La Paz es una ciudad frenética, ruidosa, cautivante, magnética y poderosa. Nunca descansa. Tan solo se toma un respiro los domingos en la tarde y en la noche. Las calles se vacían, las trancaderas desaparecen, las familias se refugian en las casas, el centro se despuebla y los gremialistas cierran sus puestitos. Solo una cola […]
La Paz es una ciudad frenética, ruidosa, cautivante, magnética y poderosa. Nunca descansa. Tan solo se toma un respiro los domingos en la tarde y en la noche. Las calles se vacían, las trancaderas desaparecen, las familias se refugian en las casas, el centro se despuebla y los gremialistas cierran sus puestitos. Solo una cola que se alarga varias cuadras rompe con la extraña tranquilidad de los domingos en la tarde. Estamos en pleno Prado paceño y cientos de personas (la mayoría jóvenes y de clases populares) esperan pacientemente. Cae la tarde y todos desean entrar al templo de Ekklessía, una de las iglesias neopentecostales más numerosas, lideradas por el predicador Alberto «Toto» Salcedo. A Ekklesía acuden tanto conocidas caras del rock y el jazz boliviano, («desintoxicados» de sus viejos hábitos de la noche paceña) como viejos representantes de la elite neoliberal de los partidos tradicionales desplazados del poder por la efervescencia popular-indígena-nacionalista.
Cada día que pasa en La Paz más puestitos de caseras (venta callejera de dulces y ramas afines) se niegan a vender cigarrillos sueltitos. Por supuesto, esta negativa no tiene nada que ver con el reciente proyecto de ley anti-tabaco sino con las «órdenes» que bajan de arriba en los sermones de las crecientes iglesias neopentecostales, la corriente conservadora del movimiento evángelico, los llamados «cristianos».
Los evangélicos son cada día más en Bolivia y toda América Latina (en la actualidad llegan, según datos oficiales, casi al 20% de la población boliviana y subiendo). Como la propia sociedad, están polarizados. Se dividen entre los evangélicos ecuménicos (de izquierda) y los conservadores, según se puede leer en un apasionante dossier que el número de junio de la edición boliviana de Le Monde Diplomatique ofrece a sus lectores.
Entre los ecuménicos destacan los metodistas y los luteranos, así como los pentecostales, con cercanía a los postulados del MAS. Su presencia se extiende en el altiplano, entre los indígenas, así como en sectores urbanos populares del occidente del país. Por el contrario, los evangélicos conservadores son principalmente neopentescostales (los nacidos después de la tercera reforma protestante) aunque existen más de 200 cultos «cristianos». Están fuertemente «influenciados» por las doctrinas «neocon» de la derecha cristiana de Estados Unidos, en especial en su lucha antiaborto, antigay, antiliberación sexual, antieducación y estado laico, anti investigación genéticas sobre células madre…y por ende, anti MAS.
El sociólogo Julio Córdova, en el citado dossier de «El Dipló» boliviano, asegura que la batalla la está ganando el bando conservador pues su base social crece y crece, llegando a la clase media urbana y sectores populares tanto del occidente como del oriente del país. Dicen que los evangélicos son una corriente subterránea pero la presencia decisiva de asambleístas del MAS de tendencia evangélica metodistas (cercanos a la izquierda indigenista) en los debates sobre el aborto durante la Constituyente en Sucre y su «alianza» con evangélicos conservadores para defender sus compartidos valores morales desmienten esta condición «underground» del creciente poder «cristiano» en la cambiante y dinámica sociedad boliviana. La estrategia para sacar del país al ex prefecto masista de Chuquisaca, David Sánchez, también unió a evangélicos de izquierda y de derecha, unidos por su Dios y separados por la politica partidaria.
Los intentos de convocar al diálogo nacional a las iglesias evangélicas, compartiendo mesa con la jerarquía católica (alineada con la derecha polìtica y criticada fuertemente por los movimientos sociales) es otra muestra de esta batalla religiosa-polìtica-social que se viene librando «secreta» y cotidianamente en las calles y los círculos de poder. Incluso los habituales «piropos» del presidente Evo a la labor de los pastores «cristianos» del Chapare cuando los cocaleros resistían heroicamente la dura represión no escapan a esta lucha teológica aparentemente.
¿Asistimos a un lento y casi invisible desplazamiento de la influencia social y política de la iglesia católica en desmedro de los evangélicos, campo dominado por los sectores más conservadores y retrógrados? ¿Cuánto daño le puede hacer estas tendencias (dominadoras, por cierto, del espectro radial, con amplia llegada a los sectores populares) al proceso de cambio del MAS? ¿Qué papel juega Estados Unidos en el seno de los evangélicos de derecha más allá de inspirarlos en su doctrina social ultraconservadora? ¿Primero nos «cayeron» los católicos con su cruz y su espada y ahora llegaron los «gringos» y su evangelismo, como dijo una vez Felìpe «El Mallku» Quispe? ¿Cuánto afecta la presencia de templos protestantes en la identidad cultural de los pueblos originarios y campesinos del occidente y oriente bolivianos? Mientras tanto, el poder «cristiano» las mata callando.