LA HISTORIOGRAFÍA MEXICANA y de otros países ha abordado en forma amplia el período cardenista. Para algunos investigadores y estudiosos, como Anatoli Shulgovski, el país se enfrentó a una auténtica encrucijada. Para otros constituyó la segunda etapa o jalón de la revolución iniciada en 1910 que no devino en socialista debido a los errores del […]
LA HISTORIOGRAFÍA MEXICANA y de otros países ha abordado en forma amplia el período cardenista. Para algunos investigadores y estudiosos, como Anatoli Shulgovski, el país se enfrentó a una auténtica encrucijada. Para otros constituyó la segunda etapa o jalón de la revolución iniciada en 1910 que no devino en socialista debido a los errores del PCM y la dirección obrera. Las posiciones, en consecuencia, son encontradas, diversas.
El carácter del período
LA VERSIÓN MÁS primitiva de los objetivos y las tendencias del período de reformas estructurales es la que ofrece la ultraderecha:
Pero lo que el cardenismo se proponía, como movimiento político inspirado en la doctrina marxista, era negar el derecho de propiedad. Sólo que, ante la imposibilidad de salvar el obstáculo que implicaba nuestra Constitución Política a sus fines, tuvo que valerse de subterfugios legales para alcanzar sus propósitos.
La idea de considerar que «el individuo no tiene derecho a conservar improductivos sus bienes», faculta al Estado a expropiar hasta las navajas de rasurar al individuo que quiera dejarse crecer la barba. (1)
Andrés Montemayor Hernández, destacado historiador al servicio de la burguesía neoleonesa, analiza así los «años broncos» del cardenismo:
Más tarde, empezó a ser común recibir noticias como la de que en un pueblo, los comunistas despidieron a los profesores que no comulgaban con sus doctrinas, en otro lugar, izaban la bandera rojinegra en el palacio municipal; el Himno Nacional era suplantado por La Internacional; la palabra compañero por la de camarada; el saludo con la mano abierta por el puño cerrado o la de ver por la Plaza Zaragoza a los alumnos de la Escuela de Cooperativismo con su suéter rojo y negro…
A estos movimientos se unieron el surgimiento de los primeros sindicatos obreros («rojos»)…; al principio las huelgas eran esporádicas, pero a medida que pasaba el tiempo llegaron a ser cada vez más frecuentes, poniendo en peligro el desarrollo económico de la comunidad. (2)
Líneas después el mismo autor agrega:
Sin embargo, el regiomontano consciente de su papel histórico, creó el 22 de febrero de ese mismo año [1936] la «Acción Cívica Nacionalista de Nuevo León», cuya misión primordial fue la de crear una conciencia cívica nacional para combatir el comunismo… (3)
Otro historiador y cronista de la ciudad de Monterrey, José P. Saldaña, interpreta de la siguiente manera los años más convulsos del cardenismo:
Durante los años de 1935 y 1936 el país se debatía en una angustiosa situación. Los signos indicaban que el ambiente oficial era propicio a todo cuanto significaba radicalismo. La bandera roja y negra ondeaba en todas partes y hasta llegó el momento en que se le viera izada en la catedral de México y en el palacio nacional. El himno de La Internacional era entonado en todas las manifestaciones obreras con olvido completo de nuestro Himno Nacional. (4)
En otro texto, el mismo autor señala:
Durante el año de 1935 la agitación obrera había adquirido aspectos tan graves, que no era un secreto para nadie la existencia de un plan revolucionario, con perspectivas de transformar la organización constitucional del país.
Lo más grave era que se aseguraba, nada menos, que el mismo presidente de la República estaba de acuerdo.
Cierta o no la connivencia, la situación social era de tal manera tensa, y en tal forma actuaba el general Cárdenas, que las apariencias le daban a las versiones visos de verídicos.
Durante enero de 1936, la agitación se desbordó llegando al clímax, celebrándose manifestaciones en todas partes a base de la más destemplada demagogia. Se incitaba al pueblo a la revolución social, y en varias ocasiones fue ultrajada la bandera nacional honrándose en cambio a la rojinegra. (5)
La visión que tienen del período de reformas estructurales los representantes y teóricos de las trasnacionales, el alto clero y los grupos más reaccionarios de la burguesía no corresponde a los hechos. Es una visión catastrofista. En México, en los años 1934-1940 jamás se presentó una situación revolucionaria y tampoco existió un centro de la clase obrera dispuesto a acelerar el proceso y tomar el poder.
