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Escenarios para la crisis postelectoral

Fuentes: Rebelión

Los recursos y apelaciones que presentó Andrés Manuel López Obrador, AMLO, candidato de la izquierda, para que las autoridades electorales mexicanas invalidaran la elección y designaran un presidente interino, desataron una crisis postelectoral y mantienen en suspenso a México, a la espera de la resolución definitiva de los resultados. En el supuesto más probable, el […]

Los recursos y apelaciones que presentó Andrés Manuel López Obrador, AMLO, candidato de la izquierda, para que las autoridades electorales mexicanas invalidaran la elección y designaran un presidente interino, desataron una crisis postelectoral y mantienen en suspenso a México, a la espera de la resolución definitiva de los resultados.

En el supuesto más probable, el que el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, sea designado ganador por las instancias previstas en la ley, se abrirán desafíos para el ganador y para el perdedor.

· Para el ganador, el principal desafío será construir la legitimidad que una elección tan cuestionada le niega.

· Para el perdedor, se tratará de diseñar un curso de acción donde negarle a Peña Nieto la legitimidad, no lo lleve a generar una situación de ingobernabilidad.

El PRI y Peña Nieto

La izquierda le asigna a Peña Nieto intenciones como la privatización de Pemex, una reforma laboral de corte neoliberal y la de poner en manos privadas la seguridad social, entre otras. Aún en el caso de que Peña Nieto tuviera tales intenciones, las principales figuras políticas del PRI son lo suficientemente experimentadas para saber que no pueden arriesgarlo todo desde un inicio.

El PRI sabe que el presidente saliente, Felipe Calderón, hipotecó todo su sexenio y puso a México al borde de convertirse en un Estado fallido, por equivocarse en sus prioridades en el 2006, en búsqueda de la legitimidad que la izquierda le negaba. Es previsible entonces que los priistas elijan un curso de acción paulatino que no ponga en peligro la costosa victoria.

Como el principal punto de rechazo de la ciudadanía contra Calderón y el PAN fue su errada estrategia de combate al narcotráfico, lo más redituable para el PRI sería desarrollar rápidamente una nueva estrategia de seguridad que proyecte sensación de paz y estabilidad al país.

El PRI hará todo lo posible para que las reformas estructurales que impulse logren consenso en el Congreso de la Unión y negociará con la oposición de izquierda las relativas a cuestiones sociales (salud y seguridad social, educación y reforma laboral) y con el PAN las reformas energéticas y hacendarias. La interrogante más grande es el ritmo y la profundidad con que abordará el PRI las reformas de PEMEX.

Por otra parte es improbable que, en busca de mejorar su imagen, el PRI desate una acción mediática llevando ante la justicia algún político sospechoso de malos manejos. La fórmula del «quinazo» parece agotada y sería un error querer reeditarla ofreciendo en penitencia las cabezas de uno o dos ex-gobernadores corruptos.

El PRI no regresa por uno o dos sexenios, el PRI aspira a gobernar otros cincuenta años y en esa perspectiva buscará consolidar la presidencia de Peña Nieto en una estrategia de largo aliento. El nuevo PRI, que no es más que el viejo PRI, pero con su populismo nacionalista y maquiavélico depurado durante doce años, medirá sus acciones y negociará uno a uno los pasos que dará al inicio del sexenio.

El futuro ya es otra cosa.

AMLO y los partidos de izquierda 

El reto principal de las fuerzas de izquierda será mantener una cierta cohesión, en especial en los lugares donde tiene mayorías parlamentarias o donde ganó el gobierno del estado, como en los casos del D.F., Morelos o Tabasco, ya sea reagrupándose en un solo frente, tipo Frente Amplio de Uruguay o convirtiéndose progresivamente en un nuevo partido, por encima de sus corrientes, tribus y cacicazgos.

Como sea, lo que no pueden hacer es desgastarse en conflictos internos y desvincularse del movimiento que crearon y que les dio 16 millones de votos, cifra nunca alcanzada en el pasado.

