Perspectivas en torno a un proyecto como compilador: la Antología de narradores y poetas Me comentabas el otro día que emprendes un trabajo como compilador. Concretamente el proyecto de una antología de narradores y poetas ¿Cuál sería el criterio para hacer estas antologías? En las antologías no voy a meter a ensayistas. Todos serán cuentos […]
Perspectivas en torno a un proyecto como compilador: la Antología de narradores y poetas
Me comentabas el otro día que emprendes un trabajo como compilador. Concretamente el proyecto de una antología de narradores y poetas ¿Cuál sería el criterio para hacer estas antologías?
En las antologías no voy a meter a ensayistas. Todos serán cuentos y poemas que tengan, en primer lugar, un valor literario. Por otro lado, estoy consciente de que no todo lo que uno escribe es de excelente calidad. Si un autor ha escrito trescientos cuentos, es muy probable que sólo algunos de sus cuentos sirvan para ser considerados en una antología. Recuerdo que Octavio Paz, cuando se refería a sus obras completas, decía que la obra poética de un autor es como un árbol, que cuando viene el otoño, arranca las hojas y apenas una o dos quedan en la rama del árbol, lo demás se lleva el viento. Lo mismo ocurre con un autor que escribe diez libros de cuentos. No todos los libros son buenos ni todos los cuentos son de antología. En el caso de Cortázar, por citar un caso, pienso que uno de sus buenos cuentos es «El perseguidor», porque a mi juicio destaca entre los demás cuentos que escribió y considero que se trata de un cuento digno de figurar en una antología.
El trabajo del antologador consiste en buscar las joyitas que están escondidas entre las obras de un autor, esas joyitas que luego van a constituir la antología, que presenta las creaciones mejor logradas de cada escritor, si se considera que no todos los cuentos son igual de buenos. Eso lo sabe cualquier escritor, como cualquier artesano que hace muñecos de trapo, que constata que un muñeco le salió mejor que los otros. En literatura ocurre exactamente lo mismo, por eso Octavio Paz, que escribió innumerables poemas, decía que de su obra quedarían para la posteridad sólo unos cuantos, porque al resto se los llevaría el viento. Con todo, yo no soy quien para juzgar la obra de Octavio Paz. Ese oficio se los dejo a los doctores de la literatura, ya que mi oficio no es juzgar sino crear obras literarias.
Los autores que integrarán las antologías de poesía y narrativa, aunque parezca extraño, se encuentran en la marginalidad, en la periferia. Ahí lo encontré a Víctor Hugo Viscarra cuando elaboré una antología titulada «El niño del cuento boliviano», en la cual están los mejores cuentistas bolivianos contemporáneos. La marginalidad tiene su propia expresión lingüística, sociológica, su propia explicación antropológica e histórica, pues la literatura no es un fantasma que se mueva al margen de un contexto social o una época determinada, por muy marginal que sea.
La obra literaria, de un modo consciente o inconsciente, es la expresión del contexto social y la época que le toca vivir al autor. Mejor aún si ese cuento o esa novela está escrita a partir de una experiencia vivida en carne propia. Por ejemplo, no sería lo mismo para un escritor, por muy genial que sea, narrar los episodios de una tortura, intentando describir sobre cómo siente el preso y cómo se comporta el torturador, que aquel escritor que ha sufrido en carne propia los tormentos de la tortura. Un relato siempre es mejor cuando el autor escribe desde su propia experiencia y no a través de voces prestadas. Todos estos detalles marcan la diferencia entre unos y otros escritores; por suerte, los lectores se dan cuenta cuándo un escritor es más auténtico que el otro. Es como poner el oro y el bronce en una balanza, el oro va a pesar más que el bronce, aunque ambos tengan el mismo color. De eso se trata. El antologador debe parecerse al joyero, quien sabe, a simple vista, lo que es oro y lo que es bronce.
