-¿Cuál es su balance del primer mes de gobierno?
-En este primer mes se ha generado una serie de acciones-símbolo que marcan el horizonte del gobierno. El nombramiento del gabinete ya habla de un conjunto de actores nuevos que están ingresando al Estado. Por primera vez, para elegir el gabinete no se apela a los circuitos de las embajadas, de las grandes empresas y de las roscas familiares típicas de la estructura social boliviana. Una segunda acción-símbolo es la ética del trabajo. Lo que ha hecho el presidente (Evo Morales): rebajarse a la mitad el sueldo y trabajar tres veces más de lo normal.
-La propuesta del presidente Morales de una Constituyente con poderes ilimitados es una experiencia inédita en la historia reciente de América latina, ¿qué nivel de radicalidad podrían tener los cambios?
-Los indios nunca han sido tomados en cuenta en la constitución de los poderes públicos. La Constituyente deberá consagrar su derecho histórico y para ello deben participar de manera directa y con todas las prerrogativas que requiere una fuerza social mayoritaria, que se asume como protagonista de la construcción de una nueva estructura estatal. La propia Asamblea determinará qué se cambia y qué no.
-Muchas organizaciones, incluso las que forman parte del MAS, cuestionan el proyecto de ley de convocatoria a la Constituyente presentado por el gobierno y reclaman una mayor presencia corporativa.
-No tiene por qué haber unanimidad. Lo interesante es que la propuesta del gobierno surgió de una parte de los movimientos sociales. Pero es muy probable que varias organizaciones sociales todavía tengan un cierto atraso en su ubicación histórica. Todavía siguen en la resistencia, a la defensiva frente al Estado, y les cuesta ubicarse en este nuevo tiempo de ocupación de las estructuras de poder.
-¿Cómo le afecta al gobierno la ausencia de cuadros políticoadministrativos?
-El MAS no es un partido y no tiene experiencia de gobierno. Por ello debe mantener parte de la estructura actual para incorporar conocimientos sobre el manejo del Estado, ésa es la complicación. Pero lo bueno es que no hay una inercia administrativa y gerencial en los cuadros políticos y la voluntad de cambio se presenta con una transparencia y un ímpetu mucho mayor que en la perspectiva de un partido gobiernista. Ello permite una mirada con menos fidelidades a la tradición y hacia lo viejo.
-Y existe el riesgo de excesiva concentración del poder en el presidente.
-El problema no es que se concentre poder en el Ejecutivo sino que no venga acompañado del suficiente dinamismo de los movimientos sociales. En este mes pudimos ver una alegría fantástica de los sectores sociales y una especie de atemperamiento de su ímpetu, y eso es complicado. La concentración de las decisiones en el Ejecutivo con impulso social sí es una maquinaria de transformación acelerada del Estado.
-Usted, como intelectual, mostró cierta simpatía por las teorías de la autonomía, recuperando en parte a Antonio Negri, pero este gobierno parece más cerca de la matriz populista y nacionalista de los años ’50.
-El problema de la autonomía puede ser pensado teóricamente pero, en términos de posicionamiento político, cuando he reflexionado sobre la autonomía lo hice desde la perspectiva de cómo la sociedad se organizaba para cercar y asediar al Estado. Pero lo que pasa hoy es que esa misma sociedad no se organiza frente al Estado, esa misma sociedad ha ocupado, ha erosionado, ha perforado, ha traspasado al Estado, obligando a los intelectuales a reflexionar.
-Muchos ya están reclamando que no se produjo aún la nacionalización de los hidrocarburos.
-La fuerza de este gobierno es una sociedad deliberante sobre los distintos temas de la agenda pública. El problema sería que la sociedad se repliegue. La nacionalización debe ser el escenario en el que este gobierno se presente como Estado, es decir, como combinatoria de consenso y coerción.
-¿La postergación de la licitación del Mutún (principal reserva de hierro de Bolivia) es un antecedente de ese «acto de fuerza»?
-Creo que el Mutún ha sido el momento de un Estado con capacidad para construir consensos -con movimientos sociales y organizaciones cívicas- para defender el interés nacional. Con una nueva licitación y nuevos contratos se logrará mejorar los ingresos del Estado, se promoverá la construcción de la primera industria siderúrgica en Bolivia y se garantizará la preservación del medio ambiente.
-¿El discurso más «amigable» de la embajada de Estados Unidos hacia el gobierno del MAS es producto de su gestión?
-Yo creo que es simplemente respeto diplomático entre dos actores políticos que necesitan conocerse y que han apostado por esta vía frente a la otra: la agresividad con lo que no se conoce. Por otra parte, es una especie de realismo situacional de este gobierno en cuanto a lo que somos y a lo que significa el actual escenario de unipolaridad para un país pequeño. Pero este realismo debe tener un componente ético-político.
-¿Cómo va la propuesta de nuevo modelo económico?
-La primera acción es el reposicionamiento del Ministerio de Planificación. Ya no más mercado asignador de recursos. Hoy hay un gobierno que define metas, define horizontes, incluso forzando al propio Estado. Esa es la primera medida, la segunda fue el tema del Mutún, que pone el acento en el fin del modelo primario exportador, y la principal medida será, sin duda, la nacionalización de los hidrocarburos.
-¿Es un retorno a Raúl Prebisch?
-Aquí no estamos apuntando a la sustitución de importaciones como en los años ’60. Se trata de aprovechar los mercados internacionales pero en toda la cadena de producción, no solamente en los nichos primarios. En segundo lugar, tenemos que crear mercado interno, pero no mediante la homogeneización, como en el modelo prebischiano, sino articulando lo moderno con lo semimoderno y lo arcaico, con el Estado como regulador.