Terminando la Marcha al Sur el 20 de septiembre 2011 el poeta mexicano Javier Sicilia, quien ha desencadenado, después del asesinato de su hijo hace medio año, el mayor movimiento de Derechos Humanos en la historia de México, dio esta entrevista de 47 minutos a los cineastas austriacos Leo Gabriel (periodista) y Michael Vetter (cámara) […]
Terminando la Marcha al Sur el 20 de septiembre 2011 el poeta mexicano Javier Sicilia, quien ha desencadenado, después del asesinato de su hijo hace medio año, el mayor movimiento de Derechos Humanos en la historia de México, dio esta entrevista de 47 minutos a los cineastas austriacos Leo Gabriel (periodista) y Michael Vetter (cámara) para un documental de la Televisión de Austria. A manera de una introspección filosófica, esta entrevista revela no solamente el pensamiento de Sicilia, fuertemente influenciado por los grandes místicos como Juan de la Cruz, Albert Camus y Paul Celan, sino la visión política de un hombre que no quiere ser más que un poeta que ilumina el camino de los demás.
Sin embargo, esta entrevista refleja también las abismales contradicciones entre la clase política y las víctimas de la mal llamada «guerra contra el narcotráfico» exaltada por el gobierno del presidente Felipe Calderón como línea estratégica de su gobierno. Al sacar a estas víctimas de su anonimato, Sicilia desenmascara los victimarios, entre los cuales se encuentran muchos políticos corruptos y empresarios irresponsables.
Preguntado sobre las perspectivas del Movimiento por la Paz y su plataforma estratégica de seis puntos, Sicilia prevé un conflicto de dimensiones históricas, aunque expresa sus dudas sobre la capacidad de sus colaboradores para provocar cambios sustanciales en un país que se encuentra actualmente entre los más sufridos del mundo.
Leo Gabriel: Como usted cita con frecuencia a Albert Camus, me hace pensar que sus raíces filosóficas se encuentran en esta tradición del existencialismo de los años cincuenta y sesenta. ¿Es cierto?
Javier Sicilia: De alguna manera fui la suma de muchas cosas; una de ellas esta tradición existencialista, sobre todo Camus ha sido un gran maestro. Creo que mucho de mi pensamiento y mi actitud moral vienen del pensamiento de Camus, quien fue una de las últimas grandes conciencias morales del silo XX. Y me gusta mucho Camus, aunque él no era creyente como yo, pero yo traduzco en mis términos de fe encarnacionista ese gusto de entender y amar al hombre de aquí y de ahora y a partir de ahí criticar las abstracciones. Su gran critica a la iglesia católica, incluso al comunismo, y al fascismo ni se diga, es porque ellos ponen entre paréntesis a los hombres de aquí y ahora en nombre de una abstracción y eso reverbera mucho en mí porque yo tengo en mí una teología muy «encarnacionista».
LG: ¿En qué sentido, hablando de teología, también algunos místicos cristianos como Juan de la Cruz, San Agustín han impregnado su pensamiento?
JS: Pues sobre todo los místicos, San Juan y Santa Teresa -creo que Camus era también un místico a su manera, su misión era profundamente mística- me han influido mucho. Yo siento que tanto San Juan como Santa Teresa eran unos místicos profundamente encarnacionistas, es decir, el propio San Juan utiliza la metáfora erótica, una metáfora tremendamente somática para hablar de su experiencia de Dios, no se diga Santa Teresa que también lo hace de esa manera. Yo no entiendo la trascendencia y la resurrección sin la presencia concreta de un Dios encarnado, del Dios presente en la carne y en la experiencia somática de Dios en el otro y en la otra.
LG: Este tema que toca se propagó mucho a partir de 1968 en Europa, y sobre todo en Francia, con diferentes autores como Georges Batalle y Francisco Arrabal, quienes quieren transgredir esta separación entre cuerpo y espíritu que existe en la tradición occidental.
JS: Sí este dualismo proviene de la clave platónica para interpretar la revelación evangélica; existe mucho en San Agustín y luego muy fuerte en el neoplatonismo como clave de interpretación del evangelio; pero yo creo que si hay algo en los evangelios es la presencia de la encarnación, no el dualismo. De hecho el evangelio habla de la resurrección de la carne; todavía en el credo de los apóstoles se habla de la resurrección de los muertos, el credo original es el credo en la resurrección de la carne y la carne es un tema fascinante. Hay un filósofo, es un fenomenólogo, Michel Henri, que tiene un libro bellísimo sobre la encarnación. El problema es que en español sólo existe una palabra para decir carne y siempre tendemos a pensar cuando oímos carne en la piel. Hay otras lenguas mucho más ricas en ese sentido, como el francés o el inglés mismo, no sé si el alemán, la distinción entre flesh y mito. Me refiero más a este saber que pasa por los sentidos, a este saber que pasa por la experiencia sensorial, que es lo carnal al final de cuentas.
