Resulta curioso que las dos primeras acepciones del vocablo enlatado -según el Diccionario de la Lengua Española- no aludan a comestibles de rápida preparación hogareña, sino a productos provenientes de los medios de comunicación. La adjetivación se aplica a un «programa audiovisual» que ha sido «grabado antes de su emisión» (primera acepción); o bien a […]
Resulta curioso que las dos primeras acepciones del vocablo enlatado -según el Diccionario de la Lengua Española- no aludan a comestibles de rápida preparación hogareña, sino a productos provenientes de los medios de comunicación. La adjetivación se aplica a un «programa audiovisual» que ha sido «grabado antes de su emisión» (primera acepción); o bien a un «material periodístico» que se considera «de archivo» (segunda acepción). En ambos casos, y a semejanza de lo que acontece con el preparado o conservación de alimentos, transcurre un cierto lapso entre elaboración y consumo.
La observación viene a cuento ante el sugestivo desconcierto que suele provocar en el público de masas el carácter estrictamente informativo de los cables de Wikileaks . No precisamente la divulgación de ciertas noticias en determinados medios, que presupone selección por partida doble; sino la peculiar modalidad de difundir narraciones desprovistas de ropaje interpretativo (sin perjuicio, claro está, de las interpretaciones inherentes a las propias narraciones). Acaso lo más novedoso del modus operandi de Wikileaks -en contraste con el de los mass media convencionales- sea precisamente esta característica de presentar hechos sin aderezos descriptivos, informaciones originales y no reportajes.
Otro atractivo notable es la dosificación de entregas -tanto por parte de Wikileaks como de los medios involucrados- y el cúmulo de tensiones que ello produce en observadores atentos a lo aún no publicado (y a lo que quién sabe ocurriría si acaso se publicare). ¿Cuántos políticos corruptos estarán preocupados por la posibilidad de que se revelen datos de sus cuentas bancarias en Suiza? ¿Cuántos señores honorables se hallarán temblando ante el eventual descubrimiento de sus andanzas secretas? Cual se infiere de las opiniones de Umberto Eco y Jorge Martínez de León consignadas en mi artículo precedente (cf. Wikileaks como desafío epistemológico), la gente quiere enterarse de lo que ya sabe . Particularmente el telespectador medio que todo lo decodifica como entretenimiento y ante el más mínimo vestigio de novedad que le interpele -o complejidad que le exija pensar- recurre al zapping . Con todo lo que ello denota como temor a lo desconocido, como elusión del riesgo de afrontar los hechos en su prístina frescura. Nótese el sustrato paradójico en el que germina la avidez de noticias. Por un lado, la necesidad cuasi instintiva de ampararse en lo probado y esquivar la incertidumbre, la ansiedad que ésta genera; por otro, el hastío de la rutina y la expectación ardiente de lo novedoso.
Durante el procedimiento de enlatado -mientras se dosifican las » novedades » a difundir por los medios-, resulta imperativo reconocer un tiempo cronológico sustentado en la memoria; un proceso operativo en el que no cabe la amnesia (serio obstáculo para el funcionamiento saludable de cualquier viviente). Más profundamente, sin embargo, en la interioridad psicológica del público de masas cuya demanda regula el flujo mediático, ¿es dable acceder a un estado intemporal exento de evocaciones y miedos, observar la realidad sin simultáneamente describir o interpretar los acontecimientos que la manifiestan? Simplemente observar, sin interponer imágenes o valoraciones fundadas en el pasado, ni expectativas o temores relacionados con el futuro; ¿es factible?