Por todo lo expuesto, la antología contemplará sólo a los escritores que han creado obras literarias a través de la fantasía como factor fundamental y no a través de los estudios académicos, que es otra cosa. Para mí, escritores como Jesús Lara y Óscar Cerruto no entran en la misma categoría que René Zavaleta Mercado y Carlos Montenegro, que fueron grandes ensayistas, pero no novelista, ni cuentistas y mucho menos poetas. Lo que a mí me interesa es esa otra literatura en la cual se trabaja con la palabra, intentando crear situaciones y personajes literarios.
La literatura, con carácter estético, es una cosa y el ensayo es otra, desde el instante en que requiere una bibliografía. Yo no me clasifico en ese campo, aunque tengo ensayos, porque lo que más he hecho ha sido cultivar la literatura que se mueve entre la realidad y la ficción. Para mí no es lo mismo, por ejemplo, Volodia Teiltelboim que Pablo Neruda, pese a que eran camaradas del mismo partido. Para mí, Neruda era el poeta, el escritor, el creador, el inventor de la palabra y el imaginario, que podía contextualizarte un texto determinado en una realidad determinada, la que él concebía a través del juego de las palabras. En cambio Teitelboim siempre ha hecho ensayos, en los cuales contemplaba la situación política, económica y cultural de Chile desde su propia perspectiva. A Teitelboim no lo considero un escritor de la misma categoría que Neruda.
En la ciudad de El Alto hay muchísimos ensayistas que están escribiendo o reescribiendo la historia de Bolivia desde su propia perspectiva, hay muchísimos sociólogos, antropólogos, abogados, etc., que están dedicados a la creación de este tipo de obras, pero para mí la literatura es otra cosa, la literatura es novela, cuento, poesía, es allá donde el autor recrea la realidad con la fuerza de la invención y la fantasía. El ensayista no hace eso, el ensayista no tiene por qué inventar nada, tiene que intentar ser fiel a una realidad que trata de contemplar en su obra; el escritor de literatura, en cambio, tiene la libertad no sólo de crear sino de recrear una realidad a partir de su propia imaginación. Ésta es la diferencia que yo encuentro también entre los creadores en el contexto boliviano. Ahora bien, en el país existen y existieron ensayistas excelentes, como Marcelo Quiroga Santa Cruz, quien escribió no sólo ensayos, sino también novelas, como esa novela existencialista que es «Los deshabitados». Marcelo Quiroga escribió además poesías, eso lo tenía a caballo entre el ensayo político y la literatura.
Lo que yo estoy queriendo hacer en El Alto es, justamente, rescatar esa parte que tiene que ver con la literatura, y la literatura tiene que ver con las novelas, los cuentos, los relatos y las poesías. Por lo tanto, esos son los escritores que me interesan. Los otros son ensayistas y de ésos tenemos un montón en El Alto.
Los procesos de cambio social y la literatura marginal
En este proceso de cambio social en Bolivia, de luchas sociales, políticas, étnicas, pero también de redescubrimiento literarios de los pueblos, de las personas del pueblo, ¿dónde se ubica tu propia literatura?
La literatura mía es también una literatura marginal, yo siempre me he considerado un escritor marginal, creo que les hice saber eso a los muchachos de Yerba Mala Cartonera, sobre todo a Beto Crespo, porque yo estaba viajando a los EEUU, me estaban invitando para que fuera a dar unas charlas sobre literatura boliviana, y le comenté a él, por correo electrónico, que yo estando en los EEUU hablaría en los círculos de literatura sobre la literatura de la que justamente estoy hablando ahora, la de estos muchachos cartoneros, de esta gente marginal, que no encuentra editores, que no encuentra muchas veces a su público, porque no hay cómo viavilizar su literatura. A mí la literatura marginal siempre me ha interesado porque, en vez de leer un «bestseller», prefiero leer a un muchacho cuya poesía lo publicaron de manera extraña y que se publicaron solamente 50 ejemplares, y cuando un ejemplar me llega a las manos, es algo que leo inmediatamente, mucho más que leer un «bestseller» que, además, cuesta mucho más caro y me metieron con una propaganda hecha, porque hay que considerar que la literatura es como un paquete comercial, como un paquete de Navidad y que no sabes qué es lo que contiene adentro, aunque por fuera se vea muy bonito, bien empastado y con sus cintas y, de paso, con un regalito más que acompaña al libro. Entonces, la gente compra estas cosas para darlo como regalo a un amigo o un pariente, en cambio yo prefiero leer mucho más esa literatura marginal.
