Apuntes sobre el Golpe. Dos Cuando Darío Loperfido cuestiona la cifra de los treintamil desaparecidos, no solo practica un modo burdo de negacionismo del Terrorismo de Estado perpetrado entre los años 1975/1982, también explicita una visión vulgar de lo que es un genocidio. Lamentablemente, no es el único que tiene esa mirada (aún dentro de […]
Apuntes sobre el Golpe. Dos
Cuando Darío Loperfido cuestiona la cifra de los treintamil desaparecidos, no solo practica un modo burdo de negacionismo del Terrorismo de Estado perpetrado entre los años 1975/1982, también explicita una visión vulgar de lo que es un genocidio. Lamentablemente, no es el único que tiene esa mirada (aún dentro de los que lo rechazan) como si el Genocidio fuera una cuestión de números en vez de ser una cuestión de identidades, de saberes y afectos, de subjetividades, de deseos perseguidos y capturados. Ya hemos dicho [1] que el golpe del 24 de marzo de 1976 se explica por tres procesos: Una Operación Continental de Contrainsurgencia, imperativo Imperial de los EE.UU. que buscaba el control total sobre una región que desde siempre considera su «patio trasero» y retaguardia para las disputas con otros bloques o potencias en medio de la Guerra Fría con el «Comunismo»; Una Contrarevolución preventiva para aniquilar todas las fuerzas revolucionarias crecidas sobre todo desde la Resistencia Peronista (1955) y el estimulo formidable de la Revolución Cubana (1959); crecidas por dentro, pero sobre todo por fuera, de las izquierdas tradicionales nacidas en 1890 con el primer Partido Socialista y 1918 el Partido Comunista; y por último, más no en menor importancia, la Fundación de un Modelo Capitalista que desprecia el consumo interno, reprimariza la economía (más peso de lo agrícola en la economía total) y potencia la financiarización de ella (más timba financiera que chimeneas), la fundación de la Argentina Capitalista del siglo XXI que todavía sufrimos. Y el deseo? El lector preguntará por qué nombramos el deseo en esta historia de horrores y terrores. El deseo es lo que está en discusión en las tres operaciones y en el centro del Genocidio.
Más allá de las consideraciones jurídicas [2] y las precisiones sociológicas, el concepto de Genocidio surgió para dar cuenta de los crímenes nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Un abogado polaco de origen Judío, Lemkin, descubre que no hay palabras para describir lo que él quiere denunciar que no es solo la matanza de civiles, que no es solo el esfuerzo por destruir la identidad del grupo (nacional, político, religioso, por opción sexual, etc.) sino que también es el intento, a veces exitoso a veces fallido, de suplantar la anterior identidad por la del opresor genocida. Como hicieron con nuestros hermanos originarios exterminados en masa, desaparecidas etnias y lenguas en cantidades asombrosas de los cuales molestaba su ideología y cultura como lo prueban estas palabras del ex secretario privado del General Genocida Roca, el Diputado Nacional Dionisio Schoo Lastra : «la casi extinción de la raza indígena en nuestro medio se debe al hecho de que los indios eran demasiado socialistas. (…) Eran comunistas, y la carencia del sentido de la propiedad indispensable para imponer al hombre la ley del trabajo, que es su ley sagrada, fue la causa de la casi extinción de la raza» [3]. Lo que molesta por encima de todo al genocida de fines del siglo XIX es la enorme dificultad para incorporar de un modo entusiasta y voluntaria a los pueblos originarios a la organización capitalista del país en marcha. Por eso la Conquista del Desierto o la menos conocida y más extensa, prolongada y cruenta del Gran Chaco. Entonces, para el Estado Genocida solo pueden existir seres sin deseo o seres con un nuevo deseo impuesto, transformados en tristes y vencidos parroquianos de Pastores o Sacerdotes, con mentalidad y acento europeo, que les inculcarán como un veneno la resignación ante el genocida.
