El regreso a la Ciudad de México libre de cargos del general Salvador Cienfuegos Zepeda, exsecretario de la Defensa Nacional (el jefe del ejército mexicano) del gobierno de Peña Nieto, el 18 de noviembre pasado elevó a niveles explosivos la crisis política en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) que detonó un mes antes, el 15 de octubre, con su detención por agentes de la policía antidrogas de EUA (la Drugs Enforcement Administration-DEA) en el aeropuerto de Los Ángeles, California.
Las acusaciones
Durante un mes se desarrolló la crisis que mantuvo en tensión y expectación al escenario político nacional: el encarcelamiento del general retirado, su traslado a Nueva York para enfrentarse al juicio que se le preparaba con un expediente de más de 750 folios y que, como ha sucedido en todos estos juicios hasta ahora, se esperaba terminaría con una sentencia condenatoria de cadena perpetua en prisión. La crisis derivó por múltiples cauces y fue evolucionando con extrema rapidez. Ciertamente no era para menos: se trata de uno de los personajes centrales y más influyentes del ejército mexicano, sobre quien no había en el gobierno de México la menor sospecha de ser cómplice de crimen alguno. Cienfuegos había presidido sobre las operaciones militares represivas centrales del gobierno de Peña Nieto, a saber el ajusticiamiento de una de decena de supuestos delincuentes en Tlataya, estado de México y ante todo en la masacre y desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa en Iguala, Guerrero.
El megaescándalo se potenció a la velocidad del rayo y llegó a su explosión cuando el lunes 16 de noviembre, en forma inesperada e insospechada del todo los fiscales estadunidenses registraron ante el tribunal federal en Nueva York encargado del caso la solicitud para que esa corte desechara las acusaciones formales, ya que EUA había determinado que consideraciones delicadas e importantes de política exterior superaban el interés del gobierno en proceder con la fiscalización del acusado, bajo la totalidad de las circunstancias y, por lo tanto, requerían desestimar el caso. El juicio se iba iniciar el miércoles 18, o sea dos días después de que ya en pleno proceso el general ya no podría ser liberado de cargos, los cuales eran equivalentes, a una sentencia de cadena perpetua. En lugar de eso, el general fue reenviado a México de inmediato y horas después descansaba en su mansión de uno de los barrios burgueses de la Ciudad de México.
Dichas acusaciones son las mismas que se hicieron contra quien fue secretario de Seguridad Pública del gobierno del presidente Felipe Calderón, García Luna quien ya se encuentra preso y sentenciado en una cárcel de Nueva York. Los fiscales encargados del caso acusan al general Cienfuegos Zepeda de abuso de su puesto para ayudar al cártel de El H-2 (una derivación en Nayarit del cártel de Jalisco) a traficar miles de kilos de diferentes narcóticos a EUA y que, a cambio de sobornos, permitió que ese grupo actuara con impunidad en México. De acuerdo con la acusación oficial, entre diciembre de 2015 y febrero de 2017 el general Cienfuegos, también conocido como El Padrino, conspiró junto con otros para manufacturar y distribuir drogas ilícitas incluyendo heroína, cocaína, metanfetaminas y mariguana con el conocimiento de que serían exportadas a EUA.
El cuarto cargo es por conspiración para blanquear fondos procedentes del narcotráfico y acusan que entre las fechas de diciembre de 2015 a febrero de 2017, el mando militar realizó operaciones financieras transfiriendo fondos procedentes del narcotráfico. Los fiscales estadunidenses calculaban que la pena mínima para cada uno de los primeros cargos es de 10 años de prisión y en conjunto, como se ha dicho, una máxima de cadena perpetua.
Las reacciones de AMLO
La noticia de la retirada de los cargos al general Cienfuegos por parte del gobierno de Trump y su regreso a México para que fuera puesto bajo las leyes mexicanas, cuyos fiscales ciertamente apenas en ese mes habían abierto la carpeta correspondiente de investigación del general, no es exagerado decir que conmocionó al país y fue el inicio del potenciamiento de una ya de por si profunda crisis política provocada un mes antes.
