Las elecciones del domingo pasado seguramente abrirán diversas lecturas en nuestra izquierda. Todas estas, sin duda, estarán marcadas por los más que magros votos obtenidos. Ante esta cruda realidad, algunos volverán a decir bufando: «La izquierda no existe» y mirando los resultados electorales sumarán Cristina+Chiche+Macri+ otros, y dirán… ¡Qué pópolo de merda! Otros, dejarán pasar […]
Las elecciones del domingo pasado seguramente abrirán diversas lecturas en nuestra izquierda. Todas estas, sin duda, estarán marcadas por los más que magros votos obtenidos. Ante esta cruda realidad, algunos volverán a decir bufando: «La izquierda no existe» y mirando los resultados electorales sumarán Cristina+Chiche+Macri+ otros, y dirán… ¡Qué pópolo de merda!
Otros, dejarán pasar estos resultados como si las elecciones no existieran. Se dirán entre ellos con sonrisas satisfechas y burlonas: «Mirá como les fue a la seudo izquierda electoralista». Agarrarán un palo para incorporarse a la próxima marcha y con el pecho hinchado susurrarán: «Vamos, solo a los verdaderos revolucionarios nos toca hacer la revolución».
No faltarán los que vean exclusivamente en la falta de unidad de las agrupaciones de izquierda el único problema.
Seguramente existirán muchas más lecturas y opiniones; quiero permitirme disentir con estas, que ya es bastante. Lo hago desde una clara pertenencia a esta izquierda abnegada y combativa.
En primer lugar no creo que el resultado electoral del domingo se pueda leer tan fácilmente, como que la gente votó a la derecha. Hay de todo. Los votos de Carrió, de Maffei, los votos de Binner, los de Sabatella en Morón (lo incluyo porque de esto no se puede hacer solo una lectura local) si bien, sería una locura ubicarlos como de izquierda, no se puede tachar de derecha. Tampoco se le puede dar esa lectura a toda la catarata de votos que recibió Cristina de Kichner. Está claro que fue votada por diversos sectores de la sociedad y muchos de ellos lo hicieron contra Duhalde, es decir, contra la mafia.
Creo que aquí existió, existe un gran espacio; un muy importante campo, que nosotros aún no sabemos disputar, que no es ocupado por la izquierda y que, por lógica, es ocupado por otros.
En cuanto a aquellos sectores de la izquierda local que siguen su camino, sin interesarle lo que pasó con las urnas el día domingo, no hacen más que confirmar una visión tan pequeña de la realidad, como el panorama que le brinda sus ojos, mirando fijo siempre a un mismo punto. Una izquierda cargada de vocabulario sobre el poder y con una nula visión de éste. En la etapa histórica actual, lo electoral tiene que ver con el gobierno, y esto no se puede separar del poder. Uno no se puede confundir con el otro, pero por separados no existen
El remanido tema de la unidad
En cuanto a la visión de que el problema de la izquierda es simplemente la cuestión de la unidad, tampoco estoy de acuerdo. Seguramente, si fuera posible juntar todas las expresiones de izquierda en una lista se hubieran sacado mucho más votos. Pero, para los que se apuraron de acusarme de electoralista, les digo que eso solo significa más votos. Que esa unidad de por sí no haría más que sumar a diversos grupos y convertirlo en un grupo más grande con el mismo problema. El tema es la construcción de unidad con una visión amplia. Con la idea de crear una alternativa que no tiene nada que ver con los ataques de vanguardismo y sectarismo que tienen una gran parte de nuestra izquierda. La suma de grupos con visiones erróneas solo puede dar un error más grande. Unidad y amplitud, deben ir juntas. Hermanas inseparables a la hora de construir una alternativa necesaria.
Un amplio espacio para trabajar
Como dije anteriormente, las elecciones, en mi opinión, confirman que hay un amplio espacio para la izquierda, que hoy no puede ser abordado por carecer de una alternativa amplia, seria y creíble. Una izquierda que pueda transmitir capacidad para gobernar. Este es el tema central. Y cuando hablo de amplitud, no lo hago con una simple visón táctica, lo digo convencido de que cualquier idea de cambio en este país es imposible llevarla a la práctica sin que se muevan por esto, no miles, sino millones de personas. Con esta visión hay que construir. Entonces, hablamos de una izquierda luchadora, pero que se sacuda del luchismo, que enfrente a las injusticias pero con propuestas concretas, reales para superarlas hoy. Que su participación en la sociedad no roce el histerismo vanguardista, quedando aislado de la mayoría (y muchas veces hasta enfrentado a ella). Que sepa construir un combate que incluya a esa mayoría, en las diversas formas en que se puede dar batalla por una sociedad
más justa. Que sepa reivindicar el pasado, no con un discurso que levante la muerte, sino que ponga en el centro la vida, porque aquellos quienes cayeron en la lucha lo hicieron por una vida más digna y más bella. Una izquierda que incluya en su visión a todos aquellos que hoy repudian a Bush. A los que quieren que el petróleo, el gas, la electricidad, el agua, los trenes estén en nuestras manos; que de participación a los miles que piden a gritos un cambio sustancial en la distribución de la riqueza. Que incluya a aquellos que se oponen a que los grupos empresarios extranjeros sigan ocupando nuestras tierras; a que nos roben nuestras riquezas naturales y nos contaminen. Una izquierda que tenga en cuenta a los miles que bregan porque se respeten los derechos humanos más elementales, que defienden la vida y quieren un hospital público eficiente; que defienden la escuela pública con otro contenido, que se le retuerce el corazón al ver cada vez más pibes en la calle. En fin,
una izquierda que, hoy por hoy, pueda hacer algo real por la construcción del socialismo en nuestra patria; porque cae de maduro (aunque muchos no se den por enterados) que el socialismo no se construye con consignas duras y poniendo cara de enojados. Hablar de aportar a la construcción del socialismo hoy, es hablar de un proyecto amplio, patriótico, latinoamericanista y antiimperialista. La construcción en profundidad de esto, es anticapitalista.