Lázaro Cárdenas, representante directo del ala izquierda del entonces partido oficial, se propuso siempre el desarrollo agrícola e industrial en los marcos del capitalismo, la redefinición de las relaciones con el imperialismo y la organización de las masas bajo la hegemonía de la familia revolucionaria, eso sí, con un sentido social. ¿Dónde y cuándo, pues, intentó la socialización de los medios fundamentales de producción y el establecimiento de un nuevo Estado bajo la dirección de la clase obrera? Salta a la vista que nunca y en ninguna parte.
Hasta antes del triunfo panista de 2000, los ideólogos de la familia revolucionaria -Jesús Romero Flores, Miguel Osorio Marbán, Vicente Fuentes Díaz, etc.- se apoyaron en las medidas cardenistas para apuntalar la tesis de la permanencia de la Revolución mexicana. Otro tanto hicieron los teóricos del Partido Popular Socialista. Algunos escritores, ante la evidencia del desarrollo capitalista logrado por México en los días de la dominación priista, hablaban de que nuestro país transitaba por un camino sui géneris, esto es, ni capitalista ni socialista, sino nacional-revolucionario. Quien más avanzó en este sentido fue Carmona Amorós. Raúl Haya de la Torre se sentiría orgulloso de ver tales rebuscamientos teóricos.
La realidad, no obstante, es terca. Por eso los análisis y estudios de los historiadores oficialistas tienen muchos elementos de apología. Éstos, que arrancan de la concepción de que la Revolución mexicana era permanente, caracterizaron el periodo cardenista como parte de un proceso equidistante del capitalismo liberal y del socialismo.
Los nacional-revolucionarios, en una exageración evidente, consideran las expropiaciones antimperialistas y la reforma agraria como medidas anticapitalistas que suprimen las bases de la acumulación capitalista. El desarrollo del capitalismo, el surgimiento de la gran burguesía y su fracción oligárquica, el entrelazamiento Estado-capital privado y el amalgamiento del imperialismo y los capitalistas criollos niegan de principio a fin tales elaboraciones teóricas.
Lo que ocurrió en el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas fue algo mucho más concreto: la culminación del ciclo de las revoluciones burguesas en México. Los objetivos y tareas de la gran revolución democrático-burguesa de 1910-1917 fueron cumplidos en lo fundamental. No hubo, en consecuencia, ni encrucijada histórica ni perspectiva socialista. El ciclo de las revoluciones burguesas, simplemente, quedó concluido. Quedó en pie la posibilidad de abrir el ciclo de la revolución socialista.
Enrique Semo caracteriza el ciclo de las revoluciones burguesas en México de la siguiente forma:
…en el caso de México, las dos [revoluciones] primeras (1810-21 y 1857 [1854]-67) pertenecen claramente a la época de las revoluciones burguesas en el mundo. La de 1910-17 y las reformas de 1936-39 se manifiestan en cambio cuando la crisis general del capitalismo se ha declarado ya y las revoluciones socialistas se suceden desde 1917. Eso, naturalmente, marca los movimientos mexicanos: tienen un carácter antimperialista (sobre todo el segundo) y las demandas campesinas y obreras se expresan más claramente. Las reformas de 1936-39 exhiben incluso algunas tendencias a superar los límites burgueses. (5)
Reanimación económica y lucha obrera
LA CRISIS ECONÓMICA del capitalismo, iniciada en 1929, terminó en 1933. La reanimación económica en 1934 estaba en marcha no sólo en México sino en gran parte del mundo. La situación económica del país en el primer año de gobierno de Cárdenas era la siguiente: creciente recuperación en la industria, los transportes y la minería, superación ascendente de la crisis en la agricultura, ampliación del mercado de trabajo e incremento de las exportaciones.
Tales condiciones, naturalmente, repercutieron en el desarrollo de la lucha de clases.
