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Después del 1° de julio

El tsunami obradorista y el espaldarazo a la «mafia del poder»

Fuentes: Rebelión

«Ha habido en las pasadas elecciones claramente un ganador, un virtual ganador, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien obtuvo una victoria clara, contundente e inobjetable. «El reconocimiento de su victoria da certidumbre» son algunas de las muchas palabras pronunciadas por Enrique Peña Nieto, presidente de México, con las cuales sintetizó lo que la «mafia del […]

«Ha habido en las pasadas elecciones claramente un ganador, un virtual ganador, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien obtuvo una victoria clara, contundente e inobjetable. «El reconocimiento de su victoria da certidumbre» son algunas de las muchas palabras pronunciadas por Enrique Peña Nieto, presidente de México, con las cuales sintetizó lo que la «mafia del poder» de la cual es él conspicuo representante, piensa en estos días inmediatos posteriores al triunfo electoral arrasador de AMLO. En efecto, la primera entrevista que AMLO tuvo después del 1° de julio fue precisamente con Peña Nieto con quien se reunió dos días después a solas en el Palacio Nacional durante varias horas ante la expectación de los medios que esperaban sus declaraciones al final de la reunión.

Cordialidad entre AMLO, Peña Nieto y la «mafia del poder»

Así fue que salieron al público las fotos de los dos personajes sentados y caminando por los salones del Palacio casi como antiguos amigos, con palmadas de AMLO a su acompañante al que elogió y apoyó sin cortapisas. Ante los medios describió el encuentro como cordial y al referirse al proceso electoral felicitó a Peña por su conducta en el mismo en términos que seguramente le supieron a gloria a éste: «Yo he padecido de ese intervencionismo faccioso que no corresponde a sistemas políticos democráticos y ahora debo reconocer que el presidente Enrique Peña Nieto actuó con respeto y las elecciones fueron, en lo general, libres y limpias». Una opinión que obviamente no se puede comprobar fácilmente y que Ricardo Anaya, el candidato de la coalición del PAN, acusado sin pruebas por el gobierno de Peña de ser cómplice de negocios de lavado de dinero, no comparte en absoluto.

AMLO y Peña Nieto se comprometieron a realizar la mejor coordinación posible durante la larga transición gubernamental de cinco meses que la arcaica ley electoral vigente señala entre el día de las elecciones presidenciales y la toma de posesión del candidato ganador. Como se ha dicho, Peña felicitó a AMLO por su triunfo y le ofreció todas las garantías para que el gabinete de secretarios (ministros) ya nombrado por AMLO trabaje junto con los suyos para emprender los planes relacionados con las cuestiones que afectan directamente la puesta en marcha de la siguiente administración, entre las cuales está el presupuesto de 2019. Y también los dos fueron enfáticos y repetitivos en lo que para ellos surge cada vez más como evidente y que es lo fundamental: enviar un mensaje de tranquilidad lo más claro y contundente posible a los mercados y los inversionistas de que sus intereses son preservados. Y en efecto la confianza y tranquilidad de la generalidad de los empresarios ante el triunfo de López Obrador se ha expresado en que desde dos días antes de las elecciones, la Bolsa Mexicana de Valores está cerrando con alzas y en que el peso ha avanzado un 1% en su valor ante el dólar estadounidense.

Al día siguiente vino la siguiente entrevista precisamente con los empresarios del Consejo Coordinador Empresarial, el cual en la figura de su presidente Juan Pablo Castañón, acompañado de otros prominentes miembros como el conspicuo y belicoso Claudio X. González, se expresaron en los mejores términos, abrazándose y declarándose prestos a colaborar lo mejor posible con el líder del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). «Necesitamos un gobierno sólido y fuerte» dijo Castañón en un tono muy diferente del que usaron él y sus colegas cuando antes de las elecciones criticaron a AMLO en una carta abierta publicada ampliamente en que reclamaban a AMLO sus declaraciones contra ellos: «Así no» decían en su carta impugnando las opiniones críticas de AMLO contra la «mafia del poder», privilegiada con el tráfico de influencias con el gobierno de Peña Nieto. Atrás quedaron, pues, los calificativos apocalípticos que consideraban a AMLO un «peligro para México» y la convocatoria a no votar por él como lo hicieron los magnates Germán Larrea y Alberto Bailléres, dos de los hombres más ricos del país. Alfonso Romo, próximo jefe de gabinete presidencial obradorista, amigo y colega de dichos magnates lo dijo con claridad: » entre los representantes de la iniciativa privada y AMLO hay ahora una Luna de miel y se quieren todos». Ya no son miembros de la «minoría rapaz» de antes del 1° de julio.

