Con las movilizaciones y las asambleas estudiantiles de las últimas 3 semanas, cambió el panorama nacional. Se alejó el escenario de unas elecciones sin mayores sobresaltos con el que contaban los políticos patronales. Porque en los gritos de «soy 132» y «abajo Peña Nieto»; en el repudio a Televisa y su manejo discrecional de la […]
Con las movilizaciones y las asambleas estudiantiles de las últimas 3 semanas, cambió el panorama nacional. Se alejó el escenario de unas elecciones sin mayores sobresaltos con el que contaban los políticos patronales. Porque en los gritos de «soy 132» y «abajo Peña Nieto»; en el repudio a Televisa y su manejo discrecional de la información, y en la desconfianza por un posible fraude, emergió la desilusión con la «transición democrática» y el descontento con la represión y los efectos de la crisis económica, que se dejó oír a través de las miles de voces que se alzaron en las calles y en Ciudad Universitaria.
Ante esta movilización, los partidos del Congreso intentaron aparecer como «democráticos» y «comprensivos» del reclamo juvenil. De igual forma, las grandes televisoras se cuidaron de no satanizar al movimiento (apareciendo como «abiertas» a la crítica), mientras que sí lo hacen con los maestros en lucha. Pues sería muy riesgoso para el régimen enfrentar la fuerza conjunta del magisterio y el «#Yo soy 132» en medio del proceso electoral. Esto mientras aceptan la transmisión del segundo debate, que es una de las demandas del movimiento.
Se polariza la campaña electoral
En este contexto, los golpes recibidos por el PRI causaron un ascenso de López Obrador en las encuestas. Pero no sólo el movimiento «#Yo soy 132» es la causa, sino también la denuncia de los vínculos entre el priísta exgobernador de Tamaulipas Tomas Yarrington y el narco, o el arraigo de generales vinculados al PRI, acción impulsada por Calderón como parte de la disputa electoral. Todo esto intensificó la campaña «sucia» entre los candidatos, y el último gran escándalo fue la difusión del «pase de charola» de los perredistas, que busca enlodar el perfil de honestidad que mantiene AMLO. La sola posibilidad de que el PRI pierda las elecciones polariza la campaña electoral, y el mayor enfrentamiento entre los partidos puede provocar una confrontación de los candidatos como en el 2006.
En un intento por contrarrestar su caída en las encuestas, Peña Nieto lanzó su decálogo democrático, solicitando a Televisa la transmisión del debate. Asimismo, hipócritamente, el responsable de la persecución a la juventud y los feminicidios en el Edomex, y de la represión y la tortura en Atenco, ahora intenta aparecer como respetuoso de las movilizaciones juveniles. Como correctamente señala el movimiento «#Yo soy 132», Peña Nieto es la cabeza más visible del viejo régimen; es quien pretende garantizar los planes de miseria, opresión y represión contra el pueblo trabajador y la juventud, atacar la educación pública y los derechos de la población.
Lejos de poder democratizarse, los candidatos de la burguesía y sus instituciones expresan un régimen profundamente antidemocrático y represivo. Los monopolios de la comunicación están a su servicio, y son el ariete contra las luchas de los trabajadores y los jóvenes. Cuestionando los aspectos más odiados del neoliberalismo mexicano, el «132» tiene ya el desafío de ir más allá: enfrentar el conjunto de las instituciones, no caer en las trampas y maniobras (como la idea de que esta «clase política» puede democratizarse y autorreformarse) y mantener la independencia de los partidos del Congreso y los candidatos a la presidencia.
Este cambio en la situación, es seguido por el gobierno de los Estados Unidos que ve cómo el escenario pacifico en que se desarrollaban las campañas electorales de los partidos ha sido alterado con el surgimiento de lo que muchos llaman una «primavera» mexicana al sur de su fronteras, lo cual se añade a la inestabilidad provocada por la «guerra» contra el narco, que empieza a tocar a sus transnacionales, como Sabritas, parte de Pepsico. ¿Estaremos en los umbrales de un verano caliente?
Hay que extender y fortalecer la lucha estudiantil y juvenil
Doce años después de la huelga universitaria de 1999 y en condiciones distintas, este movimiento retoma el camino de rebeldía que mostró el CGH. Esta vez inició por las universidades privadas, pues la polarización social y el descontento con el régimen político llegó a sectores medios y acomodados. Rápidamente se extendió a sectores más plebeyos, como son los estudiantes de las universidades públicas donde históricamente hay más tradición de lucha y movilización.
Es progresivo que el movimiento se declare heredero de la lucha contra los fraudes electorales y de los movimientos populares que, como las luchas estudiantiles del ’68 y el ’99, y el levantamiento zapatista del ’94, cuestionaron al viejo priato. Sus demandas no se limitan a las justas reivindicaciones del sábado 18/05; ya incorporó la solidaridad con las luchas sociales y del magisterio, el acceso a la educación pública, y la desmilitarización del país. Muestra la fuerza y potencial de un gran movimiento democrático que es herencia y continúa la lucha que dieron los miles que se movilizaron durante el 2011 contra la «narcoguerra». Ya los jóvenes han logrado simpatía en sectores populares, a los cuales se dirigen con brigadas de difusión, y también repercusiones y solidaridad internacional.
Mientras se desarrolla la lucha juvenil-estudiantil, el magisterio democrático sale nuevamente a movilizarse, como se ve en el paro en Oaxaca y las distintas acciones en otros estados del país, y tambien los normalistas del DF se ponen en pie de lucha.
La ampliación y extensión nacional del movimiento, es una tarea del momento: la organización de un Encuentro Nacional estudiantil y juvenil, con delegados de base rotativos y revocables impulsaría esa extensión. Al mismo tiempo, está planteado ir más allá de los sectores juveniles, y confluir en acciones comunes -por ejemplo- con los trabajadores del magisterio y los estudiantes normalistas en lucha; el pueblo trabajador sufre día a día la opresión, la explotación y miseria, y para acabar con esta situación es fundamental la unidad con los trabajadores y el pueblo. Como en su momento lo hicieron los movimientos estudiantiles del ´68 y ´99, el «#Yo soy 132» puede actuar como un catalizador del descontento obrero y popular, favoreciendo la salida de otros sectores sociales para enfrentar los planes del gobierno y el imperialismo.
Hay mejores condiciones para impulsar una gran lucha nacional, unificada, basada en la movilización en las calles. Para eso, es fundamental que las direcciones sindicales que se reclaman democráticas y opositoras -como la CNTE, el SME, y otras- se sumen a esta lucha. Hay que avanzar en una coordinación nacional de los sectores en lucha, poniendo en pie un plan de acción que recoja las distintas reivindicaciones.