Tomo pie de nuevo en el excelente artículo de Manuel Ansede (lo más rojo e informado del global-imperial) del pasado miércoles: «La pastilla que recupera rostros» [1]. Esta es la historia: el joven médico Oriol Mitjà de 29 años aterrizó en la isla de Lihir, en medio del océano Pacífico, en Papúa Nueva Guinea, en […]
Tomo pie de nuevo en el excelente artículo de Manuel Ansede (lo más rojo e informado del global-imperial) del pasado miércoles: «La pastilla que recupera rostros» [1].
Esta es la historia: el joven médico Oriol Mitjà de 29 años aterrizó en la isla de Lihir, en medio del océano Pacífico, en Papúa Nueva Guinea, en 2010. Allí se halla el cráter Luise, un volcán extinto que guarda uno de los mayores depósitos de oro del mundo. De sus entrañas, señala Ansede, «han salido 280.000 kilogramos de oro en los últimos 15 años», más de 18 mil kg por año, uno por cada habitante de la isla. Pero la mayoría de los 18.000 habitantes de la isla, comenta Ansede, «negros con el pelo rubio, viven en la miseria».
Mitjà llegó allí para realizar una suplencia de un mes en el Centro Médico de Lihir. Desconozco la situación laboral de este médico catalán en aquellos momentos. Allí se encontró «con enfermedades medievales, incluyendo una de la que no había oído hablar nunca: el pian».
La provoca una bacteria que borra los rostros y deforma las piernas. La enfermedad, las úlceras del pian, afectan a 500.000 personas, sobre todo niños. «En 13 países de África, el sudeste asiático y el Pacífico occidental». Mitjà decidió quedarse y buscar una estrategia para luchar contra esta enfermedad. Una de las enfermedades olvidadas. No afecta a Occidente ni a sus poblaciones ricas. Mitjà encontró la solución. «Bastaba una sola pastilla de un antibiótico barato, la azitromizina, que en los países ricos se emplea contra la otitis y la bronquitis». Mi propio hijo tomó esa pastilla de niño; las otitis lo martirizaban.
Con la idea de Mitjà, la OMS ha lanzado una campaña para erradicar el pian de la faz de la Tierra en 2020. Si tuviera éxito, si tuviéramos éxito, podía ser la segunda enfermedad humana erradicada tras la viruela. El gran farmacólogo Eduard Rodríguez Farre ha hablado de ello en varias ocasiones. Por ejemplo, en Ciencia en el ágora, Barcelona, El Viejo Topo, 2012.
El documental Donde acaban los caminos, dirigido por Noemí Cuní y presentado en Barcelona esta misma semana, narra la historia de Oriol Mitjà, la que estamos contando. ¿Para cuándo, por cierto, en las televisiones públicas y en institutos y en universidades? «El título de la película es una frase habitual de los médicos que se han enfrentado a la enfermedad». Allí donde finalizan los caminos empieza la miseria. «El pian aparece donde terminan las carreteras y comienza la pobreza extrema de las zonas más remotas del planeta, sin agua, sin luz y sin jabón. El caso de la isla de Lihir es más sangrante, al esconder un tesoro, explotado por la minera australiana Newcrest». Según Oriol Mitjà, «la empresa tiene a los locales trabajando a poco coste. El Gobierno de Papúa Nueva Guinea se queda un porcentaje, la minera se lleva el oro y los locales no ven nada». Nuestro admirable científico comprometido es muy prudente en sus formulaciones. Hay otras formas de decir lo que denuncia: es un ejemplo, otro más, de explotación salvaje. El ser humano, su capital menos preciado.
Irrumpe por supuesto el filantrocapitalismo del que nos habla, crítica e indignadamente Paco Puche y Arundhati Roy. Newcrest, la empresa explotadora y sin entrañas, «es una de las pocas organizaciones que ha financiado las investigaciones del médico español». Se lavan la cara y aparecen muy guapos y altruistas (con lodazales de barbarie a sus pies y con la cuenta de resultados subiendo y subiendo).
En 2012, Oriol Mitjà publicó en la revista The Lancet los resultados de su primer ensayo clínico en Lihir, con 250 niños. A los seis meses de tomar una sola pastilla de azitromizina, el 96% de los chicos estaban curados. ¿Alguna duda sobre los resultados?
Él mismo, con su propio dinero, había comprado los medicamentos. Pidió entonces ayuda para llevar a cabo una campaña de tratamiento masivo en la isla. Quería averiguar «si podría ser una estrategia adecuada para erradicar la enfermedad en el mundo». Solicitó ayudas al Ministerio de Economía español, nada; al Gobierno australiano, nada de nada; a la Comisión Europea, silencio total; al Wellcome Trust británico, prolongado «no contesto». No consiguió ninguna ayuda.
La minera Newcrest sí pone unos 25.000 euros al año. Calderilla de calderilla si lo comparamos con las 700.000 onzas de oro que extrae de Lihir anualmente. Una mera a nota a pie de página que les hace quedar muy bien mientras tratan a sus trabajadores (e indirectamente a sus familias) sin piedad en el rostro.
El plan de Mitjà está obteniendo resultados «espectaculares». La OMS, como hemos indicado, se ha propuesto erradicar el pian en 2020. El protagonista de Donde acaban los caminos es ahora asesor técnico de la campaña de erradicación del pian lanzada por la propia OMS. El principal escollo es el de siempre. «Implementar el plan costará unos 300 millones de euros, difíciles de encontrar en países en los que la enfermedad es endémica, como Costa de Marfil, República Democrática del Congo y Timor Oriental».
La farmacéutica Pfizer, que tuvo un beneficio neto de 7.745 millones de dólares en 2015, ha rechazado hacer una donación de azitromizina contra el pian, ha denunciado Mitjà. ¿Tomamos nota? ¿Lo vamos a permitir?
Lo comenta Oriol en el documental: «Cuando veo a un grupo de niños jugando, felices, saltando y corriendo, cuando solo unos meses antes estaban sufriendo el pian, llenos de úlceras, me siento muy satisfecho. Es lo que da sentido a mi vida y me hace seguir trabajando». Ciencia, humanismo y compromiso. ¿No era es?, ¿la ilustración y la tecnociencia contemporánea no debían aspirar a cosas tan básicas -y esenciales- como las señaladas?
Notas:
[1] Manuel Ansede, «La pastilla que recupera rostros». El País, 11 de mayo de 2016, p. 48.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.