Poco a poco, la utilización de sistemas operativos y programas de ordenador «libres», es decir, no propietarios de ninguna empresa, se va configurando como una alternativa factible no sólo para entendidos en informática – como ocurría hasta hace poco – sino también para personas sin ningún conocimiento previo en el tema. Dado que tanto el […]
Poco a poco, la utilización de sistemas operativos y programas de ordenador «libres», es decir, no propietarios de ninguna empresa, se va configurando como una alternativa factible no sólo para entendidos en informática – como ocurría hasta hace poco – sino también para personas sin ningún conocimiento previo en el tema. Dado que tanto el nacimiento de este tipo de programas como su posterior divulgación han ido acompañados de un sentimiento de «revolución», pues en el fondo significan la liberación de los usuarios informáticos de la mercadotecnia empresarial, es habitual identificar al movimiento por el software libre con ambientes, partidos políticos y personas «de izquierdas». Esta identificación, sin embargo, dista mucho de poder ser considerada totalmente válida pues, si bien en el software libre existen muchos valores que desde una perspectiva de izquierda pueden ser considerados como tales y por tanto defenderse y divulgarse, por otra parte el software libre no es ajeno tampoco a maniobras empresariales y a tergiversaciones, las cuales deben ser descubiertas y evitadas si queremos que la implantación del software libre sea realmente un triunfo de la izquierda, y no una moda tecnológica más.
El software libre, siguiendo la definición de su creador, Richard Stallman, es aquel que permite no sólo ejecutar el programa con cualquier propósito, sino también poder estudiar su funcionamiento, adaptarlo mediante la modificación de su código fuente y redistribuirlo después. Esta definición, al haber surgido en un entorno técnico, plantea a las personas poco o nada versadas en programación una duda inicial: ¿Para qué quiero tener la libertad de poder modificar algo, si no tengo ni idea de cómo hacerlo? Parece entonces que el concepto de software libre queda relegado a ambientes universitarios o profesionales, siendo por lo tanto la decisión de usar o no el software libre un dilema no precisamente político. Adoptar, por lo tanto, una posición de indiferencia o distanciamiento respecto del tema podría así parecer correcto en principio, visto el tema desde una perspectiva política.
Sin embargo, es un grave error considerar la decisión de utilizar el software libre como un tema ajeno a la política (algo así como una discusión sobre palos de golf) pues, nos guste o no, en el siglo XXI la comunicación, la información y el conocimiento se van a desarrollar y expandir utilizando un fundamento informático, y eso sí que es importante. La izquierda no puede volver la vista hacia otro lado en este tema, pues apoyar el software libre es apoyar no sólo que todos puedan modificar o alterar libremente el contenido de su ordenador, también es defender que nadie controle el contenido de los ordenadores de los demás, y eso, en el fondo, no es sino evitar que alguien pueda ser engañado o manipulado.
En el siglo XX los movimientos y partidos de izquierda se esforzaban en la alfabetización del proletariado, pues sabían perfectamente que los trabajadores que supieran leer y escribir podían así evitar la alienación y sumarse al movimiento obrero. Poder leer significaba poder dejar de ser engañado, pues leer permitía el acceso al panfleto, a la octavilla, al libro de Marx, … en suma: al conocimiento y a la información. En la actualidad, cuando en el entorno occidental prácticamente todo el mundo sabe leer y escribir, los canales de comunicación y de conocimiento están cada vez más basados en la informática, con todo lo bueno y lo malo que ello conlleva. Permitir y facilitar el acceso de toda la sociedad a este mundo, facilitar la utilización de sistemas operativos gratuitos, fomentar la creación y distribución de software libre, debería representar para la izquierda de este siglo un empeño similar a la alfabetización de las clases obreras en el siglo pasado, pues dentro de no mucho tiempo no saber utilizar con soltura un ordenador será una forma de analfabetismo. Y aún más, si en algún lugar la información alternativa y las noticias incómodas a los regímenes gobernantes van a tener cabida y posibilidad, ese sitio va a ser sin duda internet. Por decirlo de una manera gráfica y simple: la izquierda no debe permitir que el capital se apodere de las llaves de la biblioteca.
Es importante resaltar además que este apoyo al software libre debe realizarse con cautela además de con entusiasmo, pues precisamente su viabilidad ha hecho que algunas empresas del sector informático estén utilizando la situación para conseguir sus propios fines, por descontado ajenos a lo que el movimiento por el software libre significa (véase si no la proliferación de anuncios y la profusa presencia de empresas en el 7º Foro sobre el Software Libre de Porto Alegre). No es libre todo lo que así se autodenomina, y no todo lo que se gesta alrededor del software libre puede considerarse cercano al activismo de izquierdas. Es por ello por lo que antes que aplaudir sin más la utilización del software libre, se hace necesaria una reflexión sobre qué es aceptable y qué no lo es si se quiere utilizar el software libre y su potencial técnico como instrumento de lucha política.
Además de este apoyo mesurado pero firme al software libre, es importante que la izquierda colabore en abrir y apoyar los nuevos frentes de batalla que surgen en la sociedad digital: un hardware libre y de bajo costo para los países en desarrollo (algo así como un «kalashnikov» digital) y una internet no sometida al control de los EE. UU. son dos de los objetivos que aún están por conseguir, y de los que la izquierda no puede olvidarse.