De la misma manera que la falsificada fundación de Bolivia -en 1825- fue antecedida de una serie de escaramuzas y manipulaciones políticas, esta genuina re-fundación que ahora vivimos se ha visto precedida de importantes pasos previos: la afirmación de la soberanía política; la afirmación -al menos inicial- de una soberanía económica que ha empezado a […]
De la misma manera que la falsificada fundación de Bolivia -en 1825- fue antecedida de una serie de escaramuzas y manipulaciones políticas, esta genuina re-fundación que ahora vivimos se ha visto precedida de importantes pasos previos: la afirmación de la soberanía política; la afirmación -al menos inicial- de una soberanía económica que ha empezado a dar frutos contabilizables, por lo menos en el plano macro-económico; la inclusión efectiva de todos los pueblos indígenas y de todos los sectores sociales; el incremento masivo de la participación social; la recuperación de la dignidad (la dignidad nacional, y la dignidad personal de la mayor parte de nuestra población tradicionalmente marginada y humillada); la costosa elaboración de una nueva Constitución y su promulgación; la repetida ratificación del gobierno de Evo en el referéndum revocatorio y en las últimas elecciones.
Sobre esta base sólida -y pese a las múltiples falencias e inexperiencias que también se tiene que anotar a la cuenta del Gobierno y de las organizaciones sociales que lo respaldan- no es nada ilusoria la afirmación de que estamos refundando el estado; y tienen pleno sentido los discursos y los símbolos que le dieron forma a la posesión del nuevo gobierno de Evo Morales, incluyendo la devolución de las medallas y bandas representativas del viejo estado (para que vayan a su lugar, que es un museo). Como muy bien dijo en su discurso nuestro Vicepresidente, estamos dejando atrás la república aparente, el estado nacional aparente, la democracia representativa aparente, para entrar a la fundación de un estado real -es decir el Estado Plurinacional-, de una república real -es decir una cosa pública, por tanto para todas-, y de una democracia real -es decir permanentemente participativa-; aunque también sea cierto que es mucho más lo que nos queda por hacer que lo que hasta ahora hemos hecho.
No es posible garantizar que este proceso culminará exitosamente, pero sí se puede afirmar que el país no volverá a ser el de antes. La descomposición y desorientación creciente de las fuerzas de derecha y la fuga progresiva de sus más connotados dirigentes, la nueva conciencia generalizada de que el estado es de todos, la expansión permanente de la conciencia identitaria y de la conciencia autonómica, son otros tantos elementos que nos permiten afirmar que el proceso se podrá estancar, incluso se podrá desvirtuar, pero no podrá simplemente volver atrás. Así de sólido aparece el punto de partida de la refundación. Pero no basta el punto de partida, por muy sólido que sea. Ahora hay que caminar (no necesariamente correr).
La andadura mínima de este nuevo quinquenio
Todo lo dicho hasta aquí hace tanto más apremiante la responsabilidad que nos toca a todos -pero de manera especial a quienes han sido elegidos para conducir el proceso- en esta nueva etapa. Apuntemos los capítulos centrales de esa responsabilidad:
1) La reestructuración del estado, a cargo de la Asamblea Legislativa Plurinacional. Se trata de sustituir la vieja maraña de leyes coloniales, burocráticas e inequitativas por una nueva legislación incluyente, ágil y que apunte al mejoramiento de la gestión (pero no de una gestión desarrollista, sino de una gestión para vivir bien). Tarea nada fácil, porque la cultura colonial y burocrática que hemos asimilado desde la cuna -también los colonizados- nos puede traicionar en cuanto nos descuidemos.
Para ello contamos con una Asamblea Legislativa renovada, donde más allá de los dos tercios de mayoría revolucionaria, importa la presencia de un importante grupo de asambleístas -en particular mujeres- cuya idoneidad política y ética está fuera de toda duda. Pero será importante que no dejen de psicoanalizarse (para liberarse de esa cultura colonial y burocrática) y que coordine con el Poder Ejecutivo pero sin subordinarse a él.
2) La reforma de la justicia, a cargo en primera instancia de la Asamblea Legislativa, pero después a cargo de toda la población, ya que tendremos que elegir a los magistrados de los altos tribunales. Ésta será la gran señal de que el cambio está en marcha, el que en el país empiece a haber justicia, lo mismo para pobres que para ricos, lo mismo para indios que para supuestos aristócratas. Que la justicia sea justa -y encima gratuita- será una sorpresa que agrandará la base social y consolidará la irreversibilidad de este proceso.
Pero aquí habrá que estar alerta ante el peligro de reciclamiento de los operadores tradicionales de justicia, que empiezan a dar señales de que ahora -cuando ven que el proceso es de momento irreversible- están dispuestos a hacer buena letra con el gobierno para que se los tenga en cuenta en el nuevo Órgano que está por crearse. Por supuesto valdrá la pena aprovechar a aquellos que se han mostrado honestos y sensibles, pero no a quienes ahora empiezan a cambiar de careta…
3) El mejoramiento sustancial de la gestión ejecutiva, a cargo del Órgano Ejecutivo. Para ello tenemos la garantía de un binomio presidencial que ha demostrado inteligencia, espíritu de trabajo, honestidad, austeridad y coraje. Pero el propio Presidente no ha dejado de lamentar las insuficiencias a la hora de la gestión, deficiencias que vienen de la inevitable inexperiencia -cada vez menos justificable-, de la eventual dificultad de encontrar personas que al mismo tiempo sean política y técnicamente capaces -que sin embargo las hay, lo que falta es identificarlas-, y de las presiones sociales que permanentemente sufre el Presidente por parte de quienes confunden las responsabilidades de servicio público con pegas y ventajas personales o grupales.
Al respecto el nuevo gabinete, que además de una notable renovación presenta la inédita novedad de un cincuenta por ciento de mujeres -¿a costa en algunos casos de sacrificar a ministros que lo venían haciendo muy bien?- no ofrece síntomas de mayor preocupación por la capacidad de gestión (a juzgar sobre todo -pero no sólo- por el hecho de que la renovación no alcanza al área de Hacienda, sabidamente trancadora de la gestión).
4) La maduración de las organizaciones sociales, protagonistas de la re-fundación. El propio Presidente ha hecho repetidas alusiones al peligro que supone la aparición -y proliferación- de muchos dirigentes que, no habiendo estado en las luchas contra las dictaduras ni en las luchas contra el neo-liberalismo, ahora entran a la lucha por las pegas, a partir de lo que podemos llamar la cultura del estado patrimonial (que no ha sido inventada por nadie, que es una herencia de la vieja tradición política) según la cual cuando uno accede al aparato del estado no es para cambiarlo sino para cobrar su parte de la herencia… Y precisamente la nueva selección de candidatos a los gobiernos departamentales y municipales nos está dando preocupantes muestras de esa cultura.
Por tanto la formación de la conciencia política de dirigentes y bases de las organizaciones sociales y pueblos originarios será fundamental para que esta re-fundación siga adelante.
*Intelectual cochabambino.