Introducción El 18 de octubre de 2012 entrevisté a Víctor Montoya; escritor boliviano, narrador de cuentos y novelista. Su obra tiene un reconocimiento tanto a nivel nacional como internacional. Vivió por más de treinta años en Suecia, donde llegó como exiliado y se convirtió en escritor, según él, por «razones existenciales». Para tal propósito nos […]
Introducción
El 18 de octubre de 2012 entrevisté a Víctor Montoya; escritor boliviano, narrador de cuentos y novelista. Su obra tiene un reconocimiento tanto a nivel nacional como internacional. Vivió por más de treinta años en Suecia, donde llegó como exiliado y se convirtió en escritor, según él, por «razones existenciales». Para tal propósito nos encontramos en la populosa Ceja de la ciudad de El Alto, lugar donde confluye el campo y la ciudad, lo moderno y lo tradicional, el mercado de todo tipo de objetos, comidas, personas apuradas, amigos de lo ajeno, infinidad de comerciantes de casi todos los rubros; cafés, restaurantes, bancos, almacenes, ferreterías, discotecas, niños lustrabotas; en fin, un lugar de caos urbano, de competencia salvaje y, a la vez, de solidaridad, pero también de cosas raras como, por ejemplo, libros de ensayos sobre filosofía o teología andina y una que otra obra literaria, un poemario de protesta… Recuerdo esto porque antes de la entrevista, pasamos más de media hora intentando hallar un lugar adecuado para conversar en medio del bullicio de la gente y los vehículos motorizados, pero no hallamos sino aquellos restaurantes repletos de gente parlando y la música (generalmente cumbias) estruendosa. La entrevista la hicimos finalmente en el Teatro Municipal «Raúl Salmón de la Barra», que se halla en la «Alcaldía Quemada», nombre con el que se la conoce debido a que fue incendiada durante la rebelión de octubre de 2003 (durante la «Guerra del Gas»); pudimos conversar por más de una hora sobre la literatura boliviana, su propia literatura y el contexto social, político y cultural del país.
Con Víctor Montoya nos conocimos en septiembre de 2012, me interesó su trabajo y sus proyectos, más aún que él haya decidido vivir en El Alto para impulsar desde allí trabajos literarios con jóvenes. En ese tiempo yo andaba interesado en recoger información sobre la literatura alteña y la que se produce al margen de las grandes editoriales comerciales, la literatura autoeditada, que circula en las zonas suburbanas de El Alto y La Paz; en pocas palabras, la literatura de la ciudad profunda. En ese ínterin me enteré de su proyecto y su trabajo como narrador. También fue impactante para mí que Víctor Montoya fuera un ex preso político, un torturado, una víctima de las dictaduras militares y que, a partir de esa «violenta» experiencia, haga literatura, pero también que estaba ante una persona comprometida con la lucha de los pueblos, un político. Me llamó la atención, sobre todo y gratamente, su calidad humana, amistad y disposición para compartir su experiencia y conocimientos. Fue así que surgió este texto, que a continuación se despliega, en base a la entrevista que le hiciera, a partir de preguntas sobre la literatura en su vida, la literatura marginal y las identidades políticas. Además, la literatura y las actuales luchas de los pueblos en América Latina.
En la entrevista pensé que era mejor dejarlo hablar, para que él desarrolle sus ideas sin interrupción. Por eso que mis preguntas fueron cortas. Más que nada señas para que Víctor desplegara sus respuestas y añadiera temas relacionados. Además, semanas antes de grabar, estuvimos conversando largamente, entre otros, los temas que ahora se presentan en esta entrevista.
Vida y literatura
Podríamos empezar con tu presentación, quién es Víctor Montoya, tal vez un poco de tu biografía, algún dato que consideres relevante.