El observador no es ajeno a lo observado, cual postula la teoría cuántica, y acaso en ello estribe la clave para profundizar en el tema. Científicos eminentes que han explorado correspondencias entre la física moderna y las tradiciones sapienciales de Oriente, como Fritjof Capra en El Tao de la Física, enfatizan la inefable unidad cósmica de cuanto conocemos y somos. Fuentes ancestrales del misticismo hindú, fundamentalmente provenientes del Vedanta advaita, atribuyen a su vez carácter ilusorio a nuestra percepción dual de la realidad -al universo relacional de sujetos y objetos que concebimos para subsistir-, y con ello cuestionan la importancia que solemos atribuir a nuestra historia personal. Por cierto, no resulta nada fácil para Occidente lidiar con formulaciones de esta índole. Pero no se trata en modo alguno de aceptar o negar , sino de indagar y verificar . A ello invitan los genuinos maestros, y no solamente los de la tradición hindú. En la sabiduría amerindia encontramos instigaciones sorprendentemente similares. Así Carlos Castaneda, en el segundo capítulo de su Viaje a Ixtlán, comenta la experiencia de liberación que le transmitiera su maestro yaqui don Juan Matus en relación con el abandono de sus arraigos familiares (Borrar la historia personal es precisamente el título del mentado capítulo).
Cuando enfocamos nuestro ser entero hacia el suceso presente -testifican los maestros-, nuestra presunta entidad individual se desdibuja, los recuerdos y proyectos que la sustentan se diluyen; el pensar y el sentir se detienen, la personalidad se desvanece… la historia personal se deconstruye y es recién entonces cuando el aquí y ahora se percibe con singular acuidad. Al profundizar en los alcances de que no somos diferentes de cuanto observamos, el universo que nos constituye y rodea se reviste de misterio y maravilla, cobra un aspecto radicalmente novedoso. Y ello tiene consecuencias en nuestra manera de ver, juzgar y actuar. La sensibilidad se agudiza, la calidad perceptiva se acrecienta, la solidaridad cósmica se consolida. No sólo ante la excelsitud y belleza de las instancias sublimes; también ante la insoslayable rudeza del quehacer cotidiano.
En la medida en que la percepción cabal del suceso presente desarticula la importancia de la historia personal fundada en percepciones ilusorias del pasado y del futuro, se accede a una comprensión más clara de la intrínseca relación entre unidad psicológica interna y orden externo. Como lógica contracara, también se comprende mejor que el desorden externo es expresión de nuestras divisiones internas. Y la lucidez de comprensión -a diferencia de lo que acostumbramos dar por sentado- no anula la duda ni la interrogación permanente, sino que las estimula. Por ejemplo, los «políticos corruptos» y «señores honorables» que temen la divulgación de sus fechorías, ¿no son producto de la sociedad que continuamente generamos desde nuestra propia conflictividad? La expectación de noticias suculentas a la hora del informativo diario, ¿no es señal inequívoca de que nos constituimos en observadores escindidos de lo observado? El Gran Inquisidor que en nosotros se yergue desde el filtraje crítico mantenido por nuestra memoria inconsciente, ¿no es determinante principal de aquella conflictividad? La tan mentada banalidad de los medios , ¿no es efecto de nuestra representación despreciativa de la realidad? Y el patrón orientador de esta lectura, ¿no adviene acompasado de una suerte de náusea biológica o tedio vital que amenaza nuestra autoestima como consecuencia del ilusorio apuntalamiento de la importancia personal?… «Los medios sirven para registrar lo que ocurre en una sociedad, no para provocar que algo ocurra» (reitero una frase de Jorge Martínez de León citada en mi referido artículo previo).
