidumbres.

Para terminar, lo que se me hace más difícil es buscar algún parecido con su nieto presidente. Pero debe tenerlos, pues por sus audiencias con el Papa y su celo religioso ultraconstitucional, no hay duda de que también se trata de un santo varón.

Olfato político, todavía más, dado que tras el caudillo nadie ha acaparado tanto poder.

¡Geopolítica! ¡Él, que es el vértice del triángulo de las Azores!

¿Pesebrismo? ¡Cómo que pasará a la historia por ser el fiel escudero Ansar! Y del más grande caballero que vieron los siglos…Me viene a la cabeza una breve visita que hizo a mi tierra. Quiso rememorar sus tiempos de escudero de Hacienda, también poderoso caballero. Se acercó al edificio donde trabajara, pero no entró por si las moscas. Desde sus puertas se dirigió al café Ibiza en la céntrica plaza del Espolón del caballo del Espartero, cafelito de la mañana y vuelta al trabajo, sólo que subido al Audi y a 200 por hora. Habría que haberle oído la risita que tuvo que soltar.

Hombre de talento, brillante, buen escritor,…Ahí sí que se pone más difícil la cosa.

Para juzgarlo como escritor he leído sus afamados artículos, no conozco que haya publicado cuentos (infantiles) como su señora consorte u otras hierbas.

Los vertió sobre el diario La Nueva Rioja, en el que, casualidades de la vida, hice mis primeras prácticas de lectura. Más que su joven pluma revelan un pasado anticonstitucional, ¡caramba! O, dicho en sus propios términos, un abstencionista beligerante. El joven demócrata Aznar se oponía a una constitución que no había sido debatida, sino impuesta («El Parlamento, hazmerreír de nuestra democracia», 25-7-77).

También en esa fecha tan señalada de Santiago y cierra España avisó del peligro disolvente que encerraba, cual caballo de Troya. Desactivado el supuesto artefacto, ¿para qué debatirlo ahora, si a quienes fue impuesto -¡a ellos, solamente!- ya la han aceptado? Y ya se sabe, que nada hay como la fe constitucional del converso…

Ya sólo nos restan minucias en cuanto a su filiación para nuestra ficha antropométrica:

Hombre de talento, brillante, seductor y etcétera. Creo que su hermano mayor heredó junto al nombre de su abuelo, al menos en parte, estas virtudes y no tuvo a bien repartirlas con Josemari. Esa es la impresión que me dio cuando conocí a Manuel Aznar López en un congreso sobre exclusión social en Burgos.

Y recordar de aquella ocasión, justo por estas fechas, que al pasar por el arco de Santa Maria, no muy lejos de la que fue residencia del caudillo, yendo al teatro en una noche gélida, Antonio Tabucchi con grito nostálgico evocara una canción de guerra republicana:

Si me quieres escribir
ya sabes mi paradero,
en el frente de Gandesa
primera línea de fuego.