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Guerra periférica y geopolítica regional

En torno a la guerra del Pacífico

Fuentes: Rebelión

El presente ensayo se propone una aproximación retrospectiva a la guerra del pacífico, desde el presente, algo así como una genealogía. Recogemos la veta abierta por René Zavaleta Mercado en La querella del excedente;  texto de análisis teórico y crítico de la guerra del Pacífico, alejado de las historiografías tradicionales y los discursos chauvinistas. Zavaleta […]

El presente ensayo se propone una aproximación retrospectiva a la guerra del pacífico, desde el presente, algo así como una genealogía. Recogemos la veta abierta por René Zavaleta Mercado en La querella del excedente;  texto de análisis teórico y crítico de la guerra del Pacífico, alejado de las historiografías tradicionales y los discursos chauvinistas. Zavaleta nos dejó una reflexión profunda, a la vez apasionada, de esta contingencia que ha abierto heridas en los tres países. Algunos dirían más en unos que en otro, incluso otros dirían más en uno que en los otros. Pero, la verdad es que desde la guerra se han formado como sentidos comunes de enemistades labradas por los años, en lo que va de más de un siglo, que transcurre desde la culminación de la guerra, por lo menos en algunos sectores de las poblaciones. Por otra parte, Bolivia, no solamente como Estado, sino como país, ha quedado enclaustrada, perdiendo su acceso al Pacífico. ¿Es aceptable esta condición como consecuencia de una guerra? Sabemos que la guerra no  puede otorgar derechos de conquista, menos aún dejar a un país sin costa. Esta no es una buena condición como principio de integración. Los pueblos no son los que se inclinan por las guerras, sino sus estados y sus burguesías, tampoco pueden aceptar condenas territoriales como las del enclaustramiento. La opción alternativa por la complementariedad de los pueblos, la solidaridad y las composiciones cooperantes entre ellos, es la base democrática y participativa para la solución de problemas pendientes. Y esta opción alternativa es la base para la confederación de los pueblos, que es la tarea pendiente de los pueblos, para corregir las mezquindades inaugurales de las oligarquías, que prefirieron las repúblicas chicas, los Estado-nación subalternos, en vez de la Patria Grande.      