LG: Ahora la vida le ha llevado a otra dimensión que se podría calificar la social, la política, de pensar en categorías más grandes, quizá más abstractas, ¿siente esto como una especie de contradicción con lo que había pensado antes de la muerte de su hijo?
JS: No, yo creo que lo llevé simplemente a un plano público y a un lenguaje más político si se quiere, pero la poesía no deja de estar presente en mi discurso o en mi manera de ser. En el momento que tomo el camino de las víctimas fui tomando el camino de la encarnación; es decir, mi critica terrible a las abstracciones del presidente y su guerra, de reducir los muertos a cifras, a bajas colaterales, a estadística, me llevó a decir no, te equivocas, esos tienen nombres y apellidos, memoria, tienen rostro, cuerpo, presencia; las negaste pero están en la voz de sus familiares, están en el dolor que representamos las víctimas, algo de todo mi pensamiento resuena en este enojo y en este desafío al Estado mexicano y a los delincuentes.
LG: Entonces su crítica va más al fondo que el espectro izquierda/derecha, está dirigida más bien al rescate de la persona humana frente a un mundo cada vez más inhumano porque es más mesurable en términos cuantitativos?
JS: Sí, absolutamente; es una apuesta por recuperar la dimensión inmensa del hombre que de alguna manera la recupera el lenguaje poético contra la unidireccionalidad del pensamiento racional, del pensamiento pragmático e incluso abstracto dentro del pragmatismo. Yo busco la metáfora profunda que habla de la profundidad del hombre que no puede ser reducido a una interpretación inutilizable y vacía sino defendible por su pura presencia, como decía Albert Camus. Hay que defender esa parte del hombre que no tiene definición que es la expresión pura de su existir.
LG: Pero, ¿usted ha sido siempre un «hombre de izquierda» para ponerle una metáfora?
JS: Sí, siento de izquierda, una cierta izquierda que rescata ciertas cosas de esa naturaleza, pero yo no me definiría tanto como un hombre de izquierda o de derecha. No me gustan los encasillamientos porque tienden a volverse ideológicos, me gusta más definirme como un hombre que trata de ser digno frente a su condición en el tiempo, su historia y su finitud.
LG: Llegando un poco más a lo presente: disculpe la indiscreción, pero me interesa saber, ¿cómo sintió la muerte de su hijo? ¿La sentía como un relámpago? ¿La sentía como un punto de inflexión en su vida, lo que finalmente fue porque se dedicaba a otras cosas antes? ¿O fue un proceso que ha ido madurado en los últimos meses?
JS: No, fue un golpe brutal, un relámpago, es algo que me sacudió de una forma terrible y que me llevó inmediatamente a tener esta reacción frente al Estado, frente al crimen y frente a mi propio dolor.
LG: ¿Y sentía que tenía que hacer algo para que esto disminuya?
JS: Sí y que no se repita y que se haga justicia también a las víctimas de este país porque esa criminalización del Estado sobre todo los que mueren en esta guerra me parece realmente atroz; me parece un insulto no sólo al país sino a lo humano y yo no quería y no quiero que eso suceda y tampoco quiero que le arranquen un hijo o una hija a otro ser humano. Esto es algo que no deseo a nadie, y en lo que esté de mi parte voy a tratar de impedirlo.
LG: Y antes de la muerte de su hijo seguramente también había sentido compasión con las víctimas que existían, pero, ¿no lo planteó como un objetivo de lucha política como ahora?
JS: Pues no, porque fue una extraña coyuntura: porque la muerte de mi hijo no me hizo sacar nada más a mí ese yo. Me articulé sobre algo que ya había indignado a mucha gente, es decir la muerte de mi hijo no sólo me indigno y me violentó, sino que había violentado a mucha gente en Cuernavaca. Cuando yo llegué ya había habido marchas, ya se había puesto un memorial en el centro del zócalo de Cuernavaca. Lo que hizo esta muerte fue iniciar un movimiento y al articular mi indignación diciendo que «¡Ya estamos hasta la madre!», fue nombrar lo que no se había nombrado. Yo creo que mi hijo, su muerte, su nombre, su presencia que tanta gente quería, le dio nombre, presencia y rostro a lo que no se había nombrado. Creo que se debe más a la muerte de mi hijo que a lo que yo hubiera podido hacer yo. Creo que hay algo extraño ahí: un parte aguas en la historia de este país a partir de su muerte.
