Con los datos, señales e informaciones disponibles a dos semanas de la elección judicial del 1 de junio, no es posible prefigurar ni el desarrollo ni, mucho menos, el resultado final del proceso. Hasta el momento lo único seguro es que ya ha sido derrotada la mafia que dominó durante décadas el sistema de impartición de justicia.
Se acabaron los grandes electores. A partir del uno de junio ninguna persona o institución podrá ejercer el dominio del Poder Judicial. Ni la Presidenta de la República, ni los líderes del Congreso, ni los jefes de los partidos políticos, ni la alta burocracia judicial.
A partir del uno de junio, la composición del Poder Judicial será decidida por millones de personas anónimas. No tendrán cabida el influyentismo, las recomendaciones, las órdenes superiores. Porque será imposible controlar o influir en el comportamiento y decisiones de la masa ciudadana.
Este es el punto central: llegó a su fin el viejo sistema de componendas, compadrazgos, influencias y jerarquías decisorias. ¿Quién va, por ejemplo, a designar al presidente de la corte? Todos y nadie. ¿Y a los ministros, magistrados y jueces? Igualmente: todos y nadie.
Estamos en presencia de una verdadera revolución política. Ya no será la oligarquía quien decida la composición del Poder Judicial. Será el pueblo, los ciudadanos, la mayoría popular.
El paso ha sido gigantesco. De una selección de miembros del Poder Judicial por cuenta de unos pocos oligarcas se ha pasado ya a una elección por cuenta de millones de personas. Una elección sin intermediarios. Sólo el elector frente a su boleta.
¿A quién puede acudir el ciudadano para orientarse? Sólo a su conciencia, a su experiencia, a, como se decía antes, a su leal saber y entender. ¿Y si ante la complejidad de la boleta no sabe qué hacer?
Pues quizá deje unos espacios en blanco. Pero no importará, pues habrá participado, que es lo importante. Y, de paso, habrá convalidado el proceso. Y, finalmente, lo importantes es que, como reza el lema de El Colegio de México, todo lo sabemos entre todos.
Todos decidiremos. Y no es posible que nos equivoquemos todos. Y si , contra toda lógica, todos nos equivocamos, pues todos pagaremos el error. Y, todos juntos, en próximas elecciones, podremos corregir el yerro.
Nuestro destino está, para bien o para mal, en nuestras propias manos. En las manos del pueblo. Y no en manos ajenas. No en manos de la oligarquía.
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