Parece que asistimos a una constante experimentación de inadecuaciones entre discurso emitido, auditórium, escenario al que se dirige el discurso, mundo al que se pertenece, imágenes y percepciones de ese mundo, imágenes y percepciones de los interlocutores. Habría que averiguar si alguna vez se dio una adecuación, sino absoluta, por lo menos equilibrada, entre estos […]
Parece que asistimos a una constante experimentación de inadecuaciones entre discurso emitido, auditórium, escenario al que se dirige el discurso, mundo al que se pertenece, imágenes y percepciones de ese mundo, imágenes y percepciones de los interlocutores. Habría que averiguar si alguna vez se dio una adecuación, sino absoluta, por lo menos equilibrada, entre estos componentes del acontecimiento discursivo. Teóricamente ese fue el lugar donde y el momento cuando el discurso se daba en un auditórium concreto, donde los interlocutores estaban presentes, escuchando. Esa es la imagen transmitida por la filosofía de la Atenas antigua, esa es la imagen transmitida por la antropología de los ayllus precolombinos. Ahora, muy lejos de esos escenarios de la palabra emitida, de la retórica y la dialéctica, de la voz comunitaria, cuando los medios de comunicación de masa ligan el discurso a millones de personas que no están presentes y se las desconoce, lo que se puede constatar, con certeza es la inadecuación der los discursos, los escenarios, población de interlocutores, mundo.
Cuando se emiten los discursos, el o la que lo emiten creen que los escuchan todo el mundo, por lo menos el mundo ligado a la comunicación. Se imagina un auditórium abstracto donde los radioescuchas y los televidentes están apegados al aparato escuchando y viendo. Esta es una de las inadecuaciones compartidas en el mundo moderno. No es cierto que todo el mundo escucha y ve, está atento al discurso emitido. Sólo una parte de la población conectada escucha y ve justo el programa donde se emite el discurso en cuestión. De esa parte, a unos pocos les puede interesar, otros pueden asistir con curiosidad, en tanto que muchos se toparon por casualidad. La pregunta pertinente es si los medios de comunicación de masa permiten el raciocinio público, el raciocinio social, o más bien lo adormecen, incrementando esta modorra con la creencia, equivocada, de que se trata de medios que favorecen la democracia, al difundir información y al compartir masivamente programas de debate.
Lo que es cierto es que se ha perdido la relación directa, en un auditórium concreto. No se sabe cómo llega el discurso, tampoco se sabe que piensa la gente; por más que estos programas abran espacios de opinión y de preguntas por parte del público. No se da la construcción social y colectiva del consenso, que también es una construcción colectiva de la interpretación social. Esta podría ser una primera conclusión.
A esta inadecuación se suma otra; la que tiene que ver con la ilusión racionalista. El creer que la razón es el mejor mecanismo, si se puede hablar así, de convencimiento. El prejuicio es el siguiente: la razón se impone en un mundo racional, la verdad se impone en un mundo que reclama justicia. La imagen anecdótica que se tiene, cuando se comparte este prejuicio, es que una vez demostrado racionalmente el argumento, una vez develado el error que los otros cometen, entonces, los equivocados o extraviados desandarán el camino y reconocerán sus errores o sus extravíos. Este prejuicio se basa en un juicio que supone que el mundo y la historia se mueven por la astucia de la razón. Esta es la conjetura del determinismo racional.
El mundo ni la historia se mueven racionalmente, no hay tal astucia de la razón, que como una providencia juega sus cartas para finalmente terminar de vencer, debido a sus artimañas racionales. Esa providencia racional es heredera de la providencia divina de las religiones trascendentales. Para decirlo de manera resumida, el mundo y la historia se mueven por la concurrencia del azar y la necesidad. Azar como aleatoriedad y necesidad como condicionante, estructuras y encadenamientos, conformados por las composiciones asociativas de las dinámicas moleculares.
También se puede decir que el mundo y la historia se mueven por fuerzas múltiples, variadas, diferentes, en distintos planos o campos del acontecer. Son los campos de fuerza, las correlaciones de fuerza, el afecto y el efecto de las fuerzas, lo que plasma realizaciones y desplazamientos dados en el mundo y en la historia.
La gran novela inaugural de la modernidad es Don Quijote de la Mancha de Miguel Cervantes. En esta novela se describe al anti-héroe, romántico y «loco», que, mas bien, nosotros creemos que es racional. El anti-héroe cree que por el sólo hecho de investirse de caballero, todo el resto, la gente va comprender e interpretar estos símbolos, reconociéndole como justiciero. Bastaba lanzarse en campaña enmendando entuertos y sinrazones para que esta campaña tenga éxito. La inadecuación del Quijote no es sólo confundir al mundo con la epopeya de caballerías, tampoco descontar la desventaja de que la gente de su presente no haya leído las epopeyas de caballería, para poderlo entender, sino el creer que el mundo es una escritura. Todo está escrito, hay destino, la razón y la justicia se imponen.