Las cuestiones precedentes actualizan contiendas epistemológicas de larga data. En el prolongado conflicto desarrollado por Occidente a la luz de la filosofía crítica de la ciencia, tan implacable con las raíces míticas del homo religiosus como condicionada por ellas, la modernidad incurrió en la ingenuidad de considerar la materia como realidad contrapuesta al más allá del pensamiento arcaico: aquí lo físico , tangible e incuestionable; allí lo metafísico , hipotético e indemostrable. Cuando «Dios» pasó a llamarse «Materia» o «Energía», el materialismo científico introdujo una nueva hipóstasis sin percatarse de que sólo estaba cambiando un símbolo: «El materialista es un metafísico malgré lui » -comentaba Carl Gustav Jung en 1939, al tiempo de prologar una obra de Evans-Wentz que se publicaría quince años después (la citaré enseguida y los entrecomillados que subsiguen en este párrafo pertenecen a ella)-. Por otra parte los creyentes, acaso dispuestos al » sacrificium intelectus » mas no al abandono del sentimiento -de la «seguridad y confianza de un mundo todavía presidido por padres poderosos, responsables y cariñosos»-, no acertaron a ganar su vida por temor a perderla. Inconsecuentes con el ejemplo y la prédica de Jesucristo, procuraron » continuar siendo niños en lugar de convertirse en seres inocentes como los niños». No todos los seguidores del cristianismo procedieron así -justo es reconocerlo-; unos cuantos procuraron compartir la aventura espiritual introducida por la ciencia y de alguna manera fueron precursores de esa fascinación por los hechos que tan particularmente se refleja hoy en los adeptos a Wikileaks :
Muchas personas de mente científica incluso han sacrificado sus conocimientos religiosos y filosóficos por temor al subjetivismo incontrolado. A modo de compensación por la pérdida de un mundo que latía con nuestra sangre y respiraba con nuestro aliento, hemos desarrollado un gran entusiasmo por los hechos ; montañas de hechos, más allá de la posibilidad que cualquier individuo tiene, de poderlos estudiar. Tenemos la piadosa esperanza de que esta incidental acumulación de hechos llegue a formar una totalidad significativa, pero nadie está realmente seguro, porque no hay cerebro humano que pueda comprender la gigantesca suma total de este conocimiento producido masivamente. Estamos sepultados por los hechos, pero aquél que se atreva a especular, deberá pagar por ello con una conciencia culpable; lo cual se justifica, puesto que instantáneamente los hechos lo cogerán en falta. — EVANS-WENTZ W.Y., The Tibetan Book of The Great Liberation5, traducción española por Celia Paschero: El libro tibetano de la gran liberación (Buenos Aires, Editorial Kier S.A., 1998), pp. 19-20.
Tras un lapso aproximadamente equivalente a la duración de una generación humana -poco más de siete décadas-, la capacidad interpelante del ilustre pensador suizo se mantiene incólume: ¿estamos preparados para afrontar los hechos? Cuando comprendemos cabalmente que el observador no está separado de lo observado, la avalancha fáctica también «se reviste de misterio y maravilla» y adquiere ante nuestros ojos «un aspecto radicalmente novedoso»; pues entonces también comprendemos que los hechos que nos atañen son todos , o esencialmente uno solo en permanente renovación :
Sólo existen los hechos, no hechos más grandes o más pequeños. El hecho, lo que es, no puede ser comprendido si se aborda con opiniones o juicios; son entonces las opiniones, los juicios, los que se convierten en el hecho, y éste no es el hecho que uno desea comprender. Si uno sigue el hecho, si observa el hecho, lo que es, entonces el hecho enseña, y su enseñanza nunca es mecánica; y el seguir sus enseñanzas, el escuchar, el observar, tienen que ser agudos; esta atención es negada si existe algún motivo para escuchar. El motivo disipa la energía, la deforma; la acción con un motivo es inacción, conduce a la confusión y al dolor. El dolor ha sido engendrado por el pensamiento, y el pensamiento, al alimentarse a sí mismo, forma el «yo» y el mí». Así como una máquina tiene vida, del mismo modo la tienen el yo y el mí, una vida que es alimentada por el pensamiento y el sentimiento. El hecho destruye esta maquinaria.
La creencia es completamente innecesaria, como lo son los ideales. Ambos disipan la energía indispensable para seguir el desenvolvimiento del hecho, de lo que es. Las creencias, al igual que los ideales, son escapes del hecho, y en el escapar no hay fin para el dolor. El cese del dolor es la comprensión del hecho de instante en instante. No hay sistema ni método que pueda dar comprensión; sólo puede darla la lúcida percepción sin opciones de un hecho. La meditación conforme a un sistema significa eludir el hecho de lo que uno es ; es muchísimo más importante comprenderse a sí mismo, comprender el constante cambio de los hechos que se relacionan con uno mismo, que meditar para encontrar a Dios, para tener visiones, sensaciones y demás formas de entretenimiento. — KRISHNAMURTI Jiddu, Krishnamurti’s notebook, traducción española por Armando Clavier y Javier Gómez: Diario I2 (Barcelona, Editorial Kairós, 2004), pp. 197-198.