Te cuento, de pasadita, que yo mismo di un aporte para financiar uno de los primeros libros de Víctor Hugo Viscarra, que lo estaba publicando Manuel Vargas, que era su editor y es el editor de la revista «Correveidile». Yo le decía a Manuel Vargas que confiaba mucho más en un autor como Viscarra que en un escritor comercial creado por el mundo editorial, porque Bolivia es un país donde también se fabrican escritores, los escritores no siempre son buenos cuando los conocemos, nos los hacen pasar por buenos porque en Bolivia, como en Chile, Argentina y en el mundo entero, las editoriales comerciales van tras las ganancias, los dividendos. Es decir, no le interesa tanto la calidad de la obra literaria, sino que una obra literaria cumpla determinadas funciones para poder llegar a los lectores, con una literatura «light», para que la gente pueda leer en masa y se pueda ganar mucho dinero, porque no vas a ganar mucho dinero si vas a contar, como lo hizo Alcides Arguedas en «Raza de bronce», sobre una comunidad del lago Titicaca, porque aparentemente esta literatura no les interesa en Europa ni el resto de América Latina. En cambio yo pienso a la inversa, por eso cuando un periodista me preguntó cómo veía el futuro de la literatura boliviana, yo le contesté que el futuro de la literatura boliviana estaba en el pasado, y él me preguntó: ¿cómo? Y yo le contesté: fácil, porque no hemos escrito todavía una buena novela, un puñado de cuentos ni un poemario, que nos recree nuestro pasado histórico. Yo quisiera saber si existe una novela basada en la biografía, por ejemplo, de Atahuallpa, Tupaj Katari o Bartolina Sisa. Claro que existen algunas novelas que se escribieron sobre lo que fue la Guerra del Chaco, la del Pacífico, lo que fue la Guerra del Acre, lo que fue la Revolución del 52, pero no hay esa gran novela que describa un proceso histórico completo, hay algo que se frustra también en otro contexto, debido a factores concretos e imprevisibles. En el caso de Chile, cuando Baldomero Lillo está escribiendo sobre la masacre de Iquique, que sucedió en la escuelita Santa María, le sorprende la muerte y la novela queda a medias, es una novela trunca. Sin embargo, él conocía de cerca el mundo minero porque trabajó como pulpero en las minas del norte chileno.
Tú tienes también obras que abordan el tema minero. ¿Qué puedes decir sobre eso?
He escrito sobre las minas porque es una realidad que conozco. Mi libro «Cuentos de la mina» está dedicado al mundo trágico, combativo, pero también mágico, donde uno de los personajes centrales es el Tío de la mina, ese ser mitológico que forma parte de la cosmovisión andina y sintetiza el sincretismo entre las creencias paganas de nuestras culturas ancestrales y la religión católica llegada de Europa a través de la circunnavegación con Colón. El Tío es la combinación de estos dos elementos que se dan en las minas, te concretiza, de alguna manera, las dos visiones que se tienen del hombre, el mundo y el universo; la concepción católica, por una parte, y la ancestral, por la otra, pero, además, este personaje sintetiza el problema del mestizaje entre los habitantes de Europa y América; estos elementos contemplo desde el punto de vista literario, porque no estoy haciendo antropología, esto corresponde a los antropólogos, sociólogos, arqueólogos, historiadores; la función mía es tratar de contar el mundo mágico, el mundo de las leyendas y los mitos que envuelve un poco a este personaje que envuelve, a su vez, al mundo de las minas. Cuando le decía a este periodista que el futuro de la literatura boliviana está en el pasado, me refería, en parte, al Tío de la mina que, por supuesto, también será un personaje del futuro. No obstante, alguien dijo por ahí que Montoya sigue escribiendo sobre cholitas despistadas, sobre las minas, sobre temas que corresponden al pasado. Pero no es cierto, porque cuando las minas estén agotadas en Bolivia, cuando se hayan cerrado los socavones, cuando realmente haya una relocalización de veras y las minas ya no produzcan riquezas, entonces nuestros hijos, los hijos de nuestros hijos, los historiadores, sociólogos y antropológicos del futuro tendrán que recurrir a estas obras para saber cómo había sido la vida en las minas y en qué creyeron los mineros, quién era el Tío de la mina, porque estas obras retratan, desde la cosmovisión andina, el mundo sociocultural en las minas. Por lo tanto, en estas obras seguirá vigente esta realidad dantesca y dramática de los trabajadores del subsuelo, y serán valiosas fuentes para quienes quieran saber cómo eran, por ejemplo, las minas en Potosí; esa ciudad que tenía mucho más habitantes en su época de esplendor colonial que Londres, París o Buenos Aires, y que hoy es un pueblito pero con una gran historia. Por eso creo que la gran literatura boliviana del futuro está en el pasado, en escribir lo que no hemos escrito hasta ahora.