También la cuestión de la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México (NAICM) se mantiene dentro de cauces de un diálogo con los magnates «sobre su viabilidad» y ya no se critica su construcción como lo que es, un atentado colosal contra el medio ambiente de la región del vaso del antiguo lago de Texcoco.

En su camino hacia la silla del águila en la que se sentará el 1° de diciembre ya están anunciadas las próximas estaciones: Trump y AMLO ya se intercomunicaron y Mike Pompeo, quien era director de la CIA en el gobierno de Trump y de ahí pasó a ser secretario de Estado, visitará próximamente el país y se entrevistará con Peña y AMLO; en este mes se reunirá con los presidentes que asistirán a una reunión en Puerto Vallarta; durante agosto y septiembre se dedicará a perfilar su programa de gobierno y en octubre y noviembre hará una nueva visita a las diversas regiones del país para presentar sus planes de desarrollo integral.

En el discurso en el Zócalo, en la noche del 1° de julio festejando su victoria ante la multitud que lo aclamaba, AMLO se apresuró, aprovechando el momento, para anunciar su visión del México democrático que quiere presidir y mandar un mensaje a los capitalistas que son los amos de México. Con una franqueza completa expresó muy en alto cuáles serán las libertades que reinarán en su gobierno y entonces mencionó, cómo no, la «libertad de empresas», primero que la de reunión y de expresión. Así nadie podrá llamarse a engaño sobre donde pisa el Peje.

Ellos los hombres y las mujeres más ricos entre los ricos, los agrupados en el Consejo Mexicano de Negocios no se han tardado en reaccionar y cuatro días después de la victoria obradorista ya se reivindican como los mejores aliados del nuevo líder nacional. Aupados por los medios de comunicación que son sus instrumentos, en especial las dos cadenas televisoras principales, Televisa y TV Azteca, allí aparecen todos ellos en videos rápidamente montados declarándose partidarios enérgicos e insustituibles del presidente electo. La «mafia del poder» se declara obradorista.

La política en las elecciones

El trato que está recibiendo de Peña Nieto después de todo es la respuesta a la estrategia que AMLO puso en práctica desde mediados del sexenio peñista consistente en convocar al presidente priista a realizar una transición aterciopelada, adelantándose a la camarilla en Los Pinos en su percepción de que en las elecciones del 1° de julio saldría como seguro ganador. Fue tajante una y otra vez: habrá amnistía para Peña Nieto, quien no debería preocuparse por rendir cuentas de sus numerosos crímenes pues AMLO no lo perseguiría para tomar venganza. En cambio, Peña y su grupo hicieron todo lo posible por evitar el triunfo del Peje y hasta sólo días antes del día de las elecciones los rumores de un fraude corrían como los millones de pesos que se reportaban en circulación comprando votos: se llegó a reportar la compra de votos hasta por 5 mil pesos (unos 250 dólares) y más. También se informó en los medios que aunque hubo miles que aceptaron, otros tanto, incluso millones, rechazaron vender sus votos a los ofrecimientos que los partidos hicieron, con el PRI como el que más dinero reservó para esta compra. Pero la táctica empleada, de nuevo, ante todo por el PRI, partido que ha perdido por completo la hegemonía dentro del sistema que disfrutó durante décadas, fue superada del todo por el hartazgo social que llegó a cotas inauditas de malestar precisamente en el actual sexenio de Peña.