Esta es una ilusión racionalista, que llamaremos quijotesca, pues consideramos a Don Quijote, mas bien, consecuentemente racional cuando pretende usar la razón contra la sinrazón del mundo. Esta ilusión racionalista es compartida por gran parte de lo que se llama comúnmente «izquierda». La «izquierda», particularmente la «izquierda» radical, la única digna en nombrarse como «izquierda», pues lo otro, con pretensiones «izquierdistas» es realismo y «pragmatismo» descarnado, es decir conservadurismo, en el mejor de los casos, o cinismo, en el peor de los casos. En este debate no entra lo que se llama comúnmente «derecha». Este referente político no sueña, de ninguna manera, con transformar el mundo; al contrario, cree, que lo mejor que se puede hacer, es conservarlo tal como está. Entonces, esta «derecha» no está invitada a esta discusión.
La «izquierda» de la que hablamos – no vamos a dedicarnos al detalle de todos sus matices y diferencias, en los que sí son muy celosos, en distinguirse – cree que porque tiene razón, eso basta, para convencer, por lo menos a los explotados, condenados y discriminados de la tierra. Basta entonces con emitir el discurso de crítica y el discurso de convocatoria para que el pueblo, el proletariado, las comunidades indígenas, las mujeres dominadas, se levanten y acompañen a los caballeros y damas andantes en la gesta libertaria. Esta ilusión racionalista ha frustrado elocuentemente muchísimas veces a esta «izquierda» de caballeros y damas justicieras. Para esto tienen una explicación: no han sido entendidos, las masas han sido engañadas por demagogos o han preferido conformarse, cooptados por la prebenda.
Sin poner en duda su estructura ética y moral, la que es el substrato afectivo y valórico que sustenta las acciones de esta «izquierda» radical, algo que falta completamente en los «pragmáticos» y realistas, los oportunistas y cínicos, el problema de esta «izquierda» es llevar a extremo las inadecuaciones entre discurso, auditórium, escenarios, mundo.
En la crítica vertida anteriormente, establecimos cuadros de interpretación del acontecimiento político, de la coyuntura, de la historia política y de las genealogías del poder. Una de las tesis establece que los realistas y «pragmáticos» del reformismo de turno actúan, se colocan en el escenario. Optan, en consecuencia, por los montajes y el teatro político. A esto le hemos llamado el síndrome de la simulación. En lo que respecta a la «izquierda», podemos decir también que se comporta como estando ante un espectáculo, el espectáculo de la historia, de la dialéctica de la historia; interpretada desde una filosofía de la historia, pretendido saber absoluto de la historia. También actúa, de otro modo, obviamente, que los «pragmáticos» y realistas. Lo hace hablando a las imágenes que tiene del pueblo, del proletariado, de las comunidades indígenas, de las mujeres. Sustituye al pueblo efectivo, con sus diferencias y diversidades, con sus dramas cotidianos, por las imágenes que tiene del pueblo, del proletariado, de las comunidades indígenas, de las mujeres. Su amor sincero por ellos no llega a la piel y a los oídos de este pueblo, por la sencilla razón de que no están escuchando la voz clamorosa de los caballeros y damas andantes.
Por ejemplo, gran parte del pueblo, gran parte de los contingentes populares, todavía cree que en Bolivia se sigue dando un «proceso de cambio». Que lo que está ocurriendo, de todas maneras, a pesar de sus contradicciones, son transformaciones sentidas. Gran parte de las comunidades campesinas consideran que el caudillo es Evo Morales Ayma, que aunque no sea la reencarnación radical de Tupac Katari, de todas maneras es un caudillo indígena, aymara, que los representa. Parte del lo popular urbano también considera, que a pesar de las profundas contradicciones del «proceso», las palpables regresiones del gobierno, no hay, por de pronto, otra alternativa, sino la «derecha» que acecha. En estas condiciones, hacer campaña electoral por un frente de «izquierda» es estrellarse contra los molinos de viento. El pueblo no va votar por esa «izquierda», por más ética que sea, por más razón que tenga, porque, sencillamente no la conoce, no ha tenido la oportunidad de conocerla. Sólo conoce, en la memoria reciente, las luchas de la movilización prolongada, que llevaron a Evo Morales a la presidencia. Esa es su victoria, la victoria del pueblo cobrizo. Que lo que acontece no es lo que se esperaba, cierto, pero, esta mezcla forma parte de los costos, de las impurezas, de las desdichas que acompañan como sombra a toda dicha.
Para que no se confunda, de ninguna manera se interprete lo que decimos como si se apoyara al «pragmatismo», al realismo político, al oportunismo y al cinismo de los gobernantes. Nuestra crítica ha sido y es clara al respecto; nos remitimos a lo escrito y publicado. Los «pragmáticos», los realistas, los reformistas, no son ninguna salida y solución a los problemas de la emancipación y liberación. Al contrario, son un gran obstáculo. Históricamente son los mejores aliados de la «derecha» tradicional, pues detienen la radicalización de los procesos emancipatorios. Lo que debe quedar claro a los y las activistas libertarias es que no sólo se debe luchar contra esa «derecha» tradicional, sino con las nuevas «derechas», emergentes de los proyectos y experiencias políticas reformistas. Sin embargo, no es posible efectuar ambas luchas si se postula la ilusión racionalista.