Pérdidas territoriales
¿Qué se puede decir de un país que ha perdido un poco más la mitad de su territorio con el que ha nacido a la vida independiente? El país nació a la vida republicana con una superficie pretendida de 2.363.769 km². A partir del año 1860  empezó a sufrir pérdidas territoriales. En la actualidad, la superficie de Bolivia es de 1.098.581 kilómetros cuadrados. En relación a su territorio actual, la diferencia es de 1.265.188 kilómetros cuadrados. Con Brasil pierde unos 490.430 kilómetros cuadrados, en sucesivos años que comprenden 1860, 1867, 1893 y 1958. El principal conflicto con el Brasil es la Guerra del Acre. Con el Perú se pierden 250.000 kilómetros cuadrados, principalmente por arreglos diplomáticos, en 1909. Con Paraguay se pierden 234.000 kilómetros cuadrados, debido a la conocida guerra del Chaco (1932-1935).  Con la Argentina se pierden 170.758 kilómetros cuadrados, por delimitaciones fronterizas, efectuadas por la vía diplomática, en 1897. Con Chile se pierden 120.000 kilómetros cuadrados, como resultado de la perdida de la guerra del Pacífico (1879-1883). Indudablemente la pérdida más sentida y conmovedora es la del litoral, pues, después de firmado el Tratado de 1904, Bolivia se queda sin salida al Mar, condenándose a ser un país mediterráneo.
¿Cómo se pueden explicar estas pérdidas territoriales? A los y las bolivarianas, cuando conocemos esta triste historia, nos viene un sentimiento de frustración temprano. En la escuela no nos explican por qué ocurrió esto. En recompensa se nos entregan programas cívicos atiborrados de denuncias y de inflamado chauvinismo. Los estudiantes que atendemos estas clases quedamos atónitos, sin ninguna respuesta clara por parte de los profesores. El sentimiento de frustración se convierte en una ambigua e indescifrable aceptación de un destino como condena. Obviamente que esto afecta en nuestra auto-estima. Sólo nos recomponemos, en parte, cuando hacemos el recuento de nuestra historia de rebeliones. La historia de las luchas sociales es gratificante, como que abre las compuertas de la esperanza. Empero, las luchas sociales no nos reponen de las pérdidas territoriales; son promesas de futuro. Es más, cuando culminan nuestras revoluciones, como que volvemos a la inercia que ha aceptado las pérdidas, hasta con cierta apatía. ¿Por qué no reaccionó el pueblo contra el Tratado de 1904? Un pueblo que había salido de la guerra Federal y que abría un ciclo liberal en un segundo periodo republicano. ¿Por qué se aceptó tanto de la República Federal de Brasil como de la República de Chile la compensación dineraria, como si los territorios perdidos fueran cuantificables? Se ha acusado a los gobiernos de ser responsables de semejante comportamiento y decidía; esto puede llegar a ser cierto; empero, no quita la corresponsabilidad de la sociedad que dejó que las cosas ocurrieran como acontecieron.
¿Dónde se encuentra la explicación? ¿En la fundación misma de la república, por haber renunciado a la construcción de la Patria Grande? Claro que esto también ocurrió con los otros países hispanohablantes; en contraste Brasil, portugués-hablante, supo conservar su unidad y continuidad territorial, bajo una administración estatal federal. ¿La explicación se encuentra en la estructura social, en la estructura política,  en la estructura económica? No eran tan distintos los otros países, herederos de la administración colonial, iniciando su vida independiente en el ciclo capitalismo de la revolución industrial. ¿Congresos dominados por abogados y gobiernos manejados por caudillos, explican, de alguna manera, esta desazón política y moral? Tampoco en esto nos diferenciamos de la historia política de nuestros vecinos. ¿Qué a «condenado» a Bolivia a ser tan débil y tan vulnerable? Cierta interpretación histórica descarga la culpa en la oligarquía gobernante, que prefirió conservar el flujo de sus intereses económicos a arriesgarse en la defensa del país y de sus recursos naturales. ¿Esto no es más bien un contra sentido, atendiendo a la estrategia a largo plazo de la composición de sus intereses? ¿Es qué estas oligarquías regionales cuentan tan solo con una mirada a corto plazo y quizás a mediano plazo, a mucho pedir? También se dice que estamos ante una oligarquía mas bien desarraigada, desapegada, sin apego al territorio dónde se enriquece. Puede ser cierto; sin embargo, esta psicología tampoco es tan distinta a lo que ocurría con otras oligarquías europeizantes latinoamericanas.
No se puede construir una explicación con medias verdades, medias certezas. Es indispensable encarar la historia de manera crítica, auscultar en sus temporalidades las claves de desenlaces tan desalentadores. René Zavaleta Mercado elabora un ensayo iluminador sobre el decurso de la guerra del Pacífico, sus condicionantes y hasta quizás el juego de varias determinantes. Lo hace combinando afectividad y análisis crítico. Trata de responder desde otra perspectiva, diferente de la acostumbrada, a las preguntas que nos hacemos los y las bolivianas. Empero, se trata de un ensayo solitario, un oasis teórico. No se ha continuado por esta veta. Se lo lee, se lo considera, se hace tesis y reflexiones sobre la obra de Zavaleta; sin embargo, se está lejos de sufrir como él las preguntas existenciales de todo y toda boliviana, de trabajar una perspectiva crítica que construya una explicación convincente. La querella del excedente es un ensayo solitario, una hoja perdida en el desierto. Es menester retomar esta veta teórica para responder a las preguntas, pero, también, para encontrar salidas existenciales y políticas.
Zavaleta escribe:
Pues bien, si hubiera que distinguir entre cómo se vive la Guerra del Pacífico y cómo la  Revolución Federal… habría que escribir que la primera debe ser considerada en rigor como un asunto de Estado o materia estatal, es decir, como algo que ganó o perdió la clase dominante, por cuanto entonces no estaba diferenciada del Estado como una responsabilidad suya ante sí misma… Decimos entonces que, en el modo ideológico inmediato que tuvo que ocurrir, la Guerra del Pacífico fue una guerra de incumbencia del Estado y de la clase del Estado, y no de la sociedad, al menos no de un modo inmediato. Vamos a ver luego por qué. La Revolución Federal, en cambio, sacó al claro lo más vivo de los conflictos clásicos de la sociedad civil .
La pregunta de Zavaleta abre la herida:
¿Cuál es la razón, por cierto, por la cual Bolivia se demoró tanto en darse cuenta (dar cuenta a uno mismo) de lo que había ocurrido? Los pueblos que no cobran consciencia de que han sido vencidos  son pueblos que están lejos de sí mismos. Lo que llama la atención, en efecto, es el desgano o perplejidad con que este país expecta un hecho tan decisivo no sólo para su ser inmediato, sino también para su futuro visible. Tratábase por cierto, en su cualidad, de la pérdida territorial más indiscutible como pérdida, la más grave de modo terminante para el destino de Bolivia .         
Un resumen sucinto de lo acontecido puede ser el siguiente:
Como antecedentes inmediatos de la guerra tenemos los tratados firmados en 1866 y 1874. Estos tratados supuestamente buscaban resolver la querella limítrofe con Chile, en lo que respecta a la soberanía  sobre el desierto de Atacama. Desierto despreciado, en principio, empero después de las demandas provocadas por la revolución industrial, se convirtió en el desierto de la tierra prometida para los tres países de la contienda bélica; Bolivia, Chile y Perú. Atacama es rico en guano, también en yacimientos de salitre y de cobre. Los tratados definieron como línea demarcadora entre Bolivia y Chile el paralelo 24 de latitud sur. También por medio de los tratados se otorgaron diversos derechos arancelarios y concesiones mineras a empresarios chilenos en la Atacama boliviana. Más tarde, estas disposiciones desencadenaron la controversia entre los dos países. El Estado boliviano, en el gobierno de Hilarión Daza, incrementó el impuesto a la extracción de salitre de las compañías salitreras de capital chileno-británico; determinación que fue interpretada por La Moneda como que no se respetaron los tratados firmados. El 14 de febrero de 1879, Chile ocupó el puerto boliviano de Antofagasta, iniciándose la llamada guerra del Pacífico  en la que los ejércitos y las armadas aliados de Bolivia y Perú fueron vencidos por el ejército y la armada de Chile. Chile ocupó el litoral, el desierto de Atacama y una parte de la puna, antes de cruzar la cordillera de los Andes, también ocupó el desierto de Tarapacá, del Perú, invadió Lima y combatió en la sierra, donde se atrincheró parte del ejército peruano, que optó por una guerra de guerrillas. Este despojamiento dejó sin posesión litoral a Bolivia, que quedó, desde entonces, sin salida al mar. Con la pérdida del litoral se perdieron también cuatro puertos; además de Antofagasta, se contaba con los puertos mayores de Mejillones, Cobija y Tocopilla. Veintiún años después de concluida la guerra, con el Tratado de 1904, Bolivia reconoce a perpetuidad el dominio del territorio en litigio por parte de Chile.
Sin embargo, no podemos atender a la cuestión planteada, al requerimiento de una explicación histórica y estructural de lo acontecido en la guerra del Pacífico, si sólo nos situamos en la perspectiva corta de los antecedentes inmediatos, que en este caso parecen ser los tratados limítrofes, así como posteriormente, el cobro del impuesto de 10 centavos por cada quintal de salitre exportado. Estos antecedentes no explican el desencadenamiento de la guerra, menos el desenlace y los resultados que tuvo. Puede terminar siendo la excusa de las acciones que tomó el gobierno de Chile interviniendo en Antofagasta; pero, de ninguna manera, pueden convertirse en la procedencia de la guerra. Ciertamente que la explicación estructural de los acotamientos históricos no es fácil de lograr, salvo si se cree que se puede reducir la historia a una a una linealidad causal. Un antecedente mediato de la guerra del Pacífico es la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, desencadenada por la determinación de La Moneda a que ésta no se consolidará. También se opuso la República Federal de Argentina a la Confederación andina; llevando a cabo una guerra contra Andrés de Santa Cruz en el norte argentino y en el sud boliviano. Analizar con cierta perspicacia esta guerra, quizás nos ayude a encontrar ciertas claves de lo que va a ocurrir después, en la guerra del Pacífico.  
La  Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana concurre desde el año  1836 hasta 1839. Se enfrenta la Confederación Perú-Boliviana  a la alianza formada por peruanos contrarios a la confederación y la República de Chile.
Cuando se dio lugar la Confederación Perú-Boliviana, la reacción de la oligarquía costeña fue contraria; se opusieron contra lo que consideraron era el dominio de la sierra peruana y boliviana.  Destacamentos peruanos al mando de Felipe Santiago se enfrentaron a las fuerzas confederadas. El desenlace del enfrentamiento bélico fue favorable a la Confederación, culminó con la derrota y fusilamiento de Salaverry. La flamante Confederación andina no sólo tuvo que enfrentar esta oposición peruana y chilena, sino también el desacuerdo argentino; la Confederación Perú-Boliviana  combatiría a la Confederación Argentina, dirigida por Juan Manuel de Rosas. En las batallas emprendidas  en este frente de guerra se pugnaron territorios del altiplano. En este caso, también el ejército confederado de Andrés de Santa Cruz  consiguió imponerse.
Empero, básicamente la guerra confederada se desenvuelve en el enfrentamiento de la Confederación Perú-Boliviana con la República de Chile, que apoyaba a peruanos contrarios a la confederación. Estos «restauradores» deseaban la reunificación del Perú y la expulsión de Santa Cruz del poder.
La segunda fase de la guerra culminaría con la victoria de las tropas del Ejército Unido Restaurador,  ocasionando la disolución de la Confederación Perú-Boliviana, dando con esto también culminación al protectorado de Andrés de Santa Cruz.
¿Por qué se opuso Diego Portales a la Confederación Perú-Boliviana? ¿Por qué también lo hizo la Confederación argentina? ¿Por qué los peruanos del norte se alzaron en armas contra la Confederación andina? Revisando los hechos,  tal paree que en tiempos de Andrés de Santa Cruz, Bolivia contaba no sólo con un estratega y estadista, sino también con un ejército capaz de hacer frente a dos guerras casi simultáneas. Este general de Simón Bolívar, oficial curtido en la guerra de la independencia, era como la presencia o la proyección de una época gloriosa, de la cual devienen todavía los aires de la Gran Colombia. En el caso del Mariscal de Calahumana, incluso podemos no sólo tener en cuenta la extensión geográfica del Virreinato del Perú, sino incluso del Tawantinsuyu. Se trataba de buscar corregir los errores locales del nacimiento de las republicas independientes. Ahora bien, ¿por qué no entró en este proyecto Chile? No eran estructuras sociales tan distintas, aunque había más analogía entre las estructuras sociales de Bolivia y Perú. Al final se trataba de repúblicas que habían sido liberadas por los ejércitos independentistas de Simón Bolívar y San Martin, quienes se pusieron de acuerdo en Guayaquil, sobre el curso a seguir. Cuando estos países se vieron amenazados por la flota española que incursionaba el Pacífico, confraternizaron para afrontar la amenaza. ¿Qué ocurrió en los 40 años posteriores a la finalización de la guerra de la Confederación para que la situación cambie, para que la correlación de fuerzas cambie tan drásticamente, que la ventaja cualitativa la tenga Chile contra Bolivia y el Perú?
La oposición de Portales a la Confederación fue enunciada claramente: Bolivia y Perú eran mucho más que Chile. De concretarse esta unión era como que el destino de Chile se circunscribiría a un papel modesto. ¿Por qué no pudo pensarse de otra manera? ¿Los intereses económicos que se conformaron al sud, en Santiago, y al norte, en Lima, visualizaron como amenazas la conformación de una Confederación que potenciaba la sierra y los Andes, el interior, contra la costa? ¿Se repetía la misma mezquina perspectiva de las oligarquías locales que se opusieron a la Patria Grande? Bolivia tenía como referente administrativo la Audiencia de Charcas, y como referente económico el entorno potosino, vale decir la economía de la plata, que comprometió a una geografía que venía desde Quito y llegaba a Córdoba. Esta economía, que podemos llamar endógena, con cierta cautela, se contrapone a la economía de la costa, altamente articulada al mercado internacional de la revolución industrial. ¿No se podía combinar ambas geopolíticas, ambas estrategias económicas? ¿Por qué tendrían que ser dicotómicas? Tal parece que en estas contradicciones se encuentra la explicación de las tensiones entre el interior, las provincias del interior, y las capitales, que tienen la mirada puesta en la costa, que los subordina al mercado internacional. La guerra gaucha, de las provincias del interior contra Buenos Aires, parece tener el mismo sentido. Así también la guerra de la triple alianza, Argentina, Brasil y Uruguay, contra Paraguay, país que conservó una perspectiva endógena.
El ciclo del capitalismo de la revolución industrial, bajo hegemonía británica, arrastró los centros económicos de los países periféricos a la costa, condicionando sus economías a circunscribirse a una división del trabajo internacional, a una geopolítica capitalista, que los condenaba a ser países extractivistas. No es pues inapropiado nombrar a la guerra del Pacífico como guerra del guano y del salitre, la querella del excedente. Estos países periféricos, involucrados en la guerra, disputaron el excedente para satisfacer la demanda británica y europea. La guerra que  se peleó fue para favorecer a sus oligarquías, que eran intermediarias del capital británico. Las oligarquías locales no podían tener otra perspectiva que la de sus intereses locales; era entonces imposible que de ellas se genere una perspectiva integral. Entre las incipientes burguesías nativas, boliviana, chilena y peruana, con sus propias contradicciones coloniales,  enfrentando a sus poblaciones indígenas, aunque lo hagan en distintos contextos y de distinta manera, la que parece haber resuelto, para entonces, problemas de constitución de clase, es la burguesía chilena, en tanto que las burguesías boliviana y peruana, todavía se debatían en la ambigüedad de proyectos contrastados. Entre persistir en la dominación gamonal, latitudinaria y colonial, o transformar su dominación, modernizando sus relaciones de poder, proletarizando a su población.
La burguesía chilena, intermediaria del capital hegemónico, no encontró otra cosa, como proyecto propio, que expandirse, controlar los recursos naturales que sus vecinos no sabían explotar ni administrar. Se trata de una guerra de conquista de mediana intensidad. Se puede decir que la estatalización en Chile se dio más rápidamente que en Bolivia y Perú, a quienes les costó más tiempo conformar un Estado-nación. Parece que es en el transcurso de esas décadas, que vienen desde los treinta y van hasta los setenta del siglo XIX, que la burguesía trasandina se inclina por una estrategia militar. Concretamente se prepara para la guerra; desde la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana hasta la Guerra del Pacífico, concurren reformas institucionales administrativas y militares, tendiendo a una modernización, equipamiento, disciplina y adecuación a las tácticas y estrategias de la guerra moderna, para ese entonces. En cambio, parece no concurrir esto ni en Bolivia ni en el Perú, que enfrentan la guerra con los resabios de la guerra de la independencia y la guerra confederada.
Zavaleta Mercado habla de disponibilidad y de óptimo. Dice que el Estado chileno logró esta disponibilidad de fuerzas y un óptimo para cuando estalló la guerra del Pacífico. Lo que no ocurrió con Bolivia y Perú, que contaban con excedente, pero no con disponibilidad de fuerzas y un óptimo. Zavaleta cree ver que la militarización del Estado chileno tiene que ver también con la contingencia de la constante amenaza de la guerra indígena; Chile se vio obligado a conformar un Estado fortaleza, encargado de cuidar y definir las fronteras permanentemente. Puede ser; empero, esta característica también la compartían Bolivia y Perú, aunque en otro contexto y de otra manera. Es preferible concentrarse en dos aspectos: 1) la mejor adecuación y adaptación de la burguesía trasandina a las demandas de materias primas de la revolución industrial, logrando pautas de reproducción social más afines al nuevo ciclo del capitalismo; y 2) la reorganización y modernización del Estado, incluyendo, claro está, de la armada y del ejército.
La hipótesis de interpretación es la siguiente:
La guerra confederada forma parte de las historias de las guerras entre el interior y la exterioridad misma de la formación económico-social, entre los proyectos endógenos y los proyectos exógenos. La historia de estas guerras más se parecen a la historia de guerras civiles entre las provincias del interior y la capital, núcleo primordial de la externalización. Este tipo de guerras civiles se han dado en todo el continente americano; también podemos considerar, como formando parte de esta tipología, guerras que se presentan como guerras entre estados, como es el caso de del guerra confederada, así también como la guerra de la triple alianza contra Paraguay. Este país era el ejemplo de un proyecto endógeno en marcha y consolidado; tuvo que enfrentarse a tres proyectos económicos, políticos y sociales exógenos. No parecía posible la convivencia entre ambos proyectos confrontados. El ciclo hegemónico de la revolución industrial exigía una clara división del trabajo internacional, una definida geopolítica que diferenciará los centros de las periferias del sistema-mundo capitalista. Así como convertir a las periferias en espacios de compra de los productos manufacturados, siendo economías primario exportadoras. La orientación económica, social y política paraguaya era, en el siglo XIX, un desafío a la geopolítica del sistema-mundo capitalista del ciclo de la revolución industrial.
La guerra confederada andina no dejó de connotar estas características de una suerte de guerra civil entre un interior y una exterioridad, aunque ésta forme parte de la propia formación social y económica. La contradicción entre los intereses de una oligarquía costeña y otra oligarquía serrana hablan de ello. En el espacio discursivo e «ideológico» se puede notar también este contraste, cuando los voceros y políticos costeños calificaban a Andrés de Santa Cruz como «serrano», queriendo usar este término despectivamente; incluso se lo calificó de «guanaco de los Andes».  Ahora bien, los actores involucrados no tienen que ser plenamente conscientes de estas contradicciones; empero, basta que sus acciones y perspectivas se involucren en una proyección distinta a la de subordinación al mercado externo, como para marcar la diferencia; así, como al contrario, adecuando, mas bien, la forma Estado a este requerimiento. Puede pensarse que el proyecto de la Confederación era una reminiscencia del proyecto independista integral de la Gran Colombia; se puede incluso concebirlo como una reminiscencia de  la convocatoria de Tupac Amaru de formar una gran nación desde el Pacífico hasta el Paititi. Como reminiscencia ya no tenía el alcance que contenían los proyectos de la Patria Grande; sin embargo, era, esta proyección disminuida, una actualización, en menor escala, de aquellos.
La derrota del ejército confederado era una derrota más del interior contra la costa, de la interiorización contra la externalización, de los proyectos endógenos contra los proyectos exógenos. Se puede decir también que la derrota de la Confederación anticipa la derrota de Bolivia y Perú en la guerra del Pacífico, aunque esta guerra es de otra índole.  Ya no se trataba de una guerra entre un interior y la externalización, entre unos proyectos endógenos y otros proyectos exógenos, pues claramente los tres países optaron por la externalización, por el proyecto exógeno, por el modelo extractivista de sus economías. La guerra del Pacífico fue una guerra de tres proyectos de externalización, fue una guerra por el excedente para externalizarlo. Cuando decimos que la derrota de la Confederación anticipa la derrota de la guerra del Pacífico, decimos también que, la burguesía chilena fue más eficaz con la conformación y consolidación de este modelo, procurando una modernización institucional, administrativa, educativa, militar, adecuada a los tiempos de la revolución industrial. Las oligarquías peruana y boliviana se adormecieron con la externalización de sus excedentes, que los tenían en más que en lo que respecta a Chile, se adormecieron con una suerte de sobrevaloración de sus capacidades, que, viendo los desenlaces, resultaron hartamente obsoletas, dadas las circunstancias y los cambios habidos durante el siglo XIX.
Zavaleta anota otro tópico en el análisis del desenlace de la querella por el excedente. Este es el de la vinculación con el espacio. Considera un vinculo con el espacio en las civilizaciones andinas, pre-coloniales, distinta al vinculo dado en las repúblicas. Mientras las civilizaciones andinas emergían del espacio, nacían del territorio, domesticando plantas, arrancando a la tierra una fertilidad difícil, mediante tecnologías agrícolas innovadoras y la organización colectiva. Las repúblicas producirán el espacio, por así decirlo, conformaban un espacio adecuado al mercado internacional; sin embargo, no todas lograron controlar su propio espacio.
Zavaleta escribe:
Los espíritus del Estado en Bolivia no veían los hechos del espacio sino como una dimensión gamonal. Lo característico era la forma gamonal del Estado .           
Refiriéndose al espacio andino dice:
La agricultura andina, que no en balde es el acontecimiento civilizatorio más importante que ha ocurrido en este lugar y en América Latina entera, y después Potosí o sea Charcas, se organizan y se identifican en torno a este discurso territorial… El Atacama, por lo demás, era de un modo arquetípico una tierra apropiada, incorporada al razonamiento ecológico de esta instancia de los andinos de tal manera que no es cualquier costa apta para el comercio moderno lo que podía ocasionar semejante sentimiento gregario de desagregación .
Este vínculo ancestral con el espacio se quebró o se redujo a su mínima expresión; ya no es el espacio articulado por las complementariedades, ya no es el archipiélago andino el que hace de matriz territorial reproductiva a la sociedad organizada en comunidades, ayllus, sino es otro espacio o espacialidad el que hace de referente de los flujos y desplazamientos, un espacio mercantil cuya gravitación radica en los núcleos de externalización de los recursos naturales. Es con relación a este otro referente espacial que hay que entender lo que pasó; por qué no reaccionó la sociedad boliviana ante semejante pérdida.
Zavaleta se pregunta:
Se necesita explicar sin duda por qué la otra Bolivia, la que sí debería ver estas cosas como una adversidad gravísima, tardó tanto en su evaluación. La perplejidad con que vive el cuerpo social una pérdida tan considerable se explica porque la lógica espacial previa, que era en realidad una combinación entre la agricultura andina clásica y el Estado despótico como su culminación natural… se había replegado a lo que será el aspecto de la cristalización u osificación de la historia del país .    
La respuesta que se da es:
Recluido en su coto cerrado de la agricultura y practicando una economía moral de resistencia, conservación e insistencia, el vasto cuerpo popular, aunque se demoraría en tomar consciencia del problema, lo haría después con una intensidad que sólo se explica por la interpelación que tiene el espacio sobre la ideología o interferencia en esta sociedad .  