Respecto a la opción elegida por AMLO, de buscar la invalidación del proceso electoral, una cosa es argumentar que los comicios no fueron limpios, pero otra es demostrarlo presentando pruebas que tengan valor jurídico. Las interpretaciones políticas y las apasionadas condenas en las Redes Sociales podrán tener valor mediático, pero no sustentan un llamado a invalidar 50 millones de votos.

Sin duda que los comicios tuvieron pasajes turbios, pero ni el PAN ni el PRD están exentos de todo pecado y también incurrieron en algún grado en las mismas prácticas dolosas de las cuales se acusa al PRI.

Más difícil aún es reclamar la invalidación parcial de un proceso que se considera adulterado puesto que la izquierda si le reconoce validez en el caso de los parlamentarios que eligió al Congreso de la Unión y de los Gobernadores de izquierda electos, uno de ellos Jefe de Gobierno de la capital del país.

Si AMLO no logra la anulación de las elecciones, puede aspirar a convertir el «fraude» – consagrado por las autoridades venales – en una bandera de lucha en defensa de la democracia, que de preferencia le dure otros seis años y que él pueda encabezar. Puede también abrir los espacios en la cúpula de la izquierda para que una bocanada de aire fresco renueve el enrarecido ambiente que reina entre los tradicionales dirigentes.

La estrategia de convertir el desconocimiento de la legitimidad de las elecciones en un cuestionamiento permanente a la legalidad del próximo presidente, y con ello a todo el andamiaje jurídico y político del Estado mexicano, es arriesgada. El margen de maniobra sin caer en la subversión es muy estrecho y los caminos de la desobediencia civil son muy difíciles de controlar.

En ese camino AMLO tendría que:

· Recurrir en permanencia a los parlamentarios de izquierda en el Congreso, para ampliar su margen de interlocución dentro del sistema y

· Reconstituir sus muy dañados vínculos con los Movimientos Sociales, que actúan autónomos y desafiantes y que no sólo no necesitan de su liderazgo sino que lo ponen en duda.

Aunque algunos de sus apóstoles le apuntan más a las movilizaciones y tribunas callejeras, si AMLO decide avanzar con un pié en la agitación social y el otro dentro de la lucha política institucional, el Congreso de la Unión se revela como el principal escenario para la construcción de mediaciones y mantener vivo el capital político que logró.

Así entonces, el Congreso de la Unión podría ser uno de los escenarios de mayor importancia, no sólo por las posibilidades de entendimiento sino porque allí se decidirán las reformas estructurales que le urgen a México y la correlación de fuerzas alcanzada por la izquierda le abre excelentes posibilidades de operación.

Con la actual composición de las dos cámaras del Congreso de la Unión, nadie reúne suficientes votos como para hacer por si solo las reformas constitucionales necesarias, de tal manera que las reformas mencionadas sólo serán posibles mediante la construcción de mayorías transitorias en función de objetivos específicos.

En este punto es que las disyuntivas de AMLO adquieren toda su relevancia.

¿Querrá negociar con las fracciones parlamentarias del PRI, manteniendo la ficción de no reconocer a Peña Nieto como Jefe del Ejecutivo? En esa hipótesis, cabe preguntarse si AMLO podrá ejercer con fuerza una oposición parlamentaria, para lo cual necesitará controlar de muy cerca a sus aliados, de tal manera que no inicien acuerdos que desvirtúen su desconocimiento a la legitimidad del Presidente.

¿O bien incrementará el carácter de su protesta hasta forzar una nueva elección? En este caso tendrá que redefinir su relación con los movimientos de la sociedad civil, con los cuales han mantenido mucha distancia hasta el momento y sólo ha requerido de ellos el voto y una cierta subordinación a los intereses electorales de la izquierda tradicional.

La eventualidad de que la crisis se profundice existe, pero un México que cierra el sexenio al borde del Estado Fallido, es difícil que pueda hacer frente a un incremento de las contradicciones y de los enfrentamientos. A menos que la izquierda esté dispuesta a hacer caer el gobierno por otros métodos y sus adversarios a permitirlo.

Que el PRI acepte una derrota es improbable y que la izquierda posea la determinación de ir hasta las últimas consecuencias en su enfrentamiento con el sistema, también. La crisis postelectoral de México amenaza en convertirse poco a poco en crisis de gobernabilidad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.