Como ya se ha indicado por varios estudiosos del movimiento obrero, la mayoría de los periodos de recuperación económica coinciden con los ascensos y auges del movimiento obrero. Con razón, Arturo Anguiano escribe:
La reanudación de la producción, con el aumento de turnos y del tiempo de trabajo que implica, empezó a revitalizar a los obreros, quienes volvían a tener en sus manos la máquina económica; el funcionamiento de las fábricas y las minas, de los pozos petroleros y los trenes, al hacerle intuir su fuerza latente, reavivó a la clase obrera, que otra vez se empezaba a sentir con energías para sobreponerse al colapso económico y enfrentar a los patrones que la explotaban sin mesura. Cada fundo minero reincorporado a la producción, cada factoría rescatada del enmohecimiento, cada tren aceitado y empujado sobre sus rieles, se traducía en una enorme acumulación de fuerza potencial del proletariado. (6)
El papel de la clase obrera quedó de manifiesto en el proceso de organización sindical y política. La tasa de sindicación se elevó considerablemente:
La población sindicada en 1930 apenas llegó a 300,000 personas; en 1940 se elevó a 879,000, o sea un 29 por 100 [más de 2.9 veces] respecto de la cantidad anterior; en 1930, el 5.6 por ciento de la población económicamente activa se agrupó en sindicatos y en 1940 se elevó al 15.4 por 100. (8)
La clase obrera alcanzó un despliegue de sus fuerzas como en ningún otro período de la historia de México. El movimiento huelguístico, por su amplitud, su carácter y sus participantes no tenía precedentes. El PCM estuvo a punto de convertirse, entre abril de 1935 y abril de 1937, en un partido obrero importante. El proletariado mexicano pasó por las ricas experiencias de la administración obrera, la solidaridad internacional y las huelgas políticas, mas no impuso su hegemonía en el amplio movimiento democrático y antimperialista. Por eso no se equivocan unos historiadores soviéticos cuando señalan: «Pero la clase obrera no supo encabezar el movimiento de masas y la burguesía nacional tomó la iniciativa creando el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), en el que integró organizaciones obreras y campesinas». (9)
La fundación de la Confederación de Trabajadores de México constituyó el paso más trascendente del movimiento obrero mexicano hacia su unidad y centralización. Nunca en la historia de México había existido una organización de masas con el prestigio y la autoridad de la CTM. Esto no es entendido por una enorme cantidad de estudiosos desvinculados del movimiento real de las masas.
En una franja no despreciable de intelectuales se considera la fundación de la CTM como obra de los designios del gobierno del general Lázaro Cárdenas. Se hacen afirmaciones fuera de toda lógica política, como si las masas pudieran ser organizadas, dirigidas y movilizadas por dirigentes extraordinarios que pueden hacer lo que quieran. Naturalmente esto no ocurrió en la realidad, la cual siempre es más compleja.
Los trabajadores mexicanos pasaron por la experiencia de la administración obrera, experiencia que no puede resumirse con su demonización. Para el movimiento obrero y sindical no es nada extraña la lucha por participar en la conducción y orientación de las empresas estatales, paraestatales o de participación estatal mayoritaria. Es más, es uno de sus objetivos. De ahí precisamente la importancia de comprender el fenómeno de la administración obrera como un posible paso hacia formas de intervención sindical más avanzadas y profundas.
El papel del Partido Comunista
EL PARTIDO COMUNISTA de México, al salir de la clandestinidad en 1935, tenía un prestigio no desdeñable en el seno de grupos considerables de la clase obrera y el campesinado. La dirección Laborde-Campa, como ninguna anterior, contaba en su haber -pese a sus posiciones sectarias y ultraizquierdistas- con las acciones de los comunistas en ferrocarrileros, minero-metalúrgicos, obreros agrícolas y campesinos; con la aureola heroica de los confinados en las islas Marías; con la memoria de Primo Tapia, Julio Antonio Mella, José Guadalupe Rodríguez e Hipólito Landero; con la autoridad de la oposición combativa al desarme de los campesinos en Veracruz y otras partes. En resumidas cuentas, el PCM estaba maduro para transformarse en un partido obrero con fuerte presencia en las masas.
La conquista de la legalidad estimuló el fortalecimiento del Partido Comunista. En la fundación de la CTM, el PCM influía a todos los sindicatos nacionales de industria, al magisterio organizado y, claro está, a las pequeñas agrupaciones de la Confederación Sindical Unitaria de México. Sin duda, en el congreso de fundación de la CTM era la segunda fuerza política en importancia. Sin ser la fuerza principal en el seno del movimiento obrero, se perfilaba hacia la consecución de este objetivo.