En torno a La querella del excedente
A propósito del guano, como una de las causas de La guerra del pacífico, Roberto Querejazu Calvo escribe:
Hacía más de un millón de años que tres aves marinas, el guanay, el piquero y el alcatraz, tenían convertidas las costas de esta parte de América del Sur en su inmenso hábitat. Desde él venían incursionando diariamente en el océano para alimentarse hasta la saciedad con la anchoveta y otros peces pequeños arrastrados en proporciones fabulosas por la corriente Humboldt. La defecación de las tres pescadoras en sus lugares de descanso fue cubriendo los promontorios, islas e islotes de ese borde continental con una capa de estiércol de varios metros de altura (hasta 30 en las islas Chincha) y con un peso de millones de toneladas .
Lo que viene después de la revolución industrial es una gran demanda de alimentación debido a la migración a las ciudades y el crecimiento demográfico. Esta situación exigió un incremento de la producción agrícola; para tal efecto era menester fertilizar los suelos. El guano era uno de los mejores fertilizantes conocidos. El valor comercial del guano, su demanda mundial, convirtió el despreciado desierto de Atacama en un territorio estratégico y codiciado. Bajo estos condicionamientos del ciclo del capitalismo, bajo hegemonía británica, devino la querella por el excedente entre tres países periféricos del sistema-mundo, Bolivia, Chile y Perú.
Querejazu dice que era indudable que Chile reconocía que el litoral de Atacama pertenecía a Bolivia, heredera del territorio de la Audiencia de Charcas. No hizo ninguna reclamación por los actos de soberanía que ejercieron en dicho territorio los gobiernos bolivianos: fundación y funcionamiento del puerto de Cobija, visita del presidente Andrés de Santa Cruz, establecimiento de autoridades políticas y aduaneras, otorgamiento de concesiones mineras y salitreras .
Sin embargo, el 31 de octubre de 1842, el Congreso chileno dictó una ley declarando que eran propiedad de la nación «la guaneras de Coquimbo, del desierto de Atacama y de las islas adyacentes. Coquimbo era suelo chileno, pero Atacama y sus islas pertenecían a Bolivia. Al año siguiente, otra disposición legislativa declaró chilena la «provincia de Atacama» .
Los incidentes siguen y se suman:
La barca Rumena, la goleta Janequeo y la fragata Chile cargaron guano de covaderas bolivianas. El 20 de agosto de 1857, una expedición militar de la corbeta Esmeralda ocupó la bahía y la península de Mejillones, ampliando la frontera chilena hasta el paralelo 23 . En 1863, el gobierno boliviano busca una alianza secreta con el Perú. En el Congreso Extraordinario reunido en Oruro se plantea la posibilidad de declarar la guerra a Chile si es que no obtenía la devolución de Mejillones . Perú no asume, en ese entonces, la alianza con Bolivia; quedando la opción de la protesta por la incursión militar en su territorio. Bolivia rompe relaciones diplomáticas con Chile.
En 1864 se produce una confraternización americana en contra de España, debido a un incidente que ocurre en la hacienda peruana de Talambo. Un conflicto de agricultores vascos con sus patrones, con la sucesiva represión seguida, ocasionó que el gobierno de España ordenará a la división de marina, que se encontraba por aguas del Pacífico, tomase posesión de las islas Chincha, reivindicando suelo ibero, demandando a Lima indemnización para las familias vascongadas. En ciudades de Chile se dieron lugar manifestaciones contra esta ocupación de España de suelo americano; se ultrajó la bandera española. España exigió explicaciones y reparación moral y pública. Ante la negativa de Santiago de hacerlo, España declaró la guerra a Chile. En estas circunstancias los países andinos y del Pacífico de Sud América entraron nuevamente en guerra con España. Concretamente Perú y Ecuador apoyaron a Chile, el gobierno de Mariano Melgarejo confraternizó con La Moneda, llegando posteriormente a concesiones y acuerdos, altamente dadivosos, sobre el conflicto limítrofe con Chile.
El Tratado de Amistad y Límites lo firmó don Juan Ramón Muñoz Cabrera, Ministro Plenipotenciario de Bolivia en Chile, con el canciller  Álvaro Covarruvias, en Santiago, el 10 de agosto de 1866. Dispuso que el paralelo 24 fuera la línea de separación de las soberanías de Bolivia y Chile. Que no obstante ello, ambas naciones, se repartían por igual el producto de la venta del guano y las rentas fiscales de los minerales existentes entre el grado 23 y 25. Que serían libres de todo derecho de importación los productos naturales de Chile que se introdujesen por el puerto de Mejillones .

El problema es el excedente
Cuando decimos que el problema es el excedente decimos muchas cosas. ¿Cuándo los recursos naturales se convierten en el excedente? Cuando el capitalismo convierte en renta los recursos naturales, cuando son valorados  como mercancías en el modo de producción capitalista. Forman parte de las condiciones iniciales para el proceso productivo. El guano, el salitre, el cobre, la plata, los minerales, los hidrocarburos, se convirtieron en mercancías ante la demanda de materias primas de la revolución industrial. Esta contextura mundial condiciona la adecuación de los nacientes estados independientes. Tempranamente consideraron que su sobrevivencia y desarrollo estaba íntimamente vinculada a la perspectiva de esa demanda, a la que deben satisfacer. Estos estados se constituyeron sobre la base de la explotación de los recursos naturales mercantilizables, en su momento; son estados estructurados para disponer del excedente y transferirlo al mercado internacional. Entonces el control del excedente va a ser tarea prioritaria de sus administraciones, sobre todo del Estado más consciente de los cambios de época. De los tres estados involucrados en la guerra del Pacífico, era indudablemente Chile el Estado que mejor se adecuó a la demanda del ciclo del capitalismo de la revolución industrial; no Bolivia ni Perú, que todavía se batían en el umbral de las épocas, la que abandonaban y a la que ingresaban. Pero los tres países, de todas maneras, se encontraban condicionados por las exigencias del excedente, es decir, de la renta que genera el excedente; por lo tanto, se encontraban afectados por la «ideología» moderna del excedente. Los tres estados van a ser obligados a la pugna por el excedente, respondiendo a la demanda del modo de producción capitalista mundial. Los tres países entran en guerra por el control de las riquezas del desierto de Atacama y del desierto de Tarapacá, para satisfacer la demanda de la revolución industrial. Los tres países consideraron que peleaban por ellos; sin embargo, en términos efectivos, terminaron peleando por otros, por los centros del sistema-mundo capitalista que aprovecharían los recursos naturales exportados. Ciertamente, el vencedor de la guerra se va a beneficiar con sus conquistas;  empero, el mayor beneficiario es el capital británico, hegemónico en el ciclo del capitalismo de la revolución industrial.
Fueron el guano, el salitre y la plata de caracoles la cuestión de la querella del excedente. El guano y el salitre eran los fertilizantes que necesitaba la revolución agrícola empujada por la revolución industrial. La plata seguía siendo cotizada por la demanda de los circuitos monetarios.
El término guano  viene del quechua wanu; proviene de la acumulación masiva de excrementos de animales; en el caso del pacífico, se debe a la acumulación de las heces de aves marinas. Para su formación se requieren climas  áridos. Es utilizado como un fertilizante  efectivo debido a sus altos niveles de nitrógeno y fósforo. El guano se recolecta de varias islas  e islotes del océano Pacífico, también de parte de la costa, como la de Mejillones. Estas islas han sido el hogar de colonias de aves marinas por siglos; el guano acumulado tiene muchos metros de profundidad. Desde el año 1845 comenzó a explotarse, y por sus propiedades como fertilizante; era importado por países como Gran Bretaña y Estados Unidos.  
El salitre también es utilizado como fertilizante. El salitre se convierte en una mercancía apreciada a mediados del siglo XIX. Perdió importancia económica a partir del desarrollo y producción del salitre sintético. Había como un control nominal del Estado peruano y del Estado boliviano desde la década de 1830 hasta la finalización de la guerra del Pacífico. Después de la culminación de la guerra prácticamente Chile quedó con el control de la mayor parte del salitre; este control se dio desde 1884 hasta la caída del mercado del salitre (1920). La explotación del salitre, si bien en el caso de Bolivia y Perú quedaba bajo administración estatal, fueron empresas privadas las que efectivamente la explotaban, particularmente empresas chilenas, con apoyo de capital británico. El Estado peruano nacionalizó las empresas salitreras, quedando en manos del Estado peruano desde 1870. En lo que corresponde a la administración chilena de este recurso, la misma estuvo en manos de empresas privadas, conformadas por capitales ingleses, en su mayoría, y en menor proporción, alemanes y estadounidenses. En lo que respecta al salitre del antiguo litoral boliviano, la explotación de este recurso siempre estuvo en manos de capitales británico-chilenos.
El descubrimiento de yacimientos de plata en Caracoles el 25 de marzo de 1870 causó alboroto en Valparaíso y Santiago. Al poco tiempo se convirtió en un gran campamento, que fue creciendo con el trajín de su explotación. Roberto Querejazu Calvo escribe, en La guerra del Pacífico, a propósito lo siguiente:
La riqueza de Caracoles agravó las dificultades con las que estaba tropezando el cumplimiento del tratado de 1866. La «partición del pan» entre los supuestos hermanos no se venía realizando a gusto de los interesados. El manejo de la aduana de Mejillones era desordenado y Chile no recibía su parte en los impuestos a los minerales exportados. El gobierno se Santiago reclamó también una mitad del rendimiento fiscal de las minas de Caracoles alegando que se encontraban dentro del territorio sujeto a partición de frutos, es decir, al sur, del paralelo 23. En Bolivia se sostuvo que no era exacto, que su ubicación era el norte de esta línea geográfica y, por lo tanto, en suelo no comprendido en las estipulaciones del pacto del 66 .
Se dice que este es el excedente por el que se desencadenó la guerra del Pacífico; el guano, el salitre y la plata fueron los recursos de la discordia y de la opción extrema de la guerra. Fue más tarde que se descubrieron los inmensos yacimientos de cobre de la mina de Chuquicamata; la principal materia de exportación de Chile por muchos años; sostén de la economía chilena y sostén también del constante rearme del ejército chileno. El 10% de esta riqueza mineral va destinada a la transformación tecnológica militar y equipamiento del ejército y la armada. No está demás decir que Chuquicamata se encuentra en lo que fue territorio boliviano. La mina está ubicada a 15 kilómetros al norte de Calama y a 245 kilómetros de Antofagasta.  En la mina de Chuquicamata  se explota oro y cobre  a cielo abierto; es considerada la más grande del mundo en su tipo y es la mayor en producción de cobre de Chile. Bueno pues, se dice que este es el excedente que es causa y motivo de la guerra del Pacífico; pero, una guerra no se desata por la mera existencia de yacimientos de recursos naturales, sino por el decurso conflictivo que adquieren las estructuras de relaciones que se inscriben en torno a estos recursos.
Fueron las empresas privadas que explotaban el salitre las que entraron en conflicto con el Estado boliviano, fueron los accionistas de estas empresas, entre los que se encontraban altos personeros del gobierno de Chile, además de británicos, los que querían resolver el conflicto a favor de las empresas privadas, protegiéndolas. Por último, el inmoderado interés por controlar estos recursos naturales llevó a la convicción de que no había otra salida que apoderarse del desierto de Atacama. La preparación para la guerra comenzó cuatro décadas antes de que ésta se desencadenara. El Estado-nación de Chile, instrumento orgánico y político de la burguesía naciente, intermediaria entre el capital británico y el capital subalterno nacional, tenía varios frentes en sus distintas fronteras. La guerra contra los indígenas no había concluido, el conflicto de límites con Argentina se podía convertir de amenaza en una guerra, el conflicto de límites con Bolivia había sido aparente zanjado con los tratados, empero subsistía el problema del control sobre los recursos. Perú había optado por la nacionalización de las empresas, lo que clausuraba, por lo menos momentáneamente, la posibilidad del desarrollo empresarial, de los capitales británicos y chilenos. Una burguesía naciente y pujante, en estas condiciones de subalternidad, encerrada en las tensiones generadas por los conflictos fronterizos, tenía que encontrar una salida a su necesaria expansión. Optó por los frentes más débiles; prefirió no enfrentarse con Argentina, mas bien llegar a un arreglo con el gobierno bonaerense; entonces atacó a los indígenas y tomó los puertos bolivianos. Esta decisión desencadenó también la guerra con el Perú, no sólo por el tratado secreto de alianza de defensa entre Bolivia y Perú, sino porque ésta era la orientación de la estrategia expansionista de mediana intensidad. De lo que se trataba era dejar en claro el dominio de una de las tres burguesías; para lograr ser un dominio económico debería lograr ser también un dominio militar.
Zavaleta escribe a propósito:
Es posible escribir, en efecto, que Chile se preparó para vencer y, en cambio, es como si Perú y Bolivia se hubieran preparado para ser vencidos pero, como no se quiera encontrar en ello fórmulas de explicación genéticas o socialdarwinistas (porque nadie tiene en sí el anhelo de su perdición, al menos de una manera organizada), el hecho es que, sí Chile se preparó, es porque podía hacerlo. O sea que, si podía iniciar una acción diplomática coherente treinta o cuarenta años antes de que ocurriera su remate inevitable, por ejemplo, es porque tenía paz política. Si tenía paz política, empero, era porque la ecuación o el optimo social era superior a la de sus rivales que, en cambio, no podían formular una política estatal .
Sin embargo, no hay que olvidar que los tres estados comparten una analogía histórica constitutiva, no dejaron de ser coloniales. Zavaleta dice:
El empecinamiento común con que jugaron su vida entera al excedente y al colapso compartido en cuanto a la conversión del excedente en autodeterminación, aparte de algunos aspectos muy elocuentes como la importancia de la visión señorial, dejan ver que se trata de países con no pocas semejanzas, lo cual quizás se refiere a cierto carácter que podríamos llamar «peruano»  de su colonización .
Nadie puede decir que alguno de los tres estados era democrático, en el sentido de la autodeterminación, de la que habla Zavaleta; es decir, en el sentido de la participación social. No lo eran; eran mas bien un simulacro de república, en todo caso, estados que seguían guerreando, a su manera, contra los pueblos indígenas. Eran pues la continuidad colonial en forma de república. Los tres disputaron un excedente ya conquistado por los españoles. Ninguno se acordó, antes de ir a la guerra, de sus pueblos indígenas, salvo Chile, que decidió resolver el problema a sangre y fuego, antes de ir a la guerra. El coronel peruano Andrés Avelino Cáceres tuvo que recurrir a la resistencia indígena para desplegar su guerra de guerrillas. Esta hubiera sido la mejor estrategia para afrontar la guerra; ir a la guerra con los únicos que tenían consciencia territorial del archipiélago andino, de la complementariedad de los pisos ecológicos, donde tanto la puma y el desierto de Atacama jugaban un papel en esta articulación complementaria y transversal biótica. Empero, las oligarquías boliviana y peruana estaban muy lejos de hacerlo y de tener consciencia histórica de lo que se requería hacer. Los tres países asistieron a la guerra con lo que tenían como disponibilidad estatal. En esto Chile llevaba la mejor parte, pues su Estado tenía mayor capacidad de movilización, incluso de convocatoria a la guerra, a pesar de que el proletariado chileno manifestó su descontento cuando estalló la misma. Sin embargo, el tema no es tanto explicarse por qué gano Chile esta guerra y por qué la perdieron Bolivia y Perú, sino comprender el significado histórico y político de esta guerra, que incluso podemos llamarla fratricida.
Habíamos dicho que la guerra del Pacífico es antecedida por la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana; que en esta guerra se dio el enfrentamiento entre las oligarquías de la costa contra las oligarquías de la sierra, que era como las guerras de la capital portuaria contra las provincias del interior. Ahora bien, Chile es un país costeño, se extiende a lo largo de la costa del Pacífico, desde el Estrecho de Magallanes hasta el desierto de Atacama, primero, y hasta el desierto de Tarapacá, después. La mayoría de sus ciudades se encuentran cara al mar; se trata de un país esencialmente marítimo, aunque hay ciudades que pueden considerarse del interior, tierra adentro, hacia la cordillera de los Andes, además de contar con una población importante indígena, principalmente mapuche, antes de la guerra; también aymara y quechua, después de la guerra. Entonces, podemos usar una hipótesis interpretativa, que considera que la guerra se da entre un país básicamente costeño y dos países, que aunque contaban con costa, donde es gravitante su geografía política interior, con lo que implica la connotación de la geografía humana, la geografía cultural y la geografía social. Chile enfrentaba a dos países cuyos estados no habían resuelto la articulación armónica y dinámica entre el interior y la costa; dos países que no habían asumido su abigarramiento como disponibilidad, sino como dispersión y desconocimiento. En cambio Chile había ignorado taxativamente a los indígenas, había descartado una opción endógena. Toda su economía estaba enfocada al mercado externo. No ocurría algo distinto con los otros dos países; empero, contaban con otras «realidades», otras economías; unas promovidas por el Estado, como la economía gamonal, así también las relaciones casi serviles de los trabajadores de las minas; otras, en cambio, desconocidas por el Estado, como la economía comunitaria, conservada y preservada por los pueblos indígenas en los Andes. Chile fue a la guerra con la determinación resuelta de ganar porque se sentía formar parte de la economía mundial y la ilusión de Estado moderno, en tanto que Bolivia y Perú habían perdido su última ilusión con la derrota de la Confederación, dejando atrás, muy atrás, la ilusión del Tawantinsuyu. Contaban con las nostalgias señoriales coloniales y la representación apoteósica del entorno potosino, aunque en términos efectivos la economía extractivista se encontraba enfocada al mercado internacional, reforzando las relaciones gamonales en la economía de las haciendas, así como las relaciones casi serviles con los trabajadores mineros.
           