Si se quiere profundizar el «proceso de cambio», en el lenguaje usado por nosotros, o si se quiere inventar otro «proceso», debe quedar claro, que esta profundización o esta invención, no se puede realizar sin contar con el pueblo, con el proletariado nómada, con las comunidades campesinas y comunidades indígenas, sin las mujeres. Si no se construye un consenso político con estas mayorías, no se cuenta materialmente con fuerzas para efectuar la profundización o la invención del proceso. La emancipación, la lucha política, no es un acto racional, no es un producto de las inferencias intelectuales, es la composición extraordinaria de la convulsión de las fuerzas sociales. Para asociarse y conformar estas fuerzas demoledoras es indispensable escuchar al pueblo, al proletariado, a las comunidades campesinas, a las comunidades indígenas, a lo popular urbano. Es indispensable comprender el estado de ánimo de las mayorías, es menester aprender colectivamente a interpretar la complejidad de la coyuntura, es menester construir socialmente consensos, conocimientos, saberes activistas, que puedan intervenir efectivamente en el acontecimiento político. Mientras no ocurra esto, mientras se crea que basta ser asistidos por algunos medios de comunicación, hacer conocer por estos medios la crítica, la interpelación, la proclama, las mayorías no encontraran otra opción «pragmática» que seguir apoyando a lo único que tienen, el gobierno que han ayudado a emerger, de las profundidades de las entrañas mismas de las propias luchas.
Por otra parte, la ilusión racionalista debe ser criticada. Es una teoría reduccionista. Ha reducido la historia y el mundo a la dialéctica abstracta de conceptos opuestos, que están lejos de expresar la complejidad plural de los acontecimientos efectivos del mundo y la historia. Esta ilusión racionalista está íntimamente ligada a una petulancia, el creerse vanguardia. Si algo nos ha enseñado las historias dramáticas de las «revoluciones», es que estas vanguardias del presente se convierten en los verdugos de mañana. En todo caso las vanguardias llegan a tener bocetos del acontecimiento, de la complejidad inherente a los sucesos y procesos. Esos bocetos no logran abarcar la extensa y dinámica complejidad de los acontecimientos. Para enfrentar los desafíos de las emancipaciones múltiples se requiere la construcción de conocimientos colectivos y saberes sociales compartidos, conformados en la construcción de consensos y de asociaciones activistas.
Conclusiones
1. La ilusión racionalista es el prejuicio medular de la modernidad. Su enunciado elocuente es: todo lo racional es real y todo lo real es racional. Este reduccionismo determinista corresponde del vaciamiento metafísico de los espesores de los acontecimientos, que habitan y convulsionan lo que se llama la «realidad» efectiva. Esta razón moderna, racionalidad instrumental, conoce apenas las formas y líneas tenues, que ha dejado, después de despojar a la «realidad» de sus contenidos. Sobre este boceto o conjuntos de bocetos logra efectuar inferencias, intervenir instrumentalmente, afectando sus entornos, creyendo que domina la «naturaleza», cuando lo único que hace es construir el mito del progreso y el desarrollo.
2. La «izquierda» radical no ha dejado de ser moderna, compartiendo con la burguesía y la ciencia moderna, los prejuicios inherentes a esta cultura de la vertiginosidad y de la simulación. Es una «izquierda» que cree que el socialismo es revolución industrial más colectivismo, llámese soviets, consejos o comunidades. Es una «izquierda» que encuentra el socialismo después de efectuada la revolución industrial.
3. Esta «izquierda», de la que no se puede dudar de su honestidad y entrega, es parte de la estela dejada por Don Quijote de la Mancha; se inviste del traje de los revolucionarios de la historia, pretendiendo con esto, sea reconocida por los explotados y condenados de la tierra, pretendiendo iniciar una campaña de luchas, que derivaría en la «revolución» como acontecimiento dramático de la historia, abriendo un nuevo horizonte. Todo esto acontecerá como tejido de la astucia de la razón, inherente en las entrañas de la historia.
4. Empero, es una «izquierda» solitaria, pues por los que lucha, no lo escuchan ni la ven. En todo caso, algunos, podrán adivinar su figura lánguida y desafiante en el horizonte; pero, esta figura no está al alcance como para asociarse, discutir, consultar, corregirle, aprender mutuamente.
5. De Don Quijote se decía que se había vuelto «loco», para nosotros, mas bien, radicalmente racional, por leer tantas epopeyas de caballería. De esta «izquierda» podemos decir que se volvió la evocación de un excesivo racionalismo por leer tantas epopeyas revolucionarias.
6. Bueno, de modo diferente, que el sentido común popular de la coyuntura, pues hay sentido subversivo popular en coyunturas de crisis descarnada, podemos decir, que es esta la «izquierda» que tenemos, que tenemos que contar con ella por su reserva ética, su facultad crítica, para mantener el fuego, para asociar fuerzas y construir composiciones colectivas que vayan más allá del Estado.
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