A partir de la célebre carta de la delegación al VII Congreso Mundial de la K omintern, el PCM siguió la política de construir el Frente Popular en nuestra patria. En referencia a esto los historiadores soviéticos de la IC afirman:
La política de frente popular desempeñó un papel sustancial en la lucha de los trabajadores de México por las reformas antiimperialistas que tuvieron lugar a fines de la década del treinta. El ascenso del movimiento de masas incitó al gobierno de Cárdenas, líder del ala izquierda del Partido Nacional Revolucionario, a iniciar la reforma agraria y la nacionalización de los ferrocarriles y de la industria petrolera, que estaban en manos del capital extranjero. El PNR absorbió las organizaciones de masas y se transformó en Partido de la Revolución Mexicana (PRM)
El Partido Comunista manifestó el deseo de ingresar en el PRM en calidad de miembro colectivo políticamente independiente. El Presídium del CEIC refrendó esa táctica, que podía convertir el PRM en un amplio frente nacional. Hizo ver a los comunistas que en México no estaba al orden del día el establecimiento de la dictadura proletaria y que no tratasen de saltar la etapa de la lucha democrática general, pues no conseguirían más que escindir el frente popular. Al mismo tiempo destacó a primer plano la necesidad de dar una réplica resuelta a todas las tendencias preñadas de seguidismo, de subordinación del Partido Comunista a los revolucionarios pequeñoburgueses. (10)
No corresponde la verdad histórica el señalamiento de que la dirección de la IC previno al PCM acerca del seguidismo frente a Lombardo Toledano y el gobierno cardenista. Al contrario, la intervención del Comité Ejecutivo de la Komintern en la Sección Mexicana facilitó la pérdida de independencia política de ésta y representó un papel profundamente negativo y perjudicial para el Partido Comunista: en la definición de la política de unidad a toda costa, seguramente para impulsar la constitución de la Confederación de Trabajadores de América Latina y desarrollar la unidad antifascista en México y América Latina; en la campaña contra León Trotsky y su asesinato, cuando el trotskismo era un grupo de propaganda que no ejercía alguna influencia política importante en el acontecer nacional, y en la expulsión de Hernán Laborde y Valentín Campa de las filas del PCM, por no estar de acuerdo en la eliminación física del líder de la IV Internacional.
La política de unidad antifascista y antimperialista fue deformada por el PCM, incurriendo en gravísimas concesiones de derecha. El PRM fue caracterizado como Frente Popular, desprendiendo de tal caracterización conclusiones muy peligrosas y nocivas. Laborde sostenía:
El Frente Popular de México -el Partido de la Revolución Mexicana- representa el bloque de obreros y empleados, numerosos grupos de mujeres, de jóvenes y de intelectuales, y el ejército en pleno. Los comunistas forman parte de ese Frente Popular por medio de las organizaciones obreras y campesinas en que trabajan. El programa del Partido de la Revolución es el programa de la revolución nacional y democrática que está realizando ya el gobierno, apoyado por el pueblo. Y ese Frente Popular no carece de armas, ni mucho menos. Aparte de los 60,000 hombres del ejército, cuenta con 40,000 campesinos armados -la reserva- y con varias decenas de millares de obreros (sólo en la Ciudad de México tiene 30,000), entrenados por oficiales del ejército y dispuestos a batirse. (11)
La crisis del PCM se dio, en lo fundamental, durante los años floridos del stalinismo. José V. Stalin, al frente del PC (bolchevique) de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas dirigió, con métodos autoritarios, antidemocráticos y hasta criminales, a la clase obrera y el pueblo soviéticos a la industrialización acelerada, a la colectivización forzada de la agricultura y a la conversión de la Unión Soviética en una gran potencia mundial. En esas condiciones, eliminadas mediante el terror las oposiciones del partido y los principales cuadros bolcheviques, se produjo el endiosamiento de Stalin. Apareció el stalinismo en el Estado soviético y el movimiento obrero internacional. Un investigador soviético señala a propósito:
Se debe recalcar que muchos errores del PCM se explican no sólo por falta de la experiencia de este partido, sino de todo el movimiento comunista internacional y estos errores fueron inherentes a muchos otros partidos. Desempeñaron un gran papel en esto las consecuencias negativas del culto a la personalidad de Stalin sobre el movimiento comunista internacional. (12)
Vicente Lombardo Toledano, sobresaliente intelectual y líder obrero, jugó un rol importante en la entrega de posiciones a la burocracia sindical fidelista. En todos los problemas cruciales, VLT siempre estuvo de lado de los lobitos y en contra de los comunistas y sus aliados. Es más, en la concreción de la política de unidad a toda costa puso en juego sus relaciones internacionales y sus influencias sobre Earl Browder, líder del PC de Estados Unidos y miembro del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, para convencer y disciplinar al PCM en dicha orientación suicida.
