Como todas las estadísticas no paran de desmentir el optimismo del equipo gobernante en la Argentina, los dueños de la palabra oficial fugan hacia adelante, con su discurso acerca de la prosperidad que le espera al país en los próximos años. No pueden hablar del presente sin caer en el ya poco creíble argumento de […]
Como todas las estadísticas no paran de desmentir el optimismo del equipo gobernante en la Argentina, los dueños de la palabra oficial fugan hacia adelante, con su discurso acerca de la prosperidad que le espera al país en los próximos años. No pueden hablar del presente sin caer en el ya poco creíble argumento de la pesada herencia: así, en todos estos diez meses de gestión, fugaron hacia atrás. Como ese presente los invalida, y la herencia ya hartó al auditorio, sólo les queda ejercitar sus artes adivinatorias: «hay muchos anuncios de inversión que van a generar mayor empleo -sostuvo el ministro Alfonso Prat Gay- ya que con la inflación en baja se mejorará el poder adquisitivo del salario«, y aseguró que «se están creando condiciones para que lleguen inversiones y se generen empleos de calidad«. El calificado CEO de una multinacional afirmó, en la cumbre del mini-Davos, que «el gobierno argentino está muy bien preparado y muy comprometido con un plan estructural que no es sólo para hoy, sino para los próximos diez años«; mientras que el propio presidente Mauricio Macri acaba de profetizar: «Se viene una etapa maravillosa«.
Habitualmente las predicciones en la política no están sujetas a rendición de cuentas: la impostura que significa un augurio desacertado exime de descrédito a su autor. Por eso, y para ganar tiempo, los profetas del neoliberalismo no hacen más que pronosticar un venturoso porvenir para los próximos años en la Argentina, elogiando su modelo socioeconómico. Primero iba a ser el segundo semestre; luego, fin de año; más tarde, el 2017; entonces ya hablan de un crecimiento a largo plazo, un futuro indefinido y ambiguo que solo sirve para exonerar este presente plagado de nubarrones. Es el latiguillo que patentó el tristemente célebre Menem, colega de desventuras neoliberales: Estamos mal pero vamos bien. O el túnel de Gabriela Michetti.
Pero el presente hay que ocultarlo o disfrazarlo: la economía ya ha retrocedido a valores similares a los de 2002. Las promesas y los brotes verdes (leve aumento del consumo de cemento, motos y maquinarias agrícolas) no mueven el amperímetro de una economía en recesión. El gobierno sabe que la verdadera apuesta es a una desocupación alta, a unos sindicatos más debilitados -o directamente complacientes- para sostener la precarización laboral, a unos salarios más bajos que equiparen a los del resto de la región: condiciones que se imponen para acceder a la Alianza del Pacífico, es decir, para ingresar al mundo. ¿Hasta cuándo disfrazar las verdaderas intenciones? Por ahora cuentan con una prensa hegemónica aliada, lo cual no parece poco. ¿Cuál sería la suerte del gobierno de Mauricio Macri si Clarín decidiese refutar su relato?
Un relato oficialista que aparece como una puesta en escena esquizofrénica: imágenes de un colectivo inverosímil, las andanzas del presidente en bicicleta en el Central Park, los besos públicos con su mujer, todo forma parte de una estrategia para travestir la realidad. Si no fuese dolorosamente cierto, recuerda la magnífica fábula del protagonista de la película La vida es bella, en la que Guido (Roberto Benigni) hace lo imposible para que su hijo crea que la terrible situación que están padeciendo (ser víctimas en un campo de concentración nazi) es tan sólo un juego. Escapismo de la imaginación que pone a prueba la propia imaginación de los publicistas del modelo oficial.
Respecto de las predicciones y del futuro, el sociólogo británico Terry Eagleton definía al augur como «aquel que busca predecir el futuro para poder controlarlo. Su tarea es husmear en las entrañas del sistema social para descifrar los presagios que le aseguren a sus gobernantes que el sistema perdurará«. Vale decir, trabaja para revertir y adecuar la realidad a su propio interés. Casi como un Proteo moderno, se entretiene en predecir falsos futuros. «Prefería ocultar lo que sabía / entretejiendo oráculos dispares«, poetizaba Borges respecto del antiguo dios de la mitología griega. Acaso esa sea la estrategia publicitaria oficial: desdeñar el presente para abrigarse en un futuro placentero y ganar tiempo con vistas a los próximos compromisos electorales.
Pero al relato de la Alegría le desvela la protesta social: ocultarla o suprimirla parece ser la principal premisa. Camuflarla a partir de estrategias mediáticas y, de ser posible, suprimirla a través de la represión. Sin embargo, los nuevos desocupados están allí, producto de la actual recesión, son de carne y hueso, están en alguna plaza, movilización u olla popular para certificar, como si hiciera falta, que la única verdad es la realidad.
Ante la evidencia de las cifras que muestra el INDEC -que aparece como más verosímil que el anterior- los creadores del relato oficial han urdido una nueva estrategia: exonerar al presidente de sus primeros diez meses de gestión. En efecto, para eximir a su gobierno de la responsabilidad en medidas como la devaluación, el tarifazo, la quita de retenciones, la apertura de importaciones y la inducción de paritarias a la baja, el presidente reclamó ser exculpado por su desempeño desde el minuto cero de su administración. Una estrategia cara al oficialismo: evadir -como con los Panamá Papers o Bahamas Leaks- la responsabilidad por el incremento de la desocupación y la pobreza; endilgarle a la gestión anterior los primeros diez meses de gobierno en los que, según el ministro Prat Gay, se hizo el trabajo sucio. En el mundo PRO no parece haber culpas ni responsabilidades.
Indultar a Macri por sus primeros diez meses de gestión: como si nada hubiese ocurrido en ese lapso, los ideólogos del neoliberalismo «tienen la pretensión de reescribir la historia reciente pasada -según definió Alfredo Zaiat- para construir su propio relato épico«. Y en una retorcida mirada estratégica, asignada al oscurantismo estadístico anterior, achacarle a aquella gestión todos los males infligidos el año en curso, cuando ya el macrismo lleva transcurrido casi la cuarta parte de su mandato. Vale decir, una fuga hacia el pasado, mientras asistimos a la carnavalesca contención de los medios hegemónicos.
Mientras exorciza ese presente con un relato plagado de palabras e imágenes inverosímiles, el elenco oficial se refugia en el horóscopo para inventarse un futuro más tolerable y luminoso. Para ganar tiempo, juega a augurar un crecimiento y una bonanza basados en ninguna realidad que lo sustente.
Para colmo, «la política no le interesa a nadie -afirmó el jefe de Contenidos y Estrategia Digital del macrismo, Julián Gallo– o solo interesa cuando hay episodios muy particulares«. El relato también requiere de una certeza de este tenor: llenar las redes sociales de contenidos que busquen «mantener una relación cercana, informativa e interesante con la audiencia«, para agregar: «las personas buscan temas que de alguna manera interpreten lo que les pasa a ellas de verdad en sus vidas. Los temas que para el periodismo son principales, para la gente no lo son. Está cambiando la agenda«. Pasado en limpio, lo que interesa es colmar las redes sociales de contenidos edulcorados para evitar el espinoso presente político. Distraer la atención de los ciudadanos: tal la función de quien afirma que la política -frase dicha por un funcionario político- no le interesa a nadie. Otra versión de un relato que apuesta a conjurar el presente.
Nada que no hayamos vivido ni sabido de antemano.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor. Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.
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