Tengo en mis manos un ejemplar del número 133 de El Varejón, revista del Equipo Indignación que fiel a su carácter popular hizo público el reinicio de su circulación en Kisteil, la histórica comunidad del centro-sur del estado de Yucatán donde en 1761 Jacinto Canek encabezara una de las rebeliones indígenas más emblemáticas de estas […]
Tengo en mis manos un ejemplar del número 133 de El Varejón, revista del Equipo Indignación que fiel a su carácter popular hizo público el reinicio de su circulación en Kisteil, la histórica comunidad del centro-sur del estado de Yucatán donde en 1761 Jacinto Canek encabezara una de las rebeliones indígenas más emblemáticas de estas tierras en contra de la explotación y el despojo de los colonizadores españoles; por otro lado, unos días más tarde, desde la página que sirve de enlace virtual con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se diseminaría la noticia del lanzamiento del primer número del proyecto editorial más reciente del llamado neozapatismo: Rebeldía Zapatista.
¿Qué tienen en común estas publicaciones, aparte de caminar la tierna necedad de quienes insisten en vestir su palabra de tinta sobre papel cuando la tendencia global es la digitalización de los medios cada vez menos impresos de comunicación? Yo me atrevería a decir que su vocación: El Varejón, como lo dijeron Martha Capetillo y Cristina Muñoz Menéndez en Tapanco Centro Cultural a potenciales responsables de «buzones varejoneros», no es una revista hecha para una clase media que puede gozar del acceso aún no democratizado de la Internet; sus lectoras y lectores objetivo son la gente de los pueblos y, en Yucatán al menos, decir pueblos exige agregar un par de sustantivos elementales más: indígenas y mayas.
Rebeldía Zapatista, por su parte, es la voz de un conjunto claramente determinado de esos mismos pueblos, también indígenas, también mayas: los pueblos que hoy por hoy llevan a cabo uno de los proyectos sociales, culturales, económicos y políticos más congruentes y, por lo mismo, más significativos de rebeldía y resistencia en contra del capitalismo, ese modelo de producción económica cuyo carácter criminal cada vez es más difícil de ocultar para sus testaferros en los medios masivos de propaganda, que no de información y mucho menos de comunicación, de los señores, y una que otra señora, del poder y del dinero.
Preguntándole a la compañera Martha por qué habían bautizado así a su publicación, me contestó: «El Varejón, como los defensores de derechos humanos o las organizaciones de derechos humanos, es una flor que nace de la muerte; el varejón, con su flor, brota de la planta de henequén cuando ésta muere.» En efecto, la revista del organismo que en mayo de este 2014 cumplirá 23 años de articularse como equipo está escrita en su mayoría por defensoras y defensores que bien podrían decir, como el padre Chinchachoma cuando le preguntaban qué sería lo mejor de su labor cuidando la integridad física, mental y espiritual de centenares de niñas, niños y jóvenes en situación de calle, que lo mejor de su trabajo sería que no fuera necesario su trabajo.
Equipo Indignación lo expresa así en su editorial del número que abre este segundo katún:
«El Varejón, flor que nace de la muerte, para compartir las razones, las palabras, los dolores, las luchas de tantos y tantas, los sueños (…) brota de nuevo, terca flor de rabia. Segunda época, segundo Katún, El Varejón regresa con su primera apuesta: la mirada y la complicidad de quienes van a pie, caminando la vida, sembrándola, cosechándola, compartiéndola, transformándola, cómplices en la raíz más profunda de la Indignación. Cuando la tecnología sea para todas y todos, quizás El Varejón sea sólo digital. Mientras tanto, El Varejón se abre de nuevo paso en la historia, soga que une cómplices y complicidades.»
En Rebeldía Zapatista, «la palabra del EZLN», las voces que en ella se caminen serán las de los pueblos zapatistas y quienes en su andar abajo y a la izquierda les acompañen. Las luchas que en ella leeremos no serán, a lo mejor, todas las luchas; sino las pequeñas grandes e inquebrantables resistencias y rebeldías que se respiran en la rabia de quienes en junio de 2005 emitieron la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y de quienes desde entonces se han sumado a ese llamado antineoliberal y anticapitalista con los propios esfuerzos e historias y, por ende, los vicios y errores que van de la mano de sus aciertos y experiencias.
Ellas y ellos, las zapatistas y los zapatistas, «rebeldes en nuestra patria mexicana porque somos amenazados de destrucción junto con nuestra madre tierra, debajo del suelo y por encima de nuestro suelo, por los malas personas ricos y malos gobiernos, que todo lo que ven piensan en convertir en su mercancía, que se llaman capitalistas neoliberales», lo dicen así:
«Ya llevamos 30 años de construcción de cómo pensamos vivir mejor, está a la vista del pueblo de México y del mundo. Humilde pero sanamente decidido por los pueblos de decenas de miles de mujeres y hombres, de cómo queremos gobernarnos autónomamente. Nada oculta lo que estamos haciendo, que lo que buscamos, lo que queremos, está a la vista. No es igual lo que nos hace los malos gobiernos, o sea los tres malos poderes, el sistema capitalista todo a espaldas del pueblo.» Y, agregan: «Estamos compartiendo a los compañeros y compañeras de México y del mundo nuestro humilde pensamiento de un mundo nuevo que pensamos y queremos. Por eso lo vimos y pensamos de hacer la escuelita zapatista. Donde se trata de libertad y de construcción de un mundo nuevo distinto a como nos tienen los capitalistas neoliberales (…) Porque somos nosotros los que debemos de pensar cómo es el mundo nuevo que queremos, no sólo los representantes o dirigentes deben pensar y decir cómo y mucho menos ellos dicen que van bien como organización. Es el pueblo, la base deben decir eso.»
Así, El Varejón y Rebeldía Zapatista son como espejos; no sólo entre sí, que sin ser poca cosa sería lo de menos; sino, sobre todo, entre los sueños y las esperanzas, los dolores y las tristezas, las luchas y las alegrías, de quienes en la praxis diaria de la resistencia y la rebeldía van articulando la invaluable teoría de su tierna rabia y de su terca memoria. No por nada el subcomandante insurgente Moisés termina firmando la primera editorial de la segunda: «a veinte años del inicio de la guerra contra el olvido». Olvido que es burla, olvido que es desprecio; burla y desprecio, es decir: racismo, que estos pueblos han recibido de una nación que es lo que es tras arrebatarles sus tierras y sus lenguas, pues, de lo contrario no lo sería.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.