Balance de la guerra del Pacífico
Para Bolivia, Chile y Perú, cuando se habla de la guerra del Pacifico, la referencia es la guerra que se desata a fines del siglo XIX, al noreste de Chile, al sur de Perú y al sudoeste de Bolivia. Guerra naval y del desierto de Atacama, guerra nombrada como la del guano y del salitre, también puede ser considerada como la guerra del cobre, aunque este yacimiento fuera descubierto después, por la importancia de la mina de cobre de Chuquicamata, que se encuentra en lo que fueron territorios bolivianos, antes de firmado el Tratado de 1904. René Zavaleta Mercado habla de La querella del excedente. Todos estos nombres nos hablan de los factores intervinientes como «causas» de la guerra mencionada. La expansión al norte, de lo que fue la Capitanía de Chile, parece tener que ver con la consolidación de un Estado-nación, después de la independencia, cuya geografía política cuenta con dos largas fronteras naturales, al oeste, el océano Pacífico, al este, la cordillera de los Andes. Un Estado-nación subalterno, cohesionado por una burguesía sólida, en el sentido de contar con una estrategia de acumulación originaria mediante la expansión, despojamiento y desposesión de mediana intensidad. Una burguesía nativa vinculada al capital británico, hegemónico en los tiempos del ciclo del capitalismo de ese entonces. Cómo dice René Zavaleta, Chile contaba con un Estado moderno, un ejército y armada modernos, en tanto que Bolivia y Perú no dejaban de resolver problemas de su incipiente modernización, combinada con ambiguas herencias gamonales y latifundistas, a la usanza colonial. La ocupación del sudoeste boliviano, que colinda con el Pacífico, fue primero económica y poblacional, después militar; esto aconteció en la medida que fue subiendo el tono del conflicto limítrofe y económico.
Según Zavaleta, los dados estaban echados cuando estalló el conflicto. Las ventajas las llevaba el ejército y la armada moderna de Chile. Bolivia se retiró pronto de la guerra, Perú continuo combatiendo sólo. El territorio del sudoeste boliviano fue ocupado militarmente, también territorios del sud de Perú. El ejército chileno desembarco en las playas cerca de Lima, ocupó la capital y desplazó su ejército hacia la sierra, donde se enfrentó a una guerra de guerrillas indígena y popular. Con estos desenlaces los estados de Bolivia y Perú entraron en crisis, sus gobiernos fueron cuestionados. Empero, dados los hechos, los gobiernos que sucedieron a los primeros síntomas de la crisis política firmaron tratados de paz.  En 1904 el gobierno liberal de Bolivia firmó el tratado que lleva el nombre de ese año, donde Bolivia  renunciaba a la soberanía de los territorios perdidos en la guerra, y, en compensación, se le entregaba un monto dinerario para la construcción del ferrocarril La Paz-Arica, contando en el puerto de Arica, además de otros puertos,  con libre tránsito, garantías y condiciones que favorecieran el traslado de bienes y el embarque de los mismos a los mercados internacionales.
Lo ocurrido en la antesala de la guerra, durante la guerra y después de la misma, no deja de ser insólito, sobre todo por las formas de sucesión de hechos que no dejan de ser dramáticos. La firma del tratado de límites por parte del presidente Mariano Melgarejo, la presencia de empresas chilenas de explotación del guano y del salitre, las amplísimas libertades y sin ningún control con que gozaban, la reacción tardía del gobierno boliviano al crear el impuesto de los diez centavos por quintal de salitre exportado,  la reacción beligerante y militar del gobierno de Chile, la ocupación de los puertos, principalmente de Antofagasta. Después vino la declaración de guerra del Estado de Bolivia, acompañada por la declaración de guerra del Perú. El desarrollo de los acontecimientos de la guerra muestra lo mal preparado que estaban los ejércitos boliviano y peruano, así como la armada de Perú, a pesar de los actos de heroísmo y las primeras victorias navales.
El balance de lo ocurrido, nos muestra un desarraigado comportamiento político de la casta gobernante liberal boliviana; no se puede considerar de otra manera, estamos ante una alarmante muestra de desapego respecto de los territorios perdidos. En contraste, tenemos de la misma casta gobernante, el apego compulsivo a garantizar la salida de los minerales al mercado internacional. La salida entonces fue «económica» y no «patriótica». Se entregaron los territorios colindantes al Pacífico a cambio de garantizar la exportación de minerales. Diga lo que se diga, se busque justificar o no, matizando lo ocurrido por las condiciones de debilidad y vulnerabilidad de Bolivia, además de encontrarse sometida a la amenaza de una posible nueva invasión, lo cierto es que ese tratado fue una entrega de los territorios. Una más después de la pérdida del Acre. No deja de sorprender la actitud de la burguesía minera boliviana y de los latifundistas que la acompañaban, así como no se puede explicar el retorno de Hilarión Daza con el ejército, que iba en camino para reforzar las posiciones de las guarniciones confederadas que defendían en el Alto de la Alianza, renunciando a la batalla, abandonando a las tropas aliadas, bolivianas y peruanas, que enfrentaban al ejército de Chile. ¿Estos son síntomas alarmantes de una ausencia catastrófica de voluntad de defensa? ¿Síntomas de una desmoralización profunda antes de la derrota militar y la entrega indigna de los territorios? ¿Es qué no había otra salida? ¿Estaba Bolivia entre la espada y la pared, como pretende cierta interpretación de la diplomacia boliviana? ¿Hemos llegado al punto trágico desde donde se juzga que un país que no sabe defender lo suyo no merece existir?
Es terrible preguntarse de este modo, empero es importante llevar las cuestionantes al extremo para poder posesionar una perspectiva de análisis, que salga de la reiteración del mea culpa y de las muestras patéticas de chauvinismo. Al contrario de lo que aparenta mostrar una historiografía tradicional, así como una política demagógica, se trata de plantearse seriamente la defensa de lo que nos queda, además de buscar recuperar lo perdido. Después de las derrotas bélicas y las pérdidas territoriales, sobre todo de las guerras del Acre, del Pacífico y del Chaco, se debería haber aprendido las lecciones de tan crudísimas experiencias. La defensa territorial y de la soberanía no está exenta, de ninguna manera, de la necesidad de transformaciones profundas de las estructuras sociales y estatales. No se trata ya sólo de modernización, como se hablaba durante el siglo XX, sino de las posibilidades de una movilización general, del pueblo armado, que sólo se puede dar por autodeterminación, es decir democratización profunda, que no puede ser otra cosa que participativa. Se trata de un ejército popular capaz de disuasión, organizado y pertrechado para la defensa, de un pueblo que se autogobierna, auto-determina; es decir, de un pueblo emancipado. Ahora bien, esto sólo puede ocurrir si se libera la potencia social, si se acaba con la constante limitación y subsunción a las estructuras de poder, que no dejan de ser estructuras limitadas a intereses mezquinos, de casta, de clase, incluso prebéndales y clientelares. En varios ensayos pertinentes Zavaleta nos mostró elocuentemente la relación entre disponibilidad de fuerzas y revolución, entre esta relación emergente y la defensa, la capacidad bélica. El ejemplo que utilizó fue las experiencias de las revoluciones socialistas, la de la URSS, la de la República popular de China y, sobre todo, la de la revolución cubana .
Sobre la base de estructuras coloniales heredadas, sobre la base de estructuras de intermediación de un Estado-nación subalterno, carcomido por relaciones corrosivas y des-cohesionadoras, manejado por burguesías sin proyecto o por castas políticas cuyo propósito se contenta con la estridencia de la demagogia y la folklorización de supuestos cambios, no hay condiciones de posibilidad, no hay materia, para construir la defensa de los territorios y de la soberanía, sobre todo la soberanía sobre los recursos naturales. En contraste, acudiendo a otra forma de defensa, la dada en los Estado-nación consolidados, ciertamente la defensa puede ser convencional, puede organizarse sobre la base de la disciplina, de la institucionalidad, que requieren de una administración adecuada, de una normativa que se cumple, en el marco de de una modernización correlativa a lo que ocurre en el mundo bajo la hegemonía capitalista. Para que se dé esto no se requiere obviamente, sacrificio y gasto heroico, como ocurre con la prolongación de la revolución . En este caso, parece que la condición de posibilidad para el control territorial, la defensa y la capacidad bélica del Estado, por lo menos en lo que respecta a los entornos fronterizos, con pretensiones de expansión de mediana intensidad, es la combinación de una cierta hegemonía local de la burguesía nativa, la construcción de instituciones que se parapetan en estructuras consolidadas, en prácticas que se apegan a estas estructuras, que no se disocian de las mismas, respondiendo más bien a otras estrategias no institucionales. Sobre todo cuando se trata del ejército, esta fuerza armada responde más a un proyecto fronterizo o transfronterizo, no así más a la represión interna, defendiendo latifundios, aunque esto no deje de ocurrir.
Un ejército moderno es como una máquina; todo sus dispositivos, todos sus engranajes, toda su composición, sus divisiones, están ligadas a la estrategia de guerra. El manejo de los cuerpos, de su dinámicas, de sus partes componentes, conforman una mecánica de guerra no sólo articulada y disciplinada, sino adecuada a la tecnología militar. Cuanto más avanzada es la tecnología militar más se requiere adecuar los cuerpos a los requerimientos de esta tecnología. Ahora bien, una maquina de guerra es destructiva, para lograr sus objetivos devastadores requiere de la coordinación de sus partes y de sus desplazamientos. Las improvisaciones suelen ser fatales. Para mantener el ritmo de los desplazamientos se requiere también de toda una logística de aprovisionamiento, de sostenimiento y de atención. Por otra parte, la comunicación se ha ido convirtiendo en las contiendas en un medio cada vez más indispensable y gravitante, sobre todo cuando se trata de la rapidez y claridad lograda. No siempre se alcanza cumplir con el modelo, empero se trata de acercarse a éste. Era más difícil lograrlo antes; empero, en la medida que ha ido avanzando la organización, la tecnología, las comunicaciones y la información, se hizo más fácil acercarse a los modelos de funcionamientos militares ideados.
No era de esperar que a finales del siglo XIX los ejércitos enfrentados en la guerra del Pacífico sean un modelo concluido; sin embargo, había diferencias notorias entre el ejército chileno y los ejércitos de Bolivia y Perú. En el primer caso, estamos ante un ejército que se preparó para la guerra; en el segundo caso, estamos ante ejércitos más enfocados a mantener el orden interno, la disuasión interna. La experiencia de las grandes campañas quedó en la memoria  de la guerra de la independencia, en la guerra de la Confederación Perú-Boliviana con Chile y otras batallas, como las de Ingavi, donde el ejército boliviano, dirigido por Ballivian, venció al ejército peruano. Las formas de la guerra moderna correspondientes a finales del siglo XIX no parecen formar parte del funcionamiento de estos ejércitos. Si bien se puede decir algo parecido del ejército chileno, apreciando matices y diferencias, el equipamiento más moderno, exigió modificaciones en su organización, estrategia y tácticas. Por otra parte, si hacemos caso al análisis de Zavaleta,  el Estado de Chile mantuvo una guerra fronteriza con los pueblos indígenas, que no solamente lo obligó a ser un estado fortaleza, como en los otros casos, sino que construyó un Estado como en constante guerra en sus fronteras.
Cuando estalló la guerra del Pacífico la misma encontró a dos ejércitos vulnerables y no preparos, sorprendiéndolos en todo el frente, en todo el campo de maniobras, por un lado,  y a un ejército que se había preparado para la guerra, que había desplazado el frente a su antojo, consolidándose en el terreno a medida que avanzaban los acontecimientos. El ejército boliviano se desmoronó rápidamente, el ejército peruano resintió, fue retrocediendo, hasta que se llevó la guerra a la misma Lima, donde el desenlace fue sorprendentemente desfavorable para el Perú. Empero, la guerra no concluyó aquí, siguió en la sierra,  con la estrategia de la guerra de guerrillas. En este cambio de escenario el ejército peruano tuvo victorias importantes. Hay que anotar, que esto se debió al cambio de estrategia, también al cambio de escenario y terreno, pero, sobre todo, a la vinculación con la población nativa, a la convocatoria indígena. Sin embargo, esta forma de guerra, que podía prosperar y desgastar al ejército chileno no contó con el apoyo de Lima, que prefirió firmar la paz con los vencedores.
          