Expropiación petrolera y clase obrera
ORGANIZADA EN LA CTM, la clase obrera desempeñó una función fundamental en la lucha por concretar las reformas estructurales. El proletariado siempre estuvo en pie de lucha por repartir los latifundios y dar la tierra a los campesinos, expropiar al imperialismo y permitir el libre ejercicio de las libertades democráticas.
Ramírez y Ramírez acierta al sostener:
Fueron los trabajadores petroleros, dirigidos por la CTM, los que plantearon el conflicto que, en su desarrollo accidentado desembocó en la expropiación. El movimiento sindical, en esa ocasión, desempeñó el papel de avanzada en la lucha contra las compañías extranjeras, defendió con firmeza los intereses de los trabajadores petroleros y estableció las condiciones propicias para la liquidación del viejo litigio entre el capital petrolero y la nación mexicana. Sus intereses de clase se identificaron con los de la nación. (13)
El maestro Jesús Silva Herzog, en su obra Historia de la expropiación de las empresas petroleras, expone con claridad la participación de los trabajadores petroleros.
El empuje de los obreros petroleros, la CTM y el pueblo, la prepotencia de las compañías extranjeras y las contradicciones interimperialistas, convencieron al gobierno de la necesidad de decretar la expropiación de la industria del petróleo. La importancia histórica de esta medida es indudable.
La trascendencia de la expropiación petrolera, un investigador norteamericano la plantea así:
Para todo el mundo petrolero y las potencias occidentales que dependen de sus servicios, la experiencia mexicana continúa siendo una advertencia viva y molesta. Pues los más ricos campos petroleros de hoy en día están en regiones como el Medio Oriente, donde los múltiples ingredientes que integran el carácter revolucionario de nuestros tiempos están presentes y laten. Este interés se complica por la localización estratégica de estas fuentes de petróleo y la ominosa proximidad del imperio soviético. La forma en que los dirigentes petroleros aprovechan su poder -y el poder político de su país, al cual tienen tan fácil acceso- tiene el significado más profundo en el desarrollo de los acontecimientos internacionales. (14)
Nacionalismo y comunismo
EL DESARROLLO DEL movimiento de masas, la creciente intervención de la clase obrera, la radicalización de la intelectualidad democrática, la crisis del capitalismo y los éxitos económicos de la URSS, estimularon al ala izquierda del partido oficial a plantear la necesidad de luchar por el socialismo, aunque distanciándose de los comunistas. Cárdenas, por ejemplo, llegó a decir: «la principal acción de la nueva fase de la revolución es la marcha de México hacia el socialismo, movimiento que se aparta por igual de las normas anacrónicas del liberalismo clásico y de las que son propias del comunismo que tiene como campo de experimentación a la Rusia soviética». (15)
Claro está que en el ala izquierda del PNR había de todo: desde furibundos anticlericales hasta elementos cercanos a las ideas del socialismo científico. Estos últimos, debido a la inexistencia de un gran partido obrero de masas y al enorme peso de las tendencias revolucionarias pequeñoburguesas, no evolucionaron, mayoritariamente, hacia el comunismo.