Si yo abordó la temática minera no es debido a que el tema sea importante en sí mismo, ya que en Bolivia, un país minero por excelencia, han existido varios cultores de esta temática, aunque ninguna de estas novelas o cuentos están considerados como excelentes creaciones literarias. Carlos Fuentes, en cierta ocasión, refiriéndose a las novelas del ámbito minero, manifestó que no bastaba con escribir sobre los mineros para que una obra sea trascendental, ya que lo más importante era escribir bien. Lo cierto es que en Bolivia han existido muchos escritores de la pequeña burguesía, que se fueron a las minas para observar la vida del minero y, a partir de esa experiencia, han escrito pensando que con esas obras iban a hacer la revolución nacional, pero no, con las obras literarias no se hacen revoluciones ni se cambian sistemas políticos. Lo fundamental en una obra literaria radica en la parte estética, en la forma cómo está escrita.
¿Cómo defines la literatura respecto a los cambios que se están suscitando en América Latina?
Pienso que estamos viviendo un proceso histórico interesante en América Latina, y creo que Galeano lo confirmaría, porque recién estamos escribiendo nuestra propia historia. Lo que pasa es que los poderes de dominación nos metieron gato por liebre también en eso, nos inventaron caudillos y nos inventaron libertadores, nos inventaron a líderes que no eran los nuestros, ya que los nuestros estaban escondidos y vivían en el submundo, se escondían, si tú quieres, bajo tierra para evitar los látigos del colonialismo, pero no estaban muertos sino vivos, eran como las semillas de una planta, que estaban bajo tierra, pero que un día empezaron a echar raíces y tallos, que empezaron a echar hojas, flores y frutos. Estamos en ese proceso, y el proceso que vive gran parte de América Latina está expresando esa realidad, que tiene que ver con esas culturas ancestrales rezagadas, menospreciadas, que han esperado en la cola de la historia durante más de quinientos años, pero que ahora empiezan a tener voz propia. Hoy mismo se está promocionando, por ejemplo, un concurso de literatura en lenguas originarias. Hace poco ganó una muchacha potosina que escribió una novela titulada «Sumaj Orq’o», que quiere decir «Cerro Rico», en quechua. Todo esto indica que estamos viviendo un proceso de cambio que, en cierta medida, también le va a servir a la literatura, porque vamos a empezar a conocer y reconocer aquella literatura que antes no estaba aprobada ni pasaba por los medios de comunicación, porque los doctores de literatura no se ocupaban de ella, porque la crítica literaria estaba embebida en otras cosas, menos en esto que siempre se ha visto como algo malo, como algo feo, como algo pésimo.