Cronología de los eventos
La llamada guerra del Pacífico, conocida también como guerra del guano y salitre, se desencadenó entre 1879 y 1883. En esta guerra, anticipada por la guerra naval, que concurrió en el desierto de Atacama, se extendió al desierto de Tarapacá,  se propagó a Lima y se adentró al interior del territorio peruano, en la sierra, se enfrentaron tres países andinos y costeños; Chile contra las Bolivia y Perú. El Congreso de Bolivia, el año 1878, se dio a la tarea del análisis del acuerdo celebrado por el gobierno con Chile en 1873. La interpretación boliviana del contrato firmado con la Compañía de Salitres de Antofagasta no estaba vigente, pues los contratos sobre recursos naturales debían aprobarse por el Congreso. El 14 de febrero de 1878 esta interpretación fue ratificada por la Asamblea Nacional Constituyente  mediante una ley; la misma establecía el reconocimiento del acuerdo con la condición de que se pagara un impuesto de 10 centavos por quintal de salitre exportado por dicha empresa.
De manera expresa la Ley de 14 de febrero de 1878 dispone que:
Se aprueba la transacción celebrada por el ejecutivo en 27 de noviembre de 1873 con el apoderado de la Compañía Anónima de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta a condición de hacer efectivo, como mínimo, un impuesto de diez centavos en quintal de salitre exportado.

 Otra era la interpretación de Santiago, para el gobierno de Chile el cobro del impuesto de 10 centavos sobre quintal exportado violaba el artículo IV del Tratado de límites de 1874. La Compañía Anónima de Salitre y Ferrocarriles de Antofagasta se opuso al cobro del impuesto, recurriendo al gobierno de Chile en su defensa. Se suscitó primero una contienda diplomática.
En los siguientes meses, se mantuvo en suspenso la aplicación de la ley en tanto se evaluaban las objeciones presentadas por La Moneda. La correspondencia entre las cancillerías se hizo intensa; el 8 de noviembre, el canciller chileno, Alejandro Fierro, envió una nota al canciller boliviano,  Martín Lanza, señalando que el Tratado de 1874 podría declararse nulo si se insistía en cobrar el impuesto, retomando Chile sus reclamos anteriores a 1866. En respuesta, el gobierno de Bolivia, el 17 de noviembre, ordenó al prefecto del departamento de Cobija que aplicara la ley del impuesto con el objeto de iniciar las obras de reconstrucción de Antofagasta, que había sufrido los percances de un terremoto. El Protocolo de 1875 contemplaba el arbitraje como medio de resolución del conflicto; si bien, las partes en controversia estaban de acuerdo con el mismo, el arbitraje no se llevó a cabo. La situación se hizo tensa; por un lado, el gobierno de Chile exigía que se suspendiera la aplicación de ley hasta conocer la decisión del arbitraje; por otro lado, el gobierno de Bolivia exigía que el blindado Blanco Encalada y los buques que le acompañaban se retiraran de la bahía de Antofagasta. A continuación, el gobierno de Bolivia rescindió el contrato con la Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta el 6 de febrero. El prefecto de Cobija, Severino Zapata, ordenó rematar los bienes de la compañía para cobrar los impuestos generados desde febrero de 1878.
En Santiago se recibió un telegrama del norte, conteniendo textualmente un mensaje del ministro plenipotenciario de Bolivia: «Anulación de la ley de febrero, reivindicación de las salitreras de la compañía». Este telegrama precipitó la decisión del presidente de Chile, Aníbal Pinto, de ordenar la ocupación de Antofagasta. Este desembarco y ocupación se efectuó el 14 de febrero de 1879, tomando las tropas chilenas territorio boliviano hasta el paralelo 23. El día del remate, el 14 de febrero, tres naves chilenas arribaron a Antofagasta, Mejillones, Cobija y Caracoles reivindicándose estos puertos y territorios colindantes. Tomando en cuenta la gravedad de estos sucesos, el 16 de febrero, llegó a Lima el ministro boliviano Serapio Reyes, planteando al gobierno de Lima el cumplimiento del tratado de alianza defensiva de 1873. Los dados estaban echados, los sucesos se precipitaban encaminándose al conflicto bélico;  el 27 de febrero, el presidente de Bolivia, Hilarión Daza decretó el estado de sitio  en Bolivia.
Recurriendo a las fuentes de los archivos de la Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta, se puede cotejar, hasta cierto punto, que, aparentemente, en Chile todavía había una cierta incertidumbre en comprometerse en la guerra nada menos que para salvar a la compañía en cuestión, a pesar de que muchos políticos y ministros importantes eran accionistas notorios de la compañía. Sin embargo, al parecer, la decisión sería otra en el caso de que se remataran efectivamente las empresas salitreras. Hecho que, de ocurrir, de acuerdo a la interpretación de La Moneda,  equivaldría una violación efectiva del tratado. Tomando en cuenta este marco, todo estos eventos, los datos y las fuentes, sobre todo las interpretaciones encontradas, parece amortiguarse un poco la determinación de ir a la conflagración; empero, teniendo en cuenta el contexto general y la preparación misma para la guerra durante las cuatro décadas anteriores, nos muestra la incertidumbre del momento, no la indeterminación.  
Los historiadores peruanos entienden que Perú, país que había suscrito el Tratado de Alianza Defensiva con Bolivia, tratado de carácter secreto, suscrito en 1873, al mismo que Argentina  no se terminó de adherir, a pesar de haberse comprometido, a un principio, trató de convencer al gobierno de Bolivia para comprometerse en un arbitraje con la misión Quiñones, para dirimir el conflicto. Desde el punto de vista legal, esto se hacía posible, atendiendo de que se trataba de un «problema tributario» y no territorial. Dadas las circunstancias riesgosas y al borde del conflicto bélico, el gobierno peruano, encargó a su ministro plenipotenciario José Antonio de Lavalle  la misión de interceder y mediar; el ministro viajó a Santiago, empero la misión encargada se frustró. La disyuntiva peruana era complicada; no era fácil aceptar la fatalidad de la guerra, tampoco la obligatoriedad del cumplimiento del tratado de defensa. Cuando estallaron las hostilidades, el Perú declaró la guerra a Chile.   
Ya en lo que se podría considerar la víspera misma de la guerra, el gobierno de Bolivia, el 1 de marzo, emite un decreto   por el que se corta tanto el comercio, así como la comunicación con Chile. Se ordena la desocupación de los residentes chilenos, el embargo de sus bienes, propiedades e inversiones, desconociendo toda transferencia de intereses chilenos hecha con posterioridad al 8 de noviembre, fecha en la que el gobierno chileno declaró nulo el tratado de 1874. Las tropas de ocupación ya se encontraban en territorio de Antofagasta; lo que quedaba era avanzar al norte; quince días después del mes fatídico, en Chile se da comienzo a los últimos arreglos para invadir los territorios que se encuentran al norte del paralelo 23. Se puede decir, que la primera batalla terrestre de la guerra todavía no declarada, aunque ya prácticamente efectuada, se da el 23 de marzo, cuando se invade la población boliviana de Calama.  Un abrumador contingente de fuerzas invasoras venció a un reducido grupo de civiles bolivianos, que se inmolaron en la defensa, entre los que se encontraba Eduardo Abaroa. Formalmente el 5 de abril de 1879 Chile declaró la guerra a Bolivia y Perú.
Roberto Querejazu Calvo comentando la batalla de Calama escribe:
El cruce de fuego comenzó a las 7 de la mañana. Los atacantes, divididos en dos columnas, avanzaron resueltos a cruzar el río por los puentes Topater y Carvajal, encabezados por unidades de caballería. Los puentes habían sido destruidos una semana antes por orden de Cabrera. Dice el cronista chileno Félix navarra: «Los chilenos que avanzaban muy confiados fueron recibidos por descarga de fusilería por los bolivianos parapetados en la orilla opuesta al Loa. Se encabritaron los caballos, hubo confusión entre los jinetes y se volvió bridas en precipitado repliegue. Los bolivianos, envalentonados con esta retirada, con un valor digno de ser reconocido, abandonaron sus parapetos y tendiendo con tablas un puente provisorio cruzaron el río y persiguieron a nuestros cazadores». Los actores en esta acción eran el Mayor Juan Patiño, el señor Eduardo Abaroa, el oficial Burgos y 8 rifleros .

A pesar de las muestras de heroísmo y coraje, Calama Cayó. No podía sostenerse por más tiempo su defensa frente a todo un ejército bien pertrechado. La defensa de Calama quedó en la memoria; forma parte de la remembranza cívica de las escuelas. Lo que muestra la batalla de Calama es la determinación de un grupo de civiles, aunque contaban con oficiales; estaba ausente la disposición anticipada de un ejército nacional para la defensa.