Por supuesto, la primera declaración ampliamente difundida fue la del propio presidente de la República. AMLO no tardó ni un día para declarar en la mañanera del 18 de noviembre que la detención del general Cienfuegos ex secretario de Defensa del gobierno de Peña Nieto acusado de ser cómplice del narcotráfico “ es un hecho muy lamentable, porque es una muestra inequívoca de la descomposición del régimen, de cómo se fue degradando la función gubernamental en el país durante el periodo neoliberal”. Fue evidente su acuerdo sin asomo de dudas de la legalidad del hecho por parte del gobierno de Trump. Prosiguió anunciando que los militares que hayan sido cómplices de Cienfuegos deberían ser también señalados y puestos bajo el imperio de la ley. Reconoció que su gobierno no había sido informado de la investigación realizada por la DEA desde hacía diez años (¡10 años!) antes y parecía que su elocuencia improvisada tradicional allí dejaría el asunto. ¡Cuán imprevistas e improvisadas demostraron ser estas declaraciones que apenas un día después AMLO debió desdecirlas con otro discurso completamente diferente! Tuvo que recular de inmediato ante el asalto furibundo al que fue sometido por los militares que se sintieron agraviados profundamente por el encarcelamiento de El Padrino como el general Cienfuegos era conocido en los medios de los cárteles.
Lo que vino después y sigue es una crisis que no tiene un fin cercano pues todavía hay muchísimos cabos sueltos de un asunto de la política entre los dos gobiernos de EUA y de México, encabezados por dos personajes que han tenido una evidente afinidad electiva como lo demostraron tanto la visita de AMLO a Trump en Washington en plena campaña presidencial el pasado 8 de julio como su actitud sorprendente y mundialmente conocida de apoyo al titular de la Casa Blanca cuando declaró que él no reconocería el triunfo de Joe Biden en las elecciones del 3 de noviembre hasta que se conocieran “los resultados oficiales que demostraran que no había habido fraude alguno”. De este modo AMLO puso su broche de oro a una relación con Trump en la que hizo todo lo posible por quedar bien con él, desestimando y aceptando sin chistar todos los abundantes actos y campañas antimexicanas emprendidas por el impresentable ocupante de la Casa Blanca.
El poderío de los militares
Estamos ante un hecho de una gravedad enorme por las cuestiones involucradas cuyas consecuencias serán también de grandes dimensiones. Como se ha dicho, AMLO declaró desde un principio que su gobierno no tenía el menor conocimiento de la investigación que Washington había iniciado una década antes sobre el general Cienfuegos. Esta situación concernía en especial a la DEA cuyo papel en los últimos treinta años ha sido decisivo como aliada del combate gubernamental mexicano contra la delincuencia del narcotráfico. Este caso del general afecta ya de forma negativa a dicho papel. La cuestión que se plantea de inmediato es cuán grande serían las consecuencias para Washington del juicio a Cienfuegos que estuvo dispuesto a pagar el alto precio de de desestimar el trabajo de investigación de una década de su agencia clave en la lucha contra el narcotráfico.
Las investigaciones de acuerdo a las informaciones de voceros de ambos gobiernos son extensísimas. Según se dijo la DEA le entregó a la Fiscalía General de la República (FGR) un expediente de 750 folios. Por ley el gobierno de Washington no puede entregar toda la investigación íntegramente, sin embargo en esos 750 folios habrá mucho que saber con lo que bastaría para conocer vínculos, contactos, complicidades, hechos de todo tipo (llamadas, e-mails, twiters, mensajes, etc.) y toda una serie de razones y circunstancias en abundancia. Las implicaciones, los nombres, las relaciones allí incluidas tienen un carácter explosivo que afectan a personajes muy poderosos que están involucrados en los procedimientos. ¿Cómo no entender que el caso deriva por múltiples vericuetos que compromete a más militares, políticos y a toda una serie de personajes del gobierno y de la sociedad ligados al narcotráfico? ¿Cómo no preguntarse cuánta no sería la presión ejercida por los militare mexicanos para que AMLO tuviera que tratar directamente con Trump la urgencia para el Estado mexicano de la devolución del general? ¿Cómo no calibrar la poderosa influencia del ejército mexicano y del conjunto de las fuerzas castrenses (Marina, Guardia Nacional incluidas) para que Washington se vea obligado a maltratar a la DEA exponiéndola como incapaz de aquilatar en sus acciones la dimensión política que le obligue a retractarse de ellas? Ciertamente la importancia para los intereses geopolíticos de Washington de tener las mejores relaciones con la fuerza fundamental para el mantenimiento de la estabilidad social del vecino directo del sur, es una necesidad estratégica a la cual subordinar incluso el prestigio de la DEA.
