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El susto de la invasión

Fuentes: Rebelión

Sin confirmar sus fuentes ni tratar de informarse por otros medios, aunque atribuyen la «sensacional» denuncia a las fuerzas armadas de Bolivia y el Perú, ciertos órganos de prensa se dieron el gusto de difundir el anuncio para enero próximo de la invasión que pondría punto final a las agonías de Bolivia por convertirse en […]

Sin confirmar sus fuentes ni tratar de informarse por otros medios, aunque atribuyen la «sensacional» denuncia a las fuerzas armadas de Bolivia y el Perú, ciertos órganos de prensa se dieron el gusto de difundir el anuncio para enero próximo de la invasión que pondría punto final a las agonías de Bolivia por convertirse en un país con soberanía y todo.

Esos periodistas podían haber aprovechado las maravillas del Internet para dirigirse directamente a las pretendidas fuentes de esa «noticia» y pedirles una confirmación. Si así hubieran hecho, hubieran recibido un rápido desmentido desde tales fuentes o, por lo menos, las dos que citan dando el nombre de esas entidades. Es lo que sucedió conmigo.

Pero la finalidad de esa nota no es denunciar una invasión de Bolivia por tropas extranjeras. Es asustar a los «culitos blancos» bolivianos (esa llamada «clase media» que es como un lunar en el glúteo de una gorda), repitiendo maniobras que, por viejas, ya no asustan ni a los niños de culo menos blanco. Esos, y sus papás, verían en esa invasión otra oportunidad de avanzar en sus luchas sociales: ¿qué puede perder quien nada tiene?

Tal «denuncia» sirve, en cambio, para mostrar otras dos verdades hoy por hoy ya evidentes: la prensa boliviana no sirve bien a Bolivia, sino que se sirve de cualquier medio o patraña para «desinformar» a los pueblos. Esto es, la prensa boliviana necesita una revolución que la ponga, por una vez en la vida, al servicio de las mayorías, no digamos nacionales, pues que los bolivianos parecen desear el fin de su nación, sino populares, refiriéndonos a ese 65% de esa población que vive de aire y esperanza.

Todo lo cual no niega la posibilidad de que esa invasión comience el próximo enero, o antes.

Dos factores la hacen posible: la oligarquía extranjera y rica que controla Santa Cruz como si fuera su finca (y es posible que lo sea) sin que los bolivianos que viven en Santa Cruz puedan abrir la boca, y la presencia en Washington de Jorge el Nefasto y su asesor Dicky Cheney, creador con Donaldo Rumsfeld de la invasión sufrida ya por el Paraguay sin disparar un tiro ni quemar un cohete.

Diez y seis mil Marines pueden cometer una feroz tropelía en La Paz y El Alto sin mucho esfuerzo: cuando los jets norteamericanos bombardearon el Palacio en que moría Allende se dieron después una vuelta por La Paz para reconocer lo que en ese tiempo no tenía aún a El Alto como Espada de Damocles. Les bastó dos pasadas para provocar el derrumbe de muchas viviendas humildes e improvisadas, como recuerda la gente como yo, que no peina canas porque ya se les cayeron. ¿Pueden los jovenzuelos de hoy, caricaturas tontas de los hip hop del Norte, imaginarse esa visita?

La estúpida lucha actual por las curules de un Congreso de Absurdos demuestra que no. Cada boliviano está dispuesto a sacrificar cualquier cosa en servicio de la Patria, menos sus opiniones. O Bolivia es lo que cada boliviano quiere, o no es. Parece que Jorge el Nefasto, Dicky y Donaldo están dispuestos a darles el gusto, y todo por un poco de agua y otro poco de petróleo.

Lo horrendo es que nuestros hermanos brasileños, argentinos, chilenos y, posiblemente, peruanos, hayan decidido participar de ese festín criminal

que sólo un milagro podría impedir: la unión de todos los bolivianos y su decisión de cumplir con el himno nacional: «morir antes que esclavos vivir…»

Pero nadie cree ya en milagros después de las últimas décadas de desgobierno que causaron la anomia actual, fuente de todas las amenazas que sufre este país tan solo en su agonía.