Recuerden Uds. aquellas palabras casi grotescas del General Saint Jean: «Primero mataremos a todos los subversivos, luego a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y finalmente a los tímidos» o la descripción de la Dipba (Dirección de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires) sobre los comunistas en la Argentina: «hay comunistas en el Partido Comunista; hay comunistas en el Partido Peronista; hay comunistas en la Iglesia, los sindicatos y aún hay comunistas que no saben que son comunistas» para que ahora podamos entender que para los genocidas el «enemigo comunista» no eran otros que todos los que se oponían, por acción u omisión, por resistencia activa o modo de vivir y pensar, al nuevo modelo capitalista en proceso de instalación. El deseo que les molestaba era aquel que vinculaba la mejora de la vida cotidiana con la lucha popular, con los proyectos colectivos, con las huelgas generales que conseguían mejoras en el Salario Mínimo Vital y Móvil que efectivamente mejoraba los ingresos de los asalariados en un país donde casi la totalidad de los que trabajábamos éramos asalariados y donde el trabajo en negro y la changa esporádica era la excepción y no la norma como lo es ahora. En el largo proceso de preparación del ciclo ofensivo (desde 1955 a 1969) que se desplegó entre el Cordobazo del 29 de mayo de 1969 y el aplastamiento de las experiencias más avanzadas del movimiento obrero: Córdoba, en enero del 74 y Villa Constitución en marzo del 75, el sentido común popular, la subjetividad de vastos sectores obreros, estudiantiles y medios urbanos y rurales se modeló alrededor de ese paradigma del luchemos juntos que la vida mejora y el objetivo final se acerca. El deseo de esa generación no estaba capturado por el consumismo ni la ilusión de viajar a Miami o vivir en una playa tropical, tomando daiquiris tirados al sol. El deseo de esa generación se explicita en la formación de cientos, si cientos, de grupos políticos de izquierda que sueñan con la revolución socialista desde las identidades más variadas: peronistas y comunistas en primer lugar, pero luego toda una serie de identidades derivadas de aquellas otras como el guevarismo o las más diversas formas de asumirse peronista revolucionario en aquellos años. Un deseo alimentado por una larga lista de de autores, dramaturgos y artistas comprometidos con el mismo sueño y el mismo deseo (Rodolfo Walsh, Mercedes Sosa, Tejada Gómez, etc. etc.) que alimentan con canciones, obras de teatro, literatura y cine a esa generación que acaso comienza a crear una subcultura popular propia [4], antimperialista y patriótica, Un deseo teñido de los fuertes colores del Caribe, del prestigio de Fidel, Raúl, Camilo, el Che y una Revolución en castellano que bailaba y reía todo el tiempo, aún en Playa Girón cuando derrotaron al Imperio Norteamericano de un modo tan humillante que todavía quieren vengarse.
El Terrorismo de Estado primero tronchó el deseo de mejorar la vida por medio de la lucha popular; obligó a «desaprender» que se puede cambiar la vida luchando de un modo organizado y procurando conquistar un programa de cambios. Golpe a golpe, capucha a capucha marcó con fuego lo que vendría si el pueblo se rebela contra el Amo. Para que venzan Tinelli y Mirtha, Susana y Lanata primero tuvieron que desaparecer los treintamil, o lo que es lo mismo, Tinelli, Mirtha, Susana y Lanata son el otro modo de nombrar la hegemonía militar y política; nunca la cultural. Luego, bajo las brutales condiciones del horror y el terror, introduciendo el miedo en cada molécula de la vida social y en cada gramo del cuerpo de las y los militantes, buscó desviar el deseo hacia el consumo y el consumo hacia el consumismo, que parecen lo mismo pero no es igual. Comer un trozo de carne vacuna con hortalizas hervidas es consumir alimentos para conservar energías y proveer de nutrientes al organismo. Comprar una hamburguesa de carne de jabalí criado con manzanas verdes de Suecia y con una salsa de nueces africanas comidas y defecadas por un elefante ya es consumismo; es consumir algo que no necesito pero cuya necesidad ha sido impuesta desde el dominio comunicacional y la hegemonía cultural. Y por supuesto que es un simple ejemplo, y posiblemente un mal ejemplo. Pero de algún modo, desde el acto violento, brutal, de dimensiones tales que causan exterminio de las ideas y fatiga de los cuerpos, el Terrorismo de Estado instaló una nueva hegemonía cultural que fue generando un nuevo sistema de valores y deseos donde el consumismo es central y el egoísmo individualista considerado imprescindible para conquistar el nuevo deseo impuesto/construido pero asumido y naturalizado. El problema somos nosotros, que pretendemos cambiar el mundo ignorando la profundidad de la dominación cultural, no solo a nivel de ideas y doctrinas, sino en el profundo espacio de las costumbres naturalizadas, eso que Gramsci llamaba el sentido común
