Es bastante frecuente escuchar en la Argentina –especialmente en el universo ‘malvinero’– que la vicepresidenta Victoria Villarruel representaría un proyecto diferente al que encarna Milei y su elenco de buitres provenientes del oscuro mundo financiero. Algunos sostienen que cuando el desquiciado primer mandatario deba retirarse del gobierno como producto de la crisis que él mismo provoca, ella lo reemplazará e iniciará una nueva etapa en la política del país. Su condición de hija de un veterano de guerra y su constante prédica malvinera serían señales que augurarían un drástico cambio de rumbo en beneficio de los intereses nacionales.
En las semanas previas al desfile militar del 09/07 se produjo un intenso debate en el seno de las organizaciones de veteranos sobre la participación en el acto. La mayoría de esas organizaciones se negaron a hacerlo argumentando el hecho evidente de que Milei se encuentra en las antípodas de las banderas de soberanía y lucha anticolonial que evoca Malvinas. Sus constantes y humillantes gestos de subordinación a las potencias occidentales eximen de cualquier necesidad de explicación. ‘Pero Villarruel es otra cosa. Es hija de un veterano’ decían muchos camaradas bienintencionados, aunque fatalmente equivocados. Movidos por un genuino sentimiento patriótico invocaban un supuesto ’apoliticismo’ en el desfile, difícil de sostener a la hora de marchar ante un palco habitado por Milei, Villarruel, Menem y Jorge Macri.
Dicho lo anterior, corresponde preguntarse si efectivamente Villarruel representa algo diferente al indignante entreguismo de Milei y si eso podría emparentarse de alguna manera con la causa Malvinas en su significado emancipatorio. Es verdad que la amistad con Videla, la relación no desmentida con torturadores del tipo de Etchecolaz y la explícita reivindicación del accionar de las FF. AA en los ’70 (terrorismo de Estado) alcanzarían de sobra para manifestar un rotundo e irrevocable repudio a la figura de la vicepresidenta. Pero dejando de lado por un instante ese oprobioso pasado, no existe evidencia alguna que nos permita prever que en materia de defensa del interés nacional la sra Villarruel será algo distinto a su coequiper de enmarañada cabellera. Pruebas al canto: en su decisivo voto en el Senado expresó orgullosamente la aprobación del engendro antinacional y antipopular de la Ley Bases; en ningún momento hizo saber su discrepancia con ninguna de las escandalosas afirmaciones de su jefe tales como la admiración por la Thatcher, el alineamiento incondicional con EE.UU y el sionismo, el avance en la construcción de una base naval conjunta con los norteamericanos en Ushuaia o el reiterado apoyo al peón de la OTAN Zelensky en la guerra de Ucrania. Tampoco se le escuchó una palabra de repudio a la reciente asociación entre la petrolera británica Rockhopper y la israelí Navitas para explotar un yacimiento en el mar argentino ni a las provocadoras declaraciones del canciller inglés David Cameron en su visita a las islas (‘desde aquí decimos que las islas Falklands son y serán de Gran Bretaña’).
En un escenario de guerra mundial como el que vivimos, no debe descartarse que los norteamericanos opten en algún momento por brindarle apoyo a Villarruel en virtud de sus aceitados vínculos con los altos mandos liberales del Ejército, asiduos visitantes de la embajada de ese país. Es claro que el imperialismo intenta afianzar su dominación sobre el patio trasero frente al avance económico y comercial de China y Rusia. Las excentricidades de Milei y la tendencia a la disgregación de sus precarios apoyos políticos (PRO, radicales, gobernadores, etc) podrían inducir a los patrones del Norte a promover un recambio del loco por la dama, que de a poco comienza a cosechar adeptos en las altas esferas por su estilo ‘serio y responsable’. En tal caso, las ‘fuerzas del cielo’ bien podrían desatar sus clásicas tempestades financieras vía FMI, corrida cambiaria, etc, para propiciar un golpe de palacio en la primera magistratura.
Si lo antedicho tuviera lugar –y no se trata de una fantasía en lo más mínimo– estaríamos ante la paradójica situación de una ‘malvinera’ gobernando la Argentina por cuenta y orden de la OTAN para reforzar el yugo colonial en el marco de una conflagración mundial en ascenso. Lo ocurrido en Bolivia hace algunas semanas y las reuniones de la jefa del Comando Sur con la propia Villarruel en el mes de abril, son señales de una creciente reaparición del ‘factor militar’ en el escenario político latinoamericano. Naturalmente, no se trataría del Ejército que combatió al usurpador británico en 1982 retomando las mejores tradiciones sanmartinianas de nuestras FF. AA, sino del siniestro Ejército procesista que operó como brazo armado del poder oligárquico y que perpetró una execrable matanza en los ‘70. Los veteranos de guerra no podemos ser mascarones de proa (por no decir bufones) de una nueva fase del proyecto colonial digitado desde el Norte, aunque ahora se presente ornamentado con los símbolos de Malvinas. Siempre es útil recordar que una causa justa puede enterrarse de dos modos: o bien no hablando de ella, como si no existiera, o bien transformándola en un mito vacío de contenido, puramente emotivo. Este último parece ser el caso de Villarruel y su círculo de seguidores de uniforme. Si cayéramos en la trampa sería un imperdonable agravio a la memoria de los 649 héroes abatidos en defensa de nuestra soberanía.
Fernando Cangiano. Exsoldado combatiente de Malvinas y autor del libro ‘Malvinas, la cultura de la derrota y sus mitos’ – Ed. Dunken, 2019.
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