La guerra naval
En esta guerra del Pacífico, en términos estratégicos, quedaba clara la necesidad evidente de contar con un dominio en el mar; vencer la guerra en el mar parecía una condición indispensable para ganar la guerra terrestre. De alguna manera, se puede decir, que la guerra naval es como la antesala de todos desplazamientos de la guerra terrestre. Sin ser grandes armadas, con lo que contaban para entonces, se enfrentaron las escuadras beligerantes. En la comparación, la ventaja en el arsenal marítimo la llevaba Chile. Sin embargo, las primeras victorias navales fueron para el Perú. La escuadra chilena consistía en las fragatas blindadas gemelas, Cochrane y Blanco Escalada. El resto de la escuadra estaba formada por naves de madera: las corbetas Chacabuco, O’Higgins y Esmeralda, la cañonera Magallanes y la goleta Covadonga. La escuadra peruana estaba conformada por la fragata blindada Independencia  y el monitor Huáscar. Completaban la escuadra peruana los monitores fluviales Atahualpa y Manco Cápac, la corbeta de madera Unión y la cañonera de madera Pilcomayo. En cambio Bolivia contaba con buques de guerra como el Guardacostas Bolívar,  el Guardacostas Mariscal Sucre y las embarcaciones Laura y Antofagasta.
Iquique, puerto peruano, se encontraba bloqueado por parte de la armada chilena. La escuadra zarpó al combate, a desbloquear el puerto. El combate naval de Iquique se dio lugar el 21 de mayo de 1879; en el combate, el monitor Huáscar, al mando del capitán de navío miguel Grau Seminario, hundió a la corbeta chilena Esmeralda, al mando del capitán de fragata Arturo Prat Chacón. El mismo día, la fragata Independencia se enfrentó con la goleta Covadonga, cuyo comandante capitán de corbeta, Carlos Condell de Haza, evadió el combate bordeando la costa; perseguido por la Independencia que, en su afán de espolonear a la Covadonga, hizo que el blindado peruano encallara en Punta Gruesa. Los combates navales de Iquique y Punta Gruesa  le dieron una victoria táctica al Perú: el bloqueo del puerto de Iquique fue levantado y las naves chilenas fueron hundidas o abandonaron el área.
A pesar de la inferioridad numérica, el comandante del Huáscar mantuvo ocupada a toda la escuadra chilena durante un semestre. Es sobresaliente la actuación del Huáscar en la guerra naval; entre su desempeño destacado se puede contar con el primer combate naval de Antofagasta, dado el 26 de mayo de 1879, y con  el segundo combate naval de Antofagasta, dado el 28 de agosto de 1879. Una de sus victorias tajantes fue la captura del vapor Rímac, ocurrida el 23 de julio de 1879. En la captura, Grau no sólo detuvo al buque, sino también al regimiento de caballería Carabineros de Yungay, regimiento que se encontraba a bordo. Esta captura provocó una crisis en el gobierno de Santiago, ocasionando la renuncia del almirante Juan Williams Rebollo. El nuevo nombramiento recayó en el comodoro Galvarino Riveros Cárdenas, encargado de dar caza al Huáscar.
En este teatro de operaciones navales, llegó el combate crucial de la campaña naval, la misma que tuvo lugar en Punta Angamos, el 8 de octubre de 1879. Finalmente el monitor Huáscar, junto con la Unión, que logró escapar, fue capturado por la armada chilena. En el enfrentamiento murió su comandante, Miguel Grau Seminario. El combate naval de Angamos marcó el fin de la campaña naval de la Guerra del Pacífico, quedando Chile con el dominio marítimo.  

La guerra terrestre
El teatro de operaciones terrestre fue también favorable al ejército chileno. Las tropas de ocupación comenzaron sus desplazamientos militares en las provincias de Tarapacá, Tacna y Arica. Teniendo como antecedente lo ocurrido con el desembarco en Antofagasta y la toma de Calama, quedando el dominio de Atacama en manos del ejército chileno, las victorias de Pisagua, Pampa Germania y Dolores, que se dieron a fines de 1879, aseguraron el control sobre el departamento de Tarapacá; después devino la ocupación y el control de Tacna y Arica en 1880. En contraste, la batalla de Tarapacá culminó con una victoria aliada; sin embargo, esta victoria no cambió el curso de la guerra a favor de los aliados. Sorpresivamente el ejército de apoyo que venía de Bolivia, al mando de Hilarión Daza, se retiró de la guerra después de la batalla del Alto de la Alianza.
Mientras se suscitaban estos acontecimientos bélicos, llama la atención el sopor con que se encontraba Lima. Parecía ubicada en otro mundo, alejada del fragor de la guerra, también desarticulada del resto del país. Una excesiva sobrevaloración de su heredad, como metrópoli virreinal, además de sentirse incomprensiblemente invulnerable, seguramente por la evaluación de la distancia de la guerra, minimizó desacertadamente la situación bélica. Para la sorpresa limeña, que abriría los ojos tardíamente, en enero de 1881, desembarcaron las tropas chilenas en una playa cerca a la ciudad; después de vencer al ejército improvisado para la defensa de la capital, en las batallas de San Juan y Miraflores, entraron en la apoteósica y orgullosa Lima. Con el ejército invasor en la misma urbe, la población civil salió desesperada a defenderla, aunque sin lograrlo. Los doce reductos armados rápidamente para la defensa de la ciudad fueron desbaratados por la acción militar del ejército chileno. De las batallas se pasó a los incendios y saqueos en los poblados de Chorrillos y Barranco.
Una vez terminadas las batallas de San Juan y de Miraflores y dejando como desenlace la victoria de Chile en la ocupación de Lima, el coronel peruano Andrés Avelino Cáceres y el capitán José Miguel Pérez, acompañados por otros oficiales tomaron la determinación de continuar la lucha contra el ejército invasor. Se propusieron alcanzar los Andes Centrales, llegar a la sierra,  donde se reorganizaría al ejército  con el objeto de ofrecer resistencia al ejército de ocupación. Cáceres se hizo cargo de la resistencia en la Sierra Central, en tanto que el coronel Gregorio Albarracín se encargó de la resistencia en la Sierra del Sur. Ambos oficiales optaron por la táctica de la guerra de guerrillas durante tres años, apoyados por la población, primordialmente indígena. En esto ayudó el dominio del quechua por parte de Cáceres. Estos oficiales guerrilleros establecieron su centro de operaciones en la breña de los Andes centrales, pues esta zona presentaba una topografía  adecuada para el desplazamiento de la guerra de guerrillas.
La guerra de guerrilla de las regiones sur y centro andinas logró varias victorias contra las fuerzas chilenas. Con este dominio de los territorios interiores, Cáceres se dirigió a Cajamarca, ubicada en la Sierra del Norte. Mediante esta incursión buscaba evitar el ascenso de Miguel Iglesias; autoridad peruana que ya había manifestado su intención, desde el año 1882, de firmar la paz con Chile, concediéndole territorio. Esta incursión de Cáceres no fue suficiente; la base del Tratado de Ancón ya estaba acordada, entre Patrico Lynch y Miguel Iglesias, el 3 de mayo de 1883. Iglesias firmó el convenio inicial en Cajamarca. Al ejército de ocupación le quedaba vencer la guerra de guerrillas y a los oficiales rebeldes de la resistencia; esto aconteció en la Batalla de Huamachuco, el 10 de julio de 1883. Estaba al mando de la resistencia peruana Andrés Avelino Cáceres, en tanto que al mando del ejército de ocupación se encontraba Alejandro Gorostiaga. En Huamachuco fue derrotada la guerra de guerrillas y la resistencia peruana. Insólitamente Miguel Iglesias envió una comisión con la tarea de felicitar a Gorostiaga por su victoria. En otro escenario, Montero, comandante de la resistencia en la sierra del sur, se vio obligado  salir de Arequipa para evitar la destrucción de la ciudad. Con estos desenlaces de la guerra en el interior, el 20 de octubre de 1883 en Ancón se dio la discusión de los términos del tratado de paz. Una vez firmado el Tratado de Ancón, el 11 de marzo de 1884, la Asamblea Constituyente aprobó el Tratado. Iglesias marchó hacia Lima para asumir el gobierno del Perú.
La guerra del Pacifico terminó, empero la guerra interna no concluyó. Las irreconciliables diferencias entre Cáceres e Iglesias, entre un Perú que aceptó la derrota y otro Perú que nunca la aceptó, desencadenaron una guerra civil. La guerra civil la ganó Cáceres.
Se puede decir que la guerra concluyó oficialmente el 20 de octubre de 1883; esta culminación quedaba ratificada  con la firma del Tratado de Ancón.  Con la aplicación del tratado el departamento de Tarapacá  pasó a manos chilenas permanentemente; a esto hay que añadir que las provincias de Arica y Tacna  quedaron bajo administración chilena por un lapso de 10 años; al cabo de la década un plebiscito decidiría si quedaban bajo soberanía de Chile, o si volvían al Perú.
Cuando se firmó el Tratado de Ancón, el departamento de Tacna  contaba con tres provincias: Tacna, Arica y Tarata. Dos años después del tratado, en 1885,  Chile ocupó la provincia de Tarata. Sin embargo, ésta fue devuelta al Perú el 1 de septiembre de 1925,  por resolución del árbitro Calvin Coolige, presidente de los Estados Unidos. El plebiscito previsto en el Tratado de Ancón nunca se llevó a cabo. Más tarde, 1929, cuando se firmó el Tratado de Lima, tratado que contó con la mediación de Estados Unidos, se estableció que gran parte de la provincia de Tacna fuese devuelta al Perú mientras que Arica y el resto quedara definitivamente en manos de Chile.
La paz entre Chile y Bolivia fue firmada en 1904. En este tratado Bolivia reconoce la permanente soberanía de Chile sobre los territorios conquistados. A lo largo de la historia diplomática entre ambos países, este tratado fue cuestionado, revisado e incumplido por parte de los distintos gobiernos y administraciones de Chile.