Regresé al país después de treinta y cuatro años de ausencia y me he establecido en la ciudad de El Alto, la segunda ciudad más importante de Bolivia, por su juventud y porque está en pleno proceso de desarrollo. Además, es un contexto donde se está haciendo literatura, teatro, arte y música. Todo esto no es rescatado por la prensa nacional. Pareciera que todo lo que se mueve, en materia de cultura, se lo hiciera sólo en la Hoyada (la ciudad de La Paz). Después de haber vivido acá algunos meses, me he dado cuenta de que existe un material vivo, humano, con mucha fuerza y energía, que vale la pena que se rescate y conozca tanto a nivel nacional como internacional. Entonces se puede decir que mi retorno al país, por otra parte, está vinculado a dos proyectos. El primero es el de elaborar una antología de narradores alteños y, el segundo, el hacer otra antología de poetas alteños. No hay un material que recoja todo este bagaje cultural literario que se ha gestado y se está gestando en la ciudad de El Alto.
Ésta es mi realidad actual, todo lo demás, las razones por la que he sido exiliado, torturado o preso político durante la «Operación Cóndor», se puede encontrar en Internet. Yo, sin saberlo, he sido una víctima más de aquello que se consideró «Plan Cóndor», esa increíble maquinaria de exterminio que creó la CIA conjuntamente con los gobiernos dictatoriales en el cono sur de América Latina, concretamente en cinco países: Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Las dictaduras militares, de acuerdo a las investigaciones que realizó el abogado Martín Almada en el Paraguay, quien recopiló mucha información en Asunción sobre los crímenes de lesa humanidad perpetrados por las dictaduras militares durante el periodo de 1975 a 1982 aproximadamente. Yo estaba preso en esa época, en 1976; y en 1977 me exiliaron. De esa manera llegué a parar en Suecia. Sin embargo, todo esto, que tiene ver con ese pasado, está registrado en la prensa, está registrada incluso mi propia obra que, en gran medida, es un testimonio personal pero también un testimonio colectivo, porque he conocido a otros compañeros provenientes de Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay estando en el exilio, y conversando con ellos, que también escribieron su propio testimonio en forma de novelas, ensayos, poesía, me di cuenta de que quienes habíamos luchado por las libertades democráticas en nuestros países, los que nos opusimos a los regímenes totalitarios, que se dieron en América Latina en los años setenta y ochenta, hemos sido condenados a tener que pasar por los mismos procesos de torturas que se aplicaban en estos cinco países. Es decir, se aplicaban los mismos métodos de tortura. Conversando con compañeros en el exilio, chilenos, argentinos, uruguayos, paraguayos, constaté que los métodos eran los mismos, porque los torturadores, quienes habían aprendido a torturar en la Escuela de Las Américas en Panamá, fueron entrenados por los mismos mercenarios que habían participado en la guerra de Vietnam y Camboya. Esta biografía de mi pasado, como te decía, está registrada en la prensa o en la solapa de mis libros.
Mi retorno al país, después de treinta y cuatro años, me abre varias posibilidades, y por ello estoy metido en los proyectos que te señalaba. Además, deseo crear, a través de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil, una cátedra en las universidades y normales. Quiero poner al servicio del país los conocimientos que he adquirido en mis largos años en Suecia; mi formación como pedagogo, mis conocimientos de otras lenguas y toda mi experiencia como escritor.
¿Por qué la literatura en tu vida?, ¿cómo llegas a la literatura?