El triunfo arrasador obradorista del 1° de julio (ganó en todos los estados de la República con la excepción de Guanajuato, el estado de Vicente Fox) ha cambiado muchas cosas y se explica ante todo por el descontento y la resistencia sociales de millones de mexicanos y mexicanas, la abrumadora mayoría de ellos y ellas trabajadores formales e informales por igual víctimas de las políticas criminales de austeridad, privatizaciones, violencia y represión que se iniciaron hace más de tres décadas y que llegaron a su máxima expresión durante el actual gobierno de Peña Nieto.

La astucia de AMLO consistió en entender eso y mantenerse como oposición leal dentro del sistema, apostando todo, como buen político sistémico, a las elecciones. Su objetivo era, aceptando las reglas electorales institucionales, estirar la liga lo más posible. Todo para intentar hacer imposible un nuevo fraude como los de 1988 (contra Cuauhtémoc Cárdenas) y 2006 (contra él mismo). Había que mantenerse siempre en la línea de la más estricta legalidad, recurriendo a los baños de pueblo permanente, de allí las críticas a su «populismo» de muchos de sus adversarios: durante más de diez años AMLO visitó decenas de municipios del país varias veces. Se volvió, por mucho, el político más popular y conocido del país.

En el comienzo de su sexenio cuando Peña Nieto convocó al Pacto por México, AMLO se colocó claramente en oposición al mismo. Conformado con el objetivo de cubrir las políticas privatizadoras de «tercera generación» con la sombrilla de la «unidad nacional», el Pacto por México se integró con los tres principales partidos PRI, PAN y PRD de entonces, los cuales el 1° de julio han sufrido la peor derrota de su historia. Por su parte AMLO se dedicó a fundar y dirigir el Morena que en menos de cinco años se ha convertido en el partido mayoritario: según el INE contabilizados los sufragios emitidos los resultados arrojan más de 30 millones de votos (53 por ciento) para AMLO, contra 10.2 millones de Ricardo Anaya (22 por ciento) candidato de la Coalición encabezada por el PAN y el PRD y 9 millones de José Antonio Meade (15 por ciento) candidato de la coalición del PRI. Ello se traduce en una mayoría absoluta en las dos cámaras del Congreso de la Unión. Igualmente de los nueve estados que tuvieron elecciones para la gubernatura ninguno ganó el PRI, cinco se los llevó Morena (Veracruz, Morelos, Chiapas, Tabasco y la Ciudad de México, bastión tradicional del PRD), Yucatán y Guanajuato correspondieron al PAN, Jalisco fue para Movimiento Ciudadano, participante en la coalición del PAN y en Puebla seguramente habrá la intervención del Tribunal Electoral para decidir si el PAN o Morena es el ganador.

El colapso del sistema tradicional de partidos

La debacle del PRI, del PAN y el PRD es el otro factor político sobresaliente de las jornadas del 1° de julio cuyas consecuencias incidirán en el proceso de transformación de las relaciones entre las clases y grupos sociales. El PRI en sus nueve décadas de existencia tuvo su peor resultado: triunfó sólo en un distrito electoral de los 300 existentes. Todo le salió mal desde que decidió elegir a un alto funcionario que nunca había sido priista como su candidato presidencial: José Antonio Meade, quien fue secretario de estado durante los gobiernos tanto de Calderón como de Peña Nieto.

La raquítica bancada de sus diputados será la tercera de la Cámara e integrada sólo por diputados de proporcionalidad (los llamados plurinominales). El anuncio de la decadencia priista era ya evidente en su primera derrota en el año 2000, pero la restauración del gobierno de Peña Nieto infundió bríos y condujo al descontrol que significó el espectáculo de corrupción devastador de sus gobernadores en Veracruz, Chihuahua, Quintana Roo, Coahuila, Tamaulipas y, por supuesto, encabezándolos a todos del propio Peña Nieto. Refundación del partido, incluido la posibilidad del cambio de nombre, son los temas que confronta una dirección desmoralizada que se encuentra al borde del precipicio.