LG: Entonces el movimiento creció y llegó a un punto en el que hubo la necesidad de una articulación política del movimiento en puntos precisos frente al Estado. ¿Cómo fue esta elaboración de la propuesta? ¿Fue un proceso colectivo o más bien un proceso personal, o una reflexión de expertos?, ¿cómo fue?
JS: Pues yo iba como un poeta diciendo cosas, señalando cosas, y cuando dije «¡Vamos al zócalo de la ciudad de México!» en esa marcha, yo iba a hacer un reclamo frente al Estado; pero también me pregunté: bueno, ¿qué voy hacer? ¿Voy a hacer una protesta más a Tenochtitlán? Todo el mundo va al zócalo de la ciudad de México para protestar, y sigue siendo Tenochtitlán, donde los cuerpos sangrantes siguen cayendo del templo. Fue entonces que dije que voy a leer una protesta pero que hay que hacer más: tenemos que ir no sólo con una protesta sino con una propuesta que permita evitar que haya más de esto, que permita hacer justicia a las víctimas. Pero además muchos de los que forman el movimiento son activistas desde tiempo atrás. Ellos juntaron a las organizaciones civiles, a las organizaciones sociales y se sacaron esos 6 puntos como el mínimo suelo para hacer posible un cambio en este país.
LG: Para no repetir los 6 puntos le pediría que haga uso de su capacidad síntesis que es propia del oficio de los poetas: ¿cuál es la esencia de estos 6 puntos?
JS: Pues yo creo que le abono a lo que dice el movimiento: Paz, Justicia y Dignidad, eso sería lo que toca al punto de la Ley de Seguridad Nacional que nosotros no aceptamos porque va una militarización. Buscamos una ley de víctimas, buscamos rehacer el tejido social a través de un trabajo entre las autoridades y la propia gente. Es necesario atacar el lavado de dinero, atacar las causas fundamentales del crimen organizado y eso se puede hacer solamente con una reforma política porque no tenemos elementos de fiscalización ni de castigo a nuestros políticos omisos o delincuentes; así se iba construyendo el mínimo suelo. Son 6 puntos que van desde la consulta que se hizo, un mínimo indispensable para poder abonar hacia la paz, hacia la justicia hacia las víctimas y hacia la salvación de la democracia; porque en realidad es una incipiente democracia la que tenemos.
LG: Para lograr esto se necesita, por un lado, una concienciación enorme de la población y, por otro lado, una capacidad enorme -para no decir una fuerza política- para hacer retroceder los poderes existentes. ¿Cuál de los dos procesos está avanzando en este momento más?
JS: Creo que es un proceso lento. Este país tiene una pobre conciencia ciudadana, es decir, durante muchos años vivió bajo el simulacro de una democracia que en realidad era una forma autoritaria y paternalista de vivir el mundo político, que abrió, después de la revolución mexicana, la posibilidad de articular una conciencia política ciudadana aunque la transición democrática en el 2000 no ayudó. Entonces vamos construyendo poco a poco esa conciencia y por otro lado vamos sacudiendo un poco la clase política pero creo que vamos a lograr poco. El problema de este país es tan hondo, tan profundo, su corrupción, su falta de sentido ciudadano, su falta de sentido, por parte del Estado, de servicio a la ciudadanía, el entender al Estado como un botín, que va a tardar muchas generaciones en irse puliendo. Nosotros estamos contribuyendo con algo, pero no vamos a solucionar el problema.
LG: Teniendo esta perspectiva de largo plazo, ¿por qué finalmente decidió reunirse con el presidente, ir al Senado y buscar a las autoridades políticas si ya sabe de antemano que hay poco que se puede esperar de ellos?
JS: Eso viene un poco de mi tradición evangélica y «ghandiana»: creo que siempre existe la posibilidad de tocar el corazón y la conciencia de la clase política, es un trabajo que había que volver a hacer, y creo que a base de ir soltando una gota se va horadando una piedra y eso es una apuesta también. Por otro lado me viene Camus a la mente: tenemos la batalla perdida pero hay que volver a intentarlo, como Sísifo, y eso hace la grandeza de los seres humanos. Me gusta mucho el final del mito de Sísifo en el ensayo de Camus cuando va describiendo que Sísifo, después de haber llevado la piedra otra vez se le vuelve; lo describe bajando en medio del atardecer casi en la noche, al fondo del valle cuando recoge su piedra para volver a iniciar el ascenso. Allí tiene una frase muy hermosa que dice: «Hay que imaginarse a Sísifo feliz.» Creo que ahí está una de las grandezas del ser humano que pese a tener la batalla perdida no pierde la esperanza de que un día podrá subir la roca.
