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El significado de los Acuerdos de San Andrés

Fuentes: Rebelión

1 .- El zapatismo impone la problemática indígena en el debate nacional y obliga al Estado mexicano a negociar los Acuerdos de San Andrés en materia de derechos y cultura indígenas, los cuales independientemente de la traición de la clase política y de los tres poderes de la Unión, constituyen una plataforma programática para los […]

1 .- El zapatismo impone la problemática indígena en el debate nacional y obliga al Estado mexicano a negociar los Acuerdos de San Andrés en materia de derechos y cultura indígenas, los cuales independientemente de la traición de la clase política y de los tres poderes de la Unión, constituyen una plataforma programática para los procesos autonómicos de los pueblos indios de México que se han desarrollado durante estos 17 años y un referente necesario para las lucha de resistencia contra las corporaciones del capital depredador neoliberal. A diferencia de muchos sectores sociales, el EZLN y los pueblos indios cuentan con una estrategia, la autonomía, para resistir los embates de estas políticas neoliberales, defender los patrimonios naturales y recursos estratégicos propios y nacionales, con un proyecto civilizatorio distinto al que ofrece el capitalismo mundial.

2 .- En el dialogo de San Andrés, los zapatistas entregan la interlocución con el gobierno federal a la sociedad civil y particularmente a los representantes de los pueblos indios, sin otra condición que lograr el consenso de sus asesores en los acuerdos que presentaría la comandancia zapatista en la mesa de negociación. [3] Un mérito político innegable del EZLN es que haya iniciado una amplia y compleja convergencia ciudadana y sectorial, tanto en México, como en el ámbito internacional, dirigida a la comprensión de una realidad indígena negada secularmente, abriendo el diálogo de paz a una representación amplia y genuina de la sociedad civil mexicana. Resultó insólito, en una mesa de dialogo entre una organización político-militar y un gobierno, la incorporación a la misma, a través de la figura de «asesor» e «invitado» del EZLN, de más de mil personas provenientes de una amplia gama de organizaciones políticas, sociales, gremiales, académicas, periodistas, escritores, dirigentes políticos, especialistas y analistas de las ciencias sociales. Especialmente importante fue la presencia de representantes de alrededor de 40 pueblos de la abigarrada realidad étnica del país, quienes tuvieron la oportunidad de exponer sus ideas y hacer sus propuestas, en un complejo mecanismo de negociación a través del cual los zapatistas trasformaron su dialogo en un espacio de debate incluyente y nacional. Tal era la autoridad moral y política de la delegación zapatista, que el gobierno invitó a dirigentes indígenas de organizaciones afines al PRI para contrarrestar a su contraparte en este terreno; cuál no sería la sorpresa de todos, que en el momento de iniciar el diálogo, estos dirigentes oficialistas declararon su total apoyo «a los hermanos del EZLN», e incluso, les solicitaban permiso para hablar. El proceso incluyó la realización de foros sobre los temas de derechos indígenas y democracia y justicia, mismos que a su vez, fueron el marco de la conformación de instancias de coordinación, como el Congreso Nacional Indígena, que reunió a activistas y representantes de un sinnúmero de organizaciones indígenas independientes del país.

3. – El proceso de dialogo fue una universidad de cómo hacer política a partir de la participación colectiva y sin que mediara el individualismo competitivo o el interés corporativo. [4] En San Andrés se practicó una cultura política diferente a la que impuso el sistema de partido de Estado por más de setenta años, misma que trasminó lamentablemente a la izquierda partidista, la cual asumió todos los vicios del priismo, perdiendo en el camino las cualidades de entrega, disciplina, camaradería y honestidad que la distinguieron en años de luchas memorables. Se dio la posibilidad de realizar reflexiones de fondo sobre las formas y contenidos de la cultura política existente y de las maneras como se encaran las diferencias, cuando se trata de llegar a resultados de interés general. Surgieron en esas largas sesiones formas nuevas de pensar y practicar la política en un país en el que el régimen de partido de Estado pervirtió o mediatizó muchos de los esfuerzos por remontar, desde la izquierda, la fatal dicotomía de cooptación-represión en que dicho régimen se imponía, y que el dicho popular sintetiza en la escalofriante disyuntiva de «plata o plomo». En el momento de negociar, la parte gubernamental se enfrentó a una realidad inusitada. No podían cooptar ni manipular un movimiento que sostenía un principio simple pero inexpugnable: la defensa de la dignidad. Ese régimen político, tan acostumbrado a los tratos tutelares, tan convencido de que podía corromper a todos y lucrar con las necesidades de la gente, tan dado a voltear hacia los humildes tan sólo en coyunturas electorales, no lograba entender que la dignidad no se negocia. Así, en el dialogo se enfrentaron dos culturas políticas disimiles e irreconciliables, y si se sostuvo la negociación durante esos años fue gracias a la voluntad política del EZLN y a la representatividad nacional (e internacional) del acompañamiento y apoyo que logró concitar esta organización. También se enfrentaron dos estrategias de negociación; por un lado, el EZLN, que abre el espacio para que la sociedad mexicana plantee un nuevo proyecto de nación; por el otro, un Estado contrainsurgente que fue incapaz de cumplir con la palabra empeñada con la firma de los Acuerdos.

