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En Bolivia la verdad se olvida, la justicia se ciega y la reparación se vuelve suplicio‏

Fuentes: Rebelión

Las Comisiones de verdad, justicia y reparación de los ciudadanos detenidos y torturados por las feroces dictaduras que azotaron nuestro continente durante la década de los 70´s y 80´s están en funcionamiento en toda Latinoamérica, y eso es un fundado motivo de regocijo para los defensores de los DDHH en el mundo. Lamentablemente la reparación […]

Las Comisiones de verdad, justicia y reparación de los ciudadanos detenidos y torturados por las feroces dictaduras que azotaron nuestro continente durante la década de los 70´s y 80´s están en funcionamiento en toda Latinoamérica, y eso es un fundado motivo de regocijo para los defensores de los DDHH en el mundo.

Lamentablemente la reparación no llega para todos en Bolivia. En estos momentos, el estado Bolviano, tal vez de forma inconsciente gesta silenciosa, anónima e implacablemente la mayor paradoja que puede encerrar el espíritu de los mecanismos legales que buscan no sólo compensar sino reconocer el daño que los Estados infringieron en personas íntegras que simplemente (pero con grandeza cívica) se manifestaron públicamente por una alternativa política que trajera una mayor equidad social y redistribución económica. La absurda paradoja a la que me refiero, es que el funcionamiento de estas comisiones se coniverta en una perversa instancia que de forma renovada denigre al ciudadano negándole sus derechos, ocultándole la verdad de su vida, su verdad, a la historia y a la posteridad en virtud de un acto de prestidigitación burocrática, que desmienta una vez sus convicciones de que nos encontramos en un período democrático en América Latina.

Esta paradoja que genera una nueva forma de suplicio está operando en la situación vital del ciudadano boliviano Édgar Zapata Paniagua. Este ciudadano, que durante la década de los 70’s era el prometedor estudiante de Física de la Facultad de Ciencias de la Universidad Mayor de San Andrés, no vaciló en ofrendar su juventud a la noble actividad política convirtiéndose en un activista universitario que luchó por la consolidación de la autonomía universitaria, luchó por los derechos económicos de los campesinos y obreros mineros de bolivia, organizando a grupos de campesinos y obreros, participando activamente en la esfera pública en los mitines universitarios, contribuyendo así, como toda esa generación, a conformar el núcleo social y cultural que posibilta el plantearse en política la autodeterminación de las sociedades latinoamericanas por el trabajo político que ellas mismas desarrollan. Edgar Zapata llegó a convertirse en uno de los más altos dirigentes del Partido Obrero Revolucionario, participando junto a sus células políticas y al lado de político de la talla de Guillermo Lora, por el logro de la equidad en un país tan injusto como es Bolivia, tal como muchos otros jóvenes, sindicalistas, campesinos de su generación de Bolivia y del resto de Latinoamérica. El testimonio de lucha de Edgar Zapata vive aún en la memoria de sus compañeros de lucha de todas las clases sociales, esparcidos hoy por la vida, quienes vieron en su espíritu combativo, en la integridad de su persona y en la lucidez de sus ideas políticas el reflejo de una época cuyo legado nos permite hoy plantearnos como países los destinos que queramos darle a nuestro desarrollo. Ellos lo recuerdan y lo estiman todavía hoy como fue en ese entonces. Así de profunda fue su huella.

La dictadura de Bánzer no dio sólo fin al gobierno de Torres, también cegó la vida de más de medio millar de personas. También aniquiló el ser de cuatro mil personas recurriendo al presidio, el confinamiento, el exilio y la torutra. Edgar Zapata, como tantos otros dirigentes políticos fue apresado, torturado y exiliado. Los intentos de asesinato político en su contra, por parte de la represión sistemática del Estado no acabaron con su vida sólo porque el cuerpo humano se aferra a la vida cuando aun cuando le entre sólo un poco de oxígeno en los pulmones. Finalmente, durante el gobierno de García Meza, se gue al exilio, con su esposa Sonia Sapiencia, otra luchadora valiente pionera del movimiento sindical de trabajadores públicos del Estado, cuya movilización iniciada desde el servicio de Asuntos Campesinos fue el canto de cisne de la dictadura de Bánzer. Ambos, junto con su hija fueron acogidos en Brasil, donde él pudo retomar sus estudios de Física en la Universidad de Campinas. Sin embargo, apenas terminó la dictadura de Meza, cogieron sus cosas, lo dejaron todo y emprendieron un viaje de retorno para seguir entregando su pasión y su trabajo a este país, que lentamente entraba en democracia, para reconstruir sus vidas del suplicio y al país.

A 30 años de los eventos, las comisiones de justicia y reparación en Bolivia están operando, pero no están funcionando. Yo denuncio, que después de presentar los antecedentes históricos pertinentes (recortes de diarios de la época y los testimonios) de forma absolutamente injustificada e inexplicable se ha eliminado de la lista de detenidos y torturados el nombre de Edgar Zapata. Y una vez más la palabra «dictadura», como un conjuro comienza a extender su lazo de desdicha ensañándoce en esta persona y en sus compañeros más cercanos. La tortura actualizada es la negación que se ha producido la tortura física y es la negación de una trayectoria biográfica que se ha entregado a la actividad política militante de base, con todas las heridas producidas por la represión que el tiempo no puede curar. No es posible, que una vez más, se someta a una forma de tortura a esta persona, negando, olvidando, borrando simplemente su historia y parte importante de su vida, por un simple, pero tan significativo acto de no reconocimiento estatal. Es imperdonable y habla muy mal del mecanismo de compensación en sí, ya que no sólo lo desvirtua, sino que lo cuestiona en sus fundamentos mismos. No genera verdad, sino que la oculta, no produce justicia sino que origina una nueva injusticia. No repara, sino que daña una vez más.

Como ciudadano de Bolivia, yo demando, que el Estado repare esta injusticia, que se reconozca esta verdad y que se realice la reparación. Que se investigue, se averigue y se reconozca, en la historia plasmado en lo jurídico que el Estado boliviano detuvo, torturó, exilió e intentó de asesinar por motivos políticos a Edgar Zapata.

Recurro, que en virtud de los acontecimientos y por mérito de las pruebas y evidencias que existen, a la comunidad internacional de defensores y redes derechos humanos internacionales, que no permitan que se produzca en democracia este ocultamiento de la verdad por un mecanismo que más bien pretende reconocerla, y hacer justicia, reparando el daño. Esta reparación no es en su esencia sólo material sino más bien simbólica. Y no es tal si, el nombre de la persona en cuestión es eliminado sin explicación, justificación ni mérito investigativo.

Ruego a aquellos que están a cargo del proceso, en Bolivia como en el resto de latinoamérica ponderar bien la importancia de su labor y la responsabilidad que tienen de cara a la historia y a la mirada de aquel genérico que ha sido sometido a suplicio. No se olviden la responsbilidad que detentan no sólo de cara al futuro sino también al presente, de cara a las personas que aún viven y a la la sociedad que aún las recuerda y por la cual lucharon; que representan, la gestación del ser político de América Latina, por el cual sacrificaron sus metas individuales, en favor del bien público. Creo que es hora ya de que lo público haga un reconocimiento del individuo.

Esperando que estas palabras y esta carta, no caigan en oídos sordos, que la indiferencia estatal sea transformada por el interés expresado por la opinión pública, dejo mi testimonio, tratando de que los efectos perversos que la sociedad misma genera sean evitados. Agradezco al lector la difusión de la misma, y a los involucrados directos, tomar cartas en el asunto,