Con el proyecto de ley para regular la protesta social y la reconciliación con el FMI, el Gobierno Nacional confirma su giro ideológico hacia la derecha. Giro que, se recuerda, comenzó a dibujar con el nombramiento de Cesar Milani como Jefe del Ejército, el acuerdo con Chevron y el ajuste ortodoxo en materia económica. Mientras […]
Con el proyecto de ley para regular la protesta social y la reconciliación con el FMI, el Gobierno Nacional confirma su giro ideológico hacia la derecha. Giro que, se recuerda, comenzó a dibujar con el nombramiento de Cesar Milani como Jefe del Ejército, el acuerdo con Chevron y el ajuste ortodoxo en materia económica.
Mientras el kirchnerismo se mueve unos pasos a la derecha en el espectro ideológico, el progresismo K, ese grupo heterogéneo no peronista integrado por socialistas, comunistas, radicales, sabatellistas, intelectuales y movimientos sociales, queda desorientado. Paralizado. Confundido con esta metamorfosis ideológica. Ellos que apostaron por la integración latinoamericana, los juicios contra los represores de la última dictadura, el matrimonio igualitario y la democratización de los medios de comunicación, ahora se encuentran con Kicillof tocando los portones del FMI y el jefe de Gabinete acusando a Luis Barrionuevo de trotskista.
Está claro que el escenario para el progresismo k no es sencillo. A poco más de un año de las PASO 2015, su destino dista de ser nítido. Situación que, encima, a medida que se acerquen las urnas, se volverá aún más turbia con las luchas intestinales del peronismo y los reacomodamientos del peronismo K, que- más temprano que tarde- se terminará convirtiendo al sciolismo puro y duro.
Ahora bien, entre tanto ruido de mudanza ideológica: ¿cuáles son las cartas que tiene el progresismo K? ¿Dónde está su futuro? Descartando, por cuestiones «genéticas»- aunque algunos seguramente lo harán-, la posibilidad de mimetizarse con el sciolismo, a la izquierda kirchnerista no peronista se le presenta un trilema peliagudo. Tres opciones- con diferentes objetivos, oportunidades y obstáculos políticos- para elegir. Veamos.
El bunker. Es la estrategia que, hasta hoy, ofrece el ala más idealista de La Cámpora. Armar un dispositivo electoral hermético para el 2015 que resalte los logros más progresistas de la última década y prometa profundizar el modelo. Nada de críticas ni «continuidad con cambios» (Scioli dixit). Intransigencia absoluta ante todo intento de crear un kirchnerismo light. Este espacio es consciente que no le alcanza para retener la Casa Rosada. Sus fichas estarían en el 2019, con un regreso «mesiánico» de Cristina para salvar al país de las garras de la derecha. Hasta entonces, cerrar filas y preservar el «verdadero ADN» del proyecto. El gobernador de Entre Ríos, Sergio Uribarri, el Secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Carlos Zannini, y el intendente de José C. Paz, Mario Ishii, aspiran a ser las figuras de esta corriente.
El dique. Una alternativa forjada por el kirchnerismo bonaerense que hace tiempo contiene- o, al menos, eso intenta- desde el Estado provincial el avance del Gobernador. Básicamente, la idea es permanecer dentro de la estructura sciolista, pero siempre como un bloque compacto, homogéneo y, en la medida que se pueda, independiente. Desde ahí, mantener a raya al ex motonauta. Impedir que su caudal político crezca, y así mantener el cordón umbilical con Cristina. Y, en simultáneo, ir criando la resurrección del «verdadero kirchnerismo». Si bien es cierto que, mediante este camino, no se volvería al llano y se seguiría sintiendo el calor del poder, también es verdad que los platos rotos- tanto de la campaña electoral como de una supuesta presidencia de Scioli- se pagarían entre todos: la ciudadanía, cuando evalúa una gestión, no suele ser muy detallista en la distribución de premios y castigos. Un referente claro de esta posibilidad es Gabriel Mariotto, que ha demostrado que se puede hacer política «gobernando con el enemigo».
Volver a las raíces: ¿el último recurso? El itinerario de mayor costo político. En el caso de socialistasy radicales significaría agachar la cabeza y volver al partido de origen, si es que éste se muestra dispuesto a perdonar, olvidary devolver el carnet de afiliado (la UCR, con el caso Cobos, más por necesidad que por misericordia, ya dio su veredicto al respecto). Por el lado de artistas, intelectuales, escritores o periodistas, se trataría- ni más ni menos- que renunciar al patrocinio del Estado. En un sentido parecido, para movimientos sociales u organismos de derechos humanos implicaría la incertidumbre de planes sociales, presupuestos, subsidios o espacios institucionales de poder. Además de los radicales K, que siguieron las huellas de Cobos, Libres del Sur (con el movimiento social Barrios de Pie incluido), la CCC de Juan Carlos Alderete, Miguel Bonasso, José Nun, entre otros, son algunos de los actores políticos que han hecho este recorrido.
Más allá del destino que escojan los diferentes sectores de la centroizquierda K, esta experiencia deja tres enseñanzas- válidas, más que nada, para fuerzas políticas, sean del signo que sean- sobre la arquitectura de frentes con fuerzas peronistas que ansíen, algún día, dominar el aparato del PJ.
La primera: la fidelidad al líder es el cemento que amalgama al movimiento peronista. Esto quiere decir que cualquier fuerza política interesada en sumarse a un espacio donde la fuerza gravitante sea el peronismo, deberá acatar sin relinchar las decisiones de dicha autoridad. Ergo: no solamente perderá la crítica, la pluralidad y la horizontalidad- herramientas indispensables en cualquier frente de izquierda o centroizquierda-, sino que también cederá su estructura orgánica al caudillo justicialista. Por ende- y aquí se desprende la segunda lección-: la identidad de la fuerza- o sea, su carta de presentación frente a la ciudadanía- quedará atada a la esquizofrenia del peronismo,que, como lo demuestran la historia (y el presente), por su vocación infinita de poder, ha conocido cada rincón del espectro ideológico. Y por último: aliarse con una fuerza peronista, que aspira a hegemonizar esa colosal maquinaria electoral- compuesta por la CGT, los Barones del Conurbano y la Liga de Gobernadores- que es el PJ, implica alistarse en todas las batallas que se disputan en el seno del justicialismo. Claro que, a diferencia de los peronistas, los extrapartidarios se desgastan en vano. Invierten su capital político en una contienda que no les traerá recompensa alguna. Ninguno – por «linaje», «poder» o «historia»- domará algún día el aparato del PJ. Poniéndolo en lenguaje economicista: los costos superan holgadamente a los beneficios políticos.
Gonzalo Sarasqueta, periodista y politólogo
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