Una lectura serena de varias encuestas de alcance nacional -dejando en claro que esos estudios realizados por empresas privadas son solamente referenciales-lleva a la conclusión de que es ya irreversible la tendencia hacia una contundente victoria del Movimiento Al Socialismo (MAS) en las elecciones del 12 de octubre. Conforme se acerca esa fecha, la perplejidad […]
Una lectura serena de varias encuestas de alcance nacional -dejando en claro que esos estudios realizados por empresas privadas son solamente referenciales-lleva a la conclusión de que es ya irreversible la tendencia hacia una contundente victoria del Movimiento Al Socialismo (MAS) en las elecciones del 12 de octubre. Conforme se acerca esa fecha, la perplejidad inicial va dando paso a la preocupación cada vez más notoria en las dos expresiones políticas de la oposición de derecha, la moderada -que postula a Samuel Doria Medina- y la radical -que apoya a Jorge Quiroga Ramírez- reducidas hoy a una disputa por el mismo segmento minoritario de votación: menos de una tercera parte del padrón electoral. Es una lucha fratricida porque entre las dos opciones de derecha no existen profundas discrepancias ideológicas o programáticas, ya que comparten los mismos fundamentos neoliberales que, para señalar un aspecto de sus programas, les lleva a plantear que Bolivia debe incorporarse a la «Alianza del Pacífico», ese bloque de libre comercio conformado por los gobiernos de Chile, Perú, Colombia y México.
En realidad, el zarandeo entre samuelistas y tutistas está expresando una lucha intestina por la supervivencia política a mediano plazo, una pugna en la que lleva la peor parte el empresario cementero, que puede terminar convertido en el chivo expiatorio de la peor derrota de las fuerzas conservadoras en una década.
Al interior de los dos partidos (Unidad Demócrata, UD; y el Partido Demócrata Cristiano, PDC) sus estrategas y asesores externos de campaña, habiendo dado por perdida la contienda por la Presidencia, se afanan ahora por preservar algunos bolsones de votación en Beni, Santa Cruz y Tarija, para desde allí relanzar un frente único de oposición en el ámbito nacional, pensando en las elecciones municipales y departamentales que se efectuarán en marzo de 2015.
Particularmente importante para la continuidad y profundización del proceso de cambio es la creciente gravitación política del departamento de Santa Cruz, ya que es el que tiene la mayor y más diversificada actividad económica del país, es el más extenso en territorio y el que ocupa el segundo lugar en población del país con tendencia sostenida a seguir recibiendo flujos migratorios del occidente.
En Santa Cruz, el MAS puede superar el 50% de respaldo en las urnas, con lo que redondeará un inédito triunfo político de carácter estratégico para la izquierda en una región tradicionalmente controlada por partidos y logias conservadoras de los intereses de la burguesía agraria, industrial y financiera.
Sabido es que entre 2004 y 2009, las representaciones políticas de esa burguesía, haciéndose fuertes tanto en los comités cívicos como en las prefecturas (hoy gobernaciones) de los departamentos de la denominada «media luna», intentaron desestabilizar al naciente proceso de cambio efectuando un supremo esfuerzo para hacer fracasar la Asamblea Constituyente (2006-2007), para así precipitar la caída de Evo Morales. Fueron derrotadas democráticamente en el Referéndum Revocatorio de agosto de 2008 y luego militarmente, cuando fue sofocado el intento de golpe cívico-regional de septiembre de ese mismo año, cuya cota de violencia fascista y racista más alta fue la masacre de campesinos en la localidad pandina de Porvenir.
Pero nunca hay que olvidar que aquella fue una derrota en el plano superestructural que obligó a esa burguesía a replegarse de la acción conspirativa, lo que no significa que haya perdido su poder económico basado en los procesos de acumulación capitalista. Sin embargo, su hegemonía política en la región oriental se ha debilitado y fisurado; lo que a su vez ha permitido el fortalecimiento de las fuerzas campesinas, obreras y populares que, en los últimos años han logrado significativos avances en su unidad, organización y movilización. Me adscribo a la hipótesis de que el triunfo electoral de la izquierda en Santa Cruz será el resultado de estas transformaciones en la composición y correlación de fuerzas entre las clases sociales que han terminado consolidando y fortaleciendo el liderazgo político de Evo Morales en tierras cruceñas. Vistas así las cosas, las maniobras táctico-electorales con fuerte dosis de pragmatismo se ubican en un plano secundario.
El previsible triunfo de las fuerzas transformadoras en Santa Cruz abre grandes perspectivas para profundizar el proceso de cambio en Bolivia. Pero eso dependerá de la manera cómo los principios revolucionarios y el contenido discursivo anticapitalista del Gobierno definan sus orientaciones programáticas hacia aquella región del país, donde el capitalismo y el consumismo se arraigan con más fuerza en el conjunto de la sociedad. ¿Podrá la joven clase obrera de este departamento, la más numerosa a nivel nacional pero también la menos organizada en el sector fabril, de la construcción y en la actividad petrolera, actuando como parte de un Bloque Social Revolucionario más amplio, desplegar su propio rol en el impulso de nuevas transformaciones revolucionarias? ¿Se movilizarán las bases campesinas para hacer valer su propuesta de profundizar la revolución agraria, eliminando las nuevas formas de latifundio y la denominada extranjerización de la propiedad de la tierra en los departamentos amazónicos de Bolivia? ¿Se mantendrá la inclinación favorable al cambio de sectores importantes de las clases medias cruceñas que, seducidas por la buena gestión de la economía, aceptan hoy con entusiasmo lo que ayer rechazaban con desconfianza?
Está claro que en el nuevo contexto en el que los partidos de la derecha son incapaces de representar adecuadamente sus intereses generales, la burguesía cruceña a través de sus organizaciones clasistas, como la Cámara de Industria y Comercio (CAINCO) y la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO), han pasado de la confrontación a la adulación, buscando arribar a acuerdos con un Gobierno que saben se mantendrá por el siguiente quinquenio. En este afán conciliador nuevamente acuden al discurso de la «seguridad jurídica» y piden «reglas del juego estables»; en otras palabras están buscando detener el curso de las transformaciones.
Acá entrará en juego el Bloque Social Revolucionario que en el país se expresa por la articulación de la Central Obrera Boliviana (COB) con todas las organizaciones que conforman la Coordinadora Nacional por el Cambio (CONALCAM), que desde hace algunos meses vienen planteando la tesis política de la profundización del proceso de cambio desde los movimientos sociales. Este Bloque, que respalda al compañero Evo Morales y que es el factor unitario que está contribuyendo al triunfo, especialmente en los departamentos más densamente poblados del país, tendrá también que proponer un curso de acción posterior al 12 de octubre en el que se administre adecuadamente y, en función de objetivos revolucionarios, el resultado en las urnas.
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