Se pensaba, de forma equivocada, que el resultado obtenido por Evo Morales en las elecciones de 2005, el 53,7%, constituiría un récord grabado para siempre en la historia de la democracia boliviana. Y resulta quien era acusado por la mayoría de los medios occidentales de llevar a cabo una «política populista» que tenía por efecto […]
Se pensaba, de forma equivocada, que el resultado obtenido por Evo Morales en las elecciones de 2005, el 53,7%, constituiría un récord grabado para siempre en la historia de la democracia boliviana. Y resulta quien era acusado por la mayoría de los medios occidentales de llevar a cabo una «política populista» que tenía por efecto «dividir el país», ha reincidido con más fuerza aún, al término de las elecciones generales realizadas el 6 de diciembre pasado, alcanzando esta vez el 63%. Lejos de haber sufrido «el desgaste del poder» tras cuatro años de mandato, el jefe de estado boliviano dispone en adelante de la mayoría en el seno de la nueva Asamblea Legislativa Plurinacional, en la Cámara de Diputados así como en el Senado, éste hasta ahora en manos de la derecha.
Sobre todo, la hegemonía del Movimiento hacia el Socialismo (MAS) parece no tener ya límites: si era aún de rigor, hace algunas semanas tan solo, describir a Bolivia como un país «fracturado», permanentemente «al borde de la guerra civil» entre el Occidente andino y el Oriente amazónico, el avance realizado por el partido de Morales en regiones que le son tradicionalmente hostiles le permiten obtener la mayoría absoluta en los departamentos de Tarija y Chuquisaca, y alcanzar resultados que van más allá del 40%, en Santa Cruz en particular.
De hecho, la victoria del MAS y de Morales, no sorprende más que por su amplitud, ya que era un éxito pronosticado por todos los analistas políticos. La propia oposición estaba dividida entre el ex-prefecto de Cochabamba Manfred Reyes Villa, un antiguo militar anteriormente ligado al partido del dictador Hugo Banzer, y Samuel Doria Medina, un rico empresario que asumió las funciones de ministro de economía a finales de los años 1880, cuando Bolivia acababa su conversión al neoliberalismo.
En lo que se refiere a la campaña electoral, no la ha habido verdaderamente. Debido a una causa completamente política: el vacío programático de una derecha hoy cantonada en la denuncia de un supuesto «totalitarismo del MAS», a la vez que se compromete a conservar la política de redistribución de las riquezas emprendida por el gobierno Morales. Pero también una causa en definitiva más banal: una desorganización crónica de formaciones políticas que parecen cada vez menos partidos y cada vez más federaciones heteróclitas de descontentos, cuyos militantes parecen poco dispuestos a comprometer fuertes sumas en una batalla vista como perdida de antemano. Lo que confirmarán las cifras, obteniendo Reyes Villa finalmente, con el 27%, un resultado un poco más elevado de lo que indicaban los sondeos y, con el 6%, viendo Doria Medina su grupo parlamentario reducido a la nada.
El resultado alcanzado por el MAS coloca a Morales frente a una serie de desafíos, resumido en una fórmula repetida en varias ocasiones por el presidente boliviano: «En el curso de estos últimos cuatro años, he aprendido a gobernar. Ahora, quiero hacer fructificar esta experiencia para gobernar el país para los cinco años que vienen». Frente a una mayoría tan aplastante, queda preguntarse sobre la dirección que tomará el «proceso de cambio» boliviano que, por el momento, parece inserto en un horizonte estrictamente «modernizador».
El programa presentado por el MAS, que combina nacionalismo y productivismo, es una ilustración pertinente de ello: modernización económica, con el «gran salto industrial» ilustrado por la explotación del litio, del gas y del hierro; administrativa, con una nueva gestión pública, y una descentralización avanzada vía las autonomías departamentales e indígenas; y estatal, con una reconstrucción de los servicios públicos.
Por ello, si la victoria de Morales es evidentemente acogida como un triunfo popular, no deja de ser cierto que la amplitud de este éxito marca también buen número de peligros (burocratización, cooptación de los movimientos sociales, emergencia de una «derecha endógena» boliviana, etc.). Riesgos que, por el momento, no ensombrecen el aura de la que disfruta el presidente boliviano, que sigue siendo más que nunca el depositario de las esperanzas de los sectores más humildes de la población.
Traducción: Alberto Nadal para VIENTO SUR
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