La promesa del futuro está entre los muchachos que están haciendo una literatura que yo llamo marginal. Son ellos los creadores de la verdadera literatura, de esa literatura nacional que va tener su propia cara, su propio color, su propia identidad, porque hasta ahora, los escritores en Bolivia, y creo que en América Latina, hemos tratado de copiar a escritores anglosajones, hemos tratado de no hacer una literatura nacional, debido a que la considerábamos muy indigenistas, muy obrerista, muy marginal, y queríamos aprender de los escritores franceses, ingleses, etc. Hoy estamos viviendo una nueva etapa que le va servir también a la literatura, no desde la perspectiva económica, pero sí desde la perspectiva histórica y social; lo que se está haciendo hoy es una literatura que te expresa, de veras, lo que las grandes mayorías viven, piensa y sienten, pero esto no quiere decir que esta literatura te va a ayudar a cambiar el proceso histórico y político, no, yo pienso que la literatura no se hace para provocar la revolución, nosotros no hacemos la revolución leyendo novelas, cuentos o poesías, porque si vamos a creer que la poesía tiene esta virtud, la poesía de Neruda podía haber volteado a la dictadura de Pinochet. Por lo tanto, así la poesía sea excelente, la poesía no puede hacer mucho contra los sistemas de poder. La literatura cumple el simple rol de ser el testimonio de una época, es la voz viva del autor, quien trata de reflejar, a través de su obra, la época que le toca vivir, el contexto en el que está viviendo. La literatura no tiene más virtud que ésa, y la de recrear ese tiempo libre que tiene el lector, cuyo gusto estético le va a llevar en las alas de la imaginación a otros rumbos, a otros mundos, a cosas que el mismo lector no se imagina. El lector va siendo, en este contexto, un cómplice secreto del autor, porque va descubriendo lo que el autor le quiere mostrar, dándole las pautas del camino para que luego el mismo lector pueda seguir hasta encontrar sus propias conclusiones al final de la lectura de un cuento o de una novela.
Literatura y luchas/resistencias sociales
Escuché que la literatura tendría una función histórica y social
Definitivamente, la literatura refleja un contexto social y una época, como en mis «Cuentos en el exilio». Sin embargo, espero que nunca más se den exilios en América Latina. Este libro refleja una etapa de la historia latinoamericana, porque hay miles, quizás millones, de compañeros y compañeras que salimos de nuestros países asolados por las dictaduras militares, y que los escritores exiliados seguíamos escribiendo sobre el drama de nuestro continente; es más, la literatura no puede estar acorralada en un solo país, ya que posee la magia de atravesar fronteras y traspasar vallas.
En mi libro «Cuentos en el exilio» se retrata una época que les tocó vivir a los latinoamericanos durante las dictaduras militares, son cuentos que tiene que ver con las atrocidades por las cuales hemos pasado quienes fuimos presos políticos, quienes fuimos torturados y exilados, para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos sepan el porqué su abuelo había estado en la cárcel y el exilio, para que los hijos de los exiliados sepan el porqué nacieron fuera de América Latina. Entonces, como comprenderás, la literatura tiene la potestad de reflejar una determinada época, un proceso histórico determinado. Por eso mismo, pienso que la literatura tiene fuerza cuando está anclada, como una nave en un puerto, en una realidad social e histórica, pues lo que está anclado en un contexto determinado queda ahí y forma parte de una realidad que, tarde o temprano, será motivo de estudios en las casas superiores de estudio. Sin ir más lejos, cabe mencionar que se han realizado ya tres tesis de licenciatura sobre mis «Cuentos violentos», dos en EEUU y uno en Brasil. En las tesis se revela lo que fueron las cámaras de torturas en el cono sur de América Latina, se mencionan las intervenciones militares en las minas, la masacre minera en la noche de San Juan, el golpe de Estado de 1971, etc.
En «Cuentos violentos» se relata, de manera literaria, la etapa más sombría de la historia boliviana. Y en este contexto no se ha escrito mucho, quizás sea el único escritor boliviano que ha pasado por las mazmorras de la entonces dictadura y que he sufrido las torturas tanto físicas como psicológicas, y que, además, a modo de terapia, he escrito un libro de relatos de primera mano, como una suerte de testimonio personal. El libro ha despertado mucho interés, incluso ha sido traducido al inglés, alemán, y se espera la traducción a otros idiomas, ya que el libro no sólo sirve como material de lectura para los hijos de exiliados, sino también para los lectores que, por su grado de conciencia política y compromiso social, tienen interés por adentrarse en los crímenes cometidos por la dictadura militar en Bolivia.
