Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez
La semana pasada Helienne Lindvall, mi colega columnista en The Guardian, publico una entrega titulada «The cost of free» [«El coste de lo gratuito»], en la que calificaba de «irónico» que «los defensores de los contenidos gratuitos en la red» (incluido yo) «cobren sumas abultadas por sus intervenciones públicas».
Lindvall dice que habló con alguien que se había dirigido a una agencia que antes me representaba con la intención de contratarme para que diera una conferencia, y que esa persona le dijo que una charla mía costaba entre 10.000 y 20.000 dólares, y una conferencia 25.000. Lindvall prosigue aludiendo a las tarifas reclamadas por otros conferenciantes, entre los que se encuentran Chris Anderson, director de Wired y autor de un libro titulado Gratis: el futuro de un precio radical (que reseñé aquí en julio de 2009 ), Peter Sunde, cofundador de Pirate Bay o Seth Godin, experto en marketing. A juicio de Lindvall, todos nosotros conformamos una ideología homogénea que insta a los artistas a regalar su obra, pero no practicamos lo que predicamos porque cobramos muy caro nuestro tiempo.
Es una pena que Lindvall no se molestara en contrastar los datos. La agencia a la que alude no me representa desde hace varios años y, en todo caso, nadie me ha pagado nunca 25.000 dólares por intervenir en un acto. De hecho, la inmensa mayoría de las conferencias que doy son gratuitas (pincha aquí para ver las charlas de los últimos seis meses y lo que cobré por cada una; de unas 95 en los últimos seis meses, sólo cobré por 11 de ellas, y la suma más alta que percibí fue de 300 libras) (1). Además, no utilizo ninguna agencia para la mayoría de las citas que me proponen (casi todas las concierto yo mismo; en los últimos dos años sólo me ha pedido una charla una agencia). No estoy seguro de quién es el infortunado organizador de conferencias con quien habló Lindvall (ella no identifica a su fuente), pero me asombra que esta persona consiguiera dar con la agencia, puesto que no aparece en los primeros 400 resultados que ofrece Google cuando buscas «Cory Doctorow».
Es verdad que entre la batería de respuestas que doy cuando me piden intervenir en conferencias lucrativas o acontecimientos empresariales está la de pedir 15.000 dólares, porque presupongo que casi nadie va a pagar tanto y, así, podré quedarme en casa trabajando y con mi familia; pero en caso de que alguien lo hiciera, yo sería un idiota si lo rechazara. Aun así, creo que viajo más de lo que me gustaría y, normalmente, lo hago a fondo perdido.
¿Por qué lo hago? Bueno, ese es el detalle en el que Lindvall se equivoca de medio a medio.
Veamos; el auténtico error cometido por Lindvall fue afirmar que yo digo a los artistas que se desprendan de sus obras gratuitamente. Yo no hago semejante cosa.
El tema por el que dejo a mi familia y mi escritorio para dar charlas a gente de todo el mundo es el de los riesgos para la libertad que se derivan del fracaso de los prebostes de la propiedad intelectual para adaptarse a un mundo en el que es imposible impedir la copia. Porque es imposible. A pesar de los 15 largos años que duran ya las guerras de la propiedad intelectual, a pesar de la legislación draconiana y las sanciones atroces, a pesar de los tratados secretos y la censura generalizada, a pesar de los millones invertidos en herramientas desacertadas para impedir la copia, hoy día se hacen más copias que nunca.
Como ya he escrito aquí en otra ocasión , copiar no va a ser más difícil, nunca. Los discos duros no se van a llenar por arte de magia, sino que van a tener menos bits y a ser más caros.
Las redes no van a ser más difíciles de utilizar. Los ordenadores no van a ser más lentos. La gente no va a dejar de aprender a teclear en Google «Toy Story 3 bittorrent». Quien diga lo contrario es que vende algo; por lo general, algún tipo de píldora mágica anticopia inviable que juran que, en esta ocasión, va a funcionar de verdad.
Así que, si damos por sentado que los titulares de derechos no van a poder impedir nunca la copia, ni siquiera ralentizar el ritmo al que se hace, ¿qué hay que hacer?
Para mí la respuesta es sencilla: si yo amparo mis libros electrónicos con una licencia Creative Commons que autoriza a compartirlos con fines no comerciales, atraeré a los lectores para que compren ejemplares en papel. Conmigo ha funcionado; en los últimos dos años ha habido obras mías en la lista de libros más vendidos de The New York Times .
