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Espejos e interrogantes desde el Parque Isiboro Sécure

Fuentes: Rebelión

Las voces que crecen en torno de la construcción de la carretera del TIPNIS han colocado una importante tensión en el proceso iniciado hace más de un quinquenio en el país. El proceso actual boliviano empezó con un cuestionamiento al neoliberalismo y al colonialismo. Se inició hace un par de décadas con la marcha indígena […]

Las voces que crecen en torno de la construcción de la carretera del TIPNIS han colocado una importante tensión en el proceso iniciado hace más de un quinquenio en el país.

El proceso actual boliviano empezó con un cuestionamiento al neoliberalismo y al colonialismo. Se inició hace un par de décadas con la marcha indígena por tierra y territorio y por una nueva constitución, colocando como una de las piedras fundacionales la legitimidad de los derechos de los pueblos indígenas y la necesidad de un nuevo pacto social. La Guerra del Agua, las jornadas de Febrero y Octubre 2003, la épica Guerra del Gas fueron también momentos fundacionales de creación de una narrativa articulada a la defensa de la vida que sentaron bases fundamentales para salir del letargo neoliberal.

Desde entonces hasta ahora, los movimientos y activistas sociales bolivianos han luchado por los derechos indígenas, por los derechos de la mujeres, por el valor de la vida, por una integración solidaria, por recuperar la soberanía, contra el libre comercio, contra la mercantilización del agua, contra los transgénicos, contra las mega represas, contra el racismo, contra la exclusión… Con esas agendas hemos llegado a la Asamblea Nacional Constituyente dando lugar a una de las Constituciones más interesantes de América del Sur que incluye el principio del «vivir bien», el «Suma Qamaña» planteando al menos la intuición de que el desarrollismo, el extractivismo y la lógica del capital no son los caminos para construir un país que pretenda ser soberano y que pueda brindar una inspiración a los pueblos del mundo en la transformación urgente y necesaria que se requiere en el planeta.

Por ello, es fundamental a estas alturas hacer una pausa para mirar el camino recorrido y hacer un balance, hablar del proceso, no sólo del gobierno, aunque éste haya optado por banalizar los atisbos de crítica de la sociedad polarizando lo que debería ser más bien una práctica de debate amplio. Debemos pues asumir la mirada al espejo y tomar consciencia de a dónde vamos y de lo que estamos convirtiéndonos.

El TIPNIS es una herida que nos duele. Y nos duele más porque estamos reaccionando tarde, cuando ya los tramos están avanzados y sólo queda la «rayita» del tres en raya, aquella que marca una triste victoria y confina finalmente ese territorio a ser carcomido dejando sangrar la selva, el cuerpo de la Madre Tierra. Aquí siempre nos dijeron que el IIRSA era un cuento, que no había ni plata para hacerlo, pero resulta que se estaba incubando en cada gobierno de América del Sur aunque se llamara de izquierda o progresista y responde a la dinámica expansionista de las economías fuertes de la región, proyectos que no descansan en consolidar un modelo y una infraestructura regional al servicio de las grandes transnacionales y de un crecimiento depredador que podría tragarse el continente.

El TIPNIS es un tema nacional y de la mayor trascendencia pues tiene que ver con qué tipo de país queremos construir, qué tipo de integración aspiramos a tener, cómo debemos encarar y concebir los proyectos de desarrollo, cómo la infraestructura debe ayudar a cumplir las deudas del estado con los más pobres y al mismo tiempo cómo recuperamos o mantenemos los equilibrios con la naturaleza, cuál debería ser la relación con las empresas y el gran capital que parece ahora adelantarse a los preceptos que acordamos en la constitución… De hecho, el contrato con la empresa Odebrecht y el financiamiento del BNDES ya está acordado antes de proceder a la consulta previa establecida en la Constitución, el Convenio 169 de la OIT y la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas de la ONU suscrito por el estado boliviano. El análisis de conflictividad que se hace es claro al mostrar los diferentes vértices que acompañan este proceso y que están en una tensión entre lógicas de integración regional e integración nacional, la problemática de la tierra, la cuestión de los modelos de desarrollo y los múltiples temas derivados de una realidad social y política muy compleja.

Y no tenemos las bases de debate y reflexión colectiva que permita aclarar las incógnitas abiertas. Estamos pagando la factura de haber evitado el debate amplio, sincero y por lo tanto de haber debilitado la capacidad colectiva de crítica, reflexión, diálogo e interpelación al sistema que caracterizó la sociedad boliviana hasta 2007. Será que hemos creído ingenuamente que el poder tiene otras virtudes cuando está vestido del ropaje popular? O será que hemos cedido a una dinámica patriarcal sin darnos cuenta, dejando que el silencio se convierta en el síntoma? El debate sobre el desarrollismo no se está dando en Bolivia con las condiciones que debe tener una reflexión de esta magnitud y no estaba instalado totalmente en las épicas jornadas que dieron lugar a la nueva Constitución.

