La magnitud de la victoria de Evo Morales nos sorprendió a todos (sorprendió al mismo Evo, según su confesión), pero no sucedió así con el triunfo mismo, que estaba más que anunciado. Sin embargo, algunos «analistas» no dan pie con bola. Algunos hablan de la extensión del «populismo», aplicando una categoría-cajón de sastre donde caben […]
La magnitud de la victoria de Evo Morales nos sorprendió a todos (sorprendió al mismo Evo, según su confesión), pero no sucedió así con el triunfo mismo, que estaba más que anunciado. Sin embargo, algunos «analistas» no dan pie con bola. Algunos hablan de la extensión del «populismo», aplicando una categoría-cajón de sastre donde caben desde Lenin a Mao, desde Cárdenas y Perón hasta Kirchner, Lula, Chávez o Evo Morales y que, por consiguiente, al designar muchas cosas absolutamente distintas no sirve para designar ni precisar nada. (Ernesto Laclau, para sortear esta dificultad, dice que todas las políticas públicas con efectos de masa tienen un ingrediente populista, con lo cual disuelve por completo el concepto o palabreja.) Otros, como James Petras, tienen muy claro el problema: las elecciones son un método «traidor», otros gobernantes de otros países que dijeron en su momento trabajar para los intereses populares «traicionaron», Evo Morales «traicionó» luchas anteriores y, por lo tanto, «traicionará», como se quería demostrar. Además, según él, una vanguardia revolucionaria fue anegada por las ilusiones de enormes masas desesperadas e ignorantes (aunque ni Felipe Quispe, con su Pachatutik, que sacó el 2 por ciento de los votos, ni el sospechoso líder de la COB, Solares, que no pudo ni armar una candidatura, son vanguardia revolucionaria ni presentan posiciones más realistas y avanzadas que las de Morales y su MAS).
¿No sería mejor inclinarse a estudiar por qué 54 por ciento de los bolivianos -prácticamente todos los pobres- y hasta 30 por ciento de los de Santa Cruz votaron por un indígena, dirigente campesino y popular, productor de la sagrada hoja de coca, antimperialista, partidario de Hugo Chávez y Fidel Castro? ¿Es simple ignorancia? ¿Y por qué la embajada de Estados Unidos, el gobierno de ese país, toda la derecha boliviana y latinoamericana coinciden curiosamente con la ultraizquierda en su odio a Evo: Quispe dice, por ejemplo, que el nuevo gobierno lo va a matar y va a matar a los aymaras? Un movimiento social -y Bolivia vive una revolución reptante, que corre por vías deformadas- no se mide ni por las declaraciones de los dirigentes ni por los dirigentes mismos.
El chavismo se explica por el vacío político dejado en la centroizquierda por la putrefacción de Acción Democrática y el Copei, fundamentalmente, que hizo necesario y posible un Hugo Chávez, y no por Chávez mismo (la incidencia de éste, para bien y para mal, sobre el chavismo, por supuesto debe ser estudiada, pero posteriormente).
El éxito de Morales no se explica por éste ni por su confuso programa ni, menos aún, por el «capitalismo andino», que para las elecciones sacó de su galera su vicepresidente, Alvaro García Linares, y que se marchitará en este año mismo. Se explica en cambio por el odio y la esperanza de los oprimidos, por sus experiencias y capacidades, por sus reivindicaciones nacionalistas (agua, estatización del petróleo), sociales (igualdad de derechos, fin de la discriminación), étnicas (construcción de una nación plural para aymaras, collas, guaraníes, pueblos originarios de Oriente y también para los mestizos), etcétera, todo lo cual constituye de hecho un programa y un mandato.
Hay siempre una relación entre «base» y «dirección» en la que aquélla impone a ésta objetivos y ritmos de acción y ésta, a su vez, influye sobre aquélla tratando de institucionalizar las luchas, de calmar ímpetus, de mediar entre los diferentes integrantes del movimiento, de compatibilizar lo social con las exigencias de las relaciones internacionales, etcétera.
Además, no «traiciona» quien no pertenece -sino en la confusión de algunos de los analistas- al campo popular. Lula fue siempre un luchador sindical socialcristiano, que jamás pensó en la revolución ni en abatir el capitalismo, sino en obtener reformas sociales.
Ni Tabaré Vázquez ni Néstor Kirchner, por su parte, jamás fueron otros tantos Lenines sino, el primero, un jefe municipal honesto y reformista y el segundo un ex gobernador menemista, después duhaldista, que se vio obligado a «bailar con la más fea»: la crisis económica, la crisis de dominación. ¿Cuál «traición», entonces? ¿No sería más apropiado analizar qué sectores constituyen la base social de cada supuesto «populista», ver además cuáles otros se le oponen, analizar hasta dónde podrían ir y hasta dónde no llegarán, ver qué márgenes podría dejar su política general para la construcción de la independencia política de las clases subalternas? En cuanto a las elecciones: ¿no es evidente que, en ciertas condiciones -Bolivia, Venezuela, por ejemplo- pueden ser un medio para la organización popular?
Por último, incluso en quienes no son estalinistas, sigue vigente la idea estalinista de que el socialismo (o la independencia nacional) se construye en un solo país, el propio.
Por supuesto, allí se sientan las bases de la lucha por el socialismo, pero todos los países viven en la época de la mundialización.
El gobierno de Evo Morales es posible porque existe Cuba, porque existe Chávez, porque la crisis de hegemonía estadunidense da márgenes para la existencia del Mercosur, de los limitadísimos gobiernos de Lula y de Kirchner, porque China crece y Estados Unidos decrece empantanado en Irak, porque el precio del gas y del petróleo seguirá siendo alto, y así sucesivamente. Una sugerencia final: a los movimientos sociales hay que verlos como parte de una lucha de clases mundial, con su reflejo sobre los aparatos estatales, y no en sí, en una probeta, aislados del mundo…