Llegué por una inquietud que tenía desde cuando era estudiante de secundaria y dirigente de la Federación. En aquellos años me vinculé no sólo al mundo político, sino también a la actividad literaria, por entonces un poco panfletaria; se trataba de hacer pasquines, de escribir palomitas, y que no lo veía en ese momento como una perspectiva de convertirme algún día en escritor. Creo que me hice escritor no tanto por asumir una pose de intelectual, sino por una necesidad existencial. Empecé a escribir las páginas de mi primer libro estando en las mazmorras de la dictadura militar, en el Panóptico Nacional y en otras prisiones de alta seguridad. Ese primer libro, que está a medio camino entre el testimonio político y la historia novelada, gira en torno a una huelga minera que hubo en el año 1976 en Bolivia; ese mismo acontecimiento fue la causa que me arrojó a las mazmorras, donde empecé a escribir estas memorias, pensando, de alguna manera, que esto podría servir. Ese primer libro se llama «Huelga y represión». Lo publiqué en Suecia porque me enviaron los manuscritos que mi madre me ayudó a sacarlos de las prisiones en el doblado del botapie de mis pantalones, debido a que había un control estricto de parte de los carceleros. Esas mismas tiras de papel constituyeron mi primer libro, que lo escribí, además, con el mismo bolígrafo y en el mismo cuadernillo que me entregó uno de mis torturadores para que delatara a mis compañeros de lucha. El libro lo publiqué a los 21 años de edad, porque me parecía que era importante dejar un testimonio vivo, de primera mano, de aquello que había sido el atropello de lesa humanidad que cometía la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez. El libro se publicó en 1989 y esto me empujó, de manera inconsciente, al mundo de la literatura. Porque nunca me planteé, como se plantea mucha gente joven, el deseo de ser poeta, narrador o ensayista, yo no tenía la idea de convertirme algún día en escritor. El escritor en mí va surgiendo como una necesidad de expresar lo que sentía y lo que pensaba estando en el exilio, como te decía, por una necesidad existencial.
El exilio me dio la opción de conocer a autores de la literatura latinoamericana de ese entonces, que eran los del «boom», donde estaban García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Carlos Fuentes, entre otros. Todo ese movimiento literario, el «boom», estaba también siendo conocido recién en Europa, estaba levantando las banderas de lo que se estaba haciendo en América Latina, un tipo de literatura más experimental, donde entraba el realismo fantástico, mágico, sobre todo, con García Márquez, aunque él, como ya sabemos, no fue el primero, sino que fue Juan Rulfo, William Faulkner y Alejo Carpentier, quien también dio muchas luces sobre este tipo de literatura, que tuvo tanto éxito en los años sesenta, setenta, ochenta, no sólo en América Latina, sino en el mundo entero. Leyendo la obra de estos autores, empecé a interesarme por escribir relatos mucho más literarios, porque si permanecía en Bolivia, podía haber sido más un ensayista, un politólogo y no un escritor a secas.
La literatura en la ciudad de El Alto
Tú has elegido la ciudad de El Alto para vivir, trabajar, crear ¿Qué puedes decirme sobre la literatura alteña, sobre sus novelistas, cuentistas, poetas? ¿En qué ámbitos se mueven ellos?
En la ciudad de El Alto, hasta donde tengo entendido, se mueve en la marginalidad. Hay algunas organizaciones culturales, como Wayna Tambo, Compa, Albor, que han agrupado a estos jóvenes inquietos por querer hacer poesía, por querer hacer literatura, y una literatura marginal. En estos cursillos o en estos talleres de literatura, que se hicieron en estas instituciones (Compa, Wayna Tambo, Albor), se formó, por ejemplo, un gran rappero como fue Abraham Bórquez. De estos centros culturales surgen una parte de los creadores, narradores importantes; uno de ellos, ya fallecido, era Crispín Portugal, quien, además, creó Yerma Mala Cartonera, una editorial artesanal, por lo tanto, marginal.
Reciclaban cartones en los que ellos empezaron a publicar sus obras. Parece que Yerba Mala Cartonera sigue en marcha y ya tiene como 60 títulos publicados, de manera artesanal, empastados con tapas de cartón. Es la literatura que no aparece en los grandes medios comerciales ni en las grandes editoriales bolivianas ni extranjeras, por eso es una literatura marginal. Ellos mismo son los escritores, los impresores y los que venden su propia obra en los mercados, en unos qhatitos (puestitos de venta en las calles o mercados), al lado de una señora que está vendiendo papas, naranjas, bananos; mientras al lado, los chicos están vendiendo estos libritos artesanalmente hechos, pero no por eso menos importante; al contrario, creo que puede ser mucho más vital, mucho más importantes si se lo mira desde un contexto político, incluso desde una perspectiva socioeconómica, porque la gran literatura casi siempre se ha creado en las marginalidades. Los grandes autores de hoy, como Saenz, Arturo Borda y Víctor Hugo Viscarra, han sido escritores marginales, escritores que no tuvieron gran auge en su debido momento. Se sabe que Jaime Saenz publicaba poquísimos ejemplares de sus poemarios, sólo para distribuirlos entre amigos, pero además no había editoriales interesadas en su obra, no había muchas editoriales en Bolivia, y si alguien quería publicar sus libros, tenía que pagar con dineros de su propio bolsillo.
