Recomiendo:
0

Reseña de “El Sha o la desmesura del poder”, de Ryszard Kapuscinski

«El Sha», una crónica universal

Fuentes: Rebelión

«Las cámaras abusan de las tomas generales. De esta manera pierden de vista los detalles. Y, sin embargo, todo se puede mostrar a través de ellos. Dentro de una gota hay un universo entero. Lo particular nos dice más que lo general; nos resulta más asequible». Esta reflexión del reportero y escritor Ryszard Kapuscinski vertida […]

«Las cámaras abusan de las tomas generales. De esta manera pierden de vista los detalles. Y, sin embargo, todo se puede mostrar a través de ellos. Dentro de una gota hay un universo entero. Lo particular nos dice más que lo general; nos resulta más asequible». Esta reflexión del reportero y escritor Ryszard Kapuscinski vertida en una de sus grandes crónicas, «El Sha o la desmesura del poder», tiene validez también para sus libros. Trascienden el asunto que abordan -en este caso la tiranía de Reza Pahlevi y su ocaso en Irán, a finales de los 70 (siglo XX)-, de manera que reportajes de 150 páginas pueden leerse como relatos imperecederos y universales. Para ello, hace falta la pluma de un cronista que no sólo conozca el Irán previo a la revolución de Jomeini y los mullahs (el motivo del libro), sino que también haya estado (y encontrado similitudes) en Bolivia, Mozambique, Sudán o Benín.

En «El Mundo de hoy: autorretrato de un reportero» (2007), el periodista polaco revela alguno de sus secretos, y también las limitaciones que afronta en sus textos. «El reportero trabaja como un acumulador: carga, reúne y atesora; almacena dentro de sí toda la realidad vivida, hace acopio de todo el ingente material de sus experiencias, pero mientras hace todo esto, no tiene tiempo para dedicarse a escribir». «En este oficio (…) lo importante es el esfuerzo de la voluntad, el resistir al abatimiento y el don de renunciar a las cosas superfluas. Todo lo cual tiene que ir siempre acompañado de la voluntad de otras personas». Por eso el reportaje es realmente un trabajo colectivo.

Una de las características del estilo de Kapuscinski es la inclusión de reflexiones generales, que trascienden los datos, las anécdotas y la realidad del país que describe. Si trata del petróleo en un libro sobre Irán, señala cómo la gente de un país pobre vaga por la calle pensando «Ay Dios, si tuviéramos petróleo…». Es la riqueza que le llega a un país fruto del azar, de un golpe de fortuna, no del esfuerzo. «El petróleo es sobre todo una gran tentación». Y la ilusión de una vida prácticamente gratis, sin trabajo ni fuerza de voluntad.

Por eso se conservan muchas fotografías de gente que, ante la primeras surgencias del pozo, salta, se abraza y llora de alegría. A pesar de las enormes ganancias, el petróleo no genera grandes conflictos sociales: ni masas de proletariado, ni una amplia burguesía. Son reflexiones hondas y simples, un punto shakesperianas, que el autor extiende a sentimientos humanos como el miedo («un depredador cruel y voraz que vive dentro de nosotros») o el adepto al movimiento chiíta («antes que nada, un opositor implacable»). También introduce comparaciones genéricas que permiten de inmediato ubicarse al lector medio. Sobre el Sha y su terrorífica policía secreta -la Savak- afirma Kapuscinski: «En aquella época ni Somoza ni Stroessner tuvieron sobre sus conciencias tantas víctimas trágicas».

Precisamente sobre la Savak compone el autor una de las descripciones más vividas del relato. La buena literatura, indisociable de las grandes crónicas, acompaña a los textos de Kapuscinski. Mucha gente murió en la llamada «parrilla», una mesa eléctrica sobre la que se colocaba a los reos maniatados. En ocasiones estos perdían antes el juicio, por el olor a carne chamuscada de quienes les precedían en la «parrilla». En las cárceles de Isfahán se encerraba a los reclusos en grandes sacos con gatos salvajes y hambrientos, o serpientes venenosas; 6.000 cárceles con 100.000 presos políticos, según la oposición.

«Irán era el país de la Savak, y, sin embargo, la Savak actuaba en él como una organización clandestina, aparecía y desaparecía, borraba sus huellas, no tenía dirección». Un método policíaco habitual consistía en secuestrar a una persona en la calle, vendarle la vista y directamente llevarla al potro de tortura. El periodista recolecta testimonios, se mezcla con la gente: «La Savak se componía de gentuza de la peor calaña; por eso cuando cogían a una persona que tenía la costumbre de leer libros, se ensañaban con ella de una manera especialmente cruel».