Análisis
Geopolítica regional
Hay dos conceptos que estamos usando para comprender la guerra del pacífico; uno es guerra periférica y el otro es geopolítica regional. Cuando hablamos de guerra periférica nos referimos a las guerras desatadas en las periferias del sistema-mundo capitalista. Cuando hablamos de geopolítica regional, nos referimos a la estrategia, en la perspectiva de la geografía política, de alcance medio. Las guerras periféricas se distinguen de las guerras centrales no sólo por el lugar dónde se dan, sino también por las pretensiones inherentes. Las guerras en los países centrales tienen que ver primordialmente con objetivos imperialistas, entonces, tienen que ver con las contradicciones imperialistas. En cambio, las guerras periféricas no tienen esas pretensiones, responden mas bien a una combinación de contradicciones donde se combinan los intereses locales con los intereses imperialistas. El alcance geopolítico de estas guerras es mas bien limitado si comparamos con los alcances geopolíticos de las guerras imperialistas. Como en toda geopolítica se trata del control territorial, del control geográfico, del control espacial, empero, se trata de un control de menor extensión que el pretendido por el imperialismo. Se trata de un control regional; vamos a entender este termino de lo regional en el sentido de una extensión de mediano alcance; ni local, ni nacional, pero, tampoco continental. Aunque el término regional connota ambigüedad y una variación de posibilidades, dependiendo de lo que se quiere abarcar con esta palabra, a nosotros nos interesa usarla en el sentido de un alcance mediano, de una extensión media, de un entorno de control, irradiación y afectación. Se trata de lo siguiente: de una geopolítica cuyo alcance consciente es de mediana extensión; no hay ninguna intensión de ir más lejos. Es una geopolítica acorde a las fuerzas que se tiene, una geopolítica mas bien limitada, sin embargo, de impacto efectivo. Se trata de una geopolítica de control territorial en relación al entorno fronterizo; ahora bien, el alcance de este entorno puede ser mas o menos amplio, dependiendo de lo que se quiere controlar. Más allá de las fronteras del país se quiere, por ejemplo, controlar los recursos naturales, más allá de las fronteras se quiere evitar el potenciamiento de los vecinos, más allá de las fronteras se busca conformar un entorno no hostil, de seguridad. Entonces la geopolítica es de mediana extensión. Esta geopolítica regional está asociada a potencias de segundo orden; no son grandes potencias, tampoco corresponden a un imperialismo, sino que buscan dominar su entorno, conformar una región de dominio en su entorno.
Las guerras periférica en parte corresponden a los juegos de esta geopolítica regional, aunque también, muchas de estas guerras, quizás la mayor parte, corresponden a guerras fratricidas entre países dependientes, empujados a la guerra por las contradicciones imperialistas. Ciertamente, parte de estas guerras tienen que ver con conflictos limítrofes, fronteras heredadas de las administraciones coloniales, así como también con conflictos «tribales». Lo que nos interesa enfocar, por el momento, es la relación entre estas guerras periféricas y la geopolítica regional.
Armando una tesis sobre esta geopolítica regional, buscamos hacer una descripción de sus características principales. Habíamos dicho que la geopolítica regional tiene un alcance de expansión mediana, puede corresponder a conquistas de mediana intensidad. Esta geopolítica regional está lejos de parecerse, por lo menos en la cualidad y la conmensurabilidad de los alcances, a la geopolítica imperialista; tampoco repite del todo, por las mismas razones, la geopolítica de lo que se ha venido en llamar «sub-imperialismo», que es como un imperio de segundo orden, subordinado al imperialismo dominante. Las potencias de segundo orden, de la que hablamos, no son «sub-imperialismo»; tiene una pretensión menor; la región que abarca como pretendida influencia y control, es también menor a la extensión de un sub-imperialismo, que más  bien puede ser continental o sub-continental. Las potencias de segundo orden tienen en la mira a sus vecinos, sea en el sentido de la defensa o en el sentido de la expansión.
A esta característica del alcance medio de la geopolítica regional se vincula un «geopolítica temporal», si podemos hablar así, pues parece un contrasentido hablar de geografía, espacio, refiriéndonos al tiempo, aunque desde la física cuántica estemos obligados a pensar el espacio-tiempo de los acontecimientos. La «geopolítica temporal» de la que hablamos se refiere al manejo del tiempo en la consecución de la realización geopolítica. Se trata de pasos, también de fases, de etapas que se van graduando. Toda geopolítica debe considerar la temporalidad de su realización; no es que ocupe el tiempo, sino que ocupa territorios en tiempos sucesivos. La geopolítica regional hace lo mismo; la diferencia radica en que, de acuerdo al tamaño de su poder, el ritmo y la gradualidad de la expansión de alcance medio depende de potenciamientos por etapas. El avance de la realización geopolítica es más bien discreto, por fases discontinuas. Puede darse el caso de una emergencia crítica, como la proximidad ineludible de una guerra; en ese caso, la apuesta es indiscreta y claramente expansionista. Cuando ocurre esto, cuando se está ante esta eventualidad imperiosa, se pone en juego la totalidad de la disponibilidad, pues está en juego la propia existencia.
Ahora bien la geopolítica es un concepto geográfico de dominación o, si se quiere es un concepto de dominación geográfico. Las estrategias geopolíticas están íntimamente vinculadas a las clases dominantes. Ninguna dominación puede desentenderse del control territorial; ciertamente los antiguos imperios contaron con concepciones territoriales de dominación. En este sentido, es conveniente hacer un análisis comparativo de estas estrategias territoriales en la historia de las dominaciones. Sin embargo, por ahora debemos concentrarnos en la explicita formación discursiva que se concibe como geopolítica; esta corresponde a la modernidad y a las expresas estrategias de dominación de las burguesías. Esta geopolítica está íntimamente relacionada con las estructuras de los ciclos del capitalismo, con las formas de la acumulación de capital, con las cartografías económicas, con el juego de los monopolios y de los mercados. Por eso, cuando hablamos de geopolítica regional nos referimos a la estrategia estatal de la clase dominante; en este caso, de la burguesía singular correspondiente al país en cuestión, a la proyección de esta segunda potencia. No es posible una geopolítica de la sociedad, compuesta por clases sociales, embarcadas en sus propias luchas, proyectando entonces, mas bien, distintas estrategias políticas. De manera diferente, es posible encontrar que los sectores sociales explotados de un país prefieran la solidaridad con los otros sectores sociales similares del otro país, que un enfrentamiento entre países, propugnado por sus burguesías.
Volviendo a las definiciones polémicas de geopolítica, Ives Lacoste, geógrafo francés, concibe la geopolítica como la disciplina que estudia las rivalidades por los territorios, países y continentes . ¿Tendríamos que decir que la geopolítica regional se ocupa de las rivalidades de territorios circundantes, de países vecinos, en una región que podemos llamarla subcontinental? Ahora bien, la geopolítica, en el sentido de estrategia territorial, tiene como uno de sus objetivos primordiales el control de los recursos naturales. Este eje de desplazamiento de la geopolítica imperialista ha sido evidenciado en la historia del capitalismo y de las potencias globales. Este eje de ocupación también es compartido por la geopolítica regional, aunque en una escala menor, de mediano alcance, como hemos dicho. Se trata del control de los recursos naturales en un entorno dado. Ahora bien, de lo que se trata es de saber dónde se direccionaliza la explotación de estos recursos; en tanto no se trata de una potencia global, sino de una potencia de segundo orden, articulada ya a la estructura conformada por la geopolítica del sistema-mundo capitalista, este flujo de materias primas se dirigen a los centros industriales del sistema-mundo. La geopolítica regional no es más que una parte, una composición, de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Es una mediación en el proceso de acumulación capitalista global y en el proceso de dominación mundial. Sin embargo, en la región en cuestión, la geopolítica regional tiene impacto, configura realidades en la región, afectando a la dinámica de los países.
 
Rudolf Kjellen dice que la Geopolítica concibe al Estado como un organismo geográfico o como un fenómeno en el espacio . Ciertamente la biologización del Estado por parte de Kjellen, el convertirlo en un organismo viviente, salta las características políticas del Estado, así como las características relativas a las estructuras de poder, incluso si consideramos las estructuras de larga duración, si nos remontamos a las épocas no modernas de estas formaciones de poder. Se entiende que lo hace para estudiar al Estado como si fuese un organismo vivo, convirtiendo a este objeto de estudio en parte de las ciencias naturales. Se pueden comprender a primera vista las limitaciones de este enfoque; sin embargo, muchos estadistas, políticos, sobre todo conservadores, comparten este prejuicio.

Indudablemente fue Friedrich Ratzel el que le da un cuerpo teórico a la geopolítica . Ratzel no está muy lejos de la «ideología» de Kjellen. Se trata de una «ideología» que no sólo fetichiza el Estado, le otorga vida propia, sino que convierte al Estado en un sujeto. Ahora sabemos que el Estado es una composición de las relaciones sociales; es la dinámica de las relaciones sociales, sobre todo cuando se convierten en relaciones de dominación, en relaciones y estructuras de poder, las que construyen y reproducen esta maquinaria de disponibilidad de fuerzas. Por eso mismo, el Estado también es un imaginario, ciertamente muy útil para la legitimación del poder de las clases dominantes. El capital es un ámbito de relaciones, el Estado también lo es; es el análisis crítico de estos ámbitos relacionales, de estas estructuras de relaciones sociales, la que nos va dar la clave para comprender las lógicas de sus funcionamientos. Cuando nos encontramos con teorías que convierten al capital en algo con vida propia, y al Estado como una entidad con vida propia, estamos ante formaciones enunciativas cosificantes, que transfieren la dinámica de las relaciones sociales a la cosa, otorgándole la magia de una vida propia. Se comprende  que estas «ideologías» sean funcionales a la reproducción del capital, a la reproducción del Estado, a la reproducción de la burguesía, a la reproducción del poder; es decir, a la reproducción de las relaciones y estructuras de dominación en todas sus formas. La geopolítica forma parte de esta «ideología»; es más, se la puede considerar como un saber de dominación de las estructuras de poder vigente. La geopolítica puede tener un alcance de dominación global, como en el caso de los imperialismos, o puede tener un alcance menor, como en el caso de los llamados sub-imperialismos, incluso menor, como en el caso de las potencias de segundo orden. En todos estos casos es la burguesía la interesada en promover la geopolítica. Esta promoción se efectúa en instituciones especializadas, universidades, fuerzas armadas, organismos especializados del Estado. Sobre todo se la vuelve práctica en políticas públicas o en estratégicas de conquista y ocupación como la guerra.

Podemos decir entonces, que el otro eje y vínculo de la geopolítica es el Estado. La geopolítica es dos cosas, tiene dos cabezas, es  saber estatal, así como también es disposición estatal; es decir, la disposición y la desenvoltura del Estado en lo que respecta a la ocupación territorial. Lo que lleva de por sí, la disponibilidad material y práctica de efectuarlo. Ahora bien, la geopolítica regional, también tiene dos cabezas, un saber y una estrategia, empero, como hemos dicho, los alcances de este saber y de esta estrategia se adecuan al alcance de las pretensiones, que en este caso tienen que ver con el entorno. No se trata, sin embargo, de un saber menor, sino diríamos, de un saber incluso más minucioso, un saber más detallado, un saber de la complejidad y diferencias del entorno, de sus accidentes y sus desiertos. Este saber de la geopolítica regional obliga a la estrategia a adecuarse a la peculiaridad de los terrenos, exige a las maniobras de desplazamiento, así como a las maniobras militares, a adaptarse a la morfología territorial, sus distancias y dificultades.

Desde la perspectiva meticulosa de la geopolítica regional hablamos de un Estado adaptado a su geografía ocupada y a la de su entorno. El celo del control territorial, en parte debido a la necesidad obligada de la defensa fronteriza, en parte las exigencias económicas de administrar la «escasez», y en parte a las demandas del mercado internacional, produce la conformación de un Estado acondicionado a las exigencias del control escrupuloso del territorio. Llama la atención que en América latina y el Caribe, en la tendencia de adecuación, hayan sido los Estado-nación de extensión geográfica menor los que mejor hayan administrado su geografía, con todas las diferencias que pueda haber al respecto. El Estado que mejor ha efectivizado esta adecuación es el de Chile. Lo que decimos no quiere decir, de ninguna manera, que lo mejor que se podía hacer era optar por geografías chicas, sino, que dadas las circunstancias, de la renuncia a la Patria Grande, por parte de las oligarquías regionales, el decurso de la historia turbulenta de los países independizados llevó a esta situación.

Karl Haushofer (1869-1946) propone la teoría del espacio vital. Ésta se resume en el enunciado de que si el Estado no posee el espacio que necesita tiene el derecho de extender su influencia física, cultural y económica. Si un Estado más fuerte es pequeño tiene el derecho de ampliar su territorio. En otras palabras, los Estados vitalmente fuertes necesitan ampliar su espacio. La extensión territorial conlleva el incremento de poder; el supuesto teórico de esta teoría es que espacio es poder. Esta tesis de Haushofer puede ser considerada como uno de los principios de la geopolítica regional. Esta tesis se puede expresar de la siguiente manera: Cuando la potencia en crecimiento y las fuerzas acumuladas exceden el control territorial del Estado en cuestión, éste se encuentra obligado a su expansión. Traducida la tesis a un leguaje económico, acorde a la formación discursiva de la revolución industrial, podría pronunciarse de la siguiente manera: Si la demanda de materias primas por parte del mercado internacional crece, si además estos recursos no se encuentran en territorio propio, es casi un imperativo controlar estas reservas por un medio o por otro, de una manera o de otra, por mediaciones o de forma directa, anexando territorios.

Como se puede ver el discurso geopolítico es un discurso de justificación de la violencia estatal; ya no se trata del monopolio de la violencia legítima respecto a la sociedad misma, sino del uso de la fuerza bélica en contra de estados vecinos. El discurso geopolítico es un discurso que hace apología de la violencia y de la guerra. La emisión de este discurso sólo se la puede entender por cuanto deriva de la concepción expansionista de la burguesía. Se trata de un discurso conservador y de élite; de ninguna manera de un discurso popular. ¿Cuándo, bajo qué condiciones, puede una burguesía belicosa comprometer al pueblo en una guerra? Se supone que la burguesía tiene que haber logrado una cierta hegemonía sobre la sociedad, empero, combinada con cierta dosis de autoritarismo. Al respecto, hay que considerar que la burguesía no es homogénea; se trata mas bien de una composición variada. Generalmente, cuando se empuja a la guerra a un país, es cuando los sectores más conservadores de la burguesía son los que han ganado el control del Estado. Por otra parte, claro está que intervienen otros factores, que dependen del contexto, del momento, de la coyuntura, de las características poblacionales, de la presencia de empresas del país en otro país.

Las teorías geopolíticas globales tienen como objetivo el control del mundo; esto se entiende en tanto que las potencias globales se encuentran en la disputa del control territorial en la geografía del sistema-mundo capitalista.  Por ejemplo, Nicolás John Spykman  (1893-1943) propuso que el control de Euro-Asia implicaba el control del mundo. Se dice que al asumir esta tesis, la estrategia norteamericana fue de contrarrestar el avance del ejército rojo y de los estados socialistas en Europa del este, con el plan Marshall y con la OTAN en la Europa del oeste. ¿Qué connotación tiene una teoría como la de Spykman en la geopolítica regional? Como hemos dicho, en la geopolítica regional no se trata de una estrategia global, no se trata, ni mucho menos, del control del mundo, sino del control del entorno. Ahora bien, lo que entra en juego es el control de recursos naturales y reservas estratégicas; pero, no solo, pues también se trata del control de sus flujos y del mercado de estos flujos. Si se trata de un área terrestre, el control del espacio de transporte de estos flojos de materias primas; si se trata de un área marítima, el control del mar y del océano que corresponde al transporte mercante; si se trata del espacio aéreo, el control del cielo, tanto para el transporte comercial como para el dominio militar. Por ejemplo, desde la perspectiva geopolítica regional, lo que está en disputa entre los estados de Bolivia, Chile y Perú es el control de los recursos naturales estratégicos, de sus reservas, el control del espacio de transporte y de comunicaciones, el control del océano pacífico del sud, así como el control aéreo. Todo esto también está conectado, de una u otra manera, con el control financiero o la participación en este control financiero.

