México-Tenochtitlan fue sede del 26 al 29 de febrero del octavo Encuentro Continental de Mujeres Indígenas de las Américas, donde se reunieron unas 300 integrantes de los pueblos originarios, cuyos territorios han quedado bajo el control de 22 estados-nación, desde Alaska hasta la Patagonia. Durante cuatro días compartieron sus estrategias de lucha ante las violencias coloniales, patriarcales, racistas, que han experimentado en sus cuerpos y en sus territorios. Sus experiencias son tan diversas como sus idiomas, sus historias y sus geografías, pero todas coincidieron en que para desestructurar las violencias que marcan sus vidas, no pueden limitar sus análisis a las violencias de género.
En este momento en que el ¡Ya basta! universitario ha puesto en el centro del debate nacional el tema del hostigamiento sexual y la violencia de género, estas voces vienen a recordarnos que las violencias que marcan las vidas de las mujeres indígenas y de millones de mujeres pobres y racializadas del continente, son violencias estructurales y coloniales más complejas, que no se limitan al maltrato de hombres machistas. Desde su creación en 1993, el Enlace Continental de Mujeres Indígenas (Ecmia), que articula a organizaciones de mujeres de pueblos originarios de todo el continente, ha señalado que los feminismos urbano-centrados, que no confrontan la violencia racista y la continuidad del despojo colonial de sus pueblos, no incluyen sus voces, ni sus experiencias y, por tanto, no las representan. Si bien algunas de las mujeres reunidas en este espacio, reivindican un feminismo indígena anticapitalista y antirracista, otras han rechazado el término, por sentir que ha sido secuestrado, por mujeres que no las escuchan, ni incluyen sus demandas en sus agendas de lucha.
En las mesas de trabajo de estos cuatro días el tema de las múltiples violencias que afectan sus vidas –que incluyen el despojo territorial, desplazamiento forzado, feminicidio, violencia de los megaproyectos que contaminan sus ríos y destruyen sus bosques y desaparición forzada– fueron analizadas como violencias patriarcales coloniales que destruyen el tejido social de sus comunidades. Para la mayoría de ellas, la necesidad de crear espacios propios de lucha, no está reñido con la construcción de alianzas con los hombres de sus comunidades en defensa de la vida, porque las violencias patriarcales del colonialismo, también los están matando a ellos. Aun reconociendo que estas violencias han sido internalizadas y reproducidas por los hombres de sus pueblos, su llamado es a reconstruir la casa común, a trabajar con los niños y niñas para que no sean secuestrados física y culturalmente, por la violencia del narco que está arrasando sus territorios o por el consumismo capitalista que destruye sus valores ético-culturales. Teorizaron desde un conocimiento encarnado: las compañeras de Cherán, compartieron sus experiencias alrededor de las fogatas, pasando por sobre las diferencias comunitarias para defender su territorio y expulsar a los narcotraficantes y talamontes de la región. Las hermanas misquitas de la Costa Atlántica de Nicaragua nos hablaron con desencanto de las limitaciones del reconocimiento constitucional de sus autonomías, cuando los colonos siguen avanzando con la complicidad del Estado nicaragüense, matando a la población indígena para arrebatarle su territorio. Las mujeres innu, de Canadá, nos compartieron sus luchas contra el feminicidio de mujeres indígenas, en ese país que se ostenta como el ejemplo de la democracia multicultural. Si bien, la mayoría de los testimonios fueron desgarradores, siempre iban acompañados con la fuerza de la organización colectiva que han venido desarrollando contra estas múltiples violencias. Somos mujeres-medicina, clamaban en sus cantos, porque nos estamos curando y curando a nuestros pueblos de estas violencias.
Hoy el encuentro de estas mujeres-medicina en tierras mexicanas, coincide con la efervescencia de una movilización feminista, a la que han querido montarse partidos políticos, organizaciones de derecha e izquierda que nunca habían priorizado las demandas de las mujeres y que en muchos casos se habían caracterizado por sus políticas misóginas y sus prácticas machistas. Para algunos de estos sectores ha resultado fácil apropiarse de la lucha contra la violencia hacia las mujeres, porque la ven como un problema de hombres violentos, que agreden a mujeres vulnerables. Pero se trata de un problema estructural, sistémico, que reproducen los partidos políticos, no sólo cuando hostigan a las mujeres de su partido o las excluyen de puestos de dirección, sino también cuando aprueban leyes que posibilitan el despojo, la contaminación o la destrucción de la vida de las comunidades indígenas. El ¡ya basta! de las mujeres indígenas es por la defensa de la vida de ellas, de sus comunidades, y de la Madre Tierra.
R. Aída Hernández Castillo es investigadora del Ciesas.
Fuente: https://www.jornada.com.mx/2020/03/02/opinion/015a2pol