Los chicos de Yerba Mala Cartonera, creo que, el año 2006, empezaron a publicar cierto tipo de literatura que estaban haciendo ellos mismos, pero que, al mismo tiempo, era un tipo de literatura que a ellos sí les gustaba, porque entre sus autores no sólo hay escritores jóvenes, sino también escritores ya connotados, muy conocidos no sólo a nivel nacional, sino también a nivel internacional. La labor fundamental de estos muchachos en ese mundo artesanal, marginal de hacer la literatura, se ha puesto en la contraparte de lo que es el mundo comercial, el mundo librero, en un país como Bolivia, donde un libro editado por cualquiera de las casas editoriales, sea Gente Común, Los Amigos del Libro, Kipus, Plural o el que fuera, siguen siendo artículos de lujo al que muy poca gente tiene acceso. Lo que quiero decirte no es que en Bolivia los libros cuesten caros, sino que la gente es muy pobre, la gente no puede adquirir estos libros que acaban siendo artículos de lujo, que se lucen en las vitrinas de las grandes librerías del país, pero la gente que no tiene siquiera cómo llenar la olla del día, menos va a ir a una librería para comprarse un libro que le implica una buena parte de su salario.
Yerba Mala Cartonera, donde estaba Crispín Portugal, ese joven que desgraciadamente se quitó la vida, fue creado juntamente con Beto Crespo y Darío Luna; estos muchachos que, de alguna manera, se formaron en la escuela que tiene Wayna Tambo. Eran muchachos rokeros, a quienes les gustaba la metálica, pero también la poesía. En Wayna Tambo se forma un tipo de festivales de poesía, que sigue haciendo ahora el Centro de Arte y Cultura Albor, que hace incluso un festival a nivel nacional anualmente y que tiene mucho éxito, aparte de tener sus compañías autofinanciadas de teatro. Algunos reciben apoyo financiero de algunas ONGs, pero en el fondo son muchachos entusiastas y con ganas de hacer literatura. Creo que estos muchachos y muchachas, que se han formado en Albor, en Wayna Tambo y en Compa, son las futuras promesas de la literatura alteña, por no decir nacional.
La literatura marginal, como es natural, tiene ascendencia en las clases medias pobres y la gente venida de las comunidades rurales a El Alto de La Paz, Muchos de estos muchachos tienen no solamente una ascendencia aymara, sino que también provienen de las clases más desposeídas, pero tienen interés en escribir lo que piensan y lo que sienten. La literatura no es un problema de profecía en este contexto, no se puede saber cómo le irá a Bolivia de acá a treinta años, sino que corresponde a la necesidad existencial de querer expresar lo que ellos viven y sienten en el mundo en el cual se mueven cada día. De manera que la literatura que se está haciendo en El Alto es interesante porque está, primero, contextualizada en El Alto, en las zonas marginales mismas de El Alto, y pienso que, de alguna manera, lo interpretan tanto en el manejo del lenguaje como en el manejo de la temática, en la cual predomina la realidad social que les toca vivir en una época tan convulsionada como la nuestra. Entonces, ¿qué reflejan estos muchachos en su poesía y en su narrativa, recreando el lenguaje coloquial, es decir, donde entran muchas palabras del quechua o del aymara, aparte de esa jerga muy propia de esta gente joven alteña de esta época? Pienso que la recreación misma del lenguaje en sus textos, tanto en poesía como en prosa, es un abanico de una lingüística muy particular, que se está manejando en El Alto. Leer, por ejemplo, los cuentos de Beto Crespo, de Crispín Portugal o de Janet Calatayud, te dan una idea de lo que más o menos los escritores alteños están queriendo hacer con la literatura.
