Traducido para Rebelión por Christine Lewis Carroll
Imagina una aplicación informática que informe a los empresarios de cuáles de sus trabajadores tienen más probabilidad de afiliarse a un sindicato. Leigh Phillips escribe sobre la cara más escalofriante de las nuevas tecnologías.
Cuando los gobiernos utilizan la crisis económica como excusa para eliminar lo que queda del consenso de posguerra sobre el Estado de bienestar, cuando la probabilidad de un cambio climático desbocado amenaza la civilización, cuando guerras interminables y el colapso de las libertades civiles han llegado a ser `la nueva normalidad’, ¿es realmente el momento y el lugar para plantear el chiflado eslogan ‘Nacionalizar Facebook ya»?
Camaradas: sí que lo es. O por lo menos algo que se le parezca, porque el carácter irresoluble de todos estos temas es al fin y al cabo la consecuencia de un problema común que tiene que ver con la forma en que abordemos el viejo enigma de Facebook. ¿Escéptico? Lo entiendo, pero se paciente y te lo explicaré.
El viernes pasado, un artículo de John Brownlee sobre Cult of Mac, el sitio web de noticias de Apple, describió una aplicación escalofriante llamada Girls Around Me, un servicio de localización geográfica que utiliza datos disponibles de Foursquare y Facebook con el fin de suministrar un mapa de mujeres que acaban de registrarse en diversos Sistemas de Información Geográfica mediante Foursquare o Facebook y que tienen perfiles visibles de mujer en Facebook.
Brownlee describe cómo alguien podría hacer uso de lo que el periódico Daily Mail rebautizó acertadamente como la aplicación Let’s Stalk Women [Acechemos a las mujeres]. Brownlee la utiliza para buscar a una chica que se llama Zoe que acaba de entrar en un bar llamado The Independent: «la mayoría de la información sobre ella está disponible, de modo que ahora sé su nombre completo, que está soltera, que tiene 24 años, que asistió al Stoneham High School y al Bunker Hill Community College, que le gusta viajar, que su libro favorito es Lo que el viento se llevó, que su artista favorita es Tori Amos, que es progresista, los nombres de su familia y amigos y cuándo es su cumpleaños».
«Parece que Zoe es mi tipo. En sus galerías de fotos veo que le gustan las fiestas y dado el número de hombres con quienes se ha sacado fotos en bares y clubes, deduzco que le gusta retozarse cuando está borracha y que su bebida favorita es un cóctel Margarita helado. Parece que acaba de estar en Roma.»
«De manera que ahora sé todo lo que hay que saber sobre Zoe. Sé dónde está. Sé cómo es, tanto vestida como algo desvestida. Sé su nombre completo y los de sus padres y su hermano. Sé lo que le gusta beber. Sé dónde fue al colegio. Sé lo que le gusta y lo que no le gusta. Lo único que tengo que hacer ahora es ir al Independent, preguntarle si me recuerda del Stoneham High y cómo está su hermano Mike, invitarla a un Margarita helado y empezar a hablar del maravilloso verano que pasé en Roma.»
El autor utilizó la aplicación como ejemplo práctico de los temas relacionados con la privacidad en las redes sociales y, en este caso, de los líos que produce la localización geográfica a los que poca gente presta atención. El día siguiente Apple había retirado la aplicación de la tienda iTunes y Foursquare había cerrado el acceso API a los datos de Girls Around Me.
La discusión en torno a este tema en las siguientes 48 horas se centró casi exclusivamente en dos cuestiones: a) sensibilizar a las personas sobre el tipo de información que comparten en la red y b) obligar a las compañías a compartir datos de manera ética.
Sería estupendo si como consecuencia de todo esto la gente prestara más atención a la privacidad en la red. Pero la solución del problema depende todavía de a) la información a disposición del consumidor y la posibilidad de actuar basada en dicha información (los controles sobre privacidad de Facebook son notoriamente laberínticos); b) la voluntad de otras empresas de actuar con presteza cuando se cometen infracciones de sus propias reglas de uso de los productos (por escalofriante que sea Girls Around Me no parece que la compañía que está detrás de la aplicación, la firma rusa I-Free, haya cometido en realidad ninguna violación) y c) que la reglamentación sobre este tema siga el paso de los cambios tecnológicos.
Un excelente mensaje de blog escrito por el autor de ciencia ficción Charles Stross -más conocido por sus novelas Accelerando y Singularity Sky, ambientadas en un singular mundo postecnológico-, acostumbrado a especular sobre las posibles implicaciones sociales del cambio tecnológico, analiza con mayor profundidad el significado de este episodio.
Habrán cerrado Girls Around Me pero, como argumenta Stross, la aplicación es «sintomática de un efecto mayor de nuestra aculturación forzada en el modelo roto de interacción social humana de Facebook -un modelo roto compartido por todas las redes sociales de más éxito debido a su propio diseño- y que empeorará hasta matar a la gente».
