Para los que no somos informáticos, el software que usamos es un mero mediador entre un ‘input’ en nuestra mente y un ‘output’ del objetivo de uso. Lo mismo que utilizamos un lenguaje para comunicarnos y usamos diferentes registros y codificaciones, usamos software y hardware mediáticos que responden a otros asuntos: es el metasoftware y […]
Para los que no somos informáticos, el software que usamos es un mero mediador entre un ‘input’ en nuestra mente y un ‘output’ del objetivo de uso. Lo mismo que utilizamos un lenguaje para comunicarnos y usamos diferentes registros y codificaciones, usamos software y hardware mediáticos que responden a otros asuntos: es el metasoftware y el metahardware. La informática no es un fin en sí mismo, pues el automatismo depende de su contenido; es decir, de la información. Y este es el tema que vertebra el evento «software» para muchas personas…
Generalmente, la gente sabe de gramática y de sintaxis de su idioma materno lo justo y lo poco que se acuerda de la escuela o el bachiller (de no haber seguido estudiando este punto). Pero ello no les impide ser hablantes, emitir, recibir mensajes e, inclusive, cometer errores de bulto. Los profanos en lingüística levantarían su voz si, los expertos en la materia, les dijeran que no tenían derecho a profanar la lengua de Cervantes, por ejemplo.
Resulta paradójico que, los canales de comunicación (sean sónicos, telemáticos, escritos o hipertextuales), empiecen a ser restrictivos. Los lingüistas de la informática -a excepción de los que promueven el software libre-, de nuevo cuño, nos dicen cómo hablar, curiosamente, no sabiendo ellos cómo comunicarse fuera de un entorno informático. Ese reduccionismo por su impedimento social, les impele a pensar que el resto de los mortales tienen que utilizar ‘sus’ canales de pago. No sabe esta gente que el mejor ordenador está en nuestra cabeza, un esbozo evolutivo de lo que queda por llegar.
Me atizan con la criptografía (sin duda, necesaria) que apenas atisbo a entender y me atizan para decirme qué software tengo o no tengo qué usar. También me atizan cuando una administración pública dilapida el dinero de la ciudadanía en licencias, de las que sobran más de la mitad. Si hay que volver a la máquina de escribir y al papel calcante, yo sí sé cómo hacerlo, pero el ‘neomanagement’ se queda sin trabajo. ¿Quién es el que se adapta? ¿la máquina al hombre o el hombre a la máquina? ¿Más rápido o más dinero para ciertas arcas?
Yo tengo un software estupendo: ¡»El Quijote»! No nos engañemos, que sin contenidos, la forma se diluye en su nada, en su silencio… El mejor procesador de textos del mundo no te ayudarán a escribir una gran novela o a formular un buen teorema; sin embargo, te venden una falsa democracia: «¡tú también puedes… pasando por caja primero!» ¿Y la novela?, ¿y el teorema? ¡Ah, esa es la gran trampa! Crees que por pasar por caja, la iluminación de las musas y los hados se posan sobre tus neuronas, dotándote de poderes ininteligibles. Una ilusión social cuya bajeza es similar a las vacunas que no hacían nada de principios del siglo XX.
Ahora tienen que pasar por la caja ética, legal y social y dicen que nanaínas. Estos chicos tienen el síndrome de Rapa-Nui: contemplarse su ombligo permanentemente. A mí, el software, me da igual. La libertad, no.