La marginalidad política a la que fue arrojado el PRI en estas elecciones es un acontecimiento de envergadura histórica. Se trata ni más ni menos de la debacle del partido dominante durante la mayoría del siglo XX en México. El imperio del PRI marcó indeleblemente a la política mexicana. Sus consecuencias están todavía presentes y no desaparecerán fácilmente. AMLO, por ejemplo, dio sus primeros pasos de joven político precisamente en el PRI. Pero el dominio hegemónico priista no logró su restauración definitiva con Peña. Y las condiciones sociales ya no son las que permiten el surgimiento de un nuevo PRI. Muchos que consideran que Morena es precisamente eso, se equivocan como lo hicieron quienes creyeron hace 30 años que el PRD era una versión también de neopriismo. El corporativismo sindical y el pluriclasismo característicos del PRI desaparecieron para no volver. Ciertamente hay muchos aspectos del quehacer priista dominante durante décadas que permearon a distintos sectores políticos y sociales, pero el priismo como factor político del poder gubernamental y el control y dominio corporativo de las masas populares encuadradas en una ideología nacionalista directamente vinculada con mitos provenientes de la Revolución mexicana, ese priismo histórico caducó y no volverá ya a ser hegemónico. Estuvo vinculado desde un principio con la instauración de la forma de estado bonapartista que adquirió la Revolución mexicana hecha gobierno al principio del siglo XX. El bonapartismo se dotó del partido oficial que en la práctica constituía un partido único de facto, casi totalitario. Una burguesía en ascenso, todavía no hegemónica dependía mucho del apoyo y promoción del estado. Las transformaciones sociales y económicas de los últimos cuarenta años han cambiado por completo el panorama. Hoy una poderosa gran burguesía interviene e influye directamente en el estado y no está interesada en reproducir métodos y prácticas bonapartistas. Por su parte, los trabajadores que comienzan a politizarse no buscan la resurrección del PRI sino el surgimiento de organizaciones verdaderamente clasistas.

El PAN, el tradicional partido conservador fundado en los años treinta del auge cardenista, con el cual el PRI forjó la mancuerna del PRIAN que dominó en los últimos treinta años, ha salido también seriamente dañado de estas elecciones. Ricardo Anaya dividió al partido para lograr la candidatura presidencial y realizó un esfuerzo político por ampliar los espacios electorales tradicionales buscando la alianza con el PRD. Su esfuerzo, que no careció de originalidad, se enfrentó a dos obstáculos que lo estancaron por completo. Primeramente la división representó la perdida de adherentes que se fueron con el grupo encabezado por Margarita Zavala, esposa del ex presidente Felipe Calderón y su unión con el PRD no fue del agrado de amplios sectores conservadores tradicionales. En segundo lugar, el gobierno de Peña Nieto, utilizando de modo completamente antidemocrático a la Procuraduría General de la República, acusó en plena campaña electoral a Anaya de cómplice de negocios fraudulentos, sugiriendo incluso vinculaciones con el narcotráfico. Nunca se probaron en forma contundente dichos cargos, pero obviamente el objetivo político de manchar la campaña del candidato conservador se logró con creces y la misma se estancó en el segundo lugar que nunca amenazó la posición puntera que mantuvo AMLO en todas las encuestas durante los seis meses que duraron la precampaña y la campaña propiamente dicha.

El PRD, el otra hora orgulloso «partido de izquierda», representa tal vez el caso más desolador del panorama de la crisis de los partidos. Apenas con el 5 por ciento de los votos generales, perdió la joya de la corona que mantuvo durante más de 20 años como su baluarte, la Ciudad de México y fue arrojado a un lejano cuarto lugar con una pequeña representación en la Cámara de diputados. Su alianza en la coalición con el PAN fue una especie de suicidio político al mostrar que la dirección del partido en manos de la corriente denominada de los chuchos (Jesús Ortega, Jesús Zambrano) ya no respondía a principios sino a las crudas necesidades electoralistas sin ningún tipo de justificaciones ideológicas y políticas. Con este comportamiento, el PRD perdió por completo identidad y ha sido arrojado a la anomia política que anuncia su no muy lejana desaparición.

