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En honor y a la memoria de un incansable luchador social mexicano

El Profe Garrido

Fuentes: Rebelión

Por el poder despreciado, despreció a los poderosos estudiándolos y entendiéndolos. Lo atacaron con infamias y mentiras, discutió con verdades y con ideas. Por su rigurosidad académica, por su trayectoria profesional bien pudo obtener cualquier puesto gubernamental o universitario que le permitieran una vida cómoda y sin sobre saltos, en vez de eso optó por […]

Por el poder despreciado, despreció a los poderosos estudiándolos y entendiéndolos. Lo atacaron con infamias y mentiras, discutió con verdades y con ideas. Por su rigurosidad académica, por su trayectoria profesional bien pudo obtener cualquier puesto gubernamental o universitario que le permitieran una vida cómoda y sin sobre saltos, en vez de eso optó por el debate, la polémica y la lucha. No fue un amigo de los movimientos sociales, ni siquiera un compañero de ruta, fue un intelectual integrante de esos movimientos, un hacedor de la historia dentro de ellos. Su figura brilló como pocas en la huelga universitaria de 99-2000. Dotó de argumentos a los estudiantes que, con él, defendieron la gratuidad de la educación en la UNAM; debatió con el resto de los intelectuales, los abiertamente derechistas y los soterradamente neoliberales, que exigían el levantamiento de la huelga universitaria a cambio de nada; luchó por la libertad de los presos políticos después de la ocupación militar aquel 6 de febrero del 2000. Con los estudiantes marchó y gritó, incluso dentro del reclusorio norte donde, en más de una ocasión, fue orador principal de los mítines organizados por los estudiantes presos.

Su figura tranquila y serena contrastaba con su rapidez de pensamiento y con su severidad en la polémica. Luis Javier era implacable, su decálogo semanal, además de sintético y esclarecedor, ponía los puntos sobre las íes. Todo movimiento social progresista en este país tenía en él a una voz más, a un eco atronador. Defendió también a los campesinos de San Salvador Atenco, participó en la campaña por la defensa del petróleo, se sumó a la lucha contra el fraude electoral del 2006 y a la defensa de los trabajadores electricistas del SME que continúan en resistencia.

Fue consecuente hasta el último momento de su vida. En 1990, en el marco del Congreso Universitario de la UNAM, algunos adversarios creyeron insultarlo al decirle que «se radicalizaba como estudiante ceceachero», pero eso lo hizo sentirse un orgulloso aliado del movimiento estudiantil, junto a cuya ala izquierda votó durante todo ese evento. En el año 2007, por iniciativa de grupos estudiantiles y de profesores universitarios, contendió por la rectoría, sin otro afán que el de denunciar lo más ampliamente posible lo antidemocrático y obsoleto de la Junta de Gobierno, del Consejo Universitario y de todo el proceso de designación de los rectores. Además levantó un programa de transformación profunda de nuestra universidad que bien debiera ser considerado en estos días. Ninguno de los entonces aspirantes a ocupar el cargo aceptó asistir al debate por él propuesto. Entonces señaló: «Los que se niegan a dialogar con la comunidad y a la apertura de espacios democráticos y de reflexión en la UNAM, desdeñando el sentir de los universitarios, asumen una grave responsabilidad por lo que pueda acontecer en el futuro inmediato.» Hubo quien lo tachó de inconsecuente cuando se sumó al proyecto de Andrés Manuel López Obrador, pero él no perdió la brújula: la última palabra, decía Luis Javier, la tiene el pueblo organizado y movilizado.

Su impresionante currículo profesional deja pasmado a cualquiera. Esa formación no le impidió ser consecuente con su militancia de izquierda, lo fortaleció en esa convicción. Su rigor y agudeza estuvieron presentes en sus artículos semanales en La Jornada, pero también en el más célebre de sus libros El Partido de la Revolución Institucionalizada, tesis con la que obtuvo el grado de Doctor del Estado francés. Desentrañó, como nadie, los orígenes y la consolidación del PRI que hoy pretende venderse a la población mexicana con un nuevo rostro.

Su muerte es una de esas muertes hondas y dolorosas. Los que aspiramos a que este país mejore hemos perdido a uno de los pocos intelectuales que, como Carlos Montemayor y Miguel Ángel Granados Chapa, analizaron desde abajo y desde adentro al México profundo. La UNAM pierde a un académico de renombre, el movimiento social mexicano a un compañero siempre necesario.

Hoy, los que a su lado caminamos, los que lo queremos y extrañamos, estamos convencidos de que Luis Javier Garrido merece honor por ponerse del lado de los de abajo, sabedor de que sus levantamientos y sus rebeliones son justas, necesarias e inevitables.

¡Hasta siempre Profe Garrido!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.