LG: No pierde la esperanza porque también a veces se interpreta a Camus como el filósofo de la desesperanza que lo lleva al final a una especie de suicidio lógico.
JS: Pero el suicidio lógico obliga al salto al vacío, es una esperanza que me mueve. No es una esperanza humana; creo que es una esperanza teológica. Yo espero más allá de los hombres.
LG: ¿En qué medida teológica?
JS: En el sentido de que deposito mi esperanza en Dios y no en los hombres y eso es lo que me permite avanzar. Porque si uno se aferra a la esperanza humana, pues uno termina en la amargura y la desesperanza.
LG: Pero también hay que pensar en la esperanza de los demás, en la esperanza que la gente tiene en usted, en la esperanza de que al formar movimientos se puede realmente a corto o mediano plazo cambiar la situación que no aguanta muchos años, dicen. Entonces, ¿cómo puede compaginar esta visión de una perspectiva amplia, duradera y en un cierto sentido eterna con la necesidad política inmediata de un movimiento político que quiere ver éxitos?
JS: No lo sé. No soy un político, soy un hombre, soy un poeta, puedo ver lo que puedo ver y decir lo que puedo ver pero no puedo transformar y hacer un movimiento. Creo que el movimiento tendrá que irse articulando por sí mismo porque yo no lo sé hacer; sigue operando en mí el poeta. Siempre he usado esa metáfora para explicarle a mis alumnos: ¿Que es un poeta? Es este ser que intuitivamente puede ver en la oscuridad; y les digo: imagínense que el mundo es un cuarto oscuro; y de repente el poeta abre una ventana, una cortina y entra la luz. Entonces dice el poeta que eso es la luz y alguien pregunta: «Como llegamos hasta allá?» Entonces el poeta dice: «No tengo la menor idea, pero esto es la luz.»
Yo estoy un poco así en el movimiento, es decir no sé cómo llegar a lo que entrevimos o a lo que pude entrever, a lo que articula un movimiento, pero me siento muy impotente. Espero que el movimiento vaya sumando gente que pueda saber cómo llegar a la luz, cómo caminar hacia esa ventana que pudimos abrir y creo que existe esa gente.
LG: Quién, ¿por ejemplo?
JS: Yo creo que Emilio Álvarez Icaza es uno de ellos, Pietro Amelio, Miguel Álvarez y otros. Creo que esta gente que ha bregado en el mundo político, que conoce los vericuetos, que conoce las formas de alianza con otros. Yo a veces me siento muy cansado, impotente frente a eso; no puedo hacer más que lo que he dicho, ser una voz, la voz de la tribu como definía Malraux a los poetas y señalar esa luz por donde el país podría transitar para encontrar su paz, pero nada más, no sé cómo hacerlo.
LG: Entonces compete a la gente formar organizaciones más potentes. A propósito de eso: Estamos viviendo una época preelectoral. ¿Piensa que de alguna forma un cambio de gobierno puede cambiar sustancialmente la situación?
JS: No, creo que no. Creo que el gran problema es la inmensa ceguera de la clase política y de los partidos con respecto a la situación de emergencia nacional que estamos viviendo. En lo que he podido ver a lo largo de este caminar por la República, abrazando y civilizando el dolor, es que el país esta balcanizado por el crimen organizado. Hay zonas del país donde no se va a poder poner una casilla sin la anuencia del crimen organizado y hay una gran desconfianza de la ciudadanía hacia los partidos. Los partidos no han hecho ni una sola propuesta interesante respecto al fenómeno de la reconstrucción nacional que pueda dar salida a la emergencia nacional que tenemos. Entonces quien gane va ganar gracias a algún cártel, va abundar la violencia y no va haber más que administrar el dolor.
LG: Entonces, ¿quién podría sacar este buey de la barranca?
JS: Yo creo que un gobierno de coalición o una «Junta de buen gobierno» con una agenda de unidad nacional; sería la única manera, pero ningún partido quiere ceder su espacio. Siguen teniendo el Estado y la administración del Estado como un botín y esto es muy peligroso; nos va a llevar a una violencia mucho mayor, incluso a violencia legítima por parte de grupos o de organizaciones que ya no soportan esta realidad. O a una militarización total del país que sería tan terrible como el caos que estamos viviendo porque los extremos se tocan. En este excesivo orden se tocarían también el crimen, la violencia, la criminalización de los movimientos, la opresión. Entonces sí creo que hay una inmensa irresponsabilidad de esta clase política y vamos a unas elecciones que van a simular la democracia.