Una breve descripción del poderío de los militares lo dan las cifras siguientes. El presupuesto gubernamental para el próximo 2021 programado bajo los criterios más estrictos de austeridad, incluye sin embargo el único y notorio aumento en los recursos destinados a las fuerzas armadas en sus diversas formas. En los montos destinados a la Secretaria de la Defensa Nacional (Sedena), a la Marina y a la Guardia Nacional. Ese monto asciende a la cantidad de 183 mil 704 millones de pesos (más de 9 mil millones de dólares). Un monto parecido al previsto que repartirá la Secretaria del Bienestar a los jóvenes, adultos mayores y demás rubros. Sólo el monto correspondiente a la Sedena es tres veces mayor al presupuesto que tenía hace diez años.
AMLO ha recurrido al ejército como su apoyo estratégico central para sus grandes proyectos: legalizó su acción de seguridad pública y le concedió el control de la Guardia Nacional (con 100 mil elementos), le encargó la política migratoria, le entregó los puertos y las aduanas, y además le adjudicó contratos millonarios de obra pública como el aeropuerto de Santa Lucía, la construcción de las sucursales de los bancos del Bienestar, la construcción de los dos tramos más grandes del Tren Maya. (Mathieu Tourliere, “AMLO consiente a la Sedena: le ofrece el mayor presupuesto de su historia”, Proceso, 22.11.2020).
La sombra de la impunidad
AMLO construyó su apabullante victoria electoral de 2018 sobre el colapso del proyecto de “la transición democrática” del PRIAN. Nunca precisó los ejes fundamentales de esa ofensiva contra la “mafia del poder” que él identificaba con el PRIAN y sus apoyos y beneficiarios financieros, industriales y comerciales. Tampoco jamás definió a esa “mafia del poder” como el poder capitalista dominante en el país. Pero el fracaso colosal de los gobiernos de Fox, Calderón y Peña Nieto exigía primero y ante todo la derrota inmediata del PRIAN. AMLO ofrecía esa alternativa. Aunque finalmente se ha demostrado que la tal “mafia del poder” es hoy su aliada clave, debemos reconocer que en su curso hacia el poder, su discurso general, en gran medida esencialmente demagógico, tuvo siempre un elemento de realismo contundente: el ejército, las fuerzas armadas en general, siempre fueron reconocidas como básicas de la institucionalidad y respetadas como pilares fundamentales de la gobernanza nacional. No obstante, lo que si hay que decir es que no se preveía que pudiera superar a Calderón y a Peña Nieto en su apoyo y colaboración con los militares. Sin duda en sus dos años de gobierno, AMLO ha superado a sus antecesores con creces en su dependencia pronunciada en los militares.
Con el abrupto giro de poco más de un día, AMLO después de celebrar la detención del general como un ejemplo de corrupción del “neoliberalismo de los gobiernos anteriores” y de asegurar que ya no sucede ni sucederá en el actual gobierno, el presidente debió virar por completo y convertirse en la práctica en el defensor decisivo del general Cienfuegos. Durante un mes, todo el peso del Estado mexicano, de sus influencias, de sus presiones fueron puestas en tensión para arrancar al general de la justicia de EUA que le prometía una cadena perpetua y devolverlo a México. Y lo lograron con una rapidez impresionante.