La reforma agraria
ENTRE LAS REFORMAS estructurales principales quedó ubicada la reforma agraria. Según Meyer:
La crisis mundial creaba dificultades a la agricultura comercial que apasionaba a Calles, por lo que se dio de nuevo comienzo a la repartición agraria. Es notable que este fenómeno sea anterior a la presidencia de Cárdenas. Desde 1915 hasta 1933 se habían repartido 7.6 millones de hectáreas, en 1933-1934 Abelardo Rodríguez, presionado por Calles, distribuyó 2.5 millones. Desde 1935 hasta 1940, Cárdenas repartió 18 millones, sobre todo en el curso de los cuatro primeros años. Este amplio programa se debe a la política global del nuevo presidente, a la legislación que hace aprobar y a la expropiación en bloque de las plantaciones de henequén de Yucatán y de algodón de la Laguna. (16)
La reforma agraria en nuestro país se desenvolvió, centralmente, gracias a la lucha masiva del campesinado y la clase obrera. No pueden explicarse las medidas del gobierno de Cárdenas única y exclusivamente por necesidades de carácter económico. El asunto es mucho más complejo. Los campesinos, que habían tomado las armas en la revolución, en los años 30 ya no podían esperar más. Las condiciones, lógicamente, habían madurado para el reparto agrario.
¿Cuáles fueron las condiciones y causas de la reforma agraria en el periodo cardenista? E. V. Kovalev señala:
La etapa crucial de la reforma agraria fue el periodo de 1934 a 1940, cuando en esencia se resolvió el destino de la posesión latifundista en el país y, en medida considerable, fue rota la resistencia de los latifundistas a que se llevara a cabo la reforma agraria. Se produjo un brusco giro hacia la realización decidida e intensa de transformaciones agrarias que golpearon directamente a la posesión latifundista de la tierra. El giro no fue casual, sino generado por la elevación de la actividad política de las masas, cuya situación había empeorado bastante como resultado de la crisis económica mundial de 1929 a 1933; esa actividad se enfiló contra el curso seguido por Plutarco Elías Calles (presidente de 1924 a 1928 y hasta jefe no oficial del Estado). En el período anterior maduraron las premisas para esta aceleración de las transformaciones agrarias. Entre estas premisas están el debilitamiento de la influencia de los terratenientes en el aparato estatal; la derrota del viejo ejército del dictador Porfirio Díaz y la creación de un nuevo ejército en el que la mayoría de los puestos de la oficialidad estaban ocupados ya no por terratenientes como resultado de la revolución; el debilitamiento del papel de la Iglesia que era hostil a la reforma agraria a consecuencia de las medidas anticlericales del gobierno; y por último, el debilitamiento de la influencia del capital extranjero.
Además de la presión de las amplias masas populares, que demandaban una profunda reforma agraria -lo cual fue el factor decisivo de la intensificación de las transformaciones agrarias en 1934-1940, existió otro factor muy importante que actuó en la misma dirección. Como resultado de la revolución, la clase de los grandes terratenientes perdió el poder político (aunque no su influencia política), pero al conservar, en medida considerable, su potencialidad económica hizo esfuerzos para restablecer sus posiciones políticas y obstaculizar la aplicación de la ley sobre la reforma agraria. Al hacerlo, los grandes terratenientes se enfrentaron a la burguesía media y pequeña que constituía la base de la nueva administración y de la nueva dirección del ejército. Los representantes de la burguesía, en su intento por conservar sus posiciones políticas, se vieron obligados a profundizar la reforma agraria, lo cual golpeaba a la fuerza económica de los latifundistas. (17)
En breves trazos, Kovalev da en el clavo. En efecto, la lucha activa y militante de las masas fue el factor número 1 en la destrucción de los grandes latifundios y la entrega de la tierra a los campesinos.
