El cambio de gobierno trajo consigo, como algo siempre factible pero impredecible, la reaparición del EZLN en el escenario político nacional. Ésta se ha operado, hasta ahora en dos tiempos. Primero, el 21 de diciembre, coincidiendo con el cambio de era correspondiente al calendario maya y en la víspera de cumplirse quince años de la […]
El cambio de gobierno trajo consigo, como algo siempre factible pero impredecible, la reaparición del EZLN en el escenario político nacional. Ésta se ha operado, hasta ahora en dos tiempos. Primero, el 21 de diciembre, coincidiendo con el cambio de era correspondiente al calendario maya y en la víspera de cumplirse quince años de la matanza de Acteal, miles de integrantes del EZLN y de sus bases de apoyo -en un número estimado hasta en 40 mil- salieron a marchar pacífica y silenciosamente en las calles de San Cristóbal Las Casas, Ocosingo, Las Margaritas, Palenque y Altamirano, las mismas cabeceras atacadas militarmente el 1 de enero de 1994. Su silencio sólo fue acompañado por un breve comunicado del Subcomandante Marcos que aludía a su retorno como una presencia masiva en las regiones y municipios de Chiapas donde se han construido como organización y permanecido desde hace 29 años.
Segundo, el 31 de diciembre y el 1 de enero, nuevamente Marcos difunde tres comunicados, al tiempo que se conmemora en Oventic el 19º aniversario del levantamiento y se celebra en San Cristóbal el Tercer Seminario de Reflexión y Análisis donde se reúnen diversos activistas e intelectuales política e ideológicamente cercanos al zapatismo o a los movimientos antisistémicos tanto de nuestro país como del extranjero.
Y un tercer movimiento se anuncia ya en el punto Sexto y final del tercer comunicado, dirigido éste al pueblo de México y a los pueblos y gobiernos del mundo: «En los próximos días», dice, «el EZLN, a través de sus comisiones Sexta e Internazional [sic], dará a conocer una serie de iniciativas de carácter civil y pacífico, para seguir caminando junto a los otros pueblos originarios de México y de todo el continente, y junto a quienes, en México y en el mundo entero, resisten y luchan abajo y a la izquierda».
No hay duda, pues, de que el zapatismo, replegado como movimiento nacional desde la llamada Otra Campaña de 2006, y tras un notorio silencio que abarcó todo el periodo de gobierno de Felipe Calderón, vuelve a la palestra de la política nacional y piensa estar ahí durante el próximo periodo.
Los tres comunicados del 1 de enero tienen propósitos muy claros: reafirmar la presencia del zapatismo como organización política y social en Chiapas; tomar posición frente al nuevo gobierno del PRI y Peña Nieto; recuperar un papel dirigente en el Congreso Nacional Indígena, anunciar la reasunción de los vínculos con las agrupaciones que en su momento se integraron al zapatismo a través de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y La Otra Campaña; buscar la vinculación con los nuevos movimientos y organizaciones que han aparecido en el periodo más reciente (se alude, desde luego, al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y al #YoSoy132; probablemente también a la resistencia del SME, que Calderón intentó inútilmente eliminar, y a otros grupos movilizados); deslindarse una vez más de la política electoral y de todos los partidos integrados al sistema político; y exigir al nuevo gobierno federal el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés. De paso, despiden al calderonismo por medio de un mensaje a Luis H. Álvarez, patriarca blanquiazul que se pretendió fuera un enlace entre los gobiernos del panismo y los pueblos indígenas del país y -fallido- negociador con el propio EZLN.
El Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI) del EZLN vuelve a usar la táctica que con anterioridad le funcionó bien ante el gobierno de Salinas, contra el cual insurgió, y el de Zedillo que intentó aniquilarlo: la sorpresa. Hoy, frente al nuevo gobierno de Peña Nieto, refrenda su presencia social, realiza anuncios espectaculares e irrumpe en el cortejo y la luna de miel de éste con diversos elementos del sistema político. La prolongada ausencia de los zapatistas de la escena nacional ocasionó durante los últimos seis años que ninguna de las fuerzas del sistema -es decir, el gobierno panista y el PRI, pero tampoco el perredismo o el polo lopezobradorista- elaborara un discurso dirigido al zapatismo y a los pueblos indígenas del país (los más numerosos, no lo olvidemos, en Nuestra América). Y si bien es probable que ya estén en preparación o habilitados los planes de contrainsurgencia del nuevo gobierno para enfrentar posibles levantamientos armados, no se sabe si éste tendrá una estrategia para actuar ante un zapatismo movilizado de manera masiva y pacífica.
Las condiciones sociales y políticas le son en más de una manera propicias al EZLN. Ese nuevo gobierno priista y el perredista de Marcelo Ebrard en el Distrito Federal -así como el de Miguel Ángel Mancera que sucedió a éste- revelaron ante a los grupos que se movilizaron el 1 de diciembre contra la toma de posesión del nuevo presidente un talante represivo que se suponía desterrado. El PRD, más que nunca, se evidencia como un proyecto político agotado y entrampado en una crisis política y ética que lo hace inviable como instrumento de lucha social y cada vez más alejado de la izquierda (al tiempo que más cercano al peñanietismo). El lopezobradorismo se enfila por la senda electoral sin un proyecto claro, o al menos explícito, de vinculación con los movimientos sociales. El SME intentará resurgir, asimismo, a través de un proyecto político-electoral, la Organización Popular y de los Trabajadores, y al parecer lo mismo intentará el Movimiento de Izquierda Libertaria, lo cual permitirá al peñanietismo y al IFE manipular con el registro de las agrupaciones y dispersar la fuerza electoral de las izquierdas. Hay nuevas luchas de resistencia, pero éstas están diseminadas y sin un programa nacional común. Hay pues, un vacío en la izquierda social que, al parecer, el EZLN aspira cubrir. Lo favorecen también el creciente descrédito de los grandes medios de comunicación y la también progresiva difusión de las redes sociales.
Pero sobre todo, las condiciones de desigualdad, pobreza y exclusión para amplios grupos sociales, los mayoritarios, no sólo se agravaron sino que a ellas se vino a agregar la creciente inseguridad y aun el terror, que completan el cuadro de un Estado fallido y crisis humanitaria, pero que también ha dado lugar formas emergentes de autodefensa y poder social en diversos puntos del país.
No se puede desconocer, por otra parte, que el repliegue del zapatismo en los últimos seis años lo alejó de muchos de los grupos que en 2006 se integraron a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, o bien éstos se debilitaron y disgregaron. El papel de La Otra Campaña en aquel año, denunciando permanentemente a López Obrador, y luego su silencio frente a la política sangrienta y de saqueo de Felipe Calderón, esparcieron en muchos grupos activos la desconfianza en el zapatismo, y en particular en Marcos, como factores reales de transformación. Superar esas condiciones y encontrar los puntos de entronque con las nuevas expresiones del movimiento social y partidario es el desafío inmediato para esta nueva etapa del zapatismo; pero no hay duda de que, en el escenario de restauración del gobierno priista los indígenas del sureste y sus aliados en todo el país serán de nuevo actores que no podrán ser ignorados ni subestimados.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH
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