Las cooperativas cartoneras proliferaron luego de la crisis de 2001. Entre los años 2003 y 2005 diversas normativas sentaron las bases para la creación de los llamados centros de reciclado. Se trata de ámbitos destinados a clasificar y acopiar el material proveniente de la recolección diferenciada, es decir, la basura reutilizable. Esta última es recogida […]
Las cooperativas cartoneras proliferaron luego de la crisis de 2001. Entre los años 2003 y 2005 diversas normativas sentaron las bases para la creación de los llamados centros de reciclado. Se trata de ámbitos destinados a clasificar y acopiar el material proveniente de la recolección diferenciada, es decir, la basura reutilizable. Esta última es recogida y trasladada por las empresas prestatarias del servicio de recolección de basura y depositada en esas plantas donde los cartoneros desarrollan su labor. Desde 2006 hasta la actualidad fueron construidos cuatro centros de reciclado, todos ellos gestionados por diferentes cooperativas. Varios de sus dirigentes acaban de celebrar como un triunfo histórico la propuesta del nuevo pliego de licitación del servicio de recolección de basura presentado por el gobierno macrista en abril de este año y discutido en una audiencia pública el día 27 de julio anterior. En efecto, el punto más sobresaliente del borrador es el hecho de que las cooperativas serán las encargadas de gestionar con exclusividad la recolección de la llamada «basura seca», es decir, todo aquello que puede ser reciclable. Por su parte, muchos estudiosos del fenómeno del cartoneo señalan que el desarrollo de estos emprendimientos sería la solución al problema de la «informalidad» y la precariedad laboral del rubro. Sin embargo, un análisis del proceso y las condiciones de trabajo en dichos centros pone en cuestión estas ideas. Veamos.
El proceso de trabajo en los centros de reciclado consiste en seleccionar, clasificar y compactar el material para luego venderlo directamente a las empresas que utilizan esos productos como materia prima para la producción de otros bienes. El trabajo comienza una vez que los camiones de las empresas recolectoras depositan los materiales. Dado que llega mezclado, el primer paso consiste en seleccionar y clasificar los productos según el tipo: el cartón se coloca en un conteiner, los diferentes tipos de papeles en distintos bolsones, a las botellas plásticas se las separa de sus respectivas tapas y se las pisa para compactarlas. Estas tareas se realizan en el piso. Otras tareas de clasificación son más riesgosas, como por ejemplo, el molido del vidrio. A medida que los recuperadores encuentran botellas o restos de vidrio los colocan en un contenedor, luego se suben y, desde su interior, con un fierro o martillo, comienzan a triturar el vidrio. La ventaja del molido es el aprovechamiento del mayor espacio y un mejor precio de venta. Por su parte, los bolsones con el material clasificado y susceptible de ser compactado son arrastrados manualmente hasta el lugar donde se ubica la enfardadora. Allí, según el tamaño de esta última, dos o tres cartoneros se encargan de compactarlos. Posteriormente, el fardo es trasladado y acomodado en lugares apartados. Cabe destacar que las cooperativas poseen maquinaria para trasladar los fardos y otros materiales pesados como la chatarra. Sin embargo, para trayectos cortos, algunos materiales son arrastrados manualmente. De este modo, los recuperadores trasladan diariamente pesos que oscilan entre los 40 y los 100 kilos.
También resulta peligroso el contacto permanente con la basura. Su acumulación genera bacterias y hongos que pueden generar irritación en la piel, en los ojos e intoxicación debido a la escasez de una ventilación adecuada. Tampoco hay que descartar posibilidades de incendio en la medida en que los materiales son altamente combustibles. Para hacer esta tarea y bajo tales condiciones, los cartoneros realizan jornadas semanales de hasta 52 horas y diarias de nueve, en promedio. Además, ninguna de las cooperativas brinda cobertura u obra social. Los recuperadores sólo poseen un seguro de vida que corre por cuenta de la propia asociación. El ingreso obtenido por los recuperadores, hasta el año 2009, oscilaba entre los 600 y los 700 pesos mensuales, es decir, se encontraba por debajo de la canasta básica y del salario mínimo vital y móvil. A su vez, como toda mercancía, el precio de los productos reciclables se encuentra sujeto a las variaciones de la economía. En efecto, durante el año 2008 y principios de 2009, el precio de los materiales reciclables disminuyó considerablemente, manteniéndose hasta la actualidad. Dado que el pago es por kilo vendido, podemos deducir que los ingresos vienen barranca abajo desde hace tiempo.
Como vemos, las condiciones laborales de los recuperadores asociados son precarias. Si lo comparamos con la situación de un cartonero de un asentamiento, que camina más de 180 cuadras para obtener una cantidad considerable de productos y debe soportar el peso de los mismos, la situación en las cooperativas es más ventajosa en la medida en que acceden a los materiales de manera preferencial. Sin embargo, las condiciones laborales distan de ser excelentes. Por salarios bajos, elevadas jornadas laborales y sin cobertura social, los cartoneros realizan una labor que sólo beneficia a las empresas. De este modo, bajo la forma cooperativa se legitiman condiciones que serían completamente ilegales para cualquier trabajador en relación de dependencia. Así, el cooperativismo reproduce la precariedad absoluta. El nuevo pliego, más que mejorar las condiciones laborales, apunta a generalizar una situación de miseria y explotación hacia los cartoneros. A su vez, incluye un sistema de penalidades en caso de incumplimientos y fuertes restricciones para aquellos cartoneros que no quieran asociarse a cooperativas. Una propuesta que mejore su situación sería el pago de salarios por tiempo, establecido por convenio, aportes jubilatorios, aguinaldo, obra social y vacaciones pagas.
Nicolás Villanova – CEICS Artículo publicado en Tiempo Argentino del 10 de agosto de 2010
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