Entonces, una forma de rescatar no sólo el contexto en el que viven, sino también lo que en lingüística se llama sociolecto, los ubica a estos escritores y escritoras en el contexto de las masas populares, que no son las élites, porque nosotros estamos acostumbrados a la literatura hecha por las élites, por las clases medias, por los pequeños burgueses que se convierten en escritores, y no tanto porque tengan vocación o talento, sino porque es una forma de darse un título. Yo creo que estos muchachos alteños escriben sin ese tipo de pretensión, como ocurrió con Víctor Hugo Viscarra, un hombre que vivió desde niño en las calles, un alcohólico consuetudinario, cuya obra, hoy en día, está siendo rescata a muchos niveles; sus obras son llevadas al videoclip, se está haciendo teatro en base a ellas, se están haciendo comics con sus cuentos. De alguna manera, a la gente joven y la gente como nosotros, nos interesa mucho más la forma de vida de esa parte oscura de las que nos querían contar, entre otros, Jaime Saenz, pero también Arturo Borda en su obra «El Loco». Yo pienso que esa literatura es muy cercana a todos estos muchachos que se dedican al rappeo, que están haciendo poesía y cuentos a partir de su propia realidad, que es la realidad de estas capas marginadas, en urbanizaciones que pretenden, de alguna manera, modernidad. Ante esta modernidad, estos muchachos plantean el mundo suburbano. La historia de un muchacho que es cobrador de un minibús, la historia de una muchacha a quien le cuentan que El Alto es una ciudad bendita, aunque ella sabe que El Alto está lleno de putas, de borrachos, de un montón de gente desocupada. El contar ese fenómeno social acaba siendo una fuerza explosiva en el mundo de la literatura. Por lo tanto, después de haber leído los cuentos y las poesías de los alteños, me di cuenta que hay una inquietud por tratar de describir esta realidad que no es la misma que la existente en la Hoyada, porque en la Hoyada la gente de clase media escribe una literatura clasemediera. Yo creo que, a diferencia de todos estos escritores, los muchachos de las marginalidades en El Alto nos están queriendo contar otras historias, esas historias que nosotros queremos conocer, esas historias escondidas, vistas de sesgo, esas historias que Galeano nos hubiese querido contar. Estos muchachos, a través del graffiti, del manejo del lenguaje coloquial, están queriendo hacer una literatura importante, así las editoriales no le den pelota, aunque los críticos literarios no se acerquen a ellos. Estos muchachos algún día aparecerán como apareció Víctor Hugo Viscarra, al que nadie le tiraba pelota; los policías le destrozaron la nariz, la gente lo pateaba en la calle, las señoras le escupían y, sin embargo, él iba haciendo una literatura interesante, ahí están sus obras: «Borracho estaba pero me acuerdo», «Alcoholatum & otros drinks», «Ch’aqui fulero»… Los mismos títulos nos van diciendo un poco lo que ellas quieren contar, y nosotros, quienes nos creemos intelectuales, queremos saber un poquito más de qué se trata eso, porque habíamos leídos a Faulkner, a James Joyce, habíamos leídos a autores tanto de América Latina como del mundo entero, pero nos hemos olvidado de estos sectores marginales, donde aparecen estos escritores que, de laguna manera, son los renovadores de la literatura en un país, por eso pienso que la literatura que se está haciendo en El Alto es una literatura potencialmente interesante, ya verás cuando haga la antología rescatando a varios de estos escritores, no a los ensayistas, porque hacer una antología de ensayistas es mucho más complicado, pues el libro sería un mamotreto y se harían no sé cuántos tomos. Entonces hay que tomar las cosas breves que escriben estos muchachos y muchachas de ese mundo donde se mueven, y ahí hay una inquietud increíble. Los muchachos de Yerba Mala Cartonera tenían a dos que estaban metidos ahí, a Beto Crespo y Darío Luna, que tienen también sus propios blogs, donde difunden literatura boliviana, donde publican cosas que ellos mismos escriben, cosas que a ellos les interesa y cosas que ellos quieren difundir.
