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Etica, y no oro y plata

Fuentes: Página12

¿Trasladamos los argentinos el monumento a Colón que está frente a la Rosada a Mar del Plata o lo dejamos ahí? Se ha iniciado el debate. Muchos dirán: miren lo que les preocupa a los argentinos, un monumento, en vez de entrar al debate sobre problemas mucho más fundamentales, por ejemplo sobre la división ideológica […]

¿Trasladamos los argentinos el monumento a Colón que está frente a la Rosada a Mar del Plata o lo dejamos ahí? Se ha iniciado el debate. Muchos dirán: miren lo que les preocupa a los argentinos, un monumento, en vez de entrar al debate sobre problemas mucho más fundamentales, por ejemplo sobre la división ideológica en que ha caído últimamente la sociedad que tiene tantas experiencias dolorosas en represiones y dictaduras. En vez de discutir cómo superar diferencias fundamentales, se discute si ese personaje histórico llamado «descubridor» de América merece o no estar en el lugar más importante, tal vez, de la representación popular: frente a la Casa de Gobierno de la Nación.

Y sí, es importante discutir ese tema. Debatir si Colón sí o no. Tiene que ver con el concepto político que debe tener delante de sus ojos el pueblo. Aceptado en su principio ese monumento por un gobierno conservador, cuidadoso vigilante de la disciplina de un pueblo dividido en aristocracias, una clase media siempre obediente y una clase obrera explosiva pero más que justa en el pedido de sus reivindicaciones, el gobierno de ese tiempo aceptó poner el monumento frente a la Casa Rosada, tal vez el lugar más privilegiado. Una especie de regreso a la colonia de la historia oficial, a la obediencia debida a Europa. En aquella época en la cual la Argentina futura iba a descender de los barcos.

La disyuntiva definitiva hoy: o nos sentimos europeos o queremos ser lo que somos, latinoamericanos. Entonces, ¿preferir a Colón que nos dicen que «descubrió América» o a Juana Azurduy, aquella gaucha que luchó hasta el final para que esta tierra fuera libre, propia, con rasgos de sus ancestros? El llamado progreso europeo, con sus lacras de guerras, represiones, luchas religiosas, fábricas de armas, el cuidado de fronteras como máxima preocupación y una lucha de clases injusta entre una misma población. El egoísmo como máxima regla en la vida. Eso fue lo europeo como norma, a pesar de sus mártires y profundos pensadores. U optar por lo latinoamericano, ir a las raíces y respetarlas, pero en trabajo conjunto.

Colón vino en busca de riquezas y las encontró. No fue descubridor de nada. Las culturas de estas tierras que ellos llamaron americanas ya existían desde hacía siglos. Es lo mismo que un nativo de estas tierras hubiera desembarcado en Europa, en el siglo XI, por casualidad, navegando a remo y lo hubieran titulado «descubridor de Europa». Colón no es un grande de la historia. Es apenas un sagaz navegante, atrevido buscador de oro, al que no le importa esclavizar y matar para obtener sus metas. Lo dicen sus cartas al rey católico de España, tan bien analizadas por Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América latina.

Colón no es ninguna figura heroica ni limpia, Con su «descubrimiento», España, el país a quien servía -ni siquiera lo hizo por su patria-, comenzó una acción de cruel despojo y explotación al máximo esclavizando a la población original de estas tierras. Un verdadero «imperialismo», además de tratar de superar a Gran Bretaña en el tráfico de esclavos africanos.

Se pueden ver en los archivos oficiales las decisiones de los virreyes españoles otorgando el libre comercio de esclavos en el Río de la Plata, con los buques ingleses en el puerto de Buenos Aires. Por eso, los argentinos, a las calles más connotadas del barrio bien de Belgrano, donde están las mejores residencias, les hemos puesto el nombre de todos los virreyes, en honor a su cultura europea.

De no haber sido «descubierta» por Colón, tal vez, hoy, América sería un jardín inmenso con miles de pájaros y flores, tal como la describió Alexander von Humboldt en su libro Viajes por América, escrito a fines del siglo XVIII y principios del XIX, donde también describe el trato indigno e inhumano que daban los conquistadores españoles a los pueblos originarios.

Nuestra admiración tiene que estar en los hombres de ciencia europea, sí, en sus filósofos, músicos, poetas, pero jamás en sus explotadores de los pueblos, los «conquistadores» y genocidas.

Dejar el monumento a Colón delante de la Casa de Gobierno es un insulto a todos los grandes patriotas -hombres y mujeres- y soldados criollos que lucharon contra el coloniaje y por nuestra independencia. Y contra nuestros pensadores y ejecutores de la libertad del coloniaje occidental y cristiano.

Sostengo que es exacta y racional la decisión de poner allí un recordativo artístico a la figura de Juana Azurduy porque también las mujeres hicieron nuestro país y justamente esa madre es todo un ejemplo heroico. Juana Azurduy, que perdió a su marido y a sus hijos en la lucha por la liberación contra el rey católico de España y toda su cohorte uniformada de militares y clérigos, más los pequeños tiranos de oficina, aquellos denominados funcionarios «coloniales».

Juana Azurduy, un ejemplo. Su amor por la tierra, el recuerdo de sus seres queridos caídos en defensa de la Revolución de Mayo, allá en el lejano Norte, enfrentando a los uniformes realistas llegados de Europa para quedarse con la tierra y las riquezas de los «salvajes». Cuando hombres luminosos como Belgrano, Moreno y Castelli cantaban, ya en 1810, «ved en trono a la noble igualdad, libertad, libertad, libertad».

Por eso, los que hoy defienden con toda euforia al monumento del invasor y explotador Cristóbal Colón (en realidad Cristóforo Colombo) son los pequeños de siempre, a quienes les falta la grandeza de analizar a nuestras verdaderas figuras libertarias, que lucharon contra el todopoderoso puño europeo, occidental y cristiano.

Y a los italianos que van a defender a la estatua del mercenario al servicio del rey de España les pido que se organicen para recordar a aquellos humildes obreros italianos que llegaron a estas tierras, como inmigrantes, a trabajar, y desde un principio lucharon por la dignidad de su clase y por leyes obreras como la de la jornada de trabajo de ocho horas, que finalmente consiguieron. Recordarlos es un gesto merecido hacia ellos, los libertarios. Ellos, y no aquellos que vinieron a llevarse el oro y la plata y a esclavizar a las poblaciones autóctonas.

Por eso nada mejor que Juana Azurduy en vez del mercenario «descubridor» Colón, la ética en la historia, y no el oro y la plata por sobre todo.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-221816-2013-06-08.html