¿Qué pasó entre los gobiernos de Trump y AMLO para que se diera esta inaudita situación? Repetimos que todavía hay una gran ausencia de datos, informes y declaraciones que abunden y completen un panorama que aún está pleno de oscuridades. Las especulaciones están a la orden del día, como por ejemplo las que algunos funcionarios sostienen considerando que la decisión de regresar al general fue de Joe Biden. Por supuesto que esta es una especulación que se aleja remotamente de la realidad que vive en estos días tumultuosos y complejos el gobierno de Washington y en general la política estadounidense en general. William Barr, el procurador general de EUA, a quien correspondió dar la orden de retirar los cargos al general Cienfuegos, es un aliado estrecho del presidente Trump. Barr ha sido el encargado de ejecutar órdenes de Trump para exonerar a delincuentes cercanos al presidente, para permitirle quedar bien con el presidente de Turquía en algunos negocios no del todo limpios, de hacer que sus vínculos con Putin no le afecten más de la cuenta. Brevemente, Barr es un incondicional de Trump. Y éste en su lucha cuesta arriba por demostrar que la victoria de Biden es fraudulenta seguramente aprecia mucho cualquier apoyo como el que le dio al nivel internacional AMLO al declarar su posición sobre la posibilidad de un fraude en las elecciones del 3 de noviembre.
También se debe tener en cuenta que la situación de EUA, como se ha demostrado con creces en las últimas semanas se ha agravado con la profundización de la tripe crisis que atraviesa: la sanitaria, la económica y la del malestar social ante todo expresado en el movimiento de los afroamericanos (“las vidas negras importan”) que cuenta con sólidos apoyos de los otros grupos sociales blancos, latinos y asiáticos. Para Trump y los republicanos que lo apoyan el control y la estabilidad de México, el patio trasero directo con los tres mil kilómetros de frontera sureña, es un factor crucial. El general Cienfuegos es un exponente central del instrumento de represión clave para mantener tanto el control como la estabilidad en México. La furibunda reacción de sus colegas en los altos mandos del ejército mexicano ante la detención de su ex jefe ciertamente influyó en la decisión de Washington. El ejército mexicano es un socio menor pero fundamental en los planes estratégicos de su política imperialista, de los dos partidos demócrata y republicano, para América Latina.
Hoy una de las grandes preguntas es ¿y ahora qué pasará con el general? Pregunta que la abrumadora mayoría de la población considera que al quedar en manos de la corruptísima justicia mexicana su exoneración está prácticamente garantizada. Una conclusión así sería favorable a los belicistas norteños que no se cansan de mantener que la corrupción endémica de la política y la justicia mexicanas son la justificación esencial para una mayor injerencia e intervenciones de todo tipo en México en defensa de los intereses estadounidenses. Siempre se recuerda las estadísticas de la impunidad prevaleciente en el país: el 95 por ciento de los delitos quedan impunes.
Ante las preguntas sobre las condiciones de los estadounidenses para la devolución del general a México, AMLO siempre ha contestado que no ha habido ningún trato en los “oscurito” y que “él no es florero” de los extranjeros: “el presidente Trump ha mantenido una relación de respeto con nosotros”. “Aclaro que así como no hay impunidad, no vamos a permitir en ningún caso se fabriquen delitos; tiene que haber sustento y pruebas, ya que ninguna persona puede ser víctima de una injusticia y, desde luego, lo haríamos ante cualquier circunstancia que afectara a cualquier mexicano, sea quien sea”. El otro protagonista central en las negociaciones entre ambos gobiernos, el canciller mexicano Marcelo Ebrard también lo ha repetido una y otra vez. Ha dicho: “No es un acto
[la devolución del general a México]
en el camino de la impunidad sino de respeto a México y a sus fuerzas armadas”. E incluso en una de las muchas conferencias mantenidas en estos agitados días Ebrard ha sido tan crudo como para decir que cualquier rastro de “impunidad en el caso del general Cienfuegos sería un suicidio para el gobierno de México”.