Si las grandes editoriales difunden lo que a las grandes editoriales les interesa en el mundo comercial, que es escoger a un autor y poder ganar dinero en base a su obra. Estos muchachos están haciendo exactamente lo contrario, creo que están haciendo una literatura que se costea a sí misma, una literatura verdaderamente válida, porque yo siempre he creído que la verdadera literatura es aquella que circula de boca en boca, aquella que circula de mano en mano; no es tanto aquel libro carísimo que uno compra, con tapas de lujo, en las librerías, sino aquel que está hecho de manera artesanal. El libro es importante cuando un lector, después de leerlo, le pasa al amigo y le dice: «éste es un hermoso poemario. Ahora léelo tú». Y cuando este amigo le pasa a otro. Por lo tanto, este libro que gusta a la gente circula de mano en mano y de boca en boca. Yo leí muchos libros de esta manera, aunque nunca me enteré de su autor ni en la prensa nacional y menos en la internacional, porque nunca apareció en las páginas literarias que hay en los periódicos, porque nunca lo presentaron en la televisión ni en la radio, pero que tiene una literatura increíble, impresionante…
Pienso que ahí radica la riqueza de la literatura, cuando encuentras estas joyas metidas en un cofre literario. Esto es como un verdadero descubrimiento, pero no es el mismo descubrimiento cuando tú lees a García Márquez, Vargas Llosa, porque estos escritores son archiconocidos, son igual que Superman, Batman o Fantomas. Entonces lo que nosotros queremos son nuevos héroes, nuevas historias, nuevas aventuras, y los que sí saben contar estas cosas son estos muchachos, que no se mueven en las élites literarias. Yo confío en estos muchachos que crean sus pequeños talleres, sus pequeñas imprentas, donde ellos mismos fotocopian, luego van y venden sus libritos en el mercado popular. Para ellos es todo un triunfo, lo extraño es que en el mundo comercial, visto desde una perspectiva capitalista, no se ve la obra literaria de esta manera; la obra literaria que no está publicada como tiene que ser, siguiendo determinados cánones, incluso con una determinada cantidad de páginas, no está en las librerías más importantes; es más, al autor famoso se lo maneja como a un muñeco, como a un saltimbanqui, que tiene que ir a los canales de televisión, a los periódicos y a las conferencias, para promocionar su obra, pero a estos muchachos nadie los invita, así no estén haciendo una «mala literatura» en relación a lo que nosotros conocemos, de manera oficial, como la «buena literatura», porque entre buena y mala literatura existe un problema muy subjetivo, a veces se ha catalogado como mala literatura lo que sí era buena y nos han hecho pasar como buena, como metiéndonos gato por libre, una pésima literatura, sólo porque algún crítico dijo que había que leerla, y la recomendaba, y nosotros teníamos que leerla.
Has hablado de las escritoras y los escritores alteños como «escritores marginales», hablando tanto en sentido social como en el sentido de dónde circulan sus obras ¿Cómo ellos y ellas crean y publican sus creaciones? ¿Y cómo encaran esta situación de exclusión editorial?
Los escritores marginales crean su literatura a espaldas del mundo comercial, están conscientes de lo que hacen, a ellos mismos les gusta, ellos mismos se cagan de risa de las cosas que escriben, si otros más se cagan de risa de lo que han escrito, estos escritores están felices, doblemente felices, porque no escriben por imposición de una casa editorial, que les diga que una novela debe tener más de 300 ó 500 páginas, para que sea considerada como una obra importante.
