La guerra es la continuación de la política por otros medios Clausewitz La guerra contra el robo de gasolina, se ha convertido para la Cuarta Transformación en la madre de todas las batallas, según lo dicho por el propio presidente y sus intelectuales. Dicha guerra adquiere sentido estratégico cuando se advierte que su uso tiene […]
Clausewitz
La guerra contra el robo de gasolina, se ha convertido para la Cuarta Transformación en la madre de todas las batallas, según lo dicho por el propio presidente y sus intelectuales. Dicha guerra adquiere sentido estratégico cuando se advierte que su uso tiene por objetivo legitimar ante la opinión pública y sus votantes la aprobación legal de la creación de la Guardia Nacional, asunto de trámite en el Congreso de la Unión donde incluso el PRI ha votado en favor de la iniciativa. Pretende ignorarse que la gendarmería francesa es ahora la encargada de reprimir a los chalecos amarillos o que las policías militares hacen lo mismo en contra de los disidentes mapuches en Chile y Argentina. Desmemoria o amnesia selectiva.
Nada nuevo bajo el sol, en los estados nación de todo el mundo (México no tendría que ser la excepción), expresidentes de todos los signos han empleado tácticas similares para ganar las mentes y los corazones de masas, electores u opinión pública en temas controvertidos como el que en una democracia, la seguridad pública deba militarizarse, o la urgente creación de un poder transexenal, mismo que no podrá ser modificado en las urnas.
Si Carlos Salinas se legitimó encarcelando al líder del sindicato petrolero (PEMEX) y jubilando al de la educación (SNTE), Felipe Calderón lo hizo iniciando la guerra contra el narcotráfico, cuyos efectos aún padecemos. Vicente Fox, por su parte, ofreció firmar la paz con el EZLN en 15 minutos, permitiéndoles recorrer buena parte del país y dejándolos argumentar en la máxima tribuna del país (aunque la contrareforma posterior no recogió el espíritu de los Acuerdos de San Andrés, firmados entre el gobierno y los zapatistas). Sin embargo, AMLO no tendría la necesidad de legitimarse después de haber obtenido la votación más numerosa de la historia, a menos que su legitimación estuviera relacionada con una decisión controvertida de la que posteriormente pueda justificarse, o hasta deslindarse de sus consecuencias como podría ser la militarización del país.
La guerra del huachicol, lo mismo que la guerra contra el narcotráfico está perdida de antemano, porque ambas se iniciaron para justificar razones políticas de estado y no para resolver los problemas que discursivamente las causaron. Ambas atacan la distribución y autores materiales (generalmente pobres y con escasa instrucción); mientras dejan intactos al poder financiero, político y de cuello blanco de los autores intelectuales, quienes no sólo no son molestados, sino a los que incluso se les ofrece impunidad e inmunidad con leyes de amnistía y punto final. Ambas guerras necesitaron primero de la construcción del «enemigo interno». Arriba perdón y olvido, «abrazos y no balazos»; abajo la aplicación estricta de la ley y el estado de derecho, así como la condena de la opinión pública.
La reciente tragedia en Tlahuelilpan, Hidalgo, donde una toma clandestina de gasolina hizo explosión quemando, lo mismo a curiosos que, a familias que ilegalmente aprovechaban la «oportunidad» de obtener combustible gratis, bajo la mirada de efectivos militares que durante horas permanecieron a la expectativa, demuestra que el accidente, premeditadamente o no, está siendo aprovechado por algunos líderes de opinión para justificar la necesidad de una Guardia Nacional capacitada para evitar ese tipo de desastres humanos y terminar con la corrupción.
Al final de su campaña electoral el presidente advirtió a quienes hoy votan con él en la Cámara de Diputados ¡no despertar al tigre! refiriéndose al pueblo, porque él no podría amarrarlo, amagando con una revolución si se cometía otro fraude, como aquellos con los que sus otrora enemigos habían realizado para impedirle su acceder al poder. Como hábil domador el presidente no sólo ha cooptado a sus antiguos adversarios con puestos en su gabinete, ha logrado también domar al tigre, ese ejército de reserva que furioso y con mensajes de odio, se apresta a justificar en las «benditas redes sociales», lo que considera son decisiones en favor de la Cuarta Transformación. Un tigre similar al que se ha rugido en contra de la candidatura indígena de Marichuy, las caravanas migrantes de hondureños, los neozapatistas, y que ahora afila dientes y garras contra los huachicoleros. Esos villanos y enemigos de la patria del momento.
El ganso por su parte quiere, no sólo escribir, sino reescribir la historia. Su plumaje blanco, como él mismo, es impecable. Sabe volar, caminar sobre la tierra, nadar y si es necesario sumergirse al lago de Texcoco. Un discurso conciliador como el de Madero, a quién pretende emular. Un hombre de buenas intenciones con aciertos iniciales en política exterior o sus pretensiones de soberanía alimentaria y energética, pero acechado por militares que parecen chantajearlo con aplicarle el mismo trato que al apóstol de la democracia o a Salvador Allende. La nación camina al filo de la navaja entre la voluntad del ganso y los rugidos del tigre.
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