¿Qué deberían hacer los demás artistas? Bueno, no me preocupa mucho. La triste realidad es que casi todo con lo que casi todos los artistas traten de ganar dinero va a fracasar. No tiene nada que ver con Internet , claro está. Pensemos en la asombrosa declaración del abogado de Alanis Morissette en la Future of Music Conference [«Conferencia sobre el Futuro de la Música»]: el 97 por ciento de los artistas que firmaron con un sello discográfico importante antes de que apareciera Napster ganó con la jugada 600 dólares o menos. Y ésos fueron los afortunados a quienes les tocó la lotería, el diminuto 1 por ciento que consiguió firmar un contrato discográfico. Casi todos los artistas que se lanzan a ganarse la vida con el arte no van a conseguirlo (a mí me costó 19 años poder permitirme abandonar mi empleo diario), tanto si regalan su obra como si no, si la meten por todos los buzones del centro de Londres o si firman un contrato con un sello discográfico.
Si eres un artista y tienes interés en tratar de regalar tus cosas para vender más, tengo que darte un consejo que ya escribí aquí : creo que no perjudica y que puede ayudar, sobre todo si tienes algún otro medio, como un sello o un editor, que haga que la gente se preocupe por tus cosas en primera instancia.
Pero me da igual si quieres tratar de impedir que la gente copie tu obra por Internet, o si tienes un plan para montar un negocio pensando en eso. Quiero decir, a mí me parece una bobada, pero ya me han sorprendido otras veces.
Pero aquí viene lo que sí me importa. Me importa que tus proyectos supongan utilizar tecnologías de «gestión de derechos digitales» que impidan que las personas abran y mejoren lo que es de su propiedad; que tus proyectos requieran que los servicios de Internet censuren los mensajes de sus usuarios; que tus proyectos supongan que hay que desconectar de Internet a familias enteras porque están acusadas de cometer infracciones; que tus proyectos requieran vigilancia masiva en Internet para atrapar infractores; que tus proyectos requieran que haya que impulsar una legislación extraordinariamente compleja en el parlamento sin un debate democrático; que tus proyectos me prohíban mantener como privados videos en Internet de mi vida personal porque no eres capaz de atrapar a los infractores si no puedes espiar todos y cada uno de los videos.
Y este es el proyecto que la industria del entretenimiento lleva pergeñando en su tentativa desventurada de impedir la copia. La industria discográfica estadounidense ha demandado a 40.000 personas. La BBC ha recibido autorización de Ofcom (2) para gastar las tasas que pagamos en bloquear las emisiones sujetas a gestión de derechos digitales para que no las toqueteemos ni las adaptemos en nuestros televisores y dispositivos de grabación (y para que no se piense que no es nada importante, recordemos que la web en su conjunto fue creada por unos aficionados que se dedicaron a toquetear los sistemas que les rodeaban). Es más, Apple, Audible, Sony y otras empresas han confeccionado varios canales de distribución digital con requisitos obligatorios de gestión de derechos digitales para que los titulares no puedan elegir ofrecer sus obras en términos equitativos.
En Francia, con la norma de los «tres avisos» impuesta por la recién entrada en vigor Ley HADOPI se están enviando ahora 10.000 amenazas legales por semana, y han prometido llegar a 150.000 semanales en breve. Después de tres acusaciones de infracción no sustanciadas, toda tu familia queda desconectada de Internet: para cuestiones de trabajo, educación, participación social, contacto con parientes lejanos, información sanitaria, asuntos de la comunidad. Y, como es natural, dentro de poco implantarán aquí el mismo régimen gracias a la Ley de Economía Digital del Reino Unido [Digital Economy Act], aprobada de un plumazo en los últimos días de sesiones parlamentarias sin ningún debate sustancial, pese a los miles y miles de ciudadanos británicos que pidieron a los legisladores que, al menos, analizaran esta legislación extraordinariamente técnica antes de convertirla en ley.
Viacom sólo es uno de los muchos mastodontes del entretenimiento que demandan a empresas como Google por permitir que la gente suba a diario contenidos a Internet sin supervisar antes cómo está la cuestión de los derechos de ese material. Nada importa que se suban a YouTube 29 horas de video por minuto, ni que en el mundo no haya abogados suficientes para acometer semejante revisión, ni que frenar el ritmo de subidas (gravando a quienes los suben con los gastos de la comprobación legal, por ejemplo) deje fuera de combate prácticamente a todo el mundo que ha encontrado en YouTube una oportunidad para expresarse de forma creativa y personal sin hacer negocio.