Decía el compañero García Linera en La Plata: «El segundo problema que estamos enfrentando los gobiernos progresistas es la redistribución de riqueza sin politización social. ¿Qué significa esto? La mayor parte de nuestras medidas han favorecido a las clases subalternas. En el caso de Bolivia el 20% de los bolivianos ha pasado a las clases medias en menos de diez años. Hay una ampliación del sector medio, de la capacidad de consumo de los trabajadores, hay una ampliación de derechos, necesarios, sino, no seríamos un gobierno progresista y revolucionario. Pero, si esta ampliación de capacidad de consumo, si esta ampliación de la capacidad de justicia social no viene acompañada con politización social, no estamos ganando el sentido común. Habremos creado una nueva clase media, con capacidad de consumo, con capacidad de satisfacción, pero portadora del viejo sentido común conservador. ¿Cómo acompañar a la redistribución de la riqueza, a la ampliación de la capacidad de consumo, a la ampliación de la satisfacción material de los trabajadores, con un nuevo sentido común? ¿Y qué es el sentido común? Los preceptos íntimos, morales y lógicos con que la gente organiza su vida. ¿Cómo organizamos lo bueno y lo malo en lo más íntimo, lo deseable de lo indeseable, lo positivo de lo negativo? No se trata de un tema de discurso, se trata de un tema de nuestros fundamentos íntimos, en cómo nos ubicamos en el mundo. En este sentido, lo cultural, lo ideológico, lo espiritual, se vuelve decisivo. No hay revolución verdadera, ni hay consolidación de un proceso revolucionario, si no hay una profunda revolución cultural« [5] . Un viejo dicho popular dice que de buenas intenciones está alfombrado el camino al infierno y ahora podríamos decir que el despliegue de políticas supuestamente populares y progresistas sin un meditado camino integral de transformaciones puede producir efectos distintos al que se buscaba. El solo efecto de ampliar el consumo no genera conciencia política y si de consumir más y más se trata, las derechas siempre tendrán propuestas más egoístas y atractivas para el que solo quiere consumir más y en todo ciclo de crisis económica hay un sector que se enriquece y el que ha perdido perspectiva política siempre soñará con ser él el privilegiado. La derecha también genera utopías, utopías reaccionarias pero tan atractivas como las nuestras.
Entonces, cuando decimos Memoria, Verdad y Justicia se trata de entender que también se trata, o mejor dicho que se trata en primer lugar, de recuperar el deseo de las generaciones exterminadas física o culturalmente. De volver a inventar un cielo hacia el cual caminar que sea lo suficientemente atractivo para que millones y millones decidan marchar juntos hacia su conquista. Puesto de eso se trata; ellos proponen un horizonte de celulares inteligentes, manjares exóticos y evasiones diversas de una civilización en decadencia que camina hacia su autodestrucción ambiental, ecológica o atómica; para superar la crisis de alternativa, para contar con un poderoso punto de llegada para nuestros esfuerzos de resistencia a todas las formas de impunidad y todas las formas de dominación y de explotación y de deshumanización, hay que volver a inventar un sueño. Uno que tenga en su divisa el rostro de los treintamil y de todos los colores que animaron las luchas populares. Para que nada sea olvidado, para que nada sea perdonado, para que el amor que propiciemos sea el más estricto resultado del odio al torturador, al asesino y al que nos robó el deseo.
Notas:
[1] La triple condición del 24 de marzo, José Schulman, web https://cronicasdelnuevosiglo.
[2] Articulo dos de la Convención de Prevención y Castigo del delito de Genocidio sancionado en 1948.
[3] De centauros a protegidos. La construcción del sujeto de la política indigenista argentina desde los debates parlamentarios (1880 – 1970). Lic. Diana Isabel Lenton, publicado en 2014 en /corpusarchivos.revues.org
[4] Al decir de Raymond Williams en «Marxismo y Literatura».
Blog del autor: http://cronicasdelnuevosiglo.com/
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