Ejército, pueblo y oposición de izquierda
No cabe duda que los militares han salido fortalecidos de estos acontecimientos pues tanto el gobierno de EUA como el de México debieron aceptar sus exigencias. En especial el gobierno de AMLO tendrá en el ejército un socio muy poderoso con quien en muchos casos deberá compartir la gobernanza.
En la superabundancia de comentarios, análisis, declaraciones y especulaciones que inundan los medios de todo tipo ya se discute sobre la situación de este momento en la trayectoria del gobierno obradorista. Para muchos ya es un punto de inflexión crucial. Algunos lo comparan con lo que fue la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa para el gobierno de Peña Nieto: el inicio de su decadencia. Ciertamente el regreso del general Cienfuegos es para el gobierno de la “Cuarta Transfornación (4T)” una nueva cruz en la hilera que lleva en los escasos dos años de gobierno. Ya muerta o todavía viva la 4T, una cosa es evidente: la liberación del general Cienfuegos, porque de hecho de eso se trata su regreso a México, representa no la superación del curso impuesto por el PRIAN sino su profundización en condiciones de crisis que superan con creces las que enfrentaron tanto Calderón como Peña Nieto: una depresión económica comparable a la de los años treinta del siglo pasado, desempleo como nunca antes, hambre y miseria en la mitad de la población, afectada además por la terrible pandemia que precisamente los días del regreso del general superó la marca de 100 mil muertos colocándose firmemente México en el cuarto lugar de la lista macabra de víctimas del covid-19, en donde sólo es superado por EUA, la India y Brasil países con poblaciones muchas veces mayores a los 125 millones de mexicanos y mexicanas.
Todo ello significa también que el papel del ejército mexicano seguirá siendo el garante decisivo del régimen. Su intervención en las crisis cuando la lucha de clases amenaza el desbordamiento de los cauces del control político tradicional de la sociedad capitalista es históricamente fundamental desde su nacimiento en las campañas de los caudillos norteños vencedores sobre los ejércitos campesinos de Villa y Zapata. Desde entonces el ejército ha sido la rosca cerrada para el beneficio exclusivo de los jefes militares, comenzando con sus fundadores Obregón y Calles. A diferencia de los ejércitos en la mayoría de países cuyo jefe es un civil, el mexicano siempre ha sido controlado y dirigido por los mismos militares, siempre también intocables. Esa impunidad de sus acciones se ha mantenido incólume desde sus inicios en los años veinte, durante la represión de la insurgencia electoral de 1952, cuando fue el rompehuelga de la lucha ferrocarrilera de 1959, como el ejecutor de la masacre de Tlatelolco y últimamente en las ejecuciones extrajudiciales de Tlataya y ante todo en su participación en la matanza y desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.
Sólo el pueblo puede vencer al ejército. Y lo vencerá cuando se presente la situación de su movilización autónoma, independiente y democrática. La emancipación de los trabajadores, la liberación popular se logrará en una lucha cuya meta es la organización de los trabajadores y sus aliados oprimidos y explotados bajo la bandera de un programa anticapitalista y la perspectiva socialista. Para lograr estas metas la existencia de una vanguardia bien estructurada y enraizada en las luchas de los trabajadores y populares es fundamental. Hacia ello se dirigen los brotes de oposición de izquierda que ya se están organizando en el país, para participar conjuntamente en los sindicatos, en las universidades, en las colonias proletarias, en las fábricas y en las elecciones. En 2021, ya a la vuelta de la esquina, habrá elecciones para renovación de la Cámara de diputados. Varios grupos anticapitalistas y socialistas se preparan para intervenir y enarbolar la alternativa de izquierda ante las masas que hoy ya han experimentado cuán fallido y demagógico está demostrando ser el obradorismo.
Manuel Aguilar Mora. Militante de la Liga de Unidad Socialista (LUS), profesor de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), En 1968 integró el Comité de lucha de Filosofía y Letras al lado de José Revueltas. Autor de numerosos libros sobre la historia política y social de México.