Nada importa que, si este principio se convirtiera en ley, clausuraría en el acto todo foro, Twitter, todo servicio de redes sociales, todo blog o lista de correo. Eso ya es malo, pero además Viacom ha pedido al tribunal que ordene a Google que haga público todo contenido que suba a la red cualquier usuario para que Viacom pueda comprobar que no quebranta las leyes de propiedad intelectual; Viacom cree que su necesidad de ver mis videos es mayor que mi necesidad, por ejemplo, de etiquetar como privado un video de mi hija de dos años en el baño para que sólo podamos verlo sus abuelos y yo.
Mientras tanto, la industria del entretenimiento sigue presionando en todo el mundo para que se instauren una serie de cortafuegos al estilo chino (en el Reino Unido, Richard Mollet, antiguo directivo de BPI, alardeaba de haber introducido esta norma en la Ley de Economía Digital ). (3)
Es un enfoque que suscriben de corazón estrellas multimillonarias del pop como Bono, de U2; la pasada Navidad firmó un artículo en The New York Times pidiendo que hubiera censura al estilo chino en todas partes. Y este mismo mes, representantes de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, Motion Picture Association of America) contaron a los gobiernos de todo el mundo que instaurar en Internet mecanismos de censura de ámbito nacional para cuestiones de propiedad intelectual les permitiría, además, bloquear información embarazosa para sus gobiernos, como la de WikiLeaks.
La MPAA estaba celebrando una reunión sobre el Acuerdo Comercial contra la Piratería (ACTA, Anti-Counterfeiting Trade Agreement), un tratado secreto que se está negociando al margen de la ONU, a puerta cerrada, y que incluía propuestas para autorizar a examinar en las fronteras de todo el mundo iPods, teléfonos y discos duros para buscar infracciones.
De modo que sí, si quieres tratar de controlar las copias individuales de tu obra en Internet, adelante y prueba. Creo que es una misión de locos, y así lo cree también casi cualquier experto técnico del mundo… pero, ¿qué sabemos nosotros?
Y mientras este plan incluya incorporar el control, la vigilancia y la censura al tejido mismo de la infraestructura de la sociedad de la información, yo seguiré recorriendo el mundo gratis, gastando hasta el último céntimo que tenga y cada gramo de energía que me quede para combatirlo.
No te puedo culpar de no leer mis columnas de The Guardian , Helienne; al fin y al cabo, yo nunca leo las tuyas. Y aunque sí te culpo de no corregir los datos, no pediré al defensor del lector de The Guardian que intervenga, ni haré ruidos absurdos con las articulaciones escandalizado por el libelo. Yo soy un libertario civil y tengo integridad, y creo que la respuesta a las malas explicaciones es más explicaciones, de ahí esta columna.
Pero de verdad deberías familiarizarte con la ideología de las personas que condenas antes de abalanzarte sobre ellas. No estoy de acuerdo con todo lo que dice Chris Anderson, pero él no dice a la gente que regale sus cosas: sobre todo, Chris habla de la cantidad de estructuras de fijación de precios, ganchos y técnicas de venta distintas que se pueden utilizar para elevar el suelo de beneficios de creadores, fabricantes, editores e inventores, y cita estudios de casos de personas a las que les ha funcionado.
No tengo ni idea de qué pinta Seth Godin en tu lista de blancos: Seth es un asesor de marketing. Las últimas tres veces que le he oído hablar explicaba cómo mejorar la comunicación corporativa y la identidad de marca… ese tipo de cosas. Sin duda, parece que cobra una suma de dinero muy abultada por ese tipo de asesoramiento; pero, para ti, el mundo desnortado del marketing es así. Si tu tesis es que los creadores merecen cobrar, entonces seguramente estás a favor de que Seth cobre todo lo que el mercado esté dispuesto a pagar.
Ahora bien, el caso de Peter Sunde es interesante. Él defiende en realidad algo parecido a la copia sin ningún tipo de restricción. Pero como tú misma señalas, es una idea por la que está dispuesto a ir a la cárcel, que es lo que se suele considerar el patrón oro de la sinceridad (el único patrón superior que conozco es estar dispuesto a dar la vida por tus creencias; deberías preguntarle a Peter en qué nivel se encuentra). Si tu tesis es que Peter sólo está fingiendo con sus propuestas políticas, ¿cómo explicas la disponibilidad para dejarse encarcelar por ellas? Además: dado que la única finalidad de Flattr, la última creación de Peter, es sencillamente facilitar que el público pague a los artistas, creo que deberías reconsiderar su posición en tu lista de villanos.