Los escritores marginales se construyen a sí mismos, porque escriben en absoluta libertad, no hay editorial que les imponga las normativas de qué cosas van a escribir, tampoco ellos saben qué es lo que se vende y qué es lo que no se vende, porque no les importa, porque no van a vivir de su literatura. Ellos están conscientes de que se mantendrán en vida ejerciendo otra profesión ajena a la literatura. En este sentido, hacen literatura porque les gusta, porque ellos mismos se satisfacen en el proceso de creación; algo que no ocurre necesariamente con los «escritores fabricados» por una casa editorial que, además, les consigue «correctores de pruebas» o algún periodista que escribe y corrige muy bien los manuscritos. O sea muchos de los escritores llamados «famosos» son fabricados por el mundo comercial de las editoriales, a diferencia de los escritores que son llamados «marginales», sin considerar que en la marginalidad se mueven, muchas veces, los verdaderos escritores, que son verdaderas joyas que los editores no saben descubrir.
Pienso que la gran literatura, esa literatura que nos es comercial, pero capaz de llegar con fuerza al lector, se crea en la marginalidad, el problema está en saberla descubrir, ésta debería haber sido el trabajo de los críticos literarios, de los académicos de las universidades, de las editoriales, pero a las editoriales, como ya te dije, no les interesa un escritor que vive en la calle, jodido, con la nariz torcida y con un montón de cicatrices en la cara.
Sin embargo, yo creo en la fuerza de la literatura marginal, por eso quiero hacer una antología de poetas y narradores alteños; algo que no se ha hecho hasta ahora. Lo único que se hizo, de manera dispersa, han sido pequeñas antologías impulsadas por algunas organizaciones que trabajan con asuntos culturales en la ciudad de El Alto, pero no una antología completa, que considere lo mejor que se ha hecho en materia de poesía y narrativa en esta ciudad joven y pujante, donde existe mucho movimiento cultural aunque desconocido a nivel nacional.
Hay un valor estético importante que destacar en esta literatura y en otras, ¿verdad?
Justamente. De lo contrario, todos podríamos ser escritores, novelistas, cuentistas o poetas, pero no es así, todos intentamos serlo pero no podemos, esto es lo que nos diferencia a quienes gozamos del privilegio de poseer esa capacidad natural de recrear el lenguaje de manera estética, de hacer arte con la palabra escrita. En el caso de la pintura, por ejemplo, no es lo mismo un Pablo Picasso que el pintor que pinta las paredes de una casa. Ambos trabajan con pinturas y brochas, pero uno pinta paredes y el otro pinta cuadros. Lo mismo sucede en la literatura, no es lo mismo uno que escribe un ensayo sobre el calendario aymara, que otro que escribe sobre el mismo calendario pero con metáforas y en verso. Ya sabemos que ambos han usado la misma computadora, las mismas palabras, el mismo diccionario, pero uno ha usado la palabra de un modo estético, bello, artístico, y el otro ha usado la palabra escrita como un vehículo de comunicación para transmitir los resultados de su investigación.
En la actualidad, los escritores bolivianos, al menos los que corresponden a las últimas generaciones, están trabajando de manera consciente con la palabra. Antes se escribía a vuela pluma y la novela estaba lista en tres meses. A propósito de este tema, alguien me comentó que en la ciudad de El Alto había un escritor que escribió tres novelas en tres meses después de haberse tomado una botella de whisky. Sea mentira o verdad, no es así como se crean las verdaderas obras literarias, porque la creación es un proceso en el que vas trabajando, poco a poco, en la construcción de la novela, en la configuración de los personajes y vas jugando con las palabras, las frases. Es decir, es un trabajo consciente en el que se crea y recrea no sólo el aspecto ético del tema tratado, sino, sobre todo, el aspecto estético, que es un elemento fundamental en toda obra literaria; es más, no es tan importante el tema sobre el cual se escribe, sino el cómo se escribe. Acá radica la diferencia entre un escritor y otro.
Juan Jacobo Tancara Chambe es escritor, teólogo e investigador de culturas y pensamientos latinoamericanos. Ha vivido en diversos países del continente. Su actual programa de investigación es la articulación entre teología y literatura boliviana periurbana.
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