Se imagina un futuro próximo de peores líos de localización geográfica y publicación de datos con aplicaciones «diseñadas para facilitar la identificación y eliminación de algún enemigo étnico o de clase».
Se imagina una aplicación Yids Among Us [Judíos a mi alrededor] para antisemitas. Se pregunta cómo se podría emplear este tipo de tecnología en una situación como la de Ruanda con una aplicación Hutus/Tutsis Near Me I Can Massacre [Hutus/Tutsis a mi alrededor que puedo masacrar].
Más allá de los usos malévolos de la localización geográfica, Stross señala que ya hay un algoritmo que adivina con precisión la orientación sexual de un individuo a partir de sus conexiones a la red. Carter Jernigan y Behram Mistree, dos jóvenes ingenieros informáticos del Instituto Tecnológico de Massachussets, lo desarrollaron para demostrar que los datos en la red revelan implícitamente información privada al determinar que el porcentaje de amigos de un usuario que se identifica como homosexual se asocia firmemente con la orientación sexual del usuario.
Es un maravilloso fragmento de ciencia que debería conocer el público en general. El texto bien merece que se lea entero, pero basta con citar las conclusiones de los autores:
«Los controles de privacidad de Facebook, una corporación multimillonaria, ofrecen una protección escuálida… Los controles no bloquearon en general nuestro modelo, construido con datos relativamente sencillos conseguidos de la red. El trabajo en el futuro no tiene por qué limitarse a Facebook y podría aplicarse al registro de llamadas telefónicas o incluso al tráfico de correo electrónico, puesto que dichas comunicaciones dependen de las conexiones sociales. Quizá las compañías ya estén haciendo este tipo de análisis de la red a escondidas.»
«La extensión de nuestro trabajo a otras redes tiene profundas ramificaciones. Los datos disponibles en la red desplazan el centro de control de la información fuera de las personas. La discreción tradicional y absoluta de cada individuo es reemplazada por la de los miembros de su red social.»
Los datos disponibles en la red, la cantera de datos de búsqueda y el rastreo de la actividad en línea se usan ya con éxito en la publicidad conductista para recomendar libros y artículos de bricolaje.
Al utilizar algoritmos basados en las consultas de búsqueda, Google puede predecir epidemias de gripe con más rapidez que los epidemiólogos de la agencia nacional de vigilancia de la gripe.
Estoy seguro de que algunos empresarios estarían muy interesados en una aplicación que predijera con precisión qué empleados podrían ser sindicalistas o cuáles serían más proclives a afiliarse, mientras que los gobiernos pueden querer disponer de un programa que advine la identidad de disidentes políticos o que anticipe quién está a punto de infringir la ley.
¿Es esto crear alarmismo innecesariamente? Grindr, la aplicación de citas gay que utiliza GPS para localizar a otros gays en la zona y que podía haber sido la herramienta perfecta para homófobos violentos, no ha causado un aumento de agresiones a homosexuales. Los genocidas ruandeses no necesitaron Facebook o Foursquare para perpetrar las matanzas. Y los gobiernos empeñados en vigilar a los ciudadanos lo harán a pesar de las herramientas disponibles.
De modo que el adelanto tecnológico no es la causa de la injusticia. Sin embargo, puede mejorar su eficiencia. Las máquinas de contar no fueron responsables del Holocausto, pero según el historiador Edwin Black que ha relatado la relación entre IBM y el régimen nazi: «sin la maquinaria de IBM, el mantenimiento y el suministro de tarjetas perforadas, fabricadas dentro o fuera de los campos, los nazis no podrían haber gestionado la información de semejante número de personas.
Todo depende de quién está en posesión de la tecnología. Los cuchillos pueden utilizarse para cortar coliflor o para asesinar a los tutsi.
Como dice Stross, «la aplicación no es el problema. El problema es el despliegue que hacen las corporaciones, cuyo único fin es el beneficio; el problema es las técnicas psicológicas de comportamiento que inducen a las personas a compartir información sin pensar en las consecuencias reveladas a terceros con fines comerciales».
Supongo que siempre podemos cambiar de proveedor si no nos gusta cómo actúa. Ahora bien, no es verdad que sea fácil, como afirman los fundamentalistas del libre mercado, cambiar de proveedor de un bien o servicio, pero sí es verdad que la posibilidad existe para el queso o las fundas de almohada. Pero Facebook no es un producto al uso. Es un monopolio eficaz.
Google Plus llegó el año pasado como un producto superior a Facebook en cuanto a la gestión de privacidad, pero sin el éxito que esperaba, principalmente porque un cliente no puede cambiar de marca dentro del mundo de las redes sociales con la misma facilidad con la que pide una Pepsi en vez de una Coca Cola. Tendría que convencer a todos sus amigos de que cambiaran al mismo tiempo.
Facebook, igual que la herramienta de búsqueda de Google, no tiene competidores viables y, por la razón arriba mencionada, es poco probable que los tenga en el futuro próximo, lo que hace que Facebook sea un ‘monopolio natural’.
Históricamente los monopolios naturales emergieron en aquellos sectores donde los costes masivos de capital ahuyentaron a los clientes potenciales y a la competencia (ferrocarril, electricidad, agua, etc.). En casi todos los casos, estas empresas eran también iniciativas de servicio público que todos necesitábamos, lo que hoy serían ‘servicios esenciales’. Creo que es justo argumentar que en las búsquedas en Internet se debe ver una iniciativa de servicio público tan esencial como el agua o la electricidad. Por su parte, las redes sociales son casi tan esenciales como la telefonía.
Los monopolios naturales son en líneas generales entidades robustas, pero no tienen por qué durar eternamente. El cambio tecnológico puede a veces socavar los monopolios naturales (por ejemplo, cuando el ferrocarril, la nueva tecnología de la época, sustituyó al sistema de canales de Gran Bretaña en el siglo XIX). La búsqueda en Google (aunque no sus otros productos) es un monopolio natural que está a punto de sufrir un cambio de este tipo. Un nuevo motor de búsqueda, con mayor potencia de inteligencia semántica que Google y capaz de intuir lo que busca el usuario, podría desafiar al todopoderoso Google. Y Facebook tampoco durará para siempre. ¿Recuerdan MySpace o Friendster?
Por ejemplo, Thinkup es una ‘aplicación analítica de liberación de datos gratuita, sin ánimo de lucro y de código abierto cuyo objetivo es una red de información descentralizada «que se conecta con las redes sociales actuales, pero que no está centralizada ni es dependiente de una compañía o de inversores». Mientras tanto, Diaspora, a falta de la prueba de la versión beta, quiere construir un servidor de red personal gratuito que ponga en marcha un servicio de redes sociales que permita a los usuarios «comunicarse de manera directa y segura sin pasar por los ojos fisgones de Zuckerberg y sus socios comerciales».
Pero es posible que Diaspora se encuentre con los mismos problemas que Google Plus en cuanto a que los usuarios se cambien al unísono y sin gozar de ninguna de las ventajas de dominio del mercado que debían haber ayudado a Google.
Y lo que es más importante: el problema no es sólo un reto tecnológico que se soluciona con una campaña de lanzamiento adecuada; aun cuando Thinkup o Diaspora consigan contra todo pronóstico desplazar a los amos Zuckerberg, Facebook y Google, entretanto siguen siendo monopolios naturales privados, con todos los problemas que esto implica. ‘Entretanto’ puede ser mucho tiempo.
¿Y será el nuevo amo mejor que el antiguo? Dependerá de la responsabilidad democrática de la nueva entidad.
¿Cuál debería ser entonces la respuesta progresista de este ‘mundo feliz’ de los monopolios naturales de redes sociales que escamotean la importancia de la privacidad? No puedo creer que esté citando a Milton Friedman, pero así es. El economista liberalísimo escribió que en respuesta a un monopolio natural, «sólo existe una elección entre tres males: un monopolio privado no regulado, un monopolio privado regulado por el Estado y la gestión estatal».
Dejar a un monopolio privado solo y sin regular -la situación actual- es claramente indefendible. Y los progresistas han argumentado histórica y acertadamente que los monopolios naturales regulados por el Estado adolecen de lo que les convirtió en monopolios naturales en primer lugar; es decir, son los hechiceros más proclives a la búsqueda de las triquiñuelas normativas (que es lo que ocurre cuando una agencia de regulación, en vez de velar por el interés público y supervisar al sector en cuestión, promueve esa mismo sector o el interés de una compañía).
¿Y la tercera opción de Friedman? Había una vez una época en la que los monopolios naturales eran criaturas de un Estado compuesto de una sola nación, antes de que la manía neoliberal de desregulación y privatización infectara hace 30 años la política, las empresas de electricidad, agua, ferroviarias y análogas podían pasar a ser de propiedad pública. Aunque esto implicaba a veces problemas, la propiedad pública de monopolios naturales habitualmente servía al interés general mejor que las alternativas. No voy a repasar aquí los problemas derivados de la privatización y liberalización de los servicios de agua, electricidad, ferrocarril, gestión de residuos y telecomunicaciones que hemos experimentado en toda esta época, pero son múltiples. (Si el lector tiene interés, la Public Service International Research Unit de la Universidad de Greenwich es una fuente excelente.)
¿Pero cuál debería ser la respuesta progresista a estos nuevos tipos de ‘monopolio natural digital’ que se han materializado no como consecuencia de los costes de capital, sino de las ventajas insuperables del mundo de la red? Pocas personas han opinado sobre este tema. Hay muchos defensores de los derechos digitales y de privacidad (La Quadrature du Net, Open Rights Group, Electronic Frontiers Foundation, etc.), que trabajan todos bien, y los Partidos Piratas europeos que tienen seis escaños en el Parlamento Europeo (cuatro conseguidos en las recientes elecciones alemanas del Estado de Saarland). Pero el discurso que hay en la red sobre los derechos (lo que incluye otros asuntos relacionados como la neutralidad de la red y compartir ficheros, etc.) está dominado frecuentemente por el discurso libertario.
El carácter libertario del debate sobre los derechos digitales tiene algo de doble personalidad. Sus activistas y los miembros de grupos de presión que lo defienden oscilan entre reconocer que es necesaria la intervención estatal del mercado para, por ejemplo, mantener la neutralidad de la red, y el instinto de desregulación neoliberal que les impide concebir la vuelta a la propiedad pública de las empresas de telecomunicaciones, que también mantendría la neutralidad de la red, aseguraría el acceso de alta velocidad a Internet en todos los lugares -no sólo en los rentables- y permitiría la devolución de las ganancias inesperadas a los periodistas cuyo objetivo es el interés público y a los músicos independientes a quienes ha golpeado la aparición de Internet.
Un discurso más progresista por parte de los sectores menos temerosos de la intervención pública democrática en contra del mercado tendría mucho que aportar al debate, aun sin saber todavía cómo sería esta política.
¿Es posible construir un argumento que defienda la propiedad pública de Facebook y Google y sus análogos? ¿Es esto deseable? ¿Es realmente preferible que el Estado sea supervisor de toda esta información personal sobre una empresa privada con ánimo de lucro? ¿Cuál sería el Estado propietario? Estamos hablando de verdaderas empresas globales. ¿Quizá la ONU? Pero la ONU no es una estructura democrática. ¿Se puede construir una cooperativa internacional de la red social sin ánimo de lucro que controlen los propios miembros independientemente del mercado y del Estado?
O bien, usuarios de Wikipedia: tener una red social con vuestros propios valores en vez de la avaricia mercenaria de los propietarios de Facebook.
No tengo la respuesta, pero lo importante es que debemos empezar a reflexionar sobre ella.
Los progresistas deben abordar los temas de la localización geográfica, las redes sociales, la búsqueda y extracción de datos y otros asuntos digitales y cómo se relacionan éstos con la gobernanza global. No los podemos dejar en manos de los libertarios de los partidos piratas y los ignorantes seres despreciables expertos en Internet.
Todo esto está ligado a los temas del calentamiento global, la austeridad y las guerras. El siglo XXI plantea retos importantes en relación con políticas públicas (el cambio climático, la crisis financiera, los precios de transferencia, los paraísos fiscales, Internet) que sólo podrá resolver un sistema de gobernanza internacional y democrática. En cambio, no existe.
Esto significa que, en ausencia de un escenario democrático global, estos problemas los abordan los interesados más poderosos del sector de que se trate. Might makes right [El poder determina qué está bien y qué está mal].
Tenemos una Corte Penal Internacional pero, en la práctica, es un tribunal sólo para los criminales del Tercer Mundo. Tenemos la UNFCCC [Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático], pero pocos países clave vigilan el proceso teniendo en cuenta los intereses del mundo en vías de desarrollo. La ‘Responsabilidad de Proteger’ (R2P) contra el genocidio y los crímenes contra la humanidad es una norma legal internacional emergente que se utiliza para justificar las llamadas intervenciones humanitarias, pero no se puede utilizar en contra de los países más poderosos y sus aliados. Y la Unión Europea es un gran experimento de gobernanza transnacional posdemocrática que margina las cámaras legislativas democráticamente elegidas a favor de los tecnócratas y los diplomáticos.
Se construyen estructuras internacionales no democráticas, con o sin nosotros. Ya se está fabricando un sistema global -política y digitalmente- nos demos cuenta o no.
Y en respuesta a esto debemos empezar a desarrollar propuestas sobrias, prácticas y auténticamente transformadoras para un sistema global democrático -por qué no una república global- sin que nos tachen de maximalistas que construimos castillos en el aire.
Quizá el eslogan de la pancarta no debería ser ¡Nacionalizar Facebook ya! Pero tenemos que inventar algo.
* Leigh Phillips escribe habitualmente para Red Pepper y fue anteriormente corresponsal para Europa de Red Pepper desde Bruselas.
Fuente original: http://www.redpepper.org.uk/bosses-want-to-know-wholl-join-the-union-theres-an-app-for-that/