Esto se expresa hoy en la conflictiva situación causada por la construcción de la carretera del TIPNIS. Aunque los movimientos indígenas que encabezan su defensa mantienen con valor la idea de cuidar a la Madre Tierra y preservar el territorio y su biodiversidad, el pliego incluye además otros temas que de igual manera pueden quebrar la coherencia del cuidado de la Madre Tierra con lógicas de mercantilización y usufructo. Cada vez es un desafío mayor el articular los consensos necesarios.

El pliego de la CIDOB, si bien se constituye en un postulado de defensa del territorio del TIPNIS y por tanto recupera un amplio sentimiento nacional de preservar el Isiboro Sécure, incorpora en sus puntos la demanda del pago por los servicios ambientales, es decir que se les pague a los pobladores de esos territorios por cuidar el bosque. Y ese es un tema delicado, porque tiene que ver precisamente con el conflicto global entre la opción de desarrollar sociedades concientes de la problemática ambiental o someter el cuidado de la naturaleza a la lógica del mercado. Es decir, una opción de cuidar la vida y la naturaleza ateniéndose a formas de organización social y de conciencia humana restauradora más allá del mercado o mercantilizar el cuidado de la tierra, adaptando cualquier iniciativa ecológica al comercio y la compensación económica y, por tanto, avalar los mercados de carbono, los proyectos REDD+ y la economía verde que se prepara como una solución arrolladora para mercantilizar todo el planeta y alimentar un sistema que beneficia sobre todo a las grandes economías y a las grandes empresas transnacionales.

Un tema en el que Bolivia como Estado se ha pronunciado en el proceso de negociaciones del clima y el proceso Rio + 20 oponiéndose a la economía verde y los mercados de carbono por constituirse en una falsa solución, pues en lugar de derivar en las reducciones de emisiones necesarias de los países desarrollados crean una burbuja especulativa con la naturaleza transfiriendo además sus responsabilidades a los países del sur a precios más convenientes para ellos. Estamos hablando de un tema que en sus versiones más polarizadas está dividiendo a las organizaciones indígenas y a los movimientos sociales en todo el mundo, dividió a la sociedad civil en las jornadas de Cancún cuando se negociaba la Convención por el Clima de las NNUU en diciembre de 2010.

Es una tensión global en la que debemos asumir un posicionamiento. Y debemos extender las interrogantes hacia el tema del desarrollo y su relación con la sobrevivencia en el planeta.

Dónde nos colocamos nosotros en ese gran debate? Como armonizamos (ya que está de moda la palabrita) nuestra demanda por un espacio atmosférico para el desarrollo y al mismo tiempo el cuidado de la Madre Tierra? Cuál es el proyecto de país para caminar en equilibrio en estas dos pistas importantísimas construidas desde el sur: el derecho al desarrollo y el equilibrio con la naturaleza? Finalmente, qué entendemos por desarrollo? Desarrollo para quiénes? Cómo brindamos una alternativa distinta al «desarrollo» impulsado por el Consenso de Washington y sus instituciones destinado al beneficio de las élites y los poderosos? Cómo contraponemos una práctica cultural de cuidado de la naturaleza en el campo y la ciudad -no lo olvidemos-, a una visión de usufructo y mercantilización del cuidado de la misma? Cómo hacemos para defender nuestro territorio no sólo de mega carreteras, sino también de mega represas, de mega proyectos, mega negocios y mega expectativas que con su tamaño empequeñecen cualquier atisbo de vida sencilla y sostenible que podría muy bien concebirse con mayor humildad y consecuencia con la retórica que estamos construyendo?

Siempre hemos dicho que es bueno soñar y luchar por una nueva sociedad. Una forma de reencontrar ese camino para la sociedad boliviana sería quizá encarar con la dulzura que requiere la Pachamama este desafío complejo de ubicarse en un mundo que se despeña hacia la destrucción pero que, a pesar de los pesares, aún mantiene la intuición y las prácticas cotidianas por la vida.

No dejemos que el silencio sea cómplice, no caigamos en la trampa de querer ver la esquina bien terminada, sin mirar la esencia de las cosas que puede estarse evaporando detrás de los muros del éxito aparente. Ahora queda escucharnos entre nosotros y nosotras. Enfrentar el reflejo de los espejos y actuar. Para algunos significará quitarse de encima los fantasmas de la confabulación y asumir la responsabilidad de aportar a los procesos con coherencia, buscando los equilibrios sociales y la equidad. Cuidando y respetando a la Madre Tierra que, por cierto, es Madre Soltera.

Elizabeth Peredo (Bolivia) es Psicóloga Social, investigadora y escritora, activista por el agua, la cultura y contra el racismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.