Los trabajos de licenciaturas que se están realizando en torno a este tema, tanto dentro como fuera de América Latina, me dan a entender que la escritura no es un oficio en vano, sino que puede servir como testimonio de una época, como un trampolín para los estudiosos del tema, como los literatos, sociólogos, historiadores y antropólogos, quienes se basan en estos cuentos para conocer más de cerca esa realidad que les interesa y preocupa, y mis cuentos están para eso, como las novelas y los cuentos de varios escritores chilenos, uruguayos o argentinos, que han vivido en el exilio y han escrito sobre las experiencias que les tocó vivir durante las dictaduras, como Volodia Teitelboim, Eduardo Galeano, Isabel Allende, Mario Benedetti y Ariel Dorfman, entre tantos otros.
En Bolivia soy uno de los pocos escritores que han escrito sobre el tema de la represión política, la tortura y el exilio. Cuando escribí «Cuentos violentos», por otro lado, lo hice para saldar cuentas con los fantasmas de mi pasado, para dejar atrás la etapa cruel que me tocó vivir en carne propia. Entonces mis cuentos son una suerte de chivos expiatorios, que me permitieron y me permiten aliviar los dolores del alma y fortalecer la conciencia, pero también para recrear ese pasado, con la intención de que los crímenes no queden impunes y, en el mejor de los casos, para advertir a las futuras generaciones que, en nombre de la justicia social, no se deben admitir más dictaduras, ni torturas, ni exilios. Con todo, sigo siendo un escritor marginal.
Hablamos de los escritores y escritoras marginales de El Alto, y en tu caso la «marginalidad» ¿también se debe a que no publicas en grandes editoriales comerciales, a la temática de tus obras o a qué?
Marginal por varias razones, pero ante todo porque soy de ascendencia obrera, mi padre ha sido minero, muchos de mis parientes han sido mineros, algunos han muerto en las minas y a otros los asesinaron por ser dirigentes sindicales; y porque siempre me he sentido identificado con las capas más desposeídas y marginadas de la sociedad, lo que me ha permitido abrazar una corriente política de izquierda. De alguna forma había que terminar con las injusticias, por las buenas o por las malas, así que me vinculé a una corriente política que reivindicaba la lucha armada, pues no podía seguir viendo las discriminaciones raciales y sociales que veía desde niño; la situación paupérrima de las amas de casa que no tenían pan para darles de comer a sus hijos, a hombres desocupados que no tenían techo donde vivir; en fin, el contexto en el que viví, rodeado de pobreza y discriminación, me condujo hacia las corrientes de izquierda y los pensamientos libertarios; más todavía, de muchacho empecé a creerme que era el Llanero Solitario, ese personaje enmascarado de la revista de series que, revólver al cinto y látigo en mano, podía terminar con las injusticias del género humano.
Esos mismos sentimientos hicieron que, de un modo intuitivo o subconscientemente, me vincule a las luchas del movimiento obrero y campesino, y, de alguna manera, soy una expresión viva de esos sectores, de esas capas sociales. Aunque soy un escritor de clase media, debo confesar que mis ideales, mi corazón y todo lo demás, están siempre con los de abajo, con los sectores más excluidos y necesitados. En cambio los de arriba siempre han sido las élites cantantes y sonantes en un país como el nuestro, y estas élites han sido las que han manipulado no sólo la historia, sino también la literatura. Ellos han escrito la historia oficial de América Latina y ellos han determinado, según su criterio, lo que es buena literatura y lo que es mala literatura, como si fuesen pequeños dioses.
Por otro lado, yo nunca formé parte de una generación determinada de escritores bolivianos ni pertenecí a ningún grupo literario en particular. Me desarrollé como escritor boliviano en Suecia, aislado, escribiendo en español mientras vivía en un medio donde se hablaba el idioma sueco y, como si fuese poco, escribiendo una obra que corría el riesgo de perderse en el polvo del olvido.