4. – Desde el momento en que irrumpió el EZLN en la escena nacional, los días del indigenismo estaban contados. El diálogo de San Andrés fue la festiva celebración de sus funerales, y aunque todavía sus fantasmas se aparecen en ámbitos regionales y comisiones presidenciales, no existe hoy quien reclame su continuidad y pertinencia. El EZLN, con su proyecto de autonomías que se consolida con las Juntas de Buen Gobierno, cierra el ciclo de la dependencia y el paternalismo y, con ello, cancela toda relación de clientelismo y corporativismo que practicó el Estado mexicano, con la debida asesoría antropológica. El reconocimiento a la libre determinación de los pueblos indígenas a través de la autonomía, que establecen los acuerdos de San Andrés, identifica derechos y responsabilidades de sujetos sociales considerados pueblos, lo que en los hechos rompe con el cordón umbilical del indigenismo como política estatal hacia los indígenas y de las políticas corporativas del régimen de partido de Estado que por muchos años sometieron política e ideológicamente a esos pueblos. La esencia de la autonomía indígena subyacente en San Andrés, y en aquellas de facto desarrolladas por los zapatistas y otros pueblos indígenas de México, es que crea las condiciones para ampliar y desarrollar las potencialidades de sujetos autonómicos para que tomen en sus manos no solo los asuntos que les competen, sino también para incidir en la vida nacional. Este hecho, la conformación del sujeto autonómico, de alcance y presencia nacionales, con lealtades armónicamente compartidas entre sus reivindicaciones propiamente étnicas y los proyectos democráticos de carácter nacional – popular, es la mayor conquista de estos años de lucha a partir del 1 de enero de 1994. Las autonomías indígenas y la conformación de un sujeto político y social representan la alternativa liberadora de las estructuras corporativas del sistema de partido de Estado que imperó en México durante décadas y de la política asistencialista del indigenismo oficial. Por ello, para el Estado oligárquico mexicano es inadmisible la existencia y actuación políticas de un sujeto independiente de sus mecanismos de control y mediatización. El gobierno y las élites políticas de este país deberán acostumbrarse a la presencia vital de los pueblos indios en la vida de la nación, hablando por sí mismos y reclamando sus derechos seculares. Como destacó recientemente el Subcomandante Insurgente Moisés: «No nos volverán a Joder»

5. – En la Mesa de Derechos y Cultura Indígenas, todos los documentos que derivaron en los Acuerdos de San Andrés, surgidos de las diversas fases del diálogo, fueron objeto de acaloradas y ricas discusiones para arribar al consenso, que fue el único condicionante de la dirigencia zapatista a sus asesores e invitados. Este proceso culmina con la firma de los únicos Acuerdos a que arribaron las partes, en los que autonomía, libre determinación, normas jurídicas y sistema de justicia internas, fueron la base de estos acuerdos. Su firma por las partes representa el principal triunfo político de los zapatistas. El contenido de todos los documentos en materia de derechos y cultura indígenas constituye, a la fecha, un referente de alcances históricos. Los asesores, junto al EZLN, firmamos un documento denominado «Punto y seguido», en el que expresábamos que el diálogo de San Andrés no era un lugar de llegada sino el inicio de un proceso y de una estrategia de largo alcance encaminado a hacer realidad la libre determinación y la autonomía, en el marco de un México democrático, a partir de las alianzas del movimiento indígena con el movimiento popular y nacional. La fortaleza que le dio el EZLN al movimiento indígena nacional es, precisamente, esa visión de conjunto de la problemática del país.

6. – La propuesta de las autonomías indígenas que se consensa en San Andrés, (con la presencia representativa de centenares de dirigentes indígenas del todo el país y especialistas en la materia participando en las discusiones más profundas que se han dado en ese campo), se fundamenta en una perspectiva de largo aliento encaminada a la democratización del país: se busca una reforma profunda del Estado y la sociedad que modifique la esencia misma del pacto social; que otorgue derechos no solo a los individuos y a los ciudadanos sino también a las colectividades, a los pueblos diferenciados del resto de los mexicanos; que provoque un cambio en las mentalidades y en las formas de relación entre indios y no indios. No es una forma para aislarse o replegarse en los límites de los pueblos y las comunidades sino, por el contrario, es el camino para una unión de iguales en una multifacética y pluralista sociedad nacional.

