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Elecciones, encuestas y medios de comunicación

Fuentes: Rebelión

Es difícil realizar un diagnóstico de una campaña electoral cuando partidos y candidatos son sustituidos por los medios de comunicación y por un torrente millonario de spots, imágenes y slogans -diseñados por el marketing profesional- estructurados y guiados por criterios francamente mercantilistas, efectistas y eficientistas. Los discursos, las declaraciones, los mensajes, los dimes y diretes […]


Es difícil realizar un diagnóstico de una campaña electoral cuando partidos y candidatos son sustituidos por los medios de comunicación y por un torrente millonario de spots, imágenes y slogans -diseñados por el marketing profesional- estructurados y guiados por criterios francamente mercantilistas, efectistas y eficientistas.

Los discursos, las declaraciones, los mensajes, los dimes y diretes y las entrevistas de los candidatos, se limitan a exponer sus puntos de vista sobre temas, si bien importantes y trascendentes, completamente desarticulados de la problemática nacional inserta, paralelamente, en un contexto internacional altamente conflictivo caracterizado por la profunda crisis que atraviesa el capitalismo en escala mundial y nacional.

Esta lógica mercantilista e ideológica reduce el proceso y la contienda electoral a un simple juego de enfrentamientos, contrastes y similitudes «entre candidatos», enfatizando o minusvalidando sus virtudes y defectos, de tal manera que al final el ciudadano común y corriente se incline por tal o cual de ellos -o se abstenga- en función de dichos criterios y no de sus ideologías de clase y sus proyectos políticos: si uno representa un peligro para el país, el otro es más o menos corrupto, si comete errores en las campañas, si es o no buen orador, si se equivoca o acierta el título y los autores de un libro y un sinfín de nimiedades y bagatelas que, sin embargo, son maquilladas y luego sistematizadas para presentarse y difundirse en los medios de comunicación, principalmente, en la televisión. Y es aquí donde surgen las encuestas de las distintas casas y empresas que las realizan fundadas en esos criterios para formular sus cuestionarios a la población. Esta, lógicamente, «recarga» su información de los propios medios y líderes de comunicación y responde en función de criterios preestablecidos y teledirigidos que configuran el «perfil» de cada uno de los candidatos. Es así como se establecen mediciones y sondeos de opinión que expresan los porcentajes y tendencias en las encuestas. Estas se convierten, entonces, en el «verdadero» punto de partida y de llegada que servirá como guía para valorar las condiciones del desarrollo del proceso electoral y sus resultados, y donde la votación efectiva se convierte en un ritual de confirmación de dichos resultados.

Es así como por ejemplo, el candidato puntero, que señalan todas las encuestas, pertenece al partido de Estado que gobernó el país durante 71 años y que, por vez primera, perdió el poder en las elecciones federales para presidente de la República en el año 2000. A partir de aquí, durante dos sexenios, ha gobernado el Partido Acción Nacional, surgido en 1939, como un partido de derecha y ultraderecha que ha impulsado intensamente el neoliberalismo y las políticas de subordinación incondicional a la política norteamericana. Hoy en día su candidata a la presidencia de la República representa la continuidad de este proyecto, incluso, promete profundizarlo a la luz de la profunda crisis estructural que experimenta la economía mexicana y que no tiene visos prontos de solución.

Por su parte, el partido y el candidato de las llamadas «izquierdas» -que carece de un proyecto verdaderamente de izquierda que contemple objetivos anticapitalistas y antiimperialistas-, se desempeña hasta ahora en un penoso tercer lugar en las encuestas debido a que, como hemos planteado en otra oportunidad (véase: «Entre la derecha y las ‘izquierdas’, el PRI acapara el centro», rebelión, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=148112, 18 de abril de 2012) dentro del espectro político mexicano su pelea, básicamente contra el PRI, es por conquistar el centro de dicho espectro para, desde allí, desplegar un proyecto de carácter neodesarrollista de corte keynesiano que ha sido completamente desfasado en la historia contemporánea.

Retornar al Estado mixto que «armonice» los intereses de clase de empresarios, trabajadores y burocracia política, para impulsar un proyecto burgués de desarrollo nacional (como en su momento pontificó el pensamiento estructuralista latinoamericano comenzando por uno de sus más conspicuos representantes, el doctor Raúl Prebich, y que hasta el mismo expresidente Fernando Henrique Cardoso criticó), no es solamente inviable, sino absurdo en la medida en que el capitalismo contemporáneo requiere, para sustentarse, de la plena hegemonía del capital nacional y extranjero, del retiro inminente del Estado como eje rector de la economía y de la prescindencia de fuerzas políticas (sindicatos, partidos y movimientos sociales) que impiden, según rezan los dogmas de la ideología neoliberal, el buen desempeño» de la economía sustentada en las llamadas «fuerzas del mercado».

Por su parte, el candidato priísta encarna una modalidad neoliberal pero, a diferencia del PAN, combinada con una cierta dosis de «nacionalismo revolucionario» que se articula con las prácticas de la política económica de las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado.

Por lo tanto, no es sorpresa que ante el hartazgo de la población contra el partido gobernante y sus prácticas antipopulares y retrógradas-y la incapacidad de las «izquierdas» para impulsar un proyecto alternativo, es decir anticapitalista- el PRI y su candidato se conviertan en la «tablita de salvación» de un sistema económico-político que hace trizas por todos lados.

Esta es la creencia que pregonan los medios de comunicación y sus «líderes de opinión», en el sentido de que, cualquiera que sea el resultado electoral, el sistema capitalista dependiente se mantendrá a ultranza aunque pudiera experimentar ciertos «ajustes» en primera instancia en lo que se instala el nuevo gobierno que surja de los comicios pero que, una vez consolidado, se retomarán las llamadas «reformas estructurales» que incluyen la reforma laboral regresiva, que flexibiliza y precariza las relaciones de trabajo; la reforma energética tendiente a privatizar a la industria petrolera y la reforma hacendaria que priorice la concentración del ingreso en beneficio del capital financiero y de sus políticas neoliberales, entre otras.

Si bien para la partidocracia y el sistema institucional todo «termina» luego de la contienda electoral y cuando se constituya el Congreso de la Unión, para el pueblo y los trabajadores mexicanos es solamente un punto de partida para diseñar e impulsar sus luchas y demandas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.