El movimiento campesino
EL PROCESO DE organización del movimiento campesino fue muy distinto al del movimiento obrero. Desde el momento en que la Liga Nacional Campesina perdió su independencia orgánica, el poder público tomó las riendas de la dirección de los pobres del campo. De ahí que la Confederación Nacional Campesina, a diferencia de la CTM, surgiera íntimamente vinculada al partido oficial y al Estado. Huízar acierta al sostener que la CNC fue fundada «…también para formar un cierto contrapeso a la creciente influencia de la CTM…» (18)
En el período cardenista se oficializa la división del movimiento obrero y el movimiento campesino. Antes, las organizaciones sindicales mantenían en su seno a los pobres del campo. En esa forma se dio la organización de la Confederación Regional Obrera Mexicana, la Confederación General de Trabajadores, la CSUM, la Confederación General de Obreros y Campesinos de México y el Comité Nacional de Defensa Proletaria. La intervención del gobierno en la división de los dos frentes principales del movimiento de masas fue decisiva:
La Confederación Nacional Campesina se creó no solamente para defender los intereses de los campesinos, sino también para contrarrestar la creciente influencia de la Confederación de Trabajadores Mexicanos (sic, CTM), que se había formado con grupos disidentes de la CROM ( sic ) , bajo la dirección de Lombardo Toledano. La intención del presidente Cárdenas era que el sector campesino y el sector obrero tuvieran cada uno su propia organización. La CTM sólo pudo desprenderse con dificultad de cierto número de sindicatos afiliados de los trabajadores agrícolas, algunos de los cuales mantuvieron a la postre una doble afiliación. (19)
En el curso del período de reformas estructurales la influencia de la experiencia soviética estuvo presente casi en forma permanente. Shulgovski sostiene:
Quienes elaboraron el Plan Sexenal afirmaban a voz en cuello que éste tenía elementos de «socialismo», que preveía la «planificación» de la economía del país. Estas declaraciones tenían sus causas reales. La crisis profunda del sistema capitalista mundial y los considerables éxitos de la construcción socialista de la URSS, hacían que las ideas del socialismo, las ideas de la planificación de la economía se hicieran cada vez más populares. (20)
México y la URSS
LAS EXPERIENCIAS DEL poder soviético en la colectivización de la agricultura pesaron e influyeron en México. El Plan Sexenal y la reforma agraria estuvieron imbuidos, en los aspectos externos, de las victorias económicas de la URSS. Silva Herzog no se equivoca al decir que: «Es probable que el general Cárdenas y sus colaboradores en esta importante materia se inspiraron en los sistemas soviéticos para atender a la preparación de las tierras y a su cultivo en la explotaciones agrícolas colectivizadas». (21)
Ciertos autores exageran la experiencia del ejido colectivo en Yucatán y otras regiones. En realidad no se puede sostener la tesis de González Ramírez acerca de que: «la colectivización de los ejidos, según el modelo soviético, confirmaron que los comunistas y los conversos aspiraban a implantar un cambio social distinto al que se venía construyendo en México». (22)
El influjo de la experiencia soviética se manifestaba incluso en aspectos técnicos y administrativos. Esto justifica la afirmación de Eckstein en el sentido de que las centrales de maquinaria «[estaban] inspiradas probablemente en instituciones similares de la Unión Soviética». (23)
La educación socialista
LAS EXPERIENCIAS POLÍTICAS y sociales, durante el régimen presidencial de Lázaro Cárdenas, fueron muy variadas. En materia educativa cabe destacar la educación socialista, que era el producto de la influencia de las tradiciones anticlericales, el marxismo soviético y la necesidad de dar acceso al pueblo a la enseñanza, suprimir el analfabetismo, erradicar la influencia del clero, preparar la mano de obra y avanzar hacia una sociedad más justa. Gran parte del movimiento sindical apoyó la educación socialista.
Algunos elementos pequeñoburgueses radicalizados pensaban, ingenuamente, que a través de la educación socialista sentarían las bases para suprimir el capitalismo. Muchas utopías, como la mencionada, proliferaron en cierta medida.
De acuerdo con Jesús Silva Herzog:
La reforma del artículo tercero constitucional se hizo en un momento de ciega demagogia y en pleno divorcio con la realidad del país.
La reforma a la que se hace referencia resultó tan disparatada e imposible de cumplir, que fue menester pocos años más tarde redactar de nuevo el artículo constitucional, con un criterio que podemos llamar humanista. (24)
La lucha de los trabajadores y el pueblo por las reformas estructurales, contra los monopolios extranjeros y por la implantación de la democracia, llevó a sectores oficiales de izquierda al verbalismo revolucionario. En ese entonces, se radiaban los siguientes programas de la Secretaría de Educación Pública: «En este mundo no hay más que dos clases: explotados y explotadores. Hay que acabar con éstos…» «El régimen capitalista ha llegado a su fin; trabajador, empéñate por acabar de una vez con el régimen capitalista». (25)
Con Cárdenas se cierra el ciclo de las revoluciones burguesas en México. La reforma agraria, las nacionalizaciones, la redefinición de las relaciones con el imperialismo y la instauración de un nuevo régimen político consolidado y estable configuraron sus realizaciones centrales e históricas. El país se enfiló por nuevos rumbos. Las bases quedaron sentadas para un importante desarrollo del capitalismo, desarrollo que alcanzaría un fuerte impulso durante los gobiernos de Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán.