7. – Si tomamos como criterio actual para definir a la izquierda, como la fuerza política que construye poder popular contra el capitalismo, sin monopolizar la representación ni restar protagonismo a los distintos sectores socio-étnicos que intervienen en ese proceso, el EZLN ha sido a lo largo de estos 17 años una organización extremadamente congruente con uno de sus más caros principios: «Para todos todo, para nosotros nada», que hace realidad cuando retira a todos sus cuadros político militares de los distintos gobiernos autónomos bajo su hegemonía. Mandar obedeciendo, revocación del mandato, rotación de los puestos, convencer y no vencer, bajar y no subir, son formas diametralmente opuesta al vanguardismo, al burocratismo, a la conformación de castas que hacen del poder gubernamental y la representación popular su modus vivendi y que han devenido en maquinarias partidistas electorales que a toda costa pretenden el cargo público para su propio beneficio y para enquistarse en una clase política divorciada del pueblo. Institucionales y sistémicas, estas izquierdas no llegan más lejos que a la alternancia, y una vez en el gobierno ponen en práctica programas extractivistas, desarrollistas, clientelares, asistenciales y paternalistas para paliar la cara dura del neoliberalismo pero procurando no alterar el dominio estratégico del capital y los poderes facticos.

8. – Durante todos estos años en cumplimiento de los acuerdos de San Andrés, el EZLN ha dado muestra de una extraordinaria capacidad de adaptación e innovación, sin tirar por la borda principio alguno, aportando en temas cruciales como el que dio curso, a la incorporación plena de mujeres y jóvenes a todos los ámbitos de los procesos autonómicos de facto, educando a las nuevas generaciones en preceptos pedagógicos liberadores, asumiendo la dignidad y la solidaridad como brújula rectora de la convivencia social, el gobierno como servicio, amasando, a su manera, las ancestrales utopías revolucionarias. Es significativo que 19 años después, el 21 de diciembre de 2012, los ma y as zapatistas organizados en el EZLN volvieran sobre sus pasos de 1994, y esta vez sin armas, se tomaran simultáneamente cinco ciudades del inicio de su movimiento: San Cristóbal de las Casas, Altamirano, Las Margaritas, Palenque y Ocosingo. En silencio, perfecta sincronía, organización y simultaneidad, más de 40 mil hombres y mujeres integrados en los contingentes de la multietnicidad que ha caracterizado al zapatismo, salieron en la madrugada de ese día de vaticinios de fin de mundo e inicios de nueva era, para cumplir, una vez más, otra cita con la historia de este país de la impunidad en el gobierno y de pueblos que resisten con la dignidad y el mandar obedeciendo que el EZLN ha establecido como efectiva y real alternativa democrática. Precedidos siempre de la acción, antes que la palabra hueca de la clase política, este singular desfile de columnas de los ma y as zapatistas que sin excepción, inclu y endo niños, subieron -con el puño en alto- a tarimas situadas frente a los palacios de gobierno de las cabeceras municipales ocupadas y flanqueadas por la bandera nacional y la rojinegra de esta organización, ratificaron con este hecho simbólico quiénes son los que mandan y protagonizan esta lucha que cumple 19 años de hacerse pública y que ha estremecido al mundo de la emancipación y las rebeldías. La reciente reaparición del EZLN en Chiapas y los comunicados del Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del 2013 constitu y en una demostración de la fortaleza de este movimiento surgido de la imbricación de las luchas de liberación nacional en América Latina con el mundo indígena, matriz civilizatoria de la nación mexicana que ha prevalecido pese a los intentos de los poderes oligárquicos de todos los signos políticos por borrarlos como pueblos con identidad, cultura y gobiernos propios. Las experiencias de la nueva autonomía que se han establecido en territorio de hegemonía zapatista marcan la diferencia de la nueva era, en la que los pueblos viven en la dignidad que otorga una forma de expresión del poder popular, sin burocracias ni mediaciones. Todo ello, se fundamenta en los Acuerdos de San Andrés; a 17 años de su firma, podemos constatar su vigencia, y la fortaleza política de la organización que los hizo posibles.

Notas

[1] Ponencia para la Mesa Redonda «Los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, a 17 años», Auditorio del Ex templo de Corpus Christi, Consejería Jurídica del GDF, martes 19 de febrero de 2013.

[2] Profesor Investigador del INAH-Delegación Morelos.

[3] Este fue en esencia el mensaje del Subcomandante Insurgente Marcos a sus asesores, previo al inicio del dialogo.

[4] Hubo, sin embargo, quien pretendió romper la hegemonía del EZLN en el movimiento indígena, criticando los Acuerdos de San Andrés, con el argumento de que lo pactado no convenía a los intereses de los pueblos indígenas.

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