Entiendo a la perfección lo que dices en tu columna: la gente que regala parte de su producción creativa para ganarse la vida es una excepción. La mayoría de los artistas no podrá hacerlo. Es más, su secreto más asqueroso es a cuánto ascienden sus desorbitadas tarifas por actuar; en realidad no se ganan la vida creando en absoluto. Pero los autores llevan toda la vida en el circuito de las conferencias; Dickens solía sacar 100.000 dólares por sus giras de conferencias por Estados Unidos, una suma pasmosa para su época. No es nuevo: los autores tienen montones de cosas que decir, y muchos de nosotros somos extravertidos clandestinos y disfrutamos bastante de la posibilidad de bajarnos de nuestro escritorio para hablar de las cosas que nos apasionan.
Pero tú crees que todo el que infla su éxito regalando alguna obra para vender otra está vendiendo falsas esperanzas. Tal vez haya alguien ahí que lo haga, pero seguro que yo no. Como digo a todos mis alumnos en la clase de escritura, no es buena idea dar por sentado que uno se va a ganar la vida con su obra al margen que cómo la promocione o la distribuya. Todos los artistas deberían tener un Plan B para alimentarse ellos y a sus familias. Eso no tiene nada que ver con Internet; es algo cierto desde la época de las pinturas rupestres.
¿Sabes quién vende falsas esperanzas a los artistas potenciales ingenuos? La gente que va por ahí dando a entender que, de no ser por todos esos piratas de Internet, habría pleno empleo en el mundo de la creación. Que la razón por la que los artistas ganan tan poco es porque no se puede confiar en nuestro público porque, una vez que consigamos resolver ese engorro de Internet, harán cola delante de todos nosotros. Si quieres maldecir a alguien por vender patrañas a la gente del mundo de la creación, ve detrás de los vendedores de gestión de derechos digitales y sus ridículas afirmaciones sobre archivos a prueba de copia; ve detrás de los sellos que dicen que las demandas generalizadas interpuestas contra los admiradores en nombre de los artistas (donde los sellos se embolsan las ganancias) son un buen negocio; ve detrás de los estudios que demandan para impedir que cualquiera pueda subir un video independiente a Internet si no dispone de un presupuesto corporativo gigantesco para cuestiones judiciales.
Y si quieres encontrar a alguien que apoye a los artistas, busca en organizaciones como la Fundación Frontera Electrónica (EEF, Electronic Frontier Foundation), que ha defendido la causa de las licencias generales para música, video y otras obras de creación en Internet. Como compositora, estarás familiarizada con esas licencias: como tú dices, recibes un 3 por ciento cada vez que alguien interpreta una canción tuya en un escenario. Lo que la EEF ha pedido son las mismas condiciones para la red: que los proveedores de servicios de Internet adquieran licencias generales en nombre de sus clientes; unas licencias que les autorticen compartir toda la música que van a compartir de todas formas. Pero así los artistas cobran. Casualmente, este es también el enfoque que propugna Larry Lessig, a quien también calificas de «irónico» en tu artículo.
Han pasado 15 años desde que las sesiones de la Infraestructura de Información Nacional de Estados Unidos (US National Information Infrastructure) iniciaran las guerras de los derechos digitales. Y pese al extraordinario poder que desde entonces han acumulado los mastodontes del entretenimiento, a las patentes de corso, a la capacidad de desconectar, al poder de censurar y el poder de realizar escuchas, nada sirve para que cobren los artistas. Quienes dicen que pueden controlar la copia se equivocan, y no van a obtener ningún beneficio con su estrategia. Deben tener derecho a arruinarse la vida, los negocios y las carreras profesionales, pero siempre que no se lleven por delante al mismo tiempo al resto de la sociedad.
Y eso, Hellienne, es lo que yo digo a la gente en mis charlas, tanto si cobro como si no.
Notas
(1) Al cambio actual, 342 Euros (N. del T.)
(2) Office of Communications, organismo regulador del mercado de las telecomunicaciones en el Reino Unido. (N. del T.)
(3) British Phonographic Industry, organismo portavoz de la industria discográfica británica. (N. del T.)
Fuente: http://www.guardian.co.uk/technology/blog/2010/oct/05/free-online-content-cory-doctorow
rCR