Además de las reformas estructurales, Cárdenas dejó al país un partido oficial estructurado sobre la base de las organizaciones sociales, esto es, corporativo. La etapa del PNR-federación de partidos quedó atrás. El movimiento campesino, por otra parte, fue sujetado y organizado en tal forma que la dirección de la CNC sería obra directa, durante la larga dominación del PRM-Partido Revolucionario Institucional, del presidente en turno.
Considerando que durante el periodo de Cárdenas jamás se conformó una situación de crisis revolucionaria y tampoco existió un partido de la clase obrera dispuesto a acelerar el proceso y conquistar el poder político, puede concluirse que México no se enfrentó a una encrucijada y mucho menos a la posibilidad de la perspectiva socialista.
En ese marco desenvolvió su actividad el Partido Comunista.
Notas
(1) Gustavo de Anda, El cardenismo. Desviación totalitaria de la Revolución mexicana, México, Ed. del autor, 1974, p. 106.
(2) Andrés Montemayor Hernández, Historia de Monterrey, Monterrey, Asoc. de Ed. y Libr. de Monterrey, 1971, p. 360.
(3) Ibíd., p. 367.
(4) José P. Saldaña, Apuntes históricos sobre la industrialización de Monterrey, Monterrey, Ed. Centro Patronal de nl , 1965, p. 48.
(5) José P. Saldaña, Episodios contemporáneos, Monterrey, s. e., 1955, p. 99.
(6) Enrique Semo, Historia mexicana. Economía y lucha de clases, México, Ed. Era, 1978, p. 303.
(7) Arturo Anguiano, El Estado y la política obrera del cardenismo, México, Ed. Era, 1975, pp. 33-34.
(8) Horacio Labastida, «El PRI y la revolución social», en Comunidades, núm. 12, Madrid, septiembre-diciembre de 1969, p. 95.
(9) Historia Universal, t. II, Moscú, Ed. Progreso, 1977, p. 222.
(10) La Internacional Comunista. Ensayo histórico sucinto, Moscú, Ed. Progreso, s. f., p. 427.
(11) Hernán Laborde, «El fascismo amenaza a México», en La Correspondencia Internacional, a. IX, núm. 38, 22-IX-38, p. 638.
(12) O. Konstantínov, Una nueva etapa del movimiento obrero y comunista de México, mimeo, s. f., p. 85.
(13) Enrique Ramírez y Ramírez, «Experiencias y ejemplos de la Revolución en la época de Cárdenas», en Problemas Agrícolas e Industriales de México, vol. VII, núm. 4, octubre-noviembre-diciembre de 1955, p. 383.
(14) Robert Eagler, La política petrolera. Un estudio del poder privado y las directivas democráticas, México, FCE, 1966, p. 206.
(15) Arnaldo Córdova, La política de masas del cardenismo, México, Ed. Era, 1974, p. 75.
(16) Jean Meyer, La Revolución mejicana, Barcelona, Dopesa, 1973, p. 216.
(17) E. V. Kovalev, «Transformaciones políticas y sociales en México de 1930 a 1960», en M. S. Alperóvich, et al., Ensayos de Historia de México, México, ECP, 2ª ed., 1974, p. 155.
(18) Gerrit Huízar, La lucha campesina en México, México, C. de Inv. Agr., 1970, p. 68.
(19) Sergio Reyes Osorio, et al., Estructura agraria y desarrollo agrícola en México. Estudio sobre las relaciones entre la tenencia y uso de la tierra y el desarrollo agrícola de México, México, FCE, 1974, p. 602.
(20) Anatoli Shulgovski, México en la encrucijada de su historia, trad. de Armando Martínez V., México, FCP, 1968, p. 84.
(21) Jesús Silva Herzog, El agrarismo mexicano y la reforma agraria, México, FCE, 2ª ed., 1964, p. 407.
(22) Manuel González Ramírez, La revolución social de México, t. III, México, FCE, 1966, p. 344.
(23) Salomón Eckstein, El ejido colectivo en México, México, FCE, 1966, p. 58.
(24) J. S. Herzog, El agrarismo mexicano…, p. 413.
(25) Eduardo Correa, El balance del cardenismo, México, Tall. Acción, 1941, p. 27.