El exilio es una especia de marginación también.
Sí, pero también el hecho de ser marginal me hizo, por otro lado, un gran favor, porque me dio la posibilidad de que, estando en Europa, aprenda otras lenguas, estudié y me establezca como escritor, porque cuando decidí retornar a Bolivia, después de treinta cuatro años de ausencia, retorné convertido en escritor y decidido a seguir abogando por los de abajo, para seguir siendo la voz de los sin voz o, al fin y al cabo, para seguir siendo un modulador de voces anónimas, para hacer lo que siempre he tratado de hacer de manera colectiva, como las antologías que elaboré de cuentistas y poetas bolivianos, de cuentistas latinoamericanos en Suecia, como ahora que estoy empeñado en elaborar las antologías de poetas y narradores de la ciudad de El Alto. Todo esto demuestra un poco la solidaridad de este escritor que se ocupa tanto de los demás y tan poco de sí mismo.
Esa actitud solidaria de mi parte, me ha llevado siempre a pensar muchos más en los otros, en ayudar a los otros, en saber cómo podemos rescatarlos y salvarlos del olvido, pues siempre he rechazado la ley de la selva, el sálvense quien pueda, porque sé que los únicos que se salvan en medio de la vorágine son los más fuertes, como sé que el pez grande se come al más chico. De modo que siempre he sido partidario de la teoría de que si todos nos agarramos de las manos, podemos salvarnos todos, y creo que valdría la pena. Por lo tanto, las antologías que elaboré, sin que nadie me premiara, son una expresión de mi forma de pensar, de esa solidaridad que siento por los demás, un pensamiento y personalidad que no me ha cambiado el exilio, ni la cárcel, ni las torturas.
El concepto de solidaridad forma parte de mi personalidad, sigue estando dentro de mí. Además, quiero que sepas que no tengo interés de escalar posiciones sociales ni querer ser un político profesional, porque la literatura no está hecha para quienes quieren convertirse en ministros, diputados, senadores, presidentes o embajadores. La literatura es otra cosa, es un arte noble que se ejerce no para conseguir puestos públicos. Es decir, no se escribe para que uno sea más importante que los otros, sino por una necesidad existencial. Siempre he pensado que si Kafka escribió «La Metamorfosis», «El Proceso» o «El Castillo», lo hizo porque de alguna manera deseaba vivir otra vida distinta a su vida cotidiana, esa vida donde se sentía, prácticamente, como una cucaracha, como él cuenta en «La Metamorfosis». Kafka, a través de su obra, quería expresar su rechazo y rebelión contra un sistema patriarcal, autoritario, jerárquico, contra un sistema omnipresente en el cual se sentía como un bicho inmundo.
Yo creo que los escritores como Kafka, Saenz, Arturo Borda, entre otros, escribieron por razones existenciales. Víctor Hugo Viscarra, por ejemplo, no escribió para que lo nombren catedrático en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) o para que le aplaudan sus amigos borrachos. Pienso que él escribía porque quería contar sobre la realidad del submundo paceño. Esto lo convirtió en un escritor auténtico, no se hizo escritor para ser más importante, para que lo nombren «doctor honoris causa» o para aparecer en los periódicos importantes de la prensa nacional o en las pantallas de la televisión. Cuando hay escritores que escriben por una necesidad existencial, éstos se diferencian de una manera muy natural de quienes escriben para asumir una pose de intelectuales.
¿Esto quiere decir que hay, como se dice «escritores y escritores»?
Por supuesto que sí, hay escritores y escritores. Hay escritores que han creado muchas obras y te dicen que no han creado nada, y hay escritores que han escrito apenas un librito y se presentan como grandes autores. Todo esto contrasta un poco con la visión que tengo de la literatura y los escritores. La literatura, en mi visión, va surgiendo y se va creando al fragor de la vida cotidiana, por eso creo en esa literatura que hacen los escritores jóvenes en El Alto, quienes tienen su propia editorial artesanal, donde fotocopian sus poemas y cuentos, y luego los pegan página por página para venderlos en los mercados. Eso me interesa. Eso hacía Saenz, del que ahora todo el mundo habla. Saenz, después de emborracharse tres meses, escribía sobre los temas arrancados de su propia vivencia, así resultaron sus libros: «La noche», «Los cuartos» y muchos otros, como «Felipe Delgado»; en fin, en un principio no le tiraban mucha pelota, pero él supo crear un misticismo en torno suyo, que ahora llama mucho la atención, creó también una buena poesía y una buena prosa que atrae, sobre todo, a la gente joven.