Así como las «visiones, sensaciones y demás formas de entretenimiento» que suelen buscarse en la meditación programada acaso conlleven autosugestión pero no meditación verdadera , en cuya dinámica se quiebra la dualidad sin que exista sujeto que medite ni objeto en el que meditar -quien se aferre a la idea de estar meditando afianzará su egocentrismo sin meditar en absoluto, advierte el maestro indio-, así también la libertad de elección , contrariamente una vez más a lo que solemos dar por sentado, no es señal de claridad, sino de confusión. Con tal apreciación, Krishnamurti no cuestiona la conveniencia de elegir sin trabas en el ámbito funcional de la supervivencia humana -la libertad política, por ejemplo, no está en discusión-, sino la ilusión de aplicar similares parámetros a la vida interior. La clara visión no requiere elección previa e instiga a actuar con lucidez apasionada; ¡quien ama no elige!
La opción siempre está engendrando desdicha. Si uno la observa, la verá acechando, exigiendo, insistiendo y suplicando, y antes de saber uno dónde está, se halla aprisionado en su red de dudas, responsabilidades y desesperaciones de las que no es posible escapar. Basta observarlo para darse cuenta del hecho. Darse cuenta del hecho; uno no puede cambiar el hecho; podrá ocultarlo, escapar de él, pero no puede cambiarlo. Está ahí. Si lo dejamos solo, si no interferimos con nuestras opiniones y esperanzas, temores y desesperación, con nuestros juicios astutos y calculados, el hecho florecerá y revelará todas sus intrincaciones, sus sutiles modos de actuar -y los hay en cantidad-, su aparente importancia y ética, sus motivos ocultos, sus caprichos. Si dejamos solo al hecho, él nos mostrará todo esto y mucho más. Pero es preciso estar lúcidamente atento a ello, sin opción alguna, avanzando paso a paso. Entonces veremos que la opción, habiendo florecido muere, y que hay libertad; no que uno está libre, sino que hay libertad. Uno mismo es el que produce la opción, y uno ha cesado de producirla. No hay nada por lo que optar, nada que escoger. En este estado sin opción, florece la madura soledad interna. Su muerte es un no terminar jamás. Ello está siempre floreciendo y es siempre nuevo. Morir para lo conocido es estar internamente solo. Toda opción se halla dentro del campo de lo conocido; la acción en este campo siempre engendra dolor. La terminación del dolor está en la madura y lúcida soledad interior. — Ibíd., p. 216.
Si los hechos que nos atañen son todos -o esencialmente uno solo en permanente renovación -, entonces resulta innecesario «especular» conforme al modo previsto por Carl Gustav Jung: en la percepción holística se desvanece la «conciencia culpable» del «yo» escindido. En «la madura y lúcida soledad interior» tampoco cabe eludir el compromiso social, político y ecológico -como acaso se podría inferir al confrontar el pensamiento occidental con el sapiencial aquí destacado-; por el contrario, en ella aflora la calidad humana imprescindible para afrontar con libertad los actuales desafíos tecnológicos y culturales (y la creatividad consecuente para diseñar proyectos fundados en postulados acordes con aquel compromiso).
En esta fascinante aventura en la que las historias personales declinan y la sensibilidad cósmica se agudiza, por cuanto también el antropocentrismo entra en declive y el único actor pasa a ser el Cosmos entero -o el insondable hálito que lo anima-, deviene irrelevante predecir si determinados hechos serán o no divulgados por Wikileaks , cuyo singular potencial simbólico estriba precisamente en su capacidad virtual de referirse a cualquier hecho y, por ende, a la totalidad de los hechos .
Por último, cuando la observación atenta del zapping hace patente la futilidad de la manida libertad de opción propugnada por la propaganda mercantil, nuestra ansiedad decae (particularmente la consumista): el pensamiento generador de imágenes ocupa su justo lugar funcional a nuestra supervivencia. Se debilita la visión centrípeta del ego que todo lo curva en su torno, y emerge la visión centrífuga del yo profundo que todo lo abarca. Morimos antes de morir para que desde lo más recóndito de nuestro ser irrumpa el testigo propicio al rejuvenecimiento perenne, a la contemplación extasiada de la continua novedad: ese misterioso advenir que en nosotros y en torno a nosotros se manifiesta «de instante en instante».
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