La utopía obradorista

La rapidez con la que se están sucediendo los acontecimientos como consecuencia del alud electoral que ha favorecido a AMLO y a su partido representa un desafío para el análisis y por tanto para la orientación política. Los millones de votantes que han visto en AMLO la alternativa para superar las condiciones del malestar y la violencia a las que han llevado las políticas de los gobernantes en los últimos treinta años también están en una luna de miel con él. ¿Cuánto tiempo durará? Dependerá de muchos factores su tiempo de duración, pero desde hoy se puede decir que no será un trayecto muy largo. En este mismo sexenio obradorista que de facto se está iniciando surgirán los conflictos que lo harán no el gobierno de la paz y la tranquilidad, sino de las movilizaciones y el despertar de las masas populares.

El imperio del PRI duró de los años veinte al 2000. Ciertamente los factores de crisis priista comenzaron a desarrollarse desde los años cincuenta y sobre todo sesenta, pero fueron controlados con masacres (¡Tlatelolco!) y con ensayos reformistas que todavía tenían cierto margen de maniobra como los que se dieron durante los años setenta con las presidencias de Luis Echeverría y José López Portillo. Precisamente en los últimos años del siglo XX se gestó una primera forma de gobierno que intentaba renovar la hegemonía burguesa ampliándola con la participación del partido de la derecha en los asientos del poder político. Los dos sexenios panistas de Fox y Calderón fueron su resultado finalmente fallido. Después vino la restauración priista, también fallida, de Peña Nieto.

La burguesía ha aceptado que AMLO con su Morena sea el recambio necesario para una hegemonía burguesa asediada por una situación socioeconómica deteriorada cuyas consecuencias políticas pueden ser amenazadoras. Todo indica que lo ha hecho de modo pragmático, convencida de su necesidad ante la amenaza de que el espectáculo deprimente de la crisis de los partidos burgueses tradicionales conduzca a un descontrol político y social. Pero muy diferente es la interpretación que el torrente masivo que ha determinado la victoria de AMLO tiene de la situación después del 1° de julio. La mayoría de esa masa busca una alternativa que alivie una situación que ha empeorado sus condiciones de vida de modo cada vez más intolerable. La luna de miel con AMLO que ofrece y convoca a la conciliación, al amor y la paz en estos primeros días de su victoria se demostrará del todo insuficiente para lograr esa alternativa esperada. En el México violento, dividido socialmente y sediento de justicia es una oferta utópica. Las cuestiones que aquejan a los trabajadores y al pueblo oprimido en general no serán resueltas con la conciliación con sus verdugos y represores.

El programa que ha presentado AMLO se puede sintetizar en dos ejes: introducir una política moralizadora, con el ejemplo sobresaliente de la honradez del propio AMLO y sus colaboradores cercanos, para desterrar la corrupción gubernamental lo cual significaría la liberación de miles de millones de pesos que se dedicarían al desarrollo ante todo del mercado interno y para el financiamiento de proyectos de asistencia social: becas para los jóvenes estudiantes y los millones de ninis (ni estudian, ni trabajan) por igual, un sistema universal de salud pública y una ayuda directa a las personas de la tercera edad. ¿Cómo y cuáles serán los métodos y procedimientos para el financiamiento de tales programas? AMLO en todas las entrevistas y polémicas nunca contestó con precisión, dejando en la oscuridad lo relacionado a la política fiscal y contentándose con afirmar una y otra vez que no habrá alza de impuestos, ni mayor endeudamiento y, por supuesto, ninguna reforma fiscal.