La única garantía es la participación
A esta altura muchos se preguntarán sobre los peligros que nos trae tanta amplitud. De trabajar para que acumulen otros, ¡Ja! ¡Éste no se acuerda lo que pasó con el Frente Grande! Dirán. Claro, nadie puede negar los peligros y los desafíos que implica llevar adelante una política de este tipo. Pero si no queremos peligros juguemos entre nosotros y vamos a ganar por goleada… Claro, en una cancha de papi y sin público. Sí queremos cambiar a esta sociedad debemos mover a millones y esto exige amplitud. Y la única posibilidad que tenemos de que en esta situación no nos pase que nosotros cocinemos y otros se coman el estofado, es la participación. Esta visión amplia necesita ser construida con mucha participación. Exige de una verdadera democracia participativa con poder de decisión como garantía de los contenidos de esta unidad. Entonces, estamos hablando de disputa, de que el contenido de esa unidad dependerá de la fuerza que trabaje en ella y con qué inteligencia y claridad
se mueva.
También, se necesita dotar de una referencia nacional, sin la cual no se podrá evitar la dispersión, unificar un trabajo a nivel nacional. Construcción por abajo y referencia nacional se deben concretar en un mismo momento, con la participación de diversos sectores que integran partidos políticos, otros que trabajan en movimientos sociales y otros que no tienen ningún tipo de militancia, pero que quieren incorporarse a este proceso. Es imprescindible que a la hora de dar opiniones y tomar resoluciones, se garantice la igualdad de derechos a todos los participantes. Sin duda esto es una gran desafío, que a muchos ya le hace dibujar una sonrisa irónica. Pero no podremos cambiar nada sin asumir grandes desafíos.
El remanido tema del poder
La realidad con nuestra izquierda es que cuanto más se habla de poder, más alejado se está de él.
En primer lugar no se puede hablar de poder en general: hay que ubicarlo en concreto, en el país y en el momento histórico que se vive. Tampoco se puede tocar el tema desde visiones parciales. En muchos está la idea que el poder se construye solo por abajo, diseminando centenares de ricas experiencias (empresas recuperadas, experiencias culturales, comunicaciones, etc) que en algún momento, no sé por qué artilugio de la vida, se convertirán en el verdadero poder en este país. Mi opinión es que hay que tener en cuenta que existe un poder real, que además de estar diseminado a lo largo y ancho del país, tiene una centralidad vinculada estrechamente al gobierno de turno. Si no se da la batalla en ese terreno, estas experiencias pueden morir en el cansancio de una lucha extendida en el tiempo, mientras años tras años nos siguen gobernando los mismos; es decir que el destino del país sigue en las mismas manos de siempre. Ese poder popular que se construye día a día por abajo, inso
slayable para cualquier cambio profundo en este país, necesita de una visión abarcadora, central. Necesita ver una construcción nacional, que hoy, en esta etapa, tiene que ver con la idea de ser gobierno. Y esta idea, hoy, en esta etapa, tiene que ver con lo electoral. Sin tener en claro esto, los miles de militantes de izquierda que abnegadamente construyen día a día en diversos ámbitos, verán con frustración como ese trabajo se esfumará como agua entre los dedos al hablar de la resolución real que exigen los problemas reales que nos aquejan a los habitantes de este bendito país.
Es necesario y posible construir una alternativa
Y no hablo de tiempos eternos. La construcción de una alternativa de esta índole entusiasma, arrastra, suma, y, en pocos años puede movilizar a millones. ¿Es un sueño? Sí, pero más real que soñar en hacer la revolución a partir de consignas y de gastar calles y zapatillas en marchas (necesarias, pero no exclusivas a la hora de luchar)
Hablo de incorporar a este proyecto de izquierda a esos compañeros de trabajo o estudios que todos los días comparten con nosotros el mate y la charla; hablo de incorporar a esos amigos que tanto queremos y con quien compartimos tantos momentos importantes de nuestras vidas; de sumar a la familia, al vecino; en fin, de que nuestros afectos diarios estén unidos a esta construcción. Entonces hablo de algo bello, grande, cargado de alegría y de entusiasmo. Me estoy refiriendo a algo necesario y posible.
25 de octubre de 2005