LG: ¿Pero no hay una posibilidad de juntar fuerzas de la sociedad civil en México -quizá también con el apoyo de la sociedad civil de otras partes del mundo- para ir más allá de las estructuras políticas existentes? Un poco como ocurrió en Bolivia o como está ocurriendo en otras partes del mundo, como en Egipto donde la sociedad civil trata de imponerse contra la clase política. ¿En su opinión, existe esa posibilidad en México?
JS: No, por lo mismo que le decía, hay una gran apatía política, una gran falta de conciencia ciudadana en una gran mayoría de los ciudadanos mexicanos. Ojalá se pudiera articular la sociedad civil. Hay como potencia la marcha que hicimos del 5 al 8 de mayo a la ciudad de México cuando protestamos e hicimos esa marcha por la muerte de mi hijo y por la visualización de las víctimas donde la izquierda y la derecha se volcaron sobre las calles. Hablo de esa potencia, pero otra vez: en México son picos y cuando hay que sostener la lucha empiezan a desligarse a dispersarse y empiezan a subir más las diferencias que los consensos. Veo, por ejemplo, que después de esta Caravana al Sur, los medios nos empiezan a hacer el vacío. Ya empezamos a no ser importantes pese a que sigue la sustancia moral que articuló esa sociedad el domingo 8 de mayo.
LG: Es conocido que el sur tiene un tejido social mucho más intacto que el norte del México, empezando por los pueblos indígenas pero también otras organizaciones que se venían conformando en Oaxaca por ejemplo, ni hablar de los zapatistas. ¿No es esto una ayuda?
JS: Si, creo que es mucho más sólido el sur que el norte y sus agravios son muy distintos a los de la guerra de Calderón. Son agravios ancestrales, agravios caciquiles que dejó el PRIismo, agravios de la estructura económica y de un Estado que sirve a los intereses económicos, no a los intereses de la gente. El problema es que están muy dispersos, están muy fracturados, creo que lo interesante del movimiento al hablar de la esperanza es que les llevó un poco de esperanza; por ejemplo los grupos que nos recibieron en San Cristóbal, que fueron fundamentales para el apoyo al movimiento zapatista, no se habían vuelto a unir desde hace casi 15 años, desde la traición a los acuerdos de San Andrés y eso da un poco de esperanza. Igual en Chiapas, creo que -aunque no hayamos visto a Marcos- el hecho de que una de las Juntas de Buen Gobierno en uno de los caracoles haya abierto sus puertas al movimiento y haya escuchado lo que llevábamos como propuesta dice mucho. Hacía como 5 años que no abrían sus puertas a nadie. Entonces quizás el movimiento puede ser una ventana que introduzca un poco de luz y permita que organizaciones y grupos pueden volverse a articular y gestar un movimiento, no necesariamente tiene que ser de estos movimientos históricos de la izquierda ahora representada por López Obrador sino articular una propuesta distinta. Pero esto es una mera hipótesis.
LG: A veces la historia hace a los hombres más que el hombre hace la historia. ¿No cree que podría suceder que la historia le haya asignado el papel que usted no ha querido tomar y quizá no quiere tomar, pero que tiene que tomarlo y que de repente se queda al frente de una organización masiva y que se convierta no en un politiquero, pero sí en un político auténtico liderando el proceso?
JS: Espero que se equivoque y no me veo en eso, como le dije. No sabría cómo hacerlo. Quizá podría convertirme en una especie de «maestro de la nación», pero nada más, como una conciencia intelectual, una conciencia poética, una conciencia moral, pero soy un poco anarquista. Me gustan más las formas autonómicas, me gustan los espacios proporcionados, ahí me viene mi tradición Illichiana de creer en la proporción, además de mi tradición ghandiana. Yo no me veo al frente de una movilización, de un movimiento o de una causa desproporcionada que tiene que ver con el Estado que es desproporcionado, un Leviatán, un monstruo. Me siento más identificado con los espacios pequeños, autonómicos que dialogan con otros.
LG: ¿Y si se diera? ¿Usted se retiraría del escenario y tomaría el reto a ver hasta dónde llegamos?
JS: No sabría decirle, desde que murió mi hijo no he hecho más que vivir evangélicamente mi presente. No trato de mirar el futuro porque me aplasta, trato de vivir lo mejor posible mi presente y oír a mi corazón para no perderme.
Leo Gabriel es Periodista y antropólogo – Director del Instituto de Investigaciones Interculturales y de Cooperación de Austria y Miembro del Consejo Internacional del Foro Social Mundial. Autor de varios libros, entre ellos: «El Universo Autonómico – Propuesta para una nueva democracia» (Plaza y Valdés, 2007)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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