El otro eje vinculado a la cuestión que junto a la corrupción fue un punto de la agenda de la campaña de todos los candidatos, o sea la violencia, la seguridad y la consecución de la paz, también AMLO no avanzó mucho más de plantear que promovería una amnistía para todos aquellos que fueran capaces de reintegrarse a la vida social y abandonar los quehaceres delictivos. ¿Cómo? Enfocándose en las causas sociales y económicas que producen las pautas delictivas para a partir de su solución desaparezcan los objetivos de la delincuencia. En las reuniones de cada mañana con sus colaboradores se hará el seguimiento de la campaña de pacificación en la cual las fuerzas armadas seguirán siendo fundamentales hasta que surjan otros cuerpos (una guardia nacional, por ejemplo) que las sustituyan en el futuro.

En todo lo demás la estrategia económica de AMLO no representa una variante de la línea neoliberal dominante desde hace tres décadas. Ya no reivindica la marcha atrás de las privatizaciones energéticas y se limita a proponer menor dependencia del exterior, por ejemplo, construyendo refinerías. De hecho propone la creación en la frontera norte de «zonas francas» como las que ya existen en varios países de Centro y Suramérica y que son un ejemplo mayúsculo de explotación de la mano de obra y del surgimiento de enclaves extraños al cuerpo social de los países en donde se instalan.

Dos causas serán centrales para definir su relación con la masa popular que lo apoya y considera su líder. La del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y la reforma educativa. En el caso del NAICM su posición ha venido reculando desde que en un inicio se opuso a la construcción del mismo. Los pueblos en defensa de la tierra que están amenazados con la construcción del NAICM están dispuestos a seguir en su lucha y seguramente lo presionarán. Esta será una cuestión decisiva que definirá ante los sectores populares su situación. La otra es la reforma educativa. Miles de maestros tanto del sindicato oficial como de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación votaron por él y esperan que eche abajo la reforma educativa de Peña Nieto. Así lo ha prometido y también esta cuestión será definitoria de su actitud con respecto a los millones de votantes que le dieron el triunfo.

Conclusión

AMLO y Morena tienen un reto político colosal. Las contradicciones que se desprenden de su victoria aplastante son enormes. El líder es la pieza central del binomio porque Morena y sus aliados son un bloque integrado por corrientes absolutamente diversas ideológica y políticamente consideradas. Lo mismo hay antiguos miembros prominentes del PRI como del PAN, los hay izquierdistas de las corrientes estalinistas y maoístas como evangélicos y ultraderechistas católicos. Magnates como Carlos Slim, Azcarraga (Televisa) y Salinas Pliego (TV Azteca) han puesto alfiles en sus filas y líderes y ex líderes charros como Napoleón Gómez Urrutia (que será senador) y Elba Esther Gordillo también lo apoyan. Y en sus listas plurinominales del Senado está Nestora Salgado, la promotora de la policía comunitaria en Guerrero.

Este guacamole político tendrá que ser arbitrado por el máximo líder. A los cinco días después de la victoria aplastante de AMLO, hecho definitorio de un brusco cambio en los niveles gubernamentales en más de cincuenta años, todo indica que la lucha política de México ha entrado a una nueva etapa pues al mismo tiempo millones de mexicanos y mexicanas han dado un batacazo formidable a uno de los establishments más poderosos del capitalismo latinoamericano. En cierta forma se ha abierto en México un capítulo nuevo de su lucha de clases.

Manuel Aguilar Mora. Militante de la Liga de Unidad Socialista (LUS). Integró el Comité de lucha de Filosofía y Letras en 1968 al lado de José Revueltas. Fue fundador del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en 1976, y miembro del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional junto a Ernest Mandel. Es coautor de varios libros, entre los cuales están Interpretaciones de la Revolución Mexicana (1979), ¿Adónde va el mundo? (2002) y La noche de Iguala y el despertar de México (2015). Es autor de La crisis de la izquierda en México. Orígenes y desarrollo (1978), El bonapartismo mexicano, dos tomos: I Ascenso y decadencia, II Crisis y petróleo (1982) y El escándalo del Estado. Una teoría del poder político en México (2000). Es profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) en la cátedra de la Academia de Historia y Sociedad Contemporánea, en la cual enseña Historia del siglo XX, mundial y nacional. Ha participado en la organización de movimientos sociales, sindicales y políticos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.