Lo extraño del caso es que hoy en día las editoriales viven de sus libros. Hay un montón de editores que se aprovechan del hecho de que Saenz no dejó herederos de sus libros. Se sabe que tuvo un hija, que vive en Alemania, pero a quien le debe importar muy poco los derechos de autor de su padre. Entonces, no es casual que los editores empiecen a publicar las obras de Saenz en ediciones de lujo. Se puede decir que Saenz, quien en vida desafió al establishment desde la marginalidad, ahora es un escritor de lujo, de culto, aunque nunca dejó de ser más orgulloso que el demonio para dar entrevistas, porque el tipo se creía más importante que la mayoría de los escritores nacionales y extranjeros. Saenz capta la atención de los lectores y los editores se dan cuenta que hay dinero en sus obras. Lo jodido es que este autor se murió en la miseria, en la inanición como se murió Víctor Hugo Viscarra, quien no tenía ni siquiera dónde caer muerto. Así como ellos se murieron otros grandes escritores no sólo en Bolivia, sino también en Chile, Argentina, Perú, etc.
Si alguien me dijera que José María Arguedas o Ciro Alegría fueron menos importantes que Vargas Llosa, sería una afirmación que lo pondría en duda. José María Arguedas, quien acabó quitándose la vida, es cierto que fue incomprendido en su época, pero hizo un análisis acertado de la sociedad peruana, como José Carlos Mariátegui. Entonces no podemos aceptar todo lo que nos entregan los grandes premios literarios, como el Nobel en Suecia o el Cervantes en España. Es decir, por qué tengo que leer a Vargas Llosa sólo porque le otorgaron el Premio Nobel de Literatura. ¿Por qué no puedo leer a los otros? ¿Quién dijo que no hay que leer «Los ríos profundos»? ¿Quién dijo que no hay que leer «Yawar fiesta»? ¿Quién dijo que no hay que leer «El zorro de arriba y el zorro de abajo»?, o sea… Allí tenemos una gran literatura como la que siempre hemos tenido también en Bolivia, pero… Ya te dije que las élites pensantes, los tecnócratas de la educación, te meten un cierto tipo de libros como textos de estudio en las escuelas y colegios, pero que no siempre son las novelas, ni los cuentos, ni la poesía, que gusta a los estudiantes.
A nosotros nos gustan siempre los libros que, por lo general, están fuera de los textos escolares que nos dan en la escuela. No tenemos preferencia por los libros que hemos leído en la escuela, ni en el colegio, sino por esos otros libros que no están contemplados dentro del programa educativo. Por lo tanto, creo que debemos hacer una revisión sería de lo que es literatura y literatura. Afortunadamente, los lectores sabemos distinguir entre lo cierto y lo incierto, entre lo oscuro y lo claro, entre lo malo y lo bueno.
Los lectores escogen el libro que quieren leer y no siempre leen los libros que han sido premiados, sino los que no han sido premiados y vienen de la marginalidad, por eso es que pienso que la literatura marginal, a pesar de los pesares, es una literatura importante, tiene fuerza en sí misma, como el indio callado, que parece débil, pero es fuerte por dentro, que tiene orgullo de sí mismo, de sus ancestros, aunque agacha la cabeza cuando le miras de frente. Esta comparación, de todos modos, es una simple metáfora para comprender el fenómeno que estamos tratando en esta entrevista.
Juan Jacobo Tancara Chambe es escritor, teólogo e investigador de culturas y pensamientos latinoamericanos. Ha vivido en diversos países del continente. Su actual programa de investigación es la articulación entre teología y literatura boliviana periurbana.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.