Contra-geopolítica
Hacia una geografía emancipadora
No podemos caer, de ninguna manera, en la impresión de que la geografía está dominada por la geopolítica. Esto no es cierto, desde ningún punto de vista; ni desde la historia de la geografía, tampoco desde la perspectiva epistemológica de la geografía. La geopolítica es un caso particular, podríamos decir no solamente conservador de las teorías geográficas, sino hasta reaccionario. Por otra parte, los paradigmas usados por la geopolítica y las teorías en boga de esta disciplina son mas bien débiles y poco sustentables, tanto filosófica, teoría y científicamente. Mientras la geografía, epistemológica, teórica y metodológicamente, ha dado saltos importantes, la geopolítica se ha rezagado en presupuestos prejuiciosos y hasta raciales. En la historia de la geografía un paso significativo fue el desplazamiento dado en los términos de la geografía cuantitativa. Desde esta perspectiva epistemológica, el espacio ya no es algo dado sino mas bien un producto social, de las relaciones sociales, de los flujos y movimientos sociales, de los asentamientos humanos, de las trasformaciones producidas por los desplazamientos humanos, acciones y prácticas. La geografía cuantitativa es una ciencia matemática, por cuanto el manejo de los indicadores se hace indispensable y la conmensuración de los desplazamientos y transformaciones espaciales. Empero, esto no quiere decir que no esté afectada por una fuerte crítica y reflexión teórica, además  de la incidencia multidisciplinaria e interdisciplinaria de otras ciencias, como la historia y las ciencias humanas, la sociología, la antropología, así como las ciencias económicas. A partir de esta ruptura y desplazamiento epistemológico la geografía se transforma; esta ciencia del espacio y de la tierra, se ocupa no solamente de un espacio como producto social, sino descubre múltiples espacios efectivos y posibles, que comprenden sus propias dinámicas de configuración. Así también como que la geografía se abre a distintas connotaciones espaciales, haciendo consideraciones sobre el lugar, el territorio, la región, los espaciamientos diferenciales. En este sentido se abre a considerar los espesores territoriales, que comprenden espesores culturales, afectivos, imaginarios, además de abrirse a los movimientos socio-territoriales, en tanto luchas transformadoras del hábitat y de los espacios. En esta perspectiva, no podemos dejar de considerar los espesores ecológicos.
Como se podrá ver, este desplazamiento epistemológico de la geografía deja atrás una perspectiva estática del espacio, sobre todo, deja en evidencia, hace visible, la limitaciones y estrechez de las teorías geopolíticas, sobre todo sus rudimentarios cuerpos teóricos. La geografía no solamente promueve investigaciones de las dinámicas espaciales, sociales y territoriales, en distintos tópicos y problemáticas, sino que se ha abierto a lecturas e interpretaciones emancipatorias. Así lo entendió Milton Santos, el geógrafo brasilero de la corriente crítica y de la complejidad espacial, así también comprendió David Harvey, el geógrafo y profesor marxista de la City University of New York. Ambos geógrafos encuentran en la geografía una poderosa herramienta crítica a las estructuras de poder, a las formas de dominación y al capitalismo, así como un saber emancipador que alumbra sobre las dinámicas y complejidades espaciales .
Milton Santos se propone identificar la naturaleza del espacio y encontrar las categorías de análisis que permitan estudiarlo . El espacio como producto aparece en Milton Santos como interpenetración del sistema de objetos y el sistema de acciones. Pero, no ocurre, como en la teoría de sistemas autopoieticos, donde un sistema presta su propia complejidad al otro sistema para ser interpretado, sino que, en esta conjunción, aparecen categorías analíticas y sintéticas reveladoras de campos de relaciones y de espesores sociales y culturales. El paisaje, la territorialidad, la diferenciación territorial del trabajo, el espacio producido o productivo, las rugosidades y formas contenidas, son estas categorías. A partir de ellas se puede pasar a interpretar la región, el lugar, las redes, las escalas, el orden local y global. Esta perspectiva geográfica se abre a las dinámicas, que podríamos llamar, constitutivas del espacio; estos son los procesos: la técnica, la acción, los objetos, la norma y los acontecimientos, la universalidad y la temporalidad, la idealización y la objetivación, los símbolos y la ideología.
En Milton Santos la conformación de una geografía crítica pasa por cuatro momentos. El primer momento corresponde a una ontología del espacio, en la búsqueda de las nociones originarias. Se trata de la comprensión de múltiples relaciones geográficas que permita la interpretación de la forma cómo el territorio ha sido transformado con la presencia de la técnica. El segundo momento corresponde a la producción de las formas-contenido; aquí se retoma el espacio en tanto forma-contenido. Se trata de reconocer cómo el proceso de transformación de una totalidad va sufriendo modificaciones en su estructura a partir de las dinámicas sociales, de sus prácticas y acciones, de las propias configuraciones y reconfiguraciones materiales y territoriales del espacio, así como de las modificaciones de la división del trabajo. El tercer momento es el que corresponde a una geografía del presente.  Cada periodo es portador de una constelación de sentidos compartidos, de una combinación de imaginarios, a partir de los cuales se interpreta la coyuntura como realización histórica de las promesas técnicas. El cuarto momento corresponde a la emergencia de las racionalidades convergentes frente a la racionalidad dominante. Las racionalidades convergentes descubren las posibilidades inherentes al espacio, develan las facetas no conocidas del espacio; el espacio aparece como nuevo. Confluyen también dialécticamente las redes del lugar y las redes globales, modificando los sitios de acuerdo a sus combinaciones y composiciones.
En el capitulo El territorio: un agregado de espacios banales, Milton santos propone el territorio como categoría primordial de análisis del espacio; hace notar que se trata del territorio usado, no del territorio pensado abstractamente y reducido a su conmensuración. El espacio banal es un conglomerado de espacios entrelazados; con esta perspectiva rompe con las visiones geográficas que separan los espacios; el espacio político, el espacio social, el espacio económico, el espacio cultural; además de comprender el espacio como complejidad y multiplicidad. El territorio es pensado a partir de la dinámica de movimientos de trueques, intercambios complementariedades. El territorio es considerado como identidad donde nos reconocemos en un espacio que comprendemos que es nuestro. La crítica de Milton Santos es a una geografía euro-céntrica que ha asimilado el territorio al Estado, ha estatalizado el territorio. También dice que el Estado-nación, el Estado territorial, es una identidad establecida normativa y administrativamente a través del reconocimiento de la ciudadanía y la cartografía de la geografía política. Por otra parte plantea que lo que se llama territorio nacional, que corresponde a una identidad establecida, está sometida a un campo multilateral de fuerzas. El territorio nacional forma parte de una economía internacional y se encuentra sometido a procesos de desterritorialización y reterritorialización.
Otras categorías de análisis del territorio son la horizontalidad y la verticalidad como ejes de composición espacial. Santos opone el eje de composición horizontal, que corresponde a las vecindades, a las continuidades, a la prevalencia de las regiones antiguas, a la composición vertical, que corresponde a la globalización; también podríamos decir a la estatalización. Se puede entonces comprender el territorio como un escenario de tensiones y contradicciones donde pugnan estas dos tendencias. Se puede también hablar de una historia territorial; un primer momento, correspondiente a la conformación del lugar y del grupo; un segundo momento correspondiente al establecimiento territorial por parte de los Estado-nación; un tercer momento, donde pasamos al control territorial de las empresas supranacionales. En este recorrido histórico los espacios banales, como conglomerados de espacios múltiples que interactúan, se entrelazan y se combinan, han sido afectados, tendiendo a ser sustituidos por el espacio homogéneo de la globalización, codificado monetariamente y reducido a los signos de la publicidad y del consumo.
Santos concibe una geografía que efectúa análisis dialectos de procesos constitutivos del espacio; éstos se dan como movimientos contradictorios entre territorio y mundo, lugar y mundo, lugar y territorio, territorio y formación social, lugar y espacio. Entonces estamos ante una geografía de las dinámicas territoriales, de los flujos y movimientos constitutivos, de los lugares, de los sitios, de los territorios, de las regiones,  de los espacios.  Hay que entender el espacio de un país como una confederación de territorios, al territorio como una confederación de lugares. En esta complementariedad de lugares y de territorios, la tarea es liberar las potencialidades espaciales oponiendo las relaciones horizontales contra las relaciones verticales. Las confederaciones de lugares y las confederaciones de territorios pueden conformar mundos heterogéneos frente al «mundo» impuesto por el capitalismo y la modernidad.
Con esta revisión rápida de algunas de las nuevas perspectivas epistemológicas de la geografía, queremos pasar a proponer el diseño de una contra-geopolítica.

Tesis contra-geopolítica
1.    Los pueblos no tienen por qué estar en guerra, son los estados los que lo están, son sus clases dominantes las que lo están, en constante querella por el control territorial y del excedente.
 
2.    La obsesión por el control territorial, de los recursos, de la población, de los mercados, convierte a la geopolítica en un saber conservador del espacio, que es un instrumento de dominación imperial, entonces global, que cuenta con mediaciones regionales, las que promueven una geopolítica regional.

 
3.    Los pueblos no tienen por qué buscar el control territorial, sino, por el contrario, la complementariedad territorial, la confederación de territorios y de lugares complementarios y solidarios.

4.    La contra-geopolítica se propone llevar a cabo, radicalizar, las consecuencias espaciales de una geografía emancipadora, una geografía de la complejidad, de la multiplicidad del conglomerado de espacios, buscando liberar las potencialidades de los lugares, de los territorios, de los espacios, armonizando comunidades humanas y ecosistemas.

5.    La contra-geopolítica se opone a los monopolios, a los controles, a las dominaciones sobre los lugares, los territorios y los espacios; se opone al eje vertical del establecimiento de los espacios homogéneos. Opta por el eje horizontal de la composición espacial, por la proliferación de espacios múltiples de vecindades, de continuidades, de complementariedades, de tejidos territoriales solidarios.
 
6.    Los bienes de la naturaleza no tienen por qué ser considerados como recursos naturales, como reservas, explotables, en beneficio de la acumulación de capital, sino, mas bien, como seres, que pueden ser incorporados a los ciclos vitales de las sociedades humanas, respetando los ciclos vitales de estos seres, biodiversos, orgánicos e «inorgánicos».

7.    La salida a la belicosidad de los estados, en su condición imperialista o de subalternos, es conformar una confederación de los pueblos del mundo, basada en profundos procesos de democratización, articulando complementariedades y conjugando composiciones espaciales, territoriales, de lugares, corporales y técnicas, que liberen la potencia social y la creatividad de las composiciones sociales en la heterogeneidad.

Conclusiones
La guerra del Pacífico fue una guerra periférica, desencadenada en el acomodo territorial de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. Fue una guerra que corresponde a la geopolítica regional, mediadora de la geopolítica imperialista, en el ciclo del capitalismo de la revolución industrial. Sin embargo, hay que tener en cuenta otros procesos y estructuras desencadenantes del conflicto; la forma cómo se constituyen las repúblicas independientes, renunciando a la integración de la Patria Grande, las contradicciones que aparecen de proyectos de nación encontrados, entre el interior y la costa, entre un proyecto endógeno y un proyecto exógeno, las guerras civiles que se desatan, además de las guerras entre estados, que reproducen estas contradicciones, nos muestran otras condicionantes históricas y políticas de la guerra. Estamos ante formaciones sociales abigarradas, ante formaciones económico-sociales-culturales cuyos interiores geográficos, cuyas regiones íntimas, se resisten al moldeamiento del mercado internacional desde las costas. También se enfrentan proyectos inconclusos con el nuevo proyecto de adecuación a la geopolítica del sistema mundo capitalista en el ciclo de la revolución industrial. Esta es la razón por la que el proyecto de Diego Portales chocha con el proyecto de Andrés de Santa Cruz. La otra clave, entonces, de la guerra del Pacífico hay que encontrarla en la guerra confederada.
La geopolítica es un saber de la dominación imperialista; le corresponde como derivación, como mediación, en el juego geopolítico del sistema-mundo capitalista, la geopolítica regional, como mecanismo de «ordenamiento territorial» en la geografía de las periferias. Ahora bien, la geopolítica puede darse conscientemente, como proyecto estatal confeso, o de una manera rudimentaria, en elaboración, fragmentaria, emergiendo en la consciencia de la clase dominante a partir de la experiencia política, del incremento de poder y de las contingencias que se enfrenta. Se puede observar que la burguesía chilena no solamente contaba con una estrategia estatal sino también que fue configurando una geopolítica regional. Se puede notar en la historia del estado-nación de Chile, sobre todo a partir de la guerra del Pacífico, una adecuación eficiente entre Estado, control de recursos naturales, fuerzas armadas y economía. Podemos concluir que hay como una geopolítica regional elaborada.
En contraposición a la geopolítica, tanto global como regional, a los proyectos de dominación imperial y a los proyectos de control territorial de los entornos periféricos, de las burguesías, la alternativa de los pueblos es oponerles la contra-geopolítica, es decir, los saberes proliferantes, heterogéneos, horizontales, de la geografía emancipadora. Esto significa, que lejos de pensarse belicosamente sus relaciones, se valoran las capacidades de intercambio, de comunicación, de complementariedad, de composición solidaria entre los pueblos. Es posible pensar una confederación de los pueblos, en primer lugar a nivel continental, en segundo lugar y en proyección, a nivel mundial. 

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