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El presidente se equivoca

Fuentes: Rebelión

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, es conocedor y amante de la historia de este país. Así lo hace notar casi en cada conferencia mañanera o entrevista que le hacen. Es admirador de los liberales mexicanos, como Benito Juárez o Melchor Ocampo. Por el contrario, le producen tirria toda la pléyade de conservadores que se oponían a los avances políticos de los liberales. Hasta aquí parece no existir mayor problema, es válido admirar a los personajes históricos de nuestra preferencia. La cuestión es: ¿tiene sentido traerlos a un presente tan distinto al momento que estas figuras históricas vivieron?

El presidente no se limita a decir que estos personajes históricos o mejor dicho, sus ideales, lo inspiran. No. Él va mucho más allá, recrea esos tiempos, casi los escenifica. Baste remitirnos a su más reciente discusión con el historiador Enrique Krauze, sobre quién es más conservador o liberal.  Más allá de que hay otras cosas muchos más importantes a las cuales dedicarles no una, sino varias discusiones, como la reactivación económica una vez  inmersos en la “nueva normalidad” o la reforma al sistema de salud, por ejemplo. Poco aporta en el 2020 saber quién es más liberal, si el señor Krauze o el presidente.

Dice AMLO que “es tiempo de definiciones”, que todos nos debemos decantar por estar a favor de la 4T y su transformación de la vida pública o ser un conservador, porque quien no está con la 4T, es un conservador. ¿De verdad todo se reduce a blanco o negro? ¿A liberales y conservadores? ¿Dónde quedan los anarquistas, los marxistas, los trotskistas, los socialdemócratas, los sindicalistas, los indiferentes?

Además, ¿que no la causa de las desgracias mexicanas son los gobiernos liberales?

Prácticamente todos los gobernantes de la Constitución de 1917 para acá, se asumieron liberales y juaristas. Quizá la excepción fue el General Lázaro Cárdenas, que tuvo una inclinación más progresista. La defensa del liberalismo es desear que las condiciones de desigualdad y explotación de los muchos en beneficio de unos pocos, continue. Si realmente se quiere una transformación, se debe cambiar el paradigma.

Insisto, no se debe reducir ni mucho menos forzar a la gente a definirse bajo si se está de acuerdo o no con una postura y que a partir de allí se clasifique si se es liberal o conservador. Hay que recordar que eso lo hizo George Bush cuando se debatían cuestiones concernientes al ataque a las Torres Gemelas. “Se está conmigo o se está contra mí”, pero si estás contra mí, entonces eres un terrorista y enemigo de la libertad.

No hay que olvidar que además, el liberalismo es un sistema político que ha ido en contra de sus propios postulados, contenidos éstos en los llamados Cinco Mitos de la Legitimidad:

Consenso: todos, como iguales, nos dimos un Estado para que protegiera nuestros intereses comunes.

Soberanía: el poder es popular, pero el pueblo se lo confía al Estado (gobierno) para que lo ejerza en su representación.

Imparcialidad: El Estado no tiene preferencias en la lucha de clases.

Igualdad jurídica: Ricos y pobres responden por igual ante la ley.

Razón de ser del Estado: el Estado existe para procurar el bien común.

Estos postulados están perfectamente señalados en la Constitución liberal mexicana vigente, pero como dice el dicho:

Derecho que no se aplica, no es derecho, es poesía.

El presidente Andrés Manuel López Obrador se equivoca en, primero, traer un debate sobre algo intrascendente y anacrónico y segundo, en reducir las expresiones sociales y políticas a dos polos: el conservador y el liberal.

¡Cómo si estuviéramos en 1857!