Los reportajes de Kapuscinsky se alejan de la prosa burocrática y aburrida, tienen el pálpito de la calle. La idea de movimiento se aprecia incluso en la composición del texto; en «El Sha o la desmesura del poder» el autor introduce técnicas narrativas de desdoble, características de la literatura barroca: compone el relato tirando del hilo de fotografías que el periodista ha logrado reunir. El reportero no esconde la subjetividad ni las vivencias personales, que no se quedan en mera anécdota (ni tampoco en la inflación del ego), sino que aportan información sobre el objeto del reportaje. «El whisky tomado en pequeños sorbos en situación de clandestinidad (y realmente hay que ocultarse pues rige la ley seca impuesta por Jomeini) tiene, como toda fruta prohibida, un sabor especial, más atractivo». La tienda de especias y frutos secos de un armenio viejo en la calle Engelob -«una paleta radiante de colores»- le sirve al reportero para tomarle el pulso a la realidad política. Si el género está expuesto en la calle, pinta «normalidad». De lo contrario, habrá ese día manifestación.

Kapuscinsky no es un periodista de hemeroteca ni de archivo, la calle le proporciona todos los materiales necesarios para el relato. Gandji, uno de sus interlocutores, reproduce en un magnetofón el contenido de la siguiente cassette: «¡En nombre de Alá misericordioso! ¡Gente! ¡Despertad! Desde hace diez años el Sha habla de desarrollo. Sin embargo, el pueblo entero está falto de las cosas más elementales (…)». Quien hablaba era Jomeini. Gandji formaba parte de un grupo de contrabandistas de cassettes con las proclamas del imán, que vivía entonces en Nadjaf (pequeña población iraquí). Los llamados de Jomeini eran «breves, parcos en palabras, pronunciados en un lenguaje sencillo pero firme, comprensibles para todos y fáciles de retener en la memoria». Las arengas (a veces incluidas en cintas de música pop) recorrían vericuetos inverosímiles, podían pasar por Roma o París tratando de esquivar a la Savak.

«Todo un tratado se podría escribir analizando el papel que desempeñó la cinta magnetofónica en la revolución iraní», sostiene el reportero. En otros momentos Kapuscinski recupera octavillas, como la que, pegada en una pared, leen un grupo de transeúntes: «A lo largo de los últimos veinte años los sucesivos gobiernos, al violar el principio de libertad, han hecho que nuestras universidades hayan dejado de ser lugares de estudio para convertirse en fortalezas militares rodeadas de trincheras y alambradas, y gobernadas por la policía».

Pero la escritura intuitiva y callejera de Kapuscinski lleva mucho trabajo detrás, como explica en el libro «Los cinco sentidos del periodista»: «Yo leo mucho porque estoy convencido de la importancia de profundizar todo lo que se pueda en el tema sobre el que debo elaborar un texto (…). Si vamos a hablar de fenómenos sociales, por ejemplo, debemos construir el enfoque de una manera amplia: la filosofía, la antropología, la psicología de ese fenómeno (…). Si un autor se siente inseguro acerca del objeto de su trabajo, inmediatamente su escritura deja ver esa falta de confianza. La fuerza de la prosa viene de nuestra seguridad».

Publicado en 1982, «El Sha o la desmesura del poder» fue editado en castellano por Anagrama (primera edición) cinco años más tarde. El libro contiene relatos impagables, por ejemplo, del Irán anterior a la llegada al poder de Jomeini. Uno de ellos, sobre la «dolce vita» iraní, esa clase social «que no conoce límites a su desenfreno, a su voracidad y a su cinismo», y que reside en «barrios superlujosos» con casas de varios millones de dólares. En Teherán conviven con familias enteras que se alojan en diminutas casas sin luz ni agua. El periodista opta en ocasiones por la pincelada literaria, pero otras veces escoge el bisturí, concreta y puntea el origen de los fenómenos sociales. El 8 de enero de 1978 el diario pro-gubernamental «Etelat» publicó un artículo que apuntaba directamente a Jomeini, en ese momento en el exilio. El periódico llegó a la ciudad de Quom. «Una gran indignación se apoderó de la gente, que empezó a congregarse en calles y plazas».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.