En Bolivia, a poco más de dos semanas para el referéndum por la nueva Constitución Política del Estado, son pocos los que aún piensan en analizar con detalle su texto; en todo caso la hora de los debates quedó atrás, y llegó en cambio el momento de la contienda de consignas. La cuestión es apelar […]
En Bolivia, a poco más de dos semanas para el referéndum por la nueva Constitución Política del Estado, son pocos los que aún piensan en analizar con detalle su texto; en todo caso la hora de los debates quedó atrás, y llegó en cambio el momento de la contienda de consignas. La cuestión es apelar a sentimientos, llegar a los imaginarios, estremecer corazones, conmover.
Como calco y copia de estrategias ya ensayadas con escaso éxito en Venezuela y Ecuador, los grupos de poder locales se decidieron a jugar a fondo una de sus últimas cartas: la de la religiosidad. En los países mencionados sus mandatarios se mueven con holgura en ese ámbito, e incluso manejan, elaboran y proponen análisis de la realidad a partir de categorías teológicas impecables, fundamentadas en principios del cristianismo liberacionista. No es el caso boliviano, en el cual esa dimensión fue descuidada, o probablemente hasta menospreciada por los responsables de trazar pautas desde el gobierno.
En las ciudades de Sucre y Santa Cruz, que son parte de la ahora menguante Media Luna opositora, se organizaron en estos días concentraciones públicas por el NO con fuerte énfasis en símbolos y discursos religiosos. A la primera acudieron cuatro prefectos (gobernadores) que contaron con la presencia y respaldo del arzobispo católico del lugar, Jesús Juárez. El aporte evangélico fue provisto por un ex cantautor, devenido predicador musical. Si bien el evento se publicitaba como una jornada «por la defensa de la fe», en la práctica se transformó en burdo acto proselitista. Una foto antológica, muestra a esas cuatro autoridades en pose angelical, portando cirios encendidos. Nadie creería que son los mismos que hace pocos meses apostaron a la desintegración del país, promoviendo la violencia, alentando y organizando saqueos, destrucción de bienes públicos, y una masacre de campesinos.
En Santa Cruz la jerarquía católica tuvo el tino de no asistir, pero hubo en cambio notable presencia protestante, con bandas electrónicas y un pastor-exorcista que se ocupó de presentar a Evo Morales como una reencarnación del mismísimo demonio, y a la Nueva Constitución como puerta de entrada para toda clase de males. Una inmensa gigantografía proponía una diáfana síntesis del mensaje. Se podían observar ahí grandes fotos de la portada (tachada) del nuevo texto, la portada de una Biblia, y una imagen clásicamente anglosajona de Jesucristo. Debajo, en grandes letras, la consigna: «Elija a Dios-vote por el NO». Dicha consigna se reitera en un spot televisivo en el cual se contrapone la imagen de Evo vestido a la usanza indígena, con la de Jesucristo, mientras detrás de un ejemplar del texto constitucional arden llamas infernales.
Con franco tono escatológico, la derecha política intenta conmocionar los sentimientos de un pueblo profundamente religioso, advirtiéndole que se trata de la lucha entre el Bien y el Mal, y que de triunfar el SÍ el indio-presidente obligará a todos los bolivianos a adorar a la Pachamama, a renunciar a la patria potestad, a abominar de la fe cristiana, a cerrar escuelas confesionales, fomentará el matrimonio entre personas del mismo sexo, el aborto, el comunismo, y un etcétera que sólo encuentra límites en la imaginación desbocada, que se atiza sistemáticamente desde los grandes medios de comunicación.
Este tránsito hacia lo religioso demuestra la desesperación que sufren los sectores de poder, pero además la ausencia, reconocida por ellos mismos, de estrategias comunicacionales efectivas. Por ejemplo, invirtieron dos años largos en promover las autonomías regionales machacando a la opinión pública con la palabra SÍ, y ahora se ven obligados a realizar piruetas para promocionar el NO, lo que les obligó a derrochar millones de pesos en carteles, camisetas, banderas y pancartas que han tenido que desechar por inútiles. En otra extraña voltereta, deben renegar de sus propios proyectos autonómicos, ya que ahora sí las autonomías se insertan en el marco legal del nuevo texto constitucional, lo cual los conmina a negar rotundamente las afirmaciones que hacían hasta hace poco. Para expresarlo en pocas palabras, construyeron dos poderosos símbolos que hoy enarbola el enemigo.
Más allá de estas anécdotas de última hora, y a la luz del mencionado recurso a lo religioso para desprestigiar el proyecto popular, los resultados del referéndum serán también un interesante indicador del peso e influencia real que tienen en la actualidad ciertas jerarquías y discursos eclesiásticos aferrados a teologías neocoloniales, empecinadas en mantener inamovibles